Mostrando entradas con la etiqueta Fake News. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Fake News. Mostrar todas las entradas

22 de julio de 2025

Perú: Canguros y candidatos

Patricia del Río

Las primeras elecciones en tiempos de IA nos colocan la valla más alta

Vaya que vivimos en tiempos de inteligencia artificial. Desde que se lanzó ChatGPT en noviembre de 2022 hasta hoy, el avance de la tecnología ha sido vertiginoso: lo usan los escolares para hacer sus tareas, los marketeros para sus campañas, los periodistas para sus notas, los bancos para detectar fraudes, los médicos para afinar sus diagnósticos… y la lista sigue. Según diversos estudios hechos en nuestro país, el 57 % de los trabajadores peruanos ya utiliza la IA en sus labores diarias, y el 99 % de quienes la usan opina que les facilita el trabajo. El mundo ha cambiado, y llegará el momento en que ni siquiera podremos recordar cómo vivíamos antes de esta herramienta. Mientras tanto, estamos en un periodo de adaptación y reconocimiento que no es siempre fácil. Por ejemplo, uno de los grandes retos que nos impone el avance diario de la IA es saber cuán confiable es lo que tenemos frente a nuestros ojos.

Hace como un mes, por ejemplo, se viralizó un video en el que una mujer discutía con el personal de una aerolínea porque no la dejaban embarcar con un canguro. En el video, que me llegó varias veces por distintos medios, la mujer argumentaba que debían dejarla subir porque el canguro era su animal de apoyo emocional. La situación era bizarra, pero el realismo del video hacía pensar que se trataba de un hecho verídico y debo confesar que por un momento casi me lo creí. Pero cuando investigué un poquito, caí en cuenta de que había sido creado con inteligencia artificial. Lo que más me sorprendió, sin embargo, fue la cantidad de personas a las que escuché narrar la anécdota como si fuera real. No se habían enterado de que se trataba de un video falso, hecho en broma por alguien con ganas de tomarle el pulso a la credulidad ajena.

¿Es grave no poder detectar si lo que vemos realmente ocurrió o existe, o si fue creado por una máquina? Depende. Si se trata de una anécdota graciosa que involucra gatitos, canguros o libélulas, pues, salvo quedar como unos pánfilos por habernos dejado engañar, no pasa nada. Pero ¿qué consecuencias puede traer que creamos imágenes o videos que afecten la honra o la reputación de otras personas? ¿Cómo se va a regular el uso de imágenes falsas diseñadas con el ánimo de dañar o difamar?

En 2026 tendremos una campaña electoral que se anuncia caótica. Lo más probable es que tengamos compitiendo a más de treinta candidatos a la presidencia, cada uno de los cuales arrastrará a 130 candidatos a diputados y 60 a senadores. Serán, además, las primeras elecciones atravesadas de lleno por la inteligencia artificial. En una contienda donde habrá más de cinco mil candidatos buscando un puesto, ¿quién controlará que los videos o fotos que nos lleguen como parte de la campaña sean reales? ¿Cómo sabremos si el candidato de turno realmente no quiso comerse un chicharrón o si se trata de un video trucado? ¿Quién nos advertirá que la escena en la que una candidata presidencial se mete un chape con su archienemigo es falsa? Es cierto que siempre ha existido la posibilidad de alterar imágenes, pero nunca antes había sido tan fácil, tan eficaz, ni tan accesible. Hoy, cualquiera puede hacerlo, y por más que salgan comunicados o el Jurado Nacional de Elecciones imponga sanciones, ya sabemos que desmentir una imagen viral es una tarea titánica.

En tiempos de inteligencia artificial, el verdadero poder no estará solo en quién diga la verdad, sino en quién logre convencer a más gente de que su mentira es cierta.

https://jugo.pe/canguros-y-candidatos/

https://www.leerydifundir.com/2025/07/peru-canguros-candidatos/

 

23 de enero de 2025

Los cuatro jinetes de la posverdad

Maritza Espinoza

Decir que la verdad, y no los migrantes, será la primera víctima del nuevo gobierno trumpista no es ninguna exageración. Las condiciones están puestas allí

Más allá del debate sobre si Donald Trump es el Mesías que hará América grande de nuevo, o el Anticristo que viene a arrasar con la democracia, o sólo un gigantesco fantoche naranja que se desinflará más pronto que tarde, lo que su triunfo electoral y consiguiente toma de mando ocurrida el lunes han dejado ver con nitidez es que estamos viviendo el Apocalipsis de la verdad y la demolición de la realidad.

Por lo mismo, ya se puede prever cuál será la marca de su naciente gobierno: el empeño de controlar a la masa -al punto de hacerla perder de vista la diferencia entre la verdad y la mentira, los hechos y las ficciones, la emoción y la razón- para lograr el poder absoluto, su objetivo mayor.

Es sin duda una nueva era en la que las armas no serán tanques ni misiles, sino la manipulación a gran escala. ¿Para qué? Para someter voluntades sin violencia alguna (Goebbels se pondría verde de purita envidia) y hacer que la gente ya no distinga los límites de la realidad, como ya se ve ahora con la multiplicación de terraplanistas, antivacunas y negacionistas de todo cuño. Es como si el frágil asidero de la masa con la realidad, la verdad científica y el pensamiento crítico se estuviera yendo al diablo.    

No hay antecedentes históricos. Los intentos del nazismo y el estalinismo por controlar a las masas empalidecen ante esto. Tal vez sólo la genial “1984”, de George Orwell 1984, se le acerca. Como usted sabe, la trama trascurre en un mundo en el que la gente es condicionada a vivir una eterna disonancia cognitiva donde caben, como verdades, dos pensamientos absolutamente contrapuestos. Orwell llama a este proceso “Doublethink” (“doblepensar”) y es la gimnasia mental de sostener como verdaderas dos opiniones o creencias contradictorias, incluso contra la propia memoria o sentido de la realidad. Y eso está ocurriendo ya en la realidad.

Por eso es tan rotunda la imagen que muestra a Trump junto a los tres hombres que tienen en sus manos la información privada de gran parte de la humanidad. No, no se trata (solamente) de mostrarse como un gobierno de oligarcas -que lo son-, sino de una advertencia nada velada que podría rezar así: “Sabemos todo de ti como para controlar todos tus actos y pensamientos”.

Elon Musk, el excéntrico milmillonario de los paseos turísticos a Marte y los autos inteligentes, es fundamental en el plan, porque, desde su plataforma X, puede amplificar cualquier mensaje al infinito. Para eso, ha modificado los algoritmos de su red social para viralizar más a quienes le son afines y eliminado, además, todo filtro para detectar bulos, mentiras, fakes o deep fakes.

Pero el verdadero as de esta estrategia de imposición de la posverdad es Mark Zuckerberg -recién enganchado a la carroza trumpista-, no sólo por ser dueño de Facebook e Instagram (que suman más de cinco mil millones de usuarios: más del 60% de la humanidad), sino porque tiene en sus manos WhatsApp, ese servicio de mensajería instantánea por donde pasan todas las conversaciones de cada ser humano. Es allí donde se cocinan las teorías conspiranoicas más alucinantes y se divulga la mayor parte de fake news.  

¿Y Bezos? Bueno, si bien Amazon no es una red social por la cual circulen opiniones o ideas, es una maquinaria gigantesca que ha logrado atontar al norteamericano promedio con el derroche descontrolado. Es el símbolo del más obsesivo consumismo que se haya visto en el mundo (más que sus contrapartes chinas, como Shein o Temu), porque, al afán “comprahólico” (“shopaholic”, en inglés), suma la posibilidad de la entrega instantánea. ¿Y qué mejor sujeto de manipulación que alguien enajenado por la dopamina del shopping ilimitado?

Entre los tres pueden convertir en realidad lo que Orwell describe en su grandiosa novela y que, sin duda, es el sueño de un Donald Trump que buscará perpetuarse en el poder y que, desde su narcicismo más afiebrado, piensa que es capaz de manejar la realidad a su antojo. Es decir, de convertirla en el universo de la posverdad.

Pero, ¿qué es la posverdad? El diccionario de Oxford la define como el fenómeno que se produce cuando "los hechos objetivos tienen menos influencia en definir la opinión pública que los que apelan a la emoción y a las creencias personales". Por su parte, el filósofo, británico A.C. Grayling ha dicho que “Todo el fenómeno de la posverdad es sobre: 'Mi opinión vale más que los hechos'. Es sobre cómo me siento respecto de algo (…) Esto ha abierto la puerta, sin querer, a un tipo de política que no se hace problema con la (falta de) evidencia”.

