Ronald Gamarra
"El muchachón juerguero quiere hacernos creer que ahora es el sheriff del pueblo"
La imagen es un aspecto fundamental en la política, aunque no el único, ni el esencial. Los que por allí deambulan deben cultivar una figura positiva de sí mismos, y hay quienes son verdaderos artistas en la construcción de su retrato. De hecho, la mayoría desarrolla una versión que es muy diferente y, con gran frecuencia, hasta el polo opuesto de lo que son en realidad, esa verdad que solo ven sin ambages sus más allegados, los incondicionales que les administran y les guardan religiosamente los secretos… hasta el día en que reciben un mal golpe de su propio amo envanecido y entonces cantan sus miserias, o las filtran.
No pocos políticos están convencidos de que la imagen es una cuestión de diseño, impostación y difusión. Por lo general, ellos mismos imaginan e improvisan sus personajes, cometiendo en el camino muchos errores y cayendo en clamorosas contradicciones. A veces, si tienen los medios, buscan asesoría especializada. Los resultados, en nuestro medio, suelen ser deleznables. La gente no se traga el cuento tan fácilmente: la farsa es fácilmente descubierta y se convierte en pasto del humor y el desprecio popular. Pocas imágenes sobreviven a las pruebas más elementales de la política local.
Los políticos echan mano a recursos ya demasiado manoseados y la gente los conoce bien. Sin embargo, lo paradójico es que ciertos gestos, como repartir abrazos, dar apretones de manos multitudinarios, cargar y acariciar niños paternalmente, siguen surtiendo efecto. Pareciera que el problema no es el gesto mismo, por usado y conocido que sea, sino la convicción aparente con que se ejecute. Pero esto es muy elemental y no sirve para marcar la diferencia en la construcción de la imagen.
Lo ideal en la construcción de una imagen sería que ella contenga trozos importantes de lo que realmente es el político. De lo contrario, la verdadera personalidad empezará a aparecer al menor descuido o ante cualquier desafío, sea ocasional o mayor. La imagen debería ser consistente con la personalidad que pretende reflejar, pero sabemos muy bien que no es el caso. Los políticos peruanos usan máscaras cada vez más grotescas.
En estos días estamos asistiendo a una operación mayor de construcción de imagen, con maquillaje a fondo y una colección de disfraces que no para de crecer. Vale la pena seguirla con atención, pues pocas veces se tiene la oportunidad de observar en tiempo real cómo se improvisa y se crea la figura de un político que es una impostura total, cómo se perfila una imagen vendedora a partir de un producto sin valor. Un caso en el cual los constructores parten literalmente de cero.
Es el caso de José Jerí. ¿Quién era este señor hasta el día en que, por azar de la política, le tocó sustituir a la Boluarte? Un patita con una carrera gris, de poca monta, arribista y solícito con sus jefes. Un frívolo, a punto de estrenarse como cuarentón, muy interesado en la pornografía, seguidor de innumerables cuentas calientes en las redes y muy aficionado al comentario machista, sexista y arrecho. Un político como los que abundan en este Congreso.
Un político con suerte extraordinaria, eso sí, que llegó al Congreso con muy pocos votos porque descalificaron a otro, nada menos que Martín Vizcarra, lo que hizo posible su ingreso como accesitario; que alcanzó la presidencia del Congreso porque su mentora lo puso allí como cuota del pacto mafioso que monopoliza la mesa directiva; y que finalmente asumió la presidencia interina de la república porque le tocó el huachito milagroso de la vacancia de Dina apenas cuatro meses antes de las elecciones generales. ¿Méritos propios? Ninguno, salvo la ambición de ceñirse la banda presidencial cuando llegó la ocasión.
¿Qué nos quieren vender ahora a partir de este personaje más bien propio de la picaresca más gris y sin gracia de nuestro país? Pues las semanas transcurridas desde que juró la presidencia han sido un ejercicio intenso y bastante caótico de personajes impostados, de disfraces ensayados con mayor o menor fortuna, que el flamante presidente Jerí cambia como de camiseta sudorosa. Jerí parece una colección de personajes en busca de autor o, más precisamente, de actor, y vaya que se esfuerza en ello, por lo menos hasta el momento. Jerí parece convencido de que lo que no tiene de trayectoria lo puede suplir con imágenes improvisadas.
Así, en estos días se esfuerza por imitar a Bukele en la ropa, los gestos y la actitud del que todo lo dirige y lo controla en la lucha contra el crimen. El muchachón juerguero quiere hacernos creer que ahora es el sheriff del pueblo sin ley ni orden, dispuesto a desenfundar el revólver contra los bandidos. Y también lo hemos visto varias veces lucirse, como su modelo original salvadoreño, ante decenas de presos arrodillados y cabizbajos, que por cierto ya estaban allí antes de que fuera presidente. Bukele es su personaje central, con destellos de Rambo.
Pero aparte de copista de Bukele, Jerí, el juerguista, también se nos ha presentado como hombre religioso, cargando las andas del Señor de los Milagros y vistiendo el hábito morado de penitente, él solito, para resaltar entre sus ministros. No solo eso. Jerí también nos quiere convencer de su amor súbito por los animalitos abandonados, al punto de que los recoge de su abandono en las calles y se los lleva a criarlos en Palacio de Gobierno. Que todo esto suceda ante las cámaras de la televisión y la prensa solo es casualidad, por supuesto.
Como Jerí, el político juerguista y picarón, tiene que ponerse a tono con su investidura, el primer disfraz era el de un ciudadano irreprochable, para lo cual borró cientos de contactos calientes y cuentas porno de las que era entusiasta suscriptor. Y mantiene su presencia en redes, desde su cuenta personal, definiéndose como “presidente de la república y abogado animalista”. Quiere ser el hombre común que asume una responsabilidad grande.
Aparte de todo esto, ¿hay algo de fondo? Por ejemplo, ¿derogar las leyes procrimen de este Congreso, por las cuales él votó? No se oye, padre. Todo es imagen, humo de pajas.
Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 756 año 16, del 31/10/2025
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