7 de marzo de 2025

El matón naranja

Maritza Espinoza

En la segunda parte de La Fundación, la maravillosa trilogía futurista de Isaac Asimov, aparece un personaje disruptivo al que llaman El Mulo, un mutante telépata capaz de leer y provocar sentimientos y emociones en cada ser humano, al punto que se convierte en el soberano absoluto del imperio que abarca toda la vía láctea. La gente lo adora, mientras él construye una especie de dictadura intergaláctica donde la única ley son sus deseos. La humanidad, a partir de allí, se enfrenta a un colapso irremediable…

Y en este punto sorprenden los parecidos con ese otro mutante de la política mundial -y del mundo real- llamado Donald Trump, quien también ha llegado al poder manipulando los sentimientos y emociones de sus votantes norteamericanos (en su caso, a través de la posverdad desplegada desde las redes sociales que controlan sus incondicionales) y que, al igual que El Mulo, pretende dominar a puño firme el universo.

La diferencia es que, mientras el personaje de Asimov controla a las masas induciéndolas a “amarlo”, nuestro mutante naranja piensa que puede controlar al planeta -como cualquier vulgar autócrata, entre ellos su admirado Vladimir Putin- apretando del cuello a quienes no lo adoren ni le rindan pleitesía.

Lo demostró, el viernes pasado, con la escena montada en el Despacho Oval (y trasmitida al mundo) para humillar a Volodímir Zelenski por el atrevimiento de no someterse a él ni “agradecerle lo suficiente”. Sin embargo, el cargamontón al mandatario ucraniano, a decir de muchos analistas y de quienes nos guiamos por el sentido común, ha terminado siendo un búmeran para el ególatra de la Casa Blanca.

Y es que los matones nunca se dan cuenta del favor que hacen a su víctima humillándola en público, más aún esta mantiene la dignidad y la entereza, como hizo el presidente de Ucrania. La gente sensata, que es la mayoría, se pondrá del lado de la víctima. Es la reacción natural. Por eso, el viernes, un sudoroso y acorralado Zelensky ganó millones de nuevos simpatizantes para su causa y Trump quedó como lo que es: un matón soberbio, mentiroso y bestia.  

Pero es verdad también que hay quienes han salido en redes a balbucir cosas como: "Miren el video completo y verán que fue Zelensky quien los provocó” o “Zelensky tampoco es un angelito porque bla bla bla”. Y muchos otros se largan larguísimos, con datos sacados de contexto, citas rebuscadas y comentarios sesgados para demostrar por qué Putin no es el villano de esta historia, sino un pobre e incomprendido héroe.  

Y es obvio que, si necesitan de tales galimatías para demostrar un punto que no está en el marco del sentido común, están tratando de crear una posverdad del tamaño de la soberbia de Trump. Más aún cuando pretenden aparentar "imparcialidad", pues basta rascar un poquito para notar su “putinofilia” trasnochada, sobre todo porque muchos de ellos pertenecen a esa izquierda reverendamente estúpida que no se ha dado cuenta que la URSS falleció hace mucho y que Rusia, hoy, sólo es una oligarquía corrupta como la que más.

(Pregunta aparte: ¿cómo pueden lidiar esos izquierdistas destetados del estalinismo soviético, que se aferran al engaño de que Putin representa algunos de sus viejos valores contra el “imperialismo yanqui”, con la disonancia cognitiva que representa el hecho de que, ahora, ese precario pasamanos ideológico se asocie tan claramente con la cabeza de ese repudiado imperio, es decir, Donald Trump?)

 Bueh, lo cierto es que el episodio matonesco del Despacho Oval parece marcar un antes y un después de la historia reciente, que comenzó tras el fin de la segunda guerra, con una progresista declaración de derechos humanos, con el sueño de extender la democracia al mundo entero y, sobre todo, con el consenso de que los Estados Unidos representaban, de alguna manera, la garantía de ese sueño.
 
 Pese a todas las señales previas, muchos recién acaban de despertar para darse cuenta de que, bajo el nuevo régimen “trumputinista” (que no de otra forma puede llamarse esa estrambótica alianza), Occidente puede terminar partido en dos y en peligro inminente de sufrir un ataque expansionista ruso que comience con la usurpación de Ucrania y, lueguito nomás, el asalto al resto de Europa que, así, se dará cuenta, horrorizada, de que ya no existe garante ni aliado alguno al otro lado del Atlántico.

¿Hay forma de parar esta arremetida? Bueno, en el caso de Trump, existe un límite y es el pueblo estadounidense. A menos de dos meses de comenzar su período, las encuestas comienzan a serle desfavorables. En la última encuesta Ipsos realizada, por encargo de Reuters, a mediados de febrero entre 4,125 residentes de los Estados Unidos mayores de 18 años, sólo un 34% de norteamericanos piensa que Trump “está conduciendo al país por la ruta correcta”. ¡Qué lejos del más del 50% con el que derrotó a Kamala Harris hace sólo cuatro meses!

Pero tal vez Trump tiene un papel en la historia: servir para que el resto del mundo reflexione sobre el valor de la democracia y las libertades. Al mirarlo, uno ve a los ojos la amenaza del autoritarismo, pero también la urgencia de combatirlo. Tal vez es el desafío que estábamos necesitando para que la democracia evolucione por fin y se deshaga de la amenaza totalitaria. Como de El Mulo.

https://larepublica.pe/opinion/2025/03/05/el-maton-naranja-por-maritza-espinoza-hnews-300200

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