Juan Manuel Robles
"No estoy seguro de si es una trama criminal o una comedia negra"
Qué terrible es confirmar que la tesis de Patricia Benavides, fiscal de la Nación destituida y cuestionada, es un plagio casi completo. Es bochornoso el hallazgo y también las circunstancias en que vio la luz la tesis (que estaba oculta, oficialmente “desaparecida” según la propia casa de estudios). El Perú sembrado en los últimos 30 años está resumido en este escándalo. Una universidad privada de las que se fundaron gracias a las leyes del fujimorismo (creadas para el lucro y, sobre todo, para pagar favores políticos con monedas académicas, títulos dudosos con reconocimiento oficial). Una fiscal de la Nación sin brillos, que jamás ha mostrado capacidad de argumentación en sus apariciones públicas, es supuesta autora de una tesis doctoral calificada con magna cum laude. Y Andrés Hurtado, el recordado Chibolín, que encontró la tesis, una tesis que nadie había podido ubicar, se la llevó a Patricia Benavides para proponerle un trato: ella ponía a buen recaudo su preciado documento y él obtenía ayuda en su proceso por lavado de activos.
Chibolín, que en sus últimos años de estrella de televisión exigía públicamente que se lo llame por su nombre y no por su chapa de Risas y Salsa (y de manager de vedettes, más tarde), vio en la tesis una forma de salvarse. Tenía líos no menores: lo acusaban de haber pedido un millón de dólares a cambio de hablar con la magistrada Elizabeth Peralta, conocida en el ambiente como la “Madre”, para liberar un cargamento de oro —120 kilos en barras— que Aduanas había retenido y que, presuntamente, era producto de la minería ilegal. La Madre estuvo vinculada con Los Cuellos Blancos, se dice que era protegida de Benavides, y Chibolín se hizo su amigo: le regaló a la Madre un tratamiento estético de revestimiento dental, por canje. El odontólogo salía en su programa de los sábados.
Como un objeto mágico, como criptonita de papel, la aparición de la tesis que Benavides quiso esconder —porque verla iba a hacer evidente que ella no la había escrito— amenaza a superpoderosos y pone al descubierto una trama de corrupción y tráfico de influencias. No estoy seguro de si es una trama criminal o una comedia negra. Me da risa y también me da lástima. Y cuando imagino, en el piso ocho del Ministerio Público, las sonrisas simultáneas y gigantes de Hurtado y Benavides, me da pánico: la política peruana es El Conjuro.
Ni bien la tesis se hizo pública pasó lo que posiblemente Benavides temía: alguien reconoció, en el texto, su propia escritura e investigación. Se trata de Giovanna Vélez, abogada penalista. En pocas entrevistas, Vélez ha demostrado que su trabajo original fue copiado impunemente por la funcionaria, a quien acusa de plagiarla palabra por palabra, incluso en las conclusiones.
El artículo plagiado se llama “El Nuevo Código Procesal Penal: La necesidad del cambio en el sistema procesal peruano”. Leo el texto y pienso en los jóvenes estudiantes, los universitarios esforzados que no solo escriben sus tesis, ensayos e investigaciones con su cabeza y sus manos, sin plagiar, sino que lo hacen buscando una salida, caminos posibles, vías que nos permitan superar entrampamientos, fórmulas en beneficio de la sociedad. Hay quienes hacen sus investigaciones con ánimo de transformación y de utopía posible. Es algo que no puede ser tildado de arrogante; a lo mucho, de ingenuo; porque creer que el Perú puede cambiar desde la teoría intelectual es tenerle demasiada fe a un país corrupto, traicionero, en crisis eterna. Mucho más en el ámbito de las leyes y el derecho.
Hojear el escrito ajeno usado por Benavides me hizo pensar que, por cada tesis de un peruano estudioso convencido en que la realidad puede transformarse para mejor, hay una Vane que copia y pega en su camino de obtener títulos, no para aportar ni pensar sino como quien suma requisitos burocráticos en la carrera del poder. Por cada profesional que deja parte de su vida proponiendo un ensayo, aventurando una hipótesis, hay alguien que solo cumple, sin ningún interés de ver cambios ni mejoras, sino al contrario, para mantenerlo todo igual y ver la manera en que determinados títulos y grados ayudan a trepar más y tener cada vez más control.
Iba a terminar la columna diciendo que finalmente nos queda un consuelo: que en el Perú también existe gente buena y creativa, y ellos son los que valen. Pero de pronto me puse a mirar un poco más en la vida de la señora Vélez, autora real del texto que desenmascara a la fiscal suprema y la deja como una ladrona. ¿Y qué me encuentro? Que Vélez ha trabajado todo este tiempo de asesora en el Ministerio del Interior de Dina Boluarte. De hecho, en marzo del 2023 apareció en la prensa oficial justificando algo llamado el Protocolo de Atención a Periodistas, un mecanismo diseñado para que la Policía hiciera seguimiento a los reporteros que cubrían las protestas; lo anunciaba oronda, solo semanas después de las decenas de muertos que se cargó el régimen.
Entonces pensé que en el Perú también los que hacen sus investigaciones con sus propias manos, sus propias ideas y sus propias indagaciones terminan casi siempre en el lado oscuro. Porque casi todo es oscuro. Porque la calle está dura. Porque lo que se propone en un paper es una cosa y la realidad que te cae encima quince años después es otra. Digo: hasta quien escribe celebrando y analizando un cambio en el sistema penal —un nuevo código más humano— puede terminar sirviendo al despacho más comprometido de un gobierno que tiene las manos manchadas de sangre. Y no, no me pareció esperanzador. Me pareció un detalle más o menos previsible en esta película horrorosa con Chibolín, la Vane, la Madre que se arregla los dientes y un container lleno de oro, oro peruano a borbotones, como en el escudo nacional.
Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 753 año 16, del 10/10/2025
09/10/2025
https://www.hildebrandtensustrece.com/
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