5 de mayo de 2024

Perú: Cómo evitar ser cómplices

Ronald Gamarra

Los niños, las niñas y los adolescentes son únicos, diversos e irrepetibles. Esenciales por naturaleza. Saben lo que quieren y lo expresan con frescura innata. En sus pechos palpitan ilusiones, deseos y amor. Son titulares de derechos y no solo objetos de protección. Son actores con características propias y predicamento, personajes con potencialidades e iniciativa, sujetos que ejercen sus derechos de manera progresiva, protagonistas sociales con niveles cada vez mayores de autonomía personal. Seres que, precisamente, en el marco de esa ascendente autonomía de su voluntad y en ejercicio de su capacidad en constante crecimiento, pueden comprender su entorno y realidad, asumir responsabilidades sobre las decisiones que los afectan y desarrollar su propio plan de vida. Ocupan un primerísimo lugar en la familia y la sociedad. En suma, son ciudadanos. No son el futuro –dicho esto sin negar su poder para crear y recrear realidades con el transcurso del tiempo– sino el presente.

La niñez comprende una parte muy grande de nuestra población, la parte más prometedora y llena de futuro, la que un día habrá de tomar la posta de la responsabilidad en la sociedad. Esto, en principio, no es retórica o no debería serlo. El hecho es que un día, los niños y las niñas de hoy serán adultos y asumirán el rol que hoy desempeñamos. Deberíamos asegurarnos, entonces, de que cuando llegue ese momento se encuentren debidamente preparados, gozando de salud, con sus dotes desplegadas y desarrolladas, con la creatividad y el entusiasmo al tope. Tal como las cosas van, sin embargo, estamos preparando para la niñez un futuro adverso.

Las niñas y los niños son la última rueda del coche social. Esta es la realidad sin tapujos. Basta ver cómo están ellas y ellos en nuestros barrios, nuestras poblaciones, donde reinan la falta de salubridad y limpieza, la falta de agua y desagüe, la comida escasa y mal balanceada en los hogares, las escuelas precarias y la pésima calidad de la educación pública, la carencia de atención médica, la anemia y la muerte por enfermedades prevenibles, la falta abrumadora de áreas verdes y de recreación, el aire contaminado y tóxico que los niños respiran, el nivel ramplón de los medios de comunicación a los que están expuestos, la indiferencia absoluta de las autoridades hacia su problemática específica.

Aún no he mencionado lo peor. La niñez, nuestra niñez, es víctima directa y recurrente de un ambiente de violencia moral, física y sexual como no tiene igual en otros países de la región latinoamericana. Estamos entre los que viven una situación gravísima, de auténtica emergencia, y muy poco o nada efectivo se hace al respecto. Las niñas y los niños peruanos son víctimas de la violencia sexual en índices escandalosos para cualquier país de la región, sin contar con el subregistro de casos de esta naturaleza. La violencia física permanece constante, así como el tráfico y la explotación de niños.

El Estado tiene una parte gravísima en esta situación socioestructural y en esta violencia contra la niñez. Recordemos solamente, a manera de ejemplo, el trato dispensado por las autoridades de salud a las niñas embarazadas, producto de la violación impune que por lo general se perpetra en el propio hogar, niñas a las cuales los servicios públicos de salud se niegan a facilitarles el aborto terapéutico, condenándolas a correr el riesgo de una maternidad inaceptable a su corta edad, a veces inferior a los 10 años, que pone claramente en riesgo la propia vida y la salud de la niña. Solo en contados casos, la protesta ha obligado a las autoridades a cumplir con su obligación.

La niñez no hace marchas de protesta, no toma carreteras, no organiza lobbies y no vota. No tiene poder. Esa es la madre del cordero. Dominado nuestro país por políticos que transitan entre el oportunismo y la delincuencia, nada puede esperarse de ellos en bien de la infancia. Esos tunantes están allí para llenarse los bolsillos y saquear al Estado, al extremo que ya han conseguido devaluar la confiabilidad del país como sujeto de crédito internacional. Para esta clase política, todo existe solo en el corto plazo, el que les toque a ellos medrar del erario y sus privilegios. La niñez no entra en sus cálculos en absoluto. ¿Cómo hacer, entonces, para avanzar en los derechos de los cuales deberían gozar las niñas y los niños?

Es en esta circunstancia extrema que vivimos que debemos recurrir vigorosamente a las posibilidades civilizadoras del Derecho, con mayúscula. No el “derecho” de los picapleitos que se esmeran en enredar los conflictos para su propio beneficio, ni el “derecho” que los poderosos y los políticos manipulan gracias al poder y el dinero. El Derecho, en su sentido verdadero y profundo, puede ser un arma moral y jurídicamente poderosa, si se forma a su alrededor una opinión pública que respalde decididamente sus valores. El Derecho, con mayúscula moral, es el único instrumento que tienen de su lado aquellos que carecen de poder y dinero, aquellos que no votan porque no los dejan, porque no les reconocen capacidad para ello, porque dizque no tienen la edad suficiente, como ocurre en el caso de los niños y las niñas.

Tratándose de los niños, el Derecho ha desarrollado una serie de conceptos y procedimientos jurídicos en las últimas décadas, que aún están en proceso de ser conocidos, difundidos y aplicados. Nuestro país tiene a su favor que ha suscrito la mayoría de los más importantes instrumentos jurídicos internacionales sobre la protección y los derechos de la niñez y los ha incorporado formalmente a su ordenamiento jurídico, aunque no los aplique con la debida consecuencia y el necesario celo. En este campo, se aplica el dicho “por fuera flores, por dentro temblores”. Nuestro gran problema es la aplicación efectiva de las normas.

El gran obstáculo, actualmente, es la acción tóxica de una contracorriente antiderechos que se opone a gran parte de estas normas protectoras de la niñez por oscurantismo, fanatismo, prejuicios o simplemente por mera necedad. Como en el caso de su cerrada oposición a facilitar el aborto terapéutico a las niñas menores violadas y embarazadas. Como en el caso de su cerrada oposición a la educación sexual como parte del currículo educativo. Enfrentar y vencer este obstáculo costará un gran esfuerzo, pero hay que desplegarlo sin dudar. La niñez lo necesita para estar protegida como es debido.

En el campo de los derechos de la niñez, un principio fundamental, esencial, que es necesario conocer a fondo y difundir con la mayor amplitud posible es el Principio del Interés Superior del Niño, tema sobre el cual hemos desarrollado un libro en colaboración invalorable con el doctor Juan Pablo Pérez-León Acevedo, que pretende premunir de información teórica y práctica a los profesionales del derecho y a los activistas por los derechos del niño.

Debemos comprarnos el pleito de los derechos de la niñez porque, si no lo hacemos, seremos cómplices. La única manera de no serlo es contribuyendo activamente a hacer realidad sus derechos. Porque todos queremos para nuestros niños, niñas y adolescentes lo mejor que podamos darles.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 684 año 14, del 03/05/2024

https://www.hildebrandtensustrece.com/

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