22 de septiembre de 2024

Perú: Prensa a la medida

Daniel Espinosa

La gran prensa es fujimorista, siempre lo fue. Es fujimorista porque sus dueños y sus anunciantes son fujimoristas. El descaro con el que se manifiesta este sesgo se acrecienta o disminuye de acuerdo al clima político, tornándose francamente escandaloso en elecciones. La semana pasada, la muerte de Alberto Fujimori fue tomada como una suerte de licencia, y los pesos pesados del periodismo nacional se sacaron la careta democrática para rendirle tributo al dictador de manera abierta e irrestricta.

El resultado fue un espectáculo que queda para la historia, un colofón a la medida del autoritarismo que corrompió todas las instituciones democráticas del país durante la década del noventa y que aún nos sigue jodiendo. Lo de la semana pasada fue un homenaje bruto y achorado, un tributo a la antidemocracia.

Fujimori Kenya –nombre con el que el exdictador se presentó en Japón luego de darse a la fuga– se pasó una década y media “agonizando”, y apenas murió, el circo levantó su telón sin demora. Los dos encargados de dirigir el espectáculo fueron el Gobierno y la prensa corporativa; el primero decretó tres días de luto nacional y toda clase de honores, la segunda convirtió todo lo anterior en una oportunidad para reforzar varios mensajes convenientes.

Así, con sorprendente torpeza histórica, la gran prensa hizo suyo el descrédito del Gobierno de Boluarte y abrazó el legado de un sátrapa.

¿Cómo se explica tremendo descaro? ¿Por qué el periodismo –servidor esencial e indispensable del orden democrático– asumió el rol de plañidera de un dictador que malversó millones precisamente para corromperlo y secuestrarlo? La respuesta ya la adelantamos en el primer párrafo de este texto y no podría ser más sencilla: los más importantes anunciantes de los medios de comunicación masiva también financian al fujimorismo. Prensa y partido trabajan para los mismos amos.

Veamos. En años recientes, varios fiscales decentes y el periodismo independiente sacaron a la luz los aportes económicos que varios actores privados habían hecho en beneficio de Keiko Fujimori y sus fallidas campañas electorales. Entre los interesados en poner en Palacio a la primera dama de la dictadura figuraban Dionisio Romero Paoletti, del Grupo Romero, y Vito Rodríguez Rodríguez, del Grupo Gloria. Otros actores de peso del capitalismo criollazo le apostaron a Keiko a través de la CONFIEP, que también donó un par de milloncitos.

Si prestamos atención a los informes de “Ojo Público” (entre los que destaca “Los dueños de la noticia”, de 2017) veremos que los magnates mencionados y las empresas asociadas a ellos –los más notorios financistas del fujimorismo– controlan buena parte de la torta publicitaria peruana. Como señaló el medio mencionado, en lo más alto de la lista “...aparecen anunciantes nacionales del sector como Alicorp del Grupo Romero, uno de los más fuertes del país; y Gloria, involucrada en una polémica reciente por la composición de sus lácteos”.

A esta mala leche hay que añadir que, en periodo electoral, los dólares también viajan directamente desde los partidos hasta los medios de prensa –en sobres y maletines, como en los infames vladivideos–, incurriendo sin hacerse mucho lío en presuntos esquemas de lavado de activos, como cuando José Chlimper llevó 210,000 dólares de Odebrecht a “RPP” por encargo de Keiko.

Entonces, lo sorprendente hubiera sido que la prensa corporativa no se convirtiera en vocera oficiosa del fujimorismo. Mientras tanto, los necios siguen repitiendo que la publicidad privada permite que la gran prensa sea “independiente”. Por suerte, ese discurso –base de la teoría democrática en su versión capitalista– envejeció muy mal.

La propaganda de los últimos días se realizó convirtiendo los medios de comunicación en un gran panel integrado por partidarios y fanáticos. Uno tras otro fueron desfilando por delante de los micrófonos y las cámaras. Como las voces críticas fueron dejadas afuera por “decoro”, todo fue elogio y homenaje.

La impresión dejada fue que el Perú es un país eminentemente antidemocrático, una nación capaz de celebrar de manera rabiosa y masiva a un autócrata que varias instituciones internacionales han catalogado como uno de los gobernantes más corruptos de la historia reciente. La impresión dejada fue la de un país inmoral, capaz de celebrar sin asco a un gobernante que secuestró, torturó y desapareció a peruanos, lo que equivale a decir que sus vidas y las de sus deudos no valen un carajo (si esta representación del Perú fuera cierta, la hija hubiera ganado en primera vuelta).

Para simular un poco de balance, se habló de un personaje “controvertido”, o de “luces y sombras”. Peor aún, cuando se debieron mencionar crímenes juzgados y con sentencia firme, se habló, en su lugar, de “acusaciones”. Luego se ensayaron las justificaciones de siempre: “es que estábamos en guerra” y “no había alternativa”.

Al final, el sesgo se volvió tan flagrante –tan desatada la necrofilia– que no faltaron arengas del tipo “Fujimori salvó al Perú”. Esta es la narrativa que, en las últimas décadas, la gran prensa ha conseguido instalar en las mentes más impresionables y menos reflexivas. Aquí “RPP”, la señal del conservadurismo amable y el statu quo neoliberal, merece todas las menciones especiales.

Es precisamente evitando pronunciar el término “neoliberalismo” que la gran prensa recubre los limitados logros económicos del fujimorismo de una mística de la que carecen. Ni Alberto Fujimori ni sus ministros descubrieron la pólvora en ese ámbito, sino que solamente inauguraron de manera local el sistema político y económico que se venía imponiendo sobre la región desde Pinochet. El régimen Fujimori –asesorado por ese agente de la CIA que hoy reside en un penal del Callao– no habría durado dos años sin el apoyo del poder hegemónico, promotor del Consenso de Washington y amo y señor del Fondo Monetario Internacional.

¿Para quién “salvó el Perú” Fujimori? Los grandes beneficiarios de este orden son precisamente los grandes anunciantes de la prensa corporativa, que publicitan productos y servicios tanto como ideología. Por eso no dejamos de escuchar jamás el coro de elogios, incluso cuando el neoliberalismo ya ha sido completamente desprestigiado.

En 2024, nuestro país sigue siendo uno dolorosamente precario en el que más del 40% de la niñez sufre de anemia. Nuestra educación es la peor del mundo. Claro, la masificación de la falsa narrativa fujimorista no sería posible con un sistema educativo digno de ese nombre.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 701 año 14, del 20/09/2024

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