9 de abril de 2025

Víctimas de la intolerancia

Rafael Belaunde Aubry

"Galileo salvó el pellejo porque era amigo de Belarmino, el ensotanado fiscal encargado de acusarlo"

La Semana Santa conmemora la pasión de Jesús, un personaje marginal del judaísmo de su época pero que sería el núcleo de la más gravitante religión del occidente.

A mediados del siglo I algunos politeístas comenzaron a venerar al Nazareno incorporándolo a su Olimpo de “divinidades”, mientras sus seguidores primigenios procedían a cristianizarlo.

Cuando el nuevo culto comenzó a calar en los sectores populares y las autoridades romanas intuyeron que no sería servil a los intereses imperiales, se tornaron hostiles a él, al extremo de considerarlo subversivo. Por eso Nerón reprimió con ensañamiento a los cristianos.

Un siglo luego, Plino el joven, gobernador de la periférica provincia de Bitinia a orillas del mar Muerto, se irritaba por la propagación de la “superstición perversa”, según relata en misiva al emperador Trajano.

Alrededor del año 170, Celso, un intelectual griego, estructuraba angustiadas diatribas hacia la religión insurgente.

La conversión de Constantino (año 312) y la oficialización del cristianismo (380) invirtieron dramáticamente los papeles: en el 385, fanáticos cristianos incursionaron en el templo pagano de Atenea, en Palmira, decapitando a la diosa de mármol. En el 392 otra banda arremetió contra el templo de Serapis en Alejandría reduciéndolo a escombros. El Serapeo sobresalía sobre el perfil de la metrópoli egipcia conjuntamente con el legendario Faro, íconos tan imponentes como el Partenón ateniense o el Circo romano.

A principios del siglo V, extirpar creencias paganas era para San Agustín una orden divina. Los cristianos entonces asumieron la tarea de arrasar los conocimientos antiguos “porque la sabiduría de este mundo es necedad para con Dios” (Corintios I 3:19). Las bibliotecas fueron vandalizadas, los rollos de papiro arrojados al fuego. Siglos después, antiquísimos textos de carácter científico copiados y preservados sobre pergamino comenzaron a rasparse para escribir sobre ellos banalidades místicas. El palimpsesto de Arquímedes es un ejemplo.

Pero no se trataba únicamente de imponerse al “enemigo” sino de aniquilarlo. “¡Oh crueldad misericordiosa!”, proclamaría el santo de Hipona.

Entonces, las otrora víctimas cristianas trocáronse en victimarias: el 412 una turba de creyentes capturó a Hipatia, la mujer más ilustre de Alejandría, señalándola de pagana. La torturaron hasta matarla, la descuartizaron y carbonizaron sus restos.  

La demencial intolerancia prevaleció por siglos: las sectas pauliciana y cátara, surgidas en el VII y el XI, originadas en Armenia y Languedoc (sur de Francia), respectivamente, fueron consideradas heresiarcas y sus seguidores exterminados por contravenir el dogma institucional.

A principios del siglo XV, en un concilio encabezado por el papa Baldassarre Cossa, los príncipes de la iglesia enviaron a la hoguera a Jan Huss por haber osado señalar las inconductas de la curia. Igual suerte correría en el XVI el español Miguel Servet a instancias de Calvino. Giordano Bruno, por su parte, fue incinerado en vida por decisión de los inquisidores romanos el año 1600.

Galileo salvó el pellejo porque era amigo de Belarmino, el ensotanado fiscal encargado de acusarlo. El científico había “osado” argumentar que la Tierra, donde se había encarnado Dios, no era el epicentro del universo y que giraba en torno al sol. Fue obligado a retractarse y castigado con el ostracismo.

Medio siglo antes, la Inquisición limeña había achicharrado al francés Mateo Salado y a Fray Francisco de la Cruz por herejes y blasfemos.

Las guerras de religión entre protestantes y católicos y la implacable persecución a los judíos en toda Europa fueron verdaderas afrentas a Dios, pero ocurrieron. Las barbaries actuales son más pedestres: el voraz afán de lucro de unos y el apañamiento cómplice de la pedofilia de otros.

La irracionalidad, el prejuicio y el odio fueron y son comunes a todas las escatologías. Basta recordar el genocidio contra los armenios cristianos en Turquía (1915), los degüellos ritualísticos del Estado Islámico (2014), las carnicerías perpetradas por Hamás el 2023 en Israel y demás despropósitos terroristas inspirados en Alá.

Igual de discriminador es el judaísmo: en la biblia (Josué 10: 19-20), Jehová incentiva el exterminio de congéneres y la apropiación de tierras ajenas. Su intolerancia fue más lejos: “El que ofrezca sacrificios a otros dioses, en lugar de a Jehová, será muerto” (Éxodo 22: 20).

La limpieza étnico-religiosa iniciada en 1948 (Nakba) en Palestina y retomada últimamente con criminal delirio emula al Holocausto. No importa lo que digan que dijo Jehová.

Por eso, la Semana Santa debería ser ocasión para conmemorar también el martirio al que fueron sometidas infinidad de víctimas de la intolerancia religiosa y para reflexionar sobre Baruch Spinoza, aquel holandés de ancestros sefarditas que profesaba el acercamiento a Dios a través de la naturaleza y la razón. Sin rabinos ni curas ni ayatolas, sin fatwas ni bulas, y sin ritos.

https://prueba-upgrade.leerydifundir.com/wp-admin/

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 727 año 15, del 04/04/2025

No hay comentarios: