Juan Manuel Robles
"Pasó de ser el canal que resistió a Fujimori a ser el canal que consintió a la hija de Fujimori"
Ha muerto el periodista Jaime Chincha, uno de esos comunicadores que, sin ser muy incisivo ni demasiado crítico, sabía hacer las preguntas adecuadas para que los invitados se sentencien ellos solos, con sus propias palabras. No pocas veces sus entrevistas provocaron titulares y removieron la agenda. Chincha tuvo presencia televisiva con su voz engolada y esa imitación eterna de Jaime Bayly (que no evitó la consolidación de un estilo propio); supo torear las presiones y mantenerse en medios hegemónicos —Latina, Panamericana, RPP— pero en los últimos años terminó como algunos de los periodistas televisivos más populares, resistido por culpa de su independencia (como Juliana Oxenford y Rosa María Palacios), probando suerte en medios digitales
Su muerte se siente más por su relativa juventud —48 años—, que nos remite a la juventud primera de los días en que lo conocimos en las pantallas del cable. Es un golpe de nostalgia que nos lleva a un momento especial.
Jaime Chincha está en el álbum de los recuerdos del primer Canal N, lanzado en 1999 en el 8 de Cable Mágico. El canal de “El Comercio” llegó en pleno reino de la desinformación: Vladimiro Montesinos tenía tomados los medios principales con torres de billetes y casetes para el chantaje. La televisión de los Winter, de Schütz y Crousillat, la prensa de Calmell del Solar, todos le lavaban la cara al régimen mafioso, mientras en los quioscos, bien distribuidos y expuestos, los diarios chicha difamaban a políticos de oposición con acusaciones falsas e insultos bajísimos, digitados desde el SIN.
Canal N, con una independencia que se hizo patente desde el primer día, fue una espada ligera pero afilada para contrarrestar esa maquinaria de mentiras. En la resistencia de la prensa escrita estaban “La República”, “Liberación” (y “El Comercio” haciendo malabares). Pero no había nada en las pantallas que tuviera una posición no oficialista (que se atreviera a tenerla).
Esa nueva señal de cable llegaba irradiando optimismo. Porque surgía no de la aventura o la improvisación, sino del músculo de la corporación informativa más importante del país. Canal N fue el proyecto que nos hizo creer que el periodismo privado serio en televisión era posible. Era la modernidad enfrentada al fujimorato envejecido: en pleno cambio de siglo, con internet en alza, la tecnología iba a hacer inevitable enterarnos de más cosas, saber más en menos tiempo, mirarlo todo, minuto a minuto, como las cámaras livianas de esos periodistas que salían en moto a cubrir hechos que nunca veríamos en la señal abierta.
No era poca cosa. Contra los cínicos del oficio, Canal N era la prueba de que la empresa privada, la del capital gordo con todos los vínculos de poder imaginables, podía oponerse a un régimen peligroso, si era necesario. El desbande de Fujimori sentaba un precedente: a partir de ahora la clase gobernante sabría que la luna de miel con los medios privados se acabaría inmediatamente si se atentaba contra la institucionalidad, si se degradaba al país normalizando la corrupción, el abuso judicial y el autoritarismo. Y todo usando algo tan viejo como noble: la difusión de verdades.
Era un ejemplo insólito del poder empresarial bien encaminado. Pero era también algo más, y ahí aparece la estampa bisoña de Chincha: Canal N demostró que, una vez que esa decisión ejecutiva está dada, una vez que se da licencia para informar sin importar las presiones, los periodistas se contagian del espíritu y hacen suyo el proyecto. Mucho más si son jóvenes. En las fotos iniciales de Canal N hay una mezcla de buena voluntad y ganas de hacer algo grande.
Canal N parecía el síntoma de que el futuro nos esperaba con más libertad de contenido, y que el siglo se nos venía cargado de oportunidades. Alberto Cendra, uno de los artífices conceptuales de Canal N, explicó alguna vez la razón por la que había tantos periodistas tan jóvenes en el nuevo canal. “Porque no le tienen miedo a esto”, dijo, señalando a una computadora. Era cierto. Pero también se debía a que esos chicos querían hacer las cosas bien, mejor que la generación asustadiza que agachó la cabeza ante Fujimori, ayudar a dar un empujón final para limpiar el país.
Qué poco duró eso. Qué ingenuos todos, pensando que la corporación iría a pérdida solo para que nos informemos bien. Lo que no sabíamos es que estábamos frente a hombres de negocios, y esa deuda tendría que ser recuperada de una forma más o menos clásica: con buenas relaciones con el poder que viniera después, con pauta estatal asegurada (esos dineros que el asistencialismo social ya no recibiría). Información valiente cuando estábamos en peligro, sí, pero a cambio de mesura en el futuro. O de cosas más tristes.
Sería un poco cansador repasar el camino de Canal N a su decadencia actual. Baste decir que pasó de ser el canal que resistió a Fujimori a ser el canal que consintió a la hija de Fujimori. Que pasó de ser el canal que denunció la cobertura desigual de Fujimori frente a los otros candidatos presidenciales en el 2000, a ser el canal que instruyó a sus periodistas para destacar a Keiko y silenciar a Pedro Castillo por ser un “peligro para la democracia” (como denunciaron sus periodistas). De ser el canal que coprodujo el documental Fujimori y Montesinos, el dictador y su doble, a ser el de Mundos Paralelos con Francisco de Piérola, negacionista histórico, terruqueador. De ser el canal donde pasaron el primer vladivideo a ser un canal donde se siente supercómoda Cecilia Chacón, hija de Walter Chacón Málaga, el general de Montesinos; el canal donde Diana Seminario entrevista a Martha Chávez como en un té de tías. Donde Ernesto Blume —infiltrado fujimorista en el Tribunal Constitucional por años— se pasea como Pedro por su casa.
Y claro, el propio Chincha volvió a trabajar en Canal N cuando hacía tiempo que ya no era lo mismo. No lo criticaría, por supuesto. Es un recordatorio de que para los periodistas ese futuro optimista no llegó, y que, por el contrario, cada vez más buscar un espacio es buscar el mal menor.
Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 749 año 16, del 12/09/2025
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