Yuyanapaq fue uno de los grandes aciertos de la CVR. Era previsible que en un país con una escribalidad tan deficiente como el nuestro, las imágenes tuvieran un efecto comunicador mucho más vasto y asimilable, menos vulnerable a la tergiversación. Recuerdo, al respecto, una entrevista que le hizo César Hildebrandt en la tv al entonces congresista José Barba Caballero, quien esgrimía las habituales patrañas en torno al Informe presentado ese día por la CVR: que defendía a los senderistas, atacaba a las FFAA, etcétera. Hildebrandt demostró de manera fehaciente, lectura de artículos al apoyo, dos cosas: 1) que las afirmaciones de Barba eran falsas y 2) que no había leído el informe. Luego agregó, con ese estilo lapidario que lleva la marca de la casa: “¿José, en qué momento te volviste bruto y fascista?”.
Negarse a levantar ese Museo en provecho de la memoria colectiva y la construcción de una sociedad digna y reconciliada es un gesto de la misma estirpe que la anécdota citada. El reciente premio a la película de Claudia Llosa es una prueba contundente del poder de elaboración de los relatos visuales. La única explicación que le encuentro a la negativa de nuestro régimen, aduciendo otras prioridades –en boca de ese difuminado personaje que representa nuestro Premier, imitando al Gato de Cheshire en Alicia en el País de las Maravillas, del cual solo se ve la sonrisa flotando en el aire–, es el miedo a la capacidad evocadora de las imágenes auténticas. Solo que la teta asustada, en este asunto, no es producto de una violación sufrida sino perpetrada contra los derechos de los más indefensos. El Museo de la Memoria podrá ser construido por privados, pero jamás tendrá el mismo valor simbólico de un Estado que asume sus responsabilidades, reconoce sus yerros y reivindica a sus víctimas (militares y policías incluidos). Una peculiar interpretación de la palabra Fraternidad.
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