El caucho fue el caso más importante de la historia, habiendo establecido un paradigma que se repite hasta hoy. Se trata de un esquema depredador del bosque y de agresión a los pueblos que lo habitan desde tiempos remotos. Los gobiernos nacionales proceden como si la selva amazónica no tuviera gente, como si fuera un espacio vacío e inagotable, que se trata de poner en valor.
Ayer fue el caucho, hoy son tres productos principales: petróleo, madera y minerales. En la era del jebe, se decía que era el reemplazo del salitre perdido en la guerra del Pacífico. Hubo un boom que se saldó por la eliminación casi completa de algunos grupos étnicos reclutados como peones sobreexplotados. El caso más notorio fue el del cauchero peruano Julio Arana, quien en el Putumayo oprimió a los huitotos casi hasta su exterminio, pero fue enjuiciado por esclavismo en Gran Bretaña, donde estaba asentada su compañía.
Ahora se está repartiendo la amazonía bajo forma de grandes concesiones. Por ejemplo en petróleo, desde el 2000 hasta hoy, el Perú ha multiplicado por diez el número de denuncios en la selva. La mayoría están aún en etapa de exploración, mostrando la voluntad de los gobiernos de esta década por multiplicar la actividad petrolera.
Lo mismo en minería. Incluso en zonas de frontera se acepta la presencia de empresas mineras extranjeras, que la ley no acepta en principio, salvo excepción. Por ejemplo, un área sensible, vecina a la cordillera del Cóndor, ha sido concedida a una minera, provocando la incomodidad de nuestros vecinos del norte, con quienes se había quedado en convertir la zona en un bosque natural.
Este tipo de políticas llega a un extremo en el caso de la madera. Sucede que, entre los árboles que se piensa talar, vive gente, animales y hay un ecosistema complejo y frágil. Si el bosque se corta en profundidad, se acaba la vida natural y humana que lo ha poblado desde tiempos inmemoriales. Por su lado, antes que sobre tierra agrícola, muy escasa en la selva, los árboles amazónicos se sostienen sobre capas de materia orgánica, que ellos mismos producen. En realidad, si se tala masivamente, se mata la capa orgánica que sostiene la cubierta vegetal. Es decir, no se podría reforestar, se convertiría en un páramo.
Esta política se ha condensado en una serie de decretos leyes que los amazónicos consideran atentatorios contra sus derechos ancestrales. Por ello pidieron su derogatoria y la obtuvieron, después de una gran huelga en agosto del año pasado. El gobierno retrocedió y el Congreso se comprometió a derogar esas normas. Incluso se nombró una comisión parlamentaria para revisarlas, que concluyó recomendando precisamente su anulación. Pero, no ha pasado al Pleno y en el entretiempo, el gobierno ha promulgado otra norma que profundiza el ataque al bosque. Se trata de la ley 29317, llamada ley forestal, que invita a sobreexplotar el ecosistema amazónico.
Por su parte, ellos están bien organizados. Quizá no tienen mucha llegada a los centros nerviosos del país. Pero, los pueblos originarios de la amazonía se mantienen reunidos alrededor de sus comunidades. Asimismo, han creado asociaciones modernas, como AIDESEP por ejemplo, que tienen una presencia muy superior a los gremios de costa y sierra. Los amazónicos son oídos a distancia, pero son fuertes porque son consistentes y manejan su territorio.
Están dejando sus ocupaciones habituales y se concentran en ciertos parajes de los ríos, interrumpiendo el tránsito fluvial. Sólo dejan pasar canoas. No se quedan mucho tiempo, aparecen y se disuelven, para volverse a reconcentrar en otro punto. Esta vez están decididos a ir hasta el final, porque sienten que han sido engañados. Que les prometieron y luego los mecieron. Las próximas semanas darán que hablar. Bien haría el gobierno en tomar las cosas con seriedad, porque los amazónicos cumplen lo que prometen.
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