Joseph Stiglitz
The New York Times
Los 500 mil millones de dólares o más propuestos por la administración de Obama para lidiar con los bancos frágiles han sido descritos por algunos en los mercados financieros como una propuesta ganadora sí, sí y sí. En realidad, es una propuesta ganadora sí, sí y no: ganan los bancos, sí, ganan los inversores, sí, pero no los contribuyentes.
El Tesoro espera sacarnos del lío por la vía de imitar el fracasado sistema del que el sector privado se sirvió para llevar al mundo a la catástrofe, con una propuesta caracterizada por un sobre-apalancamiento en el sector público, exceso de complejidad, incentivos insuficientes y falta de transparencia.
Detengámonos un momento a recordar lo que causó en primer lugar el presente lío. Los bancos entraron, e hicieron entrar a nuestra economía, en dificultades por la vía del sobre-apalancamiento, es decir, usando volúmenes relativamente pequeños de capital propio y endeudándose mucho para comprar activos inmobiliarios de altísimo riesgo. En ese proceso, se sirvieron de instrumentos manifiestamente complejos, como las obligaciones de deuda colateralizada.
La perspectiva de elevadas compensaciones proporcionó incentivos a los ejecutivos para actuar miopemente y arrostrar riesgos excesivos, no para prestar dinero con prudencia. Los bancos hicieron todos esos yerros sin que nadie lo advirtiera, también porque buena parte de lo que hacían se financiaba "fuera de los balances contables".
En teoría, el plan de la administración se basa en dejar que el mercado determine los precios de los "activos tóxicos" de los bancos, incluidos préstamos inmobiliarios excepcionales y títulos basados en esos préstamos. Pero la realidad es que el mercado no puede poner precio a los activos tóxicos mismos, sino a las opciones sobre esos activos.
Y una cosa no tiene que ver con la otra. El plan del gobierno, en efecto, entraña asegurar casi todas las pérdidas. Puesto que a los inversores privados se les ahorra el grueso de las pérdidas, lo que ellos "valorarán" serán sobre todo las potenciales ganancias. Eso es exactamente lo mismo que si te dieran una opción.
Considérese un activo que tiene las mismas probabilidades de valer o cero o 200 dólares al cabo de un año. El "valor" promedio del activo es de 100 dólares. Ignorando el interés, ese es el precio al que se vendería el activo en un mercado competitivo. Es lo que "vale" el activo. Con el plan del secretario del Tesoro Timothy Geithner, el gobierno suministraría cerca del 92% del dinero necesario para comprar el activo, pero sólo recibiría el 50% de todas las ganancias, y absorbería casi todas las pérdidas. ¡Menudo socio!
Supóngase que una de las asociaciones público-privadas que ha prometido crear el Tesoro está dispuesta a pagar 150 dólares por el activo en cuestión. Eso es un 50% más que su valor verdadero, y el banco está encantado de venderlo. Así que el socio privado pone 12 dólares, y el gobierno pone el resto: 12 dólares en "valor líquido", más 126 dólares en forma de préstamo garantizado.
Si en un año resulta que el verdadero valor del activo es cero, el socio privado pierde 12 dólares, y el gobierno pierde 138. Si el verdadero valor es 200 dólares, el gobierno y el socio privado se reparten a partes iguales los 74 dólares que restan tras devolver el préstamo de 126 dólares. En ese escenario de color de rosa, el socio privado más que triplica sus inversión de 12 dólares. Pero el contribuyente, que arriesgó 138 dólares, sólo gana 37 dólares.
Ni siquiera en un mercado imperfecto debería confundirse el valor de un activo con el valor de la opción al alza sobre ese activo.
Pero los norteamericanos se arriesgan a perder todavía más de lo que estos cálculos sugieren, a causa de un efecto conocido como "selección adversa". Los bancos elegirán los préstamos y los títulos que desean vender. Lo que querrán será quitarse de encima los peores activos, y sobre todo los activos que crean sobreestimados por el mercado (y, por lo mismo, fácilmente sobreapreciados por él).
Pero el mercado tiende a advertir eso, lo que llevará a una disminución del precio que se está dispuesto a pagar en él por esos activos. Sólo la voluntad del gobierno de cargar con pérdidas bastantes puede superar esa "selección adversa". Absorbiendo el gobierno las pérdidas, el mercado no se preocupa de si los bancos le están "timando" al vender los peores activos, porque el gobierno carga con los costes.
El problema principal no es de falta de liquidez. Si lo fuera, lo que funcionaría sería un plan mucho más sencillo: limitarse a suministrar fondos sin garantías de préstamo. El problema de verdad es que los bancos hicieron malos préstamos en una burbuja y se apalancaron enormemente. Han perdido su capital, y ese capital precisa ser reemplazado.
Pagar por los activos valores equitativos de mercado no funcionará. Sólo pagando de más por esos activos se logrará la adecuada recapitalización de los bancos. Pero pagar de más por esos activos lo único que hace es derivar las pérdidas hacia el gobierno. En otras palabras, el plan Geithner sólo funciona, si y cuando los contribuyentes registran enormes pérdidas.
Algunos norteamericanos temen la posibilidad de que el gobierno "nacionalice" temporalmente los bancos, pero esa opción sería preferible a la del plan Geithner. Después de todo, la F.D.I.C. [Federal Deposit Insurance Corporation] ya ha tomado otras veces el control de los bancos quebrados, y lo ha hecho bien. Incluso ha nacionalizado grandes instituciones, como el Continental Illinois (controlado en 1984 y devuelto a manos privadas unos pocos años más tarde) y la Washington Mutual (tomada el pasado septiembre e inmediatamente revendida).
Lo que la administración Obama está haciendo es harto peor que la nacionalización: es un sucedáneo de capitalismo, privatización de ganancias y socialización de pérdidas. Una "sociedad" en la que un socio roba al otro. Y esas asociaciones –con el sector privado en posición de control— generan unos incentivos perversos, peores aún que los que nos llevaron a este lío.
Así pues, ¿qué atractivo tienen propuestas como ésa? Tal vez sea el tipo de mecanismo à la Rube Goldberg, tan apreciado en Wall Street: artero, complicado y no transparente, susceptible de facilitar enormes transferencias de riqueza a los mercados financieros. Por lo pronto, le ha permitido al gobierno evitarse una nueva comparecencia ante el Congreso para pedir el dinero que se necesita para estabilizar nuestros bancos, y le ha permitido sortear la nacionalización.
Pero ya estamos sufriendo las primeras consecuencias con una crisis de confianza. Cuando se hagan evidentes los elevados costes del plan de la administración, la erosión de la confianza será todavía mayor. Y entonces, la tarea de recrear un sector financiero dinámico y resucitar la economía será todavía más ardua.
Joseph Stiglitz es profesor de teoría económica en la Universidad de Columbia, fue presidente del Council of Economic Advisers entre 1995 y 1997, y ganó el Premio Nobel de Economía en 2001.
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