Eduardo Adrianzén
Seamos honestos: no vivimos en un país tan civilizado que digamos. En un país realmente civilizado, un presidente no amenaza con patadas, ni llama imbéciles o comechados a nadie. Ni un ciudadano jamás diría: "roba, pero lo apoyo porque hace obras" sin sentir que al decirlo se humilla y se pone en cuatro patas. Ni existiría un alcalde que se "ofende" cuando se le exige cuentas de qué hace con nuestra plata, y se queda mudo alardeando de su impunidad. Ni Melissa Patiño seguiría en la cárcel. En un país civilizado, no habría congresistas que tienen como líder a un criminal. En suma, el Perú no es Dinamarca, ni Suecia, ni Holanda. Y hay un serio problema cuando los profesionales más cultos creen que aquí los eventos se leen y reflexionan como en esos países. Y –peor aun– que la gran mayoría piensa como ellos.
No, amigos de ONGs y Derechos Humanos. No, amigos intelectuales: mejor asumir la realidad. Estamos rodeados de gente que –por la razón que fuere– se siente representada por gárgolas como Alcorta y similares. Hay muchísimos que aplaudirían a los aprofujimoristas que esperan salivando ansiosos el más mínimo error de su parte para destruirlos y de paso liquidar todo lo que huela a democracia y ciudadanía. Por tanto, es demasiado lujo pretender que la mayoría interprete relativismos. ¿Los del MRTA son terroristas? Solo cabe decir: sí o no. Nada que "sí, pero ya no, de repente ni existen". Para el imaginario colectivo, todo terrorista fue, es y será el cuco, y por tanto existe y existirá hasta el fin de los tiempos. El análisis racional y las sutilezas que sirvan para ensayos sociológicos o para los entendidos, pero las percepciones emocionales son algo muy distinto. El Perú no es cartesiano: es realmente maravilloso, y últimamente de maravilloso ya no tiene nada y sí mucho de fascista. Muchísimo.
Esto no es Dinamarca. En lo único que se parece es en que –como escribió Shakespeare– aquí algo se pudre. Todos los días.
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