Decir que la verdad, y no los migrantes, será la primera víctima del nuevo gobierno trumpista no es ninguna exageración. Las condiciones están puestas allí. Multitudes de personas se revuelcan en sus cámaras de eco, sin capacidad de oír opiniones contrarias a las suyas, basadas sólo en sentimientos y emociones.

Hannah Arendt, en Los orígenes del totalitarismo, advertía: “El sujeto ideal para un gobierno totalitario no es el nazi ni el comunista convencidos, sino el individuo para quien la distinción entre hechos y ficción, y entre lo verdadero y lo falso, ha dejado de existir”.

Bueno, pues, Trump tiene a media humanidad preparada para adorarlo como el Gran hermano. ¿Qué más puede pedir?

https://larepublica.pe/opinion/2025/01/22/los-cuatro-jinetes-de-la-posverdad-por-maritza-espinoza-404272

29 de agosto de 2024

Imaginar el fin del capitalismo

Ekaitz Cancela   (Entrevista de Hernán Borisonik)

La velocidad a la que circulan las ideas conservadoras gracias a las redes sociales ha asestado un golpe profundo al sentido común progresista. Cualquier reacción que no responda con una agenda de transformación igual de radical está destinada a perecer.

¿Es posible programar la tecnología de manera que fomente la libertad y la autonomía humana en lugar de la expropiación y la alienación capitalista Esa interrogante recorre Utopías digitales. Imaginar el fin del capitalismo (Prometeo, 2024), el último libro de Ekaitz Cancela, escritor español que lleva una década investigando la intersección entre tecnología y capitalismo. Editado inicialmente bajo el sello de Verso Libros, este ensayo pone el foco sobre algunos experimentos, principalmente ocurridos en el Sur global, para plantear una alternativa a la hegemonía cultural de Silicon Valley y enriquecer el proyecto comunista.

Utopías digitales aborda, entre otros temas, la potencia nunca probada de los cables submarinos desarrollados por la India, los centros de modelación del clima de Brasil, la visualización y colectivización de las prácticas de trabajo en Chile, los experimentos en soberanía tecnológica de Argentina o incluso las lecciones que arroja el crédito social en China. Actualmente, Cancela trabaja para el Center for the Advancement of Infrastuctural Imagination fundado por Evgeny Morozov, un meta think-tank que desarrolla software, distribuye trabajos intelectuales y produce conocimiento. Está terminando un doctorado sobre la transformación del Estado en la era digital en la Universidad Abierta de Cataluña (UOC) y milita en la revista radical vasca Hordago-El Salto.


HB. En la introducción de Utopías digitales hablas de disputar la libertad y haces afirmaciones veladas sobre las políticas neoliberales de privatización que trata de impulsar Javier Milei en la Argentina mediante la conquista de todo el poder del Estado. ¿Cómo sobrevive el proyecto neoliberal y su defensa de la libertad de mercado?

EC. El triunfo de Milei es un fenómeno particular de la Argentina, pero nos dice algo a nivel abstracto o filosófico. Expresa un shock neoliberal, practicado como austericidio (aumento de la pobreza y la desigualdad, pauperización de las clases subalternas), que tiene como objetivo derribar ideológicamente la «modernidad popular» establecida en la época de Perón. En efecto, trata de estabilizar las turbulencias de la economía de mercado que afronta el país mediante la privatización de los activos públicos y la financiarización de la economía. La llamada «Ley bases» expresa eso: un intento por cambiar la Argentina en solo un mes.

Su ataque se dirige principalmente contra el Estado, hasta ahora entendido como una espacio para la redistribución colectiva de los recursos y el desarrollo; contra un modelo de sociedad altruista y colaborativo, en lugar de competitivo y egoísta. Además procura avanzar contra un tipo de economía, si bien atada a la relación capital-trabajo y la propiedad privada, con un carácter menos dependiente de las inversiones extranjeras o transferencias tecnológicas.

La vida bajo el régimen de Milei —y el uso de ese concepto es, per se, una innovación reaccionaria— se entiende como la libertad del capital para conquistar cada esfera de la vida. Su ofensiva política busca colocar al mercado como la única institución de coordinación social, lo que explica por qué la represión de los movimientos autoorganizados es tan importante. Es un proyecto anticomunista en un país donde esta ideología no existe, que ofrece una respuesta sencilla a las ambivalencias (políticas, culturales y sociales) de esta modernidad: «estás tú solo ahí fuera, sobrevive». No hay rastro alguno de «lo popular» en esa enunciación.

