4 de mayo de 2024

Perú: Thriller

César Hildebrandt

Recién lo supe el otro día: el Perú es un thriller. Eso lo explica todo.

Tenemos todas las características del género: siempre hay un crimen –o muchos–, un enigma, una red de encubrimientos, un montón de pistas falsas.

Pero a diferencia de la ficción, en el Perú no hay desenlace. Las tramas se acumulan, los asesinatos se renuevan, las máscaras cambian de cara. Las ciudades son sedes de la pólvora, negocios del degüello.

Somos un thriller. Vivimos en el suspenso y en la usurpación de roles: la Fiscal que servía a Willax tenía un alias y se juntaba en covachas con otros de su especie, los policías integran bandas, los periodistas “liberales” se zambullen en lodazales, los magistrados del TC obedecen a la mafia de la política, la “oposición” sostiene al gobierno, el gobierno no gobierna, Oscorima finge ser un dandy.

En las viejas novelas policiales, había que sospechar del mayordomo. En el thriller que somos, nadie se libra de la desconfianza. Hay coartadas débiles, explicaciones insuficientes, paraderos dudosos. Nada es lo que aparenta.

La incertidumbre nos rige. Chandler nos dicta el parlamento. Christie nos viste para el escenario. Nadie sabe qué pasará. Es la apoteosis de la ansiedad.

El senderismo mataba a los campesinos que decía salvar, los milicos mataban a los aldeanos que decían proteger. Hasta que un día llegó un nisei que prometió una salida de izquierda y produjo la derecha más bruta y achorada de todas las que hemos tenido.

El fujimorismo fue el clímax del suspenso. Los peruanos trataban de adivinar cuál sería la próxima jugada de esa Yakuza instalada en la plaza de armas y siempre se equivocaban. Fujimori organizó el caos, impuso la ley de la selva de los empresarios, castigó a los pobres que habían conquistado algunas cosas y declaró el mayday de la legalidad. Todo lo hizo para redimir un país que no era el suyo. Y ahora, como en los mejores ejemplos de películas de terror, ha vuelto a perorar y prometer. El zombismo potencia el guion de nuestra historia.

Un día regresó a gobernarnos, por segunda vez, el escarmentado Belaunde. Dio la impresión de que había aprendido, pero no era cierto: seguía siendo un virrey que rendía cuentas a la península. El Perú emprendió un gran capítulo de su novela policial: el del terror masivo y los cadáveres por camionadas.

Quien sucedió a Haya de la Torre citaba a Calderón de la Barca y sus aproximaciones a la muerte cuando, por lo que hizo y seguiría haciendo toda su vida, debió acudir a estos versos de Quevedo:  “No olvides que es comedia nuestra vida/ y teatro de farsa el mundo todo/ que muda el aparato por instantes/ y que todos en él somos farsantes…”

Antes de eso, los militares habían intentado renegar de sus ancestros (Benavides, Sánchez Cerro, Odría) y terminaron, con Morales Bermúdez, restaurando su alianza con las élites económicas.

Otro día, hace poco, llegó al gobierno el señor Kuczynski. ¿Tendríamos con él un gobierno sensato? No. Ni siquiera tuvimos oportunidad de saberlo. La heredera endémica del fujimorismo decidió que teníamos que castigar a quien la había derrotado y, aprovechando las debilidades dinerarias del sujeto, lo condujo a la horca pública.

¿Sería Vizcarra el líder de la restitución de los valores esenciales de una democracia? ¡Gran suspenso! ¡Gran decepción!

Tras el intervalo de un señor que recitaba a Vallejo cuando lo que tenía en mente era el hembraje que podía entusiasmar, llegó Castillo. ¿Sería este profesor rural, rondero y electoralmente inexplicable, el hombre que crearía un entendimiento nacional que nos sacara de la polarización? ¡Otro suspenso! ¡Otro gran chasco! Resultó que el señor Castillo, como el resto, no era quien decía ser.

Y entonces llegó la señora, la sucesora, la vice que el congreso consagró después de sondear su miseria moral. Con ella, el thriller del Perú discurre con pinceladas de comedia negra y vuelve a sus raíces clásicas: los mayordomos pueden ser los asesinos y las mucamas pueden alcanzar el joyero. Que venga Hércules Poirot y nos dé una mano.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 683 año 14, del 03/05/2024

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