14 de febrero de 2009

El amor en los tiempos de la cólera


César Lévano
San Valentín ha de estar compungido. La crisis ha reducido la venta de las rosas rojas que los galanes solían entregar este día.

No es que se haya encogido el alma. Lo que ha bajado es el nivel de los ingresos, en tanto que aumenta la cifra de desempleados.

Paul Éluard, el poeta que devolvió a la poesía amorosa la ternura de lo eterno, reclamaba du pain pour tous, des roses pour tous (= pan para todos, rosas para todos). Resulta que cuando disminuye el pan, escasean las rosas.

Desde que el neoliberalismo instaló su dominio, las lacras del capitalismo se han agravado.

En días de su gran prosperidad, la empresa textil Topy Top imponía tales horarios de trabajo, que un joven de su personal declaró: “Si me piden que les diga cómo es la cara de mi mujer o de mis hijos, no puedo hacerlo. Salgo de casa cuando todavía duermen, y regreso cuando ya están dormidos”.

En un mundo sin corazón, el corazón padece.

¿Cómo van a celebrar el día del amor las esposas de los mineros sepultados por la inseguridad laboral?

¿Cómo lo harán los miles de textiles y mineros peruanos despedidos?

Y las madres y las esposas y las enamoradas y los hijos de las víctimas de la furia nazi de Israel, ¿cómo lo harán?

¿Qué sentirán los veinte millones de chinos que han perdido el trabajo? ¿Qué pensarán los cien millones de chinos que, según economistas que saben, pueden perderlo en los próximos meses?

Los trabajadores de Estados Unidos sin duda que no apagarán el I love you, pero millones de ellos han sido lanzados a la calle y la incertidumbre. Pueden llegar a 25 millones, calculan economistas severos. Puede estallar el tiempo de la cólera.

En el país del Tío Sam, el sistema capitalista neoliberal ha conducido a una catástrofe masiva. El problema no tendrá salida mientras el rescate financiero siga en las manos de la codicia y la corrupción que llevaron a la ruina.

Cabal sería allí que el Estado, aunque sea por cinco a seis años, como hizo Suecia, asumiera la administración de los bancos. Los privados no prestan hoy dinero porque temen quebrar.

El Ich liebe dich alemán no ha enmudecido. En realidad, Alemania es, gracias a la política social impuesta por los sindicatos y la socialdemocracia, uno de los países menos castigados por el azote de la crisis.

Francia, aunque castigada por la crisis, todavía escucha el suave Je t’ aime. Precisemos que el presidente Nicolas Sarkozy enfrenta la crisis con medidas sensatas. En el diario alemán Süddeutsche Zeitung del martes 10 leemos esta noticia: Sarkozy ha entregado un salvavidas de seis mil millones de euros a las fábricas de automóviles Peugeot y Citroën, con la condición de que no despidan a ningún obrero.

Entreguemos, contra viento y marea, las rosas rojas del amor y las amarillas de la amistad.


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