HB. ¿Cuándo se produce esta ruptura, si se quiere, epistémica?

EC. Como muestran los trabajos en sociología económica publicados en ese país, las reformas neoliberales se inician con Menem y se agudizan con la infame receta ajustadora de Macri. Pero el éxito de La Libertad Avanza, una iteración mucho más desacomplejada en lo que respecta a la profundidad de sus reformas de mercado, encuentra su explicación en la crisis del peronismo hegemónico a la hora de reaccionar ante la ofensiva neoliberal. De manera más concreta, es la reiterada incapacidad de la tentativa kirchnerista para reformar de manera radical las instituciones de la modernidad popular (o, más simplemente, asegurar el bienestar entre las capas sociales poco pudientes y trabajadoras, que eran el sujeto político del primer peronismo) la que lo explica. Este proceso se puso de manifiesto especialmente tras la recuperación económica de la mano de Cristina Fernández de Kirchner.

Al margen de las cuestiones materiales, también existe sobrada evidencia en otros lugares del mundo como para afirmar que la velocidad a la que circulan los marcos ideológicos conservadores gracias a las redes sociales, en propiedad de empresas de Estados Unidos, así como la incapacidad para desarrollar canales de comunicación soberanos (recordemos que Milei es un estúpido experimento mediático del kirchnerismo), ha asestado un golpe profundo al sentido común progresista y alimentado un perfil político absolutamente alineado con la hegemonía cultural de Silicon Valley. Cualquier intento por combatirlas que no responda con una agenda de transformación igual de radical está destinado a perecer.

HB. En el libro dices que la izquierda es incapaz de salir del marco de la Guerra Fría (el libre albedrío del mercado versus la planificación central del Estado) a la hora de pensar alternativas…

EC. En La larga revolución, Raymond Williams señala que la cultura es una de las esferas más estratégicas para superar la dicotomía Estado-mercado desde posiciones emancipatorias. Desde las filas socialistas, el debate ha girado sobre cómo distribuir y asignar los recursos. Pero los neoliberales han sabido politizar cuestiones más relacionadas con el ser y la existencia en la sociedad moderna. La pregunta que debemos hacernos es cómo despertar las partes más imaginativas del ser humano, articular el deseo desde la solidaridad de clase y el altruismo, colocando en el centro las actividades creativas y de cuidados para generar otra forma de valor —social y no de cambio—, descubrir nuevos procesos productivos y atisbar usos de la tecnología más sociales y sostenibles, así como encarar formas de trabajar colectivamente en proyectos posindustriales de los que sentirnos parte activa. Ese es el reto para cualquier visión poscomunista del mundo.

Me refiero a la importancia que, como muestra la economía digital, tienen los aspectos más mundanos y cotidianos de la estructura de sentimientos que organiza nuestra vida, eso de los que hablaba Williams cuando se refería a lo ordinario: lo que vemos y hacemos cada día, las instituciones necesarias para el aprendizaje y la coordinación entre seres humanos. Son procesos lingüísticos y comunicativos que cada vez más tiene lugar a través de redes sociales y aplicaciones de mensajería corporativas. Debemos impulsar «infraestructuras del ser», dispositivos tecnológicos, plataformas e incluso feeds que sean capaces de sacar lo mejor de nosotros mismos.

HB. ¿Cómo crees que se puede resignificar la libertad para plantear la batalla cultural en Argentina?

EC. Creo que tenemos que resignificar este término, quitárselo al neoliberalismo, para escalar todo eso que ahora se nos aparece como las únicas salidas al régimen de verdad actual. Necesitamos crear otros incentivos, circuitos de comunicación e intercambios de información para que toda esa energía humana se canalice de manera radical y pueda desembocar en una existencia digital que nos permita realizarnos como individuos que se relacionan en comunidad para alcanzar objetivos colectivos. No solo se trata de garantizar las necesidades (pan, techo, tierra y trabajo), sino de entender cómo la esfera de las libertades puede contribuir a un proyecto mucho más innovador, complejo y asentado sobre formas de emprendimiento no mercantiles, acciones que fomenten la igualdad y el bienestar.

