El Primero de Mayo es una festividad mundial. Hoy, en los más diversos países, bajo sistemas políticos profundamente distintos y en las realidades culturales más diversas, millones de trabajadores manifestarán públicamente, reafirmando el indispensable protagonismo de los trabajadores en el desarrollo de la sociedad. La fiesta del Primero de Mayo es una de las manifestaciones más poderosas de la cultura popular contemporánea, y ofrece un espacio de reflexión y crítica necesarias ante las evidentes injusticias y absurdos propios de la sociedad contemporánea.
Como suele suceder con muchas festividades, en el origen de la fiesta del Primero de Mayo hay un hecho fundador, desgarrador y doloroso, que debemos siempre tener en la memoria: la masacre de Chicago, de 1886, donde decenas de obreros en huelga fueron asesinados y luego, pocos meses después, cuatro de sus dirigentes fueron linchados judicialmente. Recordemos y honremos los nombres de estos cuatro valerosos líderes obreros, que con sus vidas abrieron el camino a la libertad por el cual hoy transitamos: August Spies, George Engel, Albert Parsons y Adolf Fischer.
Ellos eran obreros e inmigrantes, sindicalistas y miembros de la Asociación Internacional de Trabajadores, en suma: un peligro público para una sociedad dominada por intereses cerrados y excluyentes. Y eran, sin duda, personas sensibles, cultas y generosas, capaces de comprender su tiempo y asumir las responsabilidades de la lucha colectiva por el progreso social. Agravantes suficientes como para que el poder establecido los considerase enemigos de la paz social y les aplicara arbitraria y brutalmente la pena de muerte.
Los asesinaron porque se atrevieron a creer que la democracia y la prosperidad también les pertenecen a los trabajadores y desposeídos. Suele suceder en todos los tiempos que los portadores de una verdad nueva sean crucificados. Era además un tiempo de barbarie, en que la lucha obrera podía costar la horca. Aún no están muy lejos esos tiempos. Hay lugares donde todavía es más o menos así, aquí mismo, en nuestro país. Que lo digan, por ejemplo, los pobladores que terminaron torturados en el campamento de la minera Majaz por protestar contra sus operaciones ilegales y su devastación del medio ambiente hace apenas dos años.
La masacre no logró el objetivo de intimidar y quebrantar la lucha obrera porque, desde entonces, el espíritu de los Mártires de Chicago ha sido el acicate moral de la lucha laboral de más de un siglo por la dignidad y el pan en todas partes del mundo. Su espíritu, ciertamente, también está presente en la lucha de los trabajadores peruanos, que hoy igualmente celebran en recuerdo de Nicolás Gutarra, Adalberto Fonkén, Delfín Lévano, Julio Portocarrero, Luis Negreiros Vega, Emiliano Huamantica y Pedro Huillca, entre tantos otros generosos luchadores sociales a quienes no debemos olvidar jamás.
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