Pedro Casusol
"Nos gobierna una presidenta a la que solo le interesa el maquillaje barato"
Ya no tengo duda: vivimos la era de los idiotas. Los tontos conquistaron el poder. Antes pensaba que el mundo atravesaba por una etapa de desgobierno, un caos propio de un cambio de época conforme nos vamos adentrando al final del capitalismo. Ahora pienso que, simplemente, nos gobiernan los idiotas. Porque son los idiotas quienes conducen el mundo al despeñadero. Llámenlo “idiocracia” o “caquistocracia”, como prefieran. El ejemplo perfecto viene a ser Donald Trump y sus desvaríos arancelarios.
A inicios de este mes, la Casa Blanca anunció nuevos aranceles para el resto del mundo, lo que cambiaba de un porrazo las relaciones económicas del planeta. El mandatario dio la noticia en una ceremonia a la que llamó pomposamente el “Día de la Liberación”, mostrando una tabla de cálculos sin ningún sustento técnico y que debe haber sacado del fondo de su imaginación. La tarifa mínima era de 10 %, se duplicaba para Europa y escalaba a 34 % para China. Aquel fue el pistoletazo de salida de una guerra arancelaria cuyo principal objetivo es la China de Xi Jinping.
Días después, el magnate devenido en presidente norteamericano afirmaba muy suelto de huesos que gobernantes de todo el mundo lo estaban llamando insistentemente para “besarle el trasero”. Ese era el objetivo, al parecer. No le importó que cayera la bolsa de valores, la inflación galopante o el fantasma de la recesión. Al menos por unos días, la medida incluso asustó a sus amigos, gerentes de grandes multinacionales. Incluso a Elon Musk, cuyos automóviles electrónicos se fabrican principalmente en China. A pesar de eso, Donald Trump estaba empecinado en continuar con su guerra arancelaria, quizás porque la terquedad viene siempre de la mano de la estupidez.
Al final, la “liberación” estadounidense de la supuesta opresión del mundo duró poco. A la semana, el gobierno de Trump se vio obligado a aplazar el tan mentado incremento de tarifas (excepto a China, que subió a un exorbitante 145 %, como para dejar bien en claro cuál era la verdadera intención del anuncio). Al menos por noventa días, tiempo en que los asesores de Donald Trump tendrán que sentarse a renegociar los tratados de libre comercio con todos los países que solían ser sus socios comerciales.
Y mientras esto ocurre, Musk continúa con el asalto a los organismos gubernamentales en lo que podríamos llamar una escalada fascista, que incluye una guerra abierta contra las universidades. Porque el gobierno de los idiotas, en su lucha contra el conocimiento, ha congelado miles de millones de dólares en fondos federales a universidades como Columbia o Harvard. Se trata de una venganza por las protestas que sus alumnos han protagonizado contra el genocidio del pueblo palestino por parte de Israel.
No solo es eso. El gobierno de Trump exige, además, que se ponga fin a los programas de diversidad y que vigile la orientación ideológica de sus estudiantes extranjeros. Una “idiocracia” de corte autoritario, por decirlo de alguna manera. Hasta el momento solo Harvard, una de las universidades más influyentes del mundo, se ha cuadrado frente a Donald Trump y a los cambios solicitados, calificándolos de ilegales.
En el Perú, como no podía ser de otro modo, la situación es extrema y nos arrastra a los límites de la estupidez. En plena ola delincuencial, cuando circulan videos que muestran a sicarios asesinando transportistas (son los sicarios quienes se graban, tal es el nivel de impunidad), un reo se escapa del penal de Lurigancho y en cualquier momento el crimen organizado llama a tu puerta, nos gobierna una presidenta a la que solo le interesa el maquillaje barato, la cifra engañosa, el enésimo estado de emergencia que no sirve para nada y la disposición absurda de las motos que nadie está dispuesto a acatar.
Juan José Santiváñez, censurado exministro del Interior que no hizo nada por solucionar el problema de la criminalidad, ha sido premiado con un cargo hecho a su medida en el despacho presidencial. Su oficina se llama Monitoreo Intergubernamental, donde me imagino que hará lo mismo que a su paso por el ministerio. Nada, excepto cuidar las espaldas de su jefa con las malas artes que ya conocemos. San Agustín decía que errar es humano, pero insistir en el error es diabólico. Lo que pasa es que el filósofo católico nunca imaginó el nivel de estupidez organizada que rige nuestros tiempos.
Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 730 año 16, del 25/04/2025
https://www.hildebrandtensustrece.com/

No hay comentarios:
Publicar un comentario