23 de abril de 2009

El miedo

Raúl Wiener
El fujimorismo es el partido del miedo. La crisis económica agotó los nervios de los peruanos hasta hacerles aceptar un bestial ajuste que duplicó la pobreza en un solo día y nos redujo el ingreso promedio a niveles de los que no se ha recuperado hasta hoy, e instaló el mito de la “estabilidad”, al que han sido sacrificadas la posibilidad de desarrollo del país y de bienestar de las mayorías, para convertirnos en un paraíso de las inversiones externas. Del mismo modo, la violencia política puso a la nación en manos del autoritarismo que hizo creer que el golpe de Estado, las leyes de excepción, Montesinos, Hermoza y el Grupo Colina, Blanca Nélida Colán y Rodríguez Medrano, la prensa chicha y el Congreso de medianoche, eran necesarios para “salvarnos del terrorismo”.

Fujimori decía que él no hablaba sino hacía. Y por eso no presentó ningún programa en 1990, y abolió el debate político en el 95 y el 2000, para facilitar sus sucesivas reelecciones. Quiso hacer creer que él mismo era un programa, porque él tenía la “mano dura”, que no tenemos los demás, y sangre fría para tomar las decisiones. Y, por supuesto, había sabido armar un excelente servicio de inteligencia que le permitía estar siempre un paso más delante de todos. En realidad no tenía idea de lo que debía hacerse con el Perú, como no lo tiene su hija, que aspira ahora a la presidencia. La genialidad fujimorista consistió en descubrir las debilidades de la gente, el descenso brutal de las expectativas por el cuadro de urgencias que nos afectaba y que hizo olvidar las aspiraciones de otros tiempos al desarrollo, la participación social, la igualdad, los derechos políticos, etc.; el oportunismo de los empresarios que pasaron de Vargas Llosa al nisei en unos cuantos días; la falta de escrúpulos de la tecnocracia neoliberal que vio la ocasión para hacer “otro Chile”; y la facilidad con la que se podía corromper a los altos mandos y someterlos a su aparato de inteligencia.

Todo esto ocurrió, aunque no quieran recordarlo sus alabanceros (los explícitos, y los que dicen “a mí nadie me va a acusar de fujimorista, pero…”), que argumentan que lo que cuenta son los resultados. ¿Acaso no somos una economía neoliberal emergente gracias a Fujimori, aunque no sepamos si eso nos va a servir de mucho en la actual crisis global?, ¿no es verdad que en los 90 se acabó el terrorismo, aunque ahora estemos necesitando el regreso de la familia para volver a acabarlo? En fin, qué importan algunos muertos, o algunos millones en el bolsillo de los gobernantes, algunas licencias como el golpe de 1992, la re-reelección o la destitución de los magistrados, si nos salvamos de ser la segunda Camboya y de seguir pagando el pan con millones de intis.

Desembarazarse del fujimorismo fue una operación contra el miedo. Como se ve, quedó inconclusa. Ahora quieren hacernos creer que se vienen los remanentes, los narcoterroristas, los caviares, las ONG y el juez San Martín, como la nueva alianza siniestra de la que nos salvará Keiko, luego que libere a su papá.

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