Al fin y al cabo, tras la derrota en la lucha capital-trabajo, el «sujeto posperonista» se entiende a sí mismo como alguien que debe buscar alternativas para desarrollarse en economías populares, locales y autogestionadas, y que canaliza su ingenio en espacios culturales o sociales. Plantear la batalla implica reconocer eso que Marx expresaba en sus escritos filosóficos: la distinción entre necesidad y libertad, como hace Milei, pero con una agenda distinta a la destrucción de las clases desposeídas.

En cierto modo, en Argentina ya se opera desde los márgenes del Estado y el mercado como los conocemos actualmente. Me refiero al trabajo de artistas, militantes, académicos y otras profesiones avanzadas, donde convergen lo material con lo espiritual, lo gozoso con lo indispensable, la oficina con lo lúdico o recreativo.

HB. ¿Cuál es tu propuesta para crear instituciones para esa modernidad popular de la que hablas, en la que la necesidad y la libertad convergerían en un proyecto único?

EC. En cierto modo, Javier Milei ha triunfado porque su idea de libertad lleva más de una década en funcionamiento gracias a las herramientas de Silicon Valley. Ahora necesitamos instituciones para desarrollar todo aquello que promete el «modernismo sin mercado», como lo define Evgeny Morozov, una sociedad con hábitos y costumbres cada vez más complejas pero también diferentes, diversas, compuestas de distintas identidades definidas por los propios sujetos (como muestra la iteración queer del feminismo), cambiantes, pero sin que desemboquen en discriminaciones jerárquicas (raza, género, etnia y clase), sino en su abolición y en la posterior organización colectiva y democrática de la producción y la reproducción para solucionar los grandes problemas de nuestra época: la desigualdad y el calentamiento global.

HB. En la introducción hablas del proyecto de ARSAT (Empresa Argentina de Soluciones Satelitales) como garante de la soberanía tecnológica. ¿Qué rol puede jugar esta empresa pública —junto con otras instituciones culturales— a la hora de pensar en formas de desarrollo nacional distintas a la venta del país a los grandes capitales?

EC. Las infraestructuras del Estado, como ARSAT, deberían servir para sostener plataformas públicas digitales que permitan afrontar nuestros problemas así como las nuevas necesidades biológicas —en palabras de Marcuse, que escribía en los albores de Mayo del 68— de una manera más eficiente que el mercado. Las universidades públicas, pero también las galerías, museos, bibliotecas, filmotecas, centros de documentación (archivo e investigación), los circuitos teatrales, dado que operan como espacios dedicados a garantizar el acceso conocimiento y el arte y no la circulación mercancías, son un buen ejemplo del tipo de institución que podrían convertirse en pilares centrales de la modernidad popular y en un garante de la libertad creativa.

Diego Tatián afirmaba que la universidad es una institución «dedicada a la vida no universitaria y a prácticas de producción de un plusvalor ético-político que excede los intereses corporativos, profesionales, empresariales o estatales», y Micaela Cuesta, profesora de la Universidad Nacional de San Martín, añadía que nos permiten conocer nuestras determinaciones y anteponer a ellas una mediación institucional que garantice autonomía subjetiva y capacidad de autogobierno. Dado que existe esta potencia no realizada, ¿por qué no imaginar las universidades como motores para el desarrollo nacional?

Debemos reactivar todas esas instituciones de manera que permitan, además, la interacción entre distintas habilidades y disciplinas (ingeniería, arte, ciencias sociales, matemáticas, etc.). Las universidades deben ser espacios donde interactúan perfiles diversos y crean sinergias que hacen progresar a la sociedad. Son algo así como motores espirituales donde descubrimos quiénes queremos ser y cómo queremos aportar al resto de personas; un espacio de felicidad, pero también de trabajo digno, sin hambre y sin exclusión, como rezaban las manifestaciones en las calles de Argentina en favor de la universidad pública, la base para alcanzar la soberanía científica y tecnológica que después enriquezca al país, en lugar de sub desarrollarlo debido a la competencia con los países del Norte. Esta debe ser la base sobre la que debe erigirse el modelo civilizatorio alternativo al de Milei.

HB. ¿Qué rol crees que tienen las criptomonedas, como proyecto libertario, a la hora de consolidar los marcos neoliberales y