El presidente de los Estados Unidos confunde al presidente de México con el de Egipto. Cree que El-Sisi es hincha del chavo del ocho.
El presidente de los Estados Unidos dice últimamente que se ha reunido con Francois Mitterrand y con Helmut Kohl, cuando ambos están bajo tierra (el primero en 1996 y el segundo en 2017).
El presidente de los Estados Unidos dice que su hijo murió en la guerra de Irak cuando, en realidad, murió de cáncer cerebral en el año 2015.
El presidente de los Estados Unidos no recordó el nombre de la organización terrorista Hamas y la llamó “oposición”. Y en Carolina del Sur llamó a Trump, su rival, “presidente en funciones”.
El presidente de los Estados Unidos balbucea, mira vidriosamente a nadie, se cae de las escaleras, babea mentalmente y sigue dándole a Israel autorización para seguir matando en Gaza y en Cisjordania. Y sigue pidiendo dineros interminables para Ucrania a ver si así logra el sueño senil que la industria militar le ha transmitido: humillar a Rusia, extender el dominio de la OTAN, borrar toda resistencia al proyecto global que entusiasma a Elon Musk.
Pero el presidente de los Estados Unidos puede perder las elecciones próximas.
¿Y quién ganaría?
Pues el candidato republicano, Donald Trump.
El señor Trump piensa como un fabricante de aguardiente de tabasco, tiene el cociente intelectual de un texano racista y representa mejor que nadie la depravación de la política norteamericana. Y él es la alternativa al viejo idiota y ardientemente criminal que hoy está en la Casa Blanca.
En Francia, el país que Petain simbolizó en todo su esplendor, el señor Macron insiste en hablar del envío de tropas de la Unión Europea a Ucrania. ¿Se atreverá Macron a ser un Napoleón de papel maché? Cuando Mali y Burkina Faso expulsaron hace poco a los franceses de una patada en el trasero, no vimos a Macron sacar la espada del general. Lo vimos, más bien, como lo que es: el jefe de cocina de esa Europa que se enfrenta a sus agricultores y es la chica de los recados de la administración norteamericana. Pobre Europa, en manos del cinismo. Pobre Estados Unidos, que ayer fue un referente en su lucha contra el fascismo.
El mundo es un fracaso y el mamífero narcisista que cree dominarlo, hiede.
La izquierda ha perdido la batalla, es cierto, pero la derecha con vocación de posteridad, también. La deriva de la política estadounidense no es hacia un conservadorismo más acentuado. Estados Unidos se dirige abiertamente al populismo autoritario de ultraderecha. Es Vox, pero en inglés y con chicle. No son ideas sino proyectiles.
Esa implosión mundial de valores ha llegado a la región a través de Javier Milei, que se jacta de despreciar los hechos, los sufrimientos, la cotidianidad doliente de los más afectados por la crisis y persiste en convertir en monarquía demente el mandato que le dieron las urnas.
Es un hombre obsesionado con un proyecto económico que exige, para cumplirse, una enorme concentración de poder. Como eso le es esquivo, Milei ha optado por situarse en el borde de la ilegalidad. El pronóstico es reservado. Lo cierto es que este anarco-capitalista argentino es el rostro veraz del gran proyecto que muchos otros, en Latinoamérica, maquillan con un poco de lenguaje y el consuelo de las promesas. Milei quiere, como la derecha chilena o peruana, un Estado-Policía que avale la distopía de un país donde los ricos accedan a la soberbia y el orgullo y los pobres entiendan que cumplen el papel de extras vitalicios en el gran rodaje. Son “Los diez mandamientos” producida por Estudios Chicago y dirigida por Milton Friedman.
En los suburbios de este mundo en llamas, está el Perú. La arterioesclerótica “The Economist” nos pone como ejemplo de economía que cuida el valor de la moneda pero no menciona que el 30% de la PEA es pobre y que la concentración de poder y riqueza alcanzan en este país niveles de escándalo. Nuestro sol vale obcecadamente lo mismo, pero con igual empecinamiento se mantienen la injusticia, la podredumbre política, el Estado ausente, el sistema de salud por los suelos, los colegios precarios, el fujimorismo dominante, la informalidad en modo de metástasis, el racismo taimado y la ignorancia como contraseña social.
Pienso en el mundo, pienso en mi país, y me pregunto, con el mayor de los egoísmos, si tengo escape. No encuentro, por ahora, la respuesta. Mientras tanto, miro los libros que tengo por leer.
Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 675 año 14, del 01/03/2024
https://www.hildebrandtensustrece.com/
No hay comentarios:
Publicar un comentario