Juan Manuel Robles
"El nuevo periodismo —el buena onda— es la práctica de escuchar las dos versiones (rebatiendo una sola de ellas)"
El Perú debe ser Disneylandia para los departamentos de imagen corporativa. En casi todos lados las grandes empresas ejercen presión en la televisión, la radio y los periódicos para que circule y se propague su versión de las cosas, para que se escuche a sus gerentes y sus CEO, para que sus jefes de imagen expresen sus argumentos y lamentos. Pero en nuestro país la cosa es más terrible, porque esos funcionarios cuentan con la infinita comprensión de la gran prensa. Es alucinante. Los periodistas de los medios hegemónicos —desde el más famosillo hasta el practicante— poseen un sentido común en favor de la empresa privada, a la que defienden como si se tratara de una población vulnerable o una especie en peligro de extinción. Sin necesidad de llamada alguna o directiva del dueño, sacarán las garras cuando vean que algo —o alguien— está poniendo “trabas a la inversión”.
No es solo el dinero indirecto de la torta publicitaria. Es algo más. Es una especie de “sentido común” sembrado en los noventa, durante la comilona neoliberal con pago de cupo a Montesinos (qué tiempos aquellos en que la extorsión tenía el monopolio de un solo capo). En esos años se impregnó en el alma de jóvenes y niños la idea de que la empresa privada —sobre todo la que tiene mucho capital— vive bajo la amenaza perenne de sujetos malvados a los que se dio en denominar “enemigos del progreso”. Hombres y mujeres de los que siempre hay que sospechar, porque no hay informe técnico estructural que justifique la maldad irresponsable de cerrar un mall.
¿Sabe cuánto dinero se pierde por cada hora en que un centro comercial está clausurado? El periodista sí sabe (el departamento de imagen le mandó la alarmante cifra en el ayudamemoria).
No importan los antecedentes de desgracias evitables en empresas grandes y supuestamente serias. Utopía. Larcomar. McDonald’s. Esos señores informadores siempre van a la defensiva.
Por eso cuando un alcalde dice en vivo que debe cerrar un mall, los periodistas cumplen su deber: hacer patente su indignación y resondrarlo. Cuando ese alcalde replica que la cosa es peor, que debido a lo observado en las inspecciones el local debería ser demolido y reconstruido, los periodistas pierden la paciencia.
—Ese local es una bomba de tiempo —resume finalmente el alcalde.
—La bomba de tiempo es usted —le responden entre dientes los periodistas ya con auténtica furia. Qué poca seriedad. Demagogo populista.
Cuánta fortuna tienen esos empresarios cuando quieren sacarse de encima regulaciones y trabas. Es como si poseyeran, desperdigados por todos los medios grandes, minions eléctricos con actitud de avengers o pirañas. Dispuestos a todo.
El funcionario de la compañía que se encarga de hacerle la prensa a la empresa “injustamente clausurada” tendrá otro trato cuando llegue al estudio. ¿Qué les responde a quienes sostienen…? ¿Qué intereses podrían estar detrás de la clausura…? ¿Su empresa lleva veinte años dando trabajo al Perú, esto afecta sus planes del año? Esperemos pues que las autoridades investiguen. Créanme: ninguno de esos periodistas ha contrastado las “dos versiones” o ha mandado a algún periodista activo de la empresa a que lo haga. Ese tipo de periodismo es una práctica obsoleta, emparentada con la mala leche, y debe evitarse.
El nuevo periodismo —el buena onda— es la práctica de escuchar las dos versiones (rebatiendo una sola de ellas).
—Debemos ser muy cautos a la hora en que se cierra un centro comercial tan importante —dirá el magnate que también resulta ser presidente del gremio de ingenieros:
—Es increíble que haya tanta burocracia —le responderá el periodista, amicalmente.
—Es lamentable el comportamiento del alcalde —dirá otro representante gremial con tono de gamonal.
(La periodista no le responderá absolutamente nada).
La relación es tan buena que los jefes de imagen pueden tener exposición y ser entrevistados luego para hablar de temas en abstracto (“cómo eliminar la burocracia en las municipalidades”, “el desafío de agilizar permisos”, “¿cómo ser más competitivos?”). La química es tal que a veces los gerentes de esas agencias de comunicación invitan al periodista a cenar, total resulta que tenían amigos en común, qué loco, y aparecen posibilidades en el horizonte. ¿Piensas trabajar en medios para siempre?
La puerta giratoria es la verdadera AFP de esta gente.
Por eso cualquier empresa que se vea “asediada” por medidas de control y seguridad sabe que tiene una atmósfera inmejorable para sembrar sus “ideas fuerza” por la fuerza; no solo puede defenderse en compañía de una voz amiga sino victimizarse a sus anchas sin que el periodista le haga ver que está haciendo el ridículo.
En el número anterior de este semanario salió un reportaje estupendo sobre el colapso del techo del Real Plaza de Trujillo, en el que se detalla cómo hace unos meses los gerentes de la empresa impidieron que los inspectores municipales subieran a revisar el techo (que ya se veía con problemas). No cooperaron con ellos (y eso que ahora se sabe que los pernos enormes de la estructura habían empezado a caerse). La seguridad de esos hombres —que mandaron seis abogados a intimidar a los funcionarios— se ve respaldada por el poder y el dinero, sí, pero también por la certeza de que los más importantes medios no apoyarán ninguna medida contra el local, que de suceder se activará la maquinaria de las marionetas: que el abuso de los alcaldes, que el desincentivo a los inversionistas, que el dinero perdido.
Ahora varios de esos periodistas reculan y se acuerdan de hacer su trabajo, hasta se exaltan, pero ya es tarde. El techo del mall, colapsado por lo que parece ser una negligencia enorme —que no sorprende—, mató a seis personas y cambió para siempre la vida de varias otras. Y la gente no es tonta; se da cuenta de que en las primeras horas de ocurrido el desastre esos señores periodistas decían “un centro comercial”. Hasta que ya no pudieron.
Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 723 año 15, del 07/03/2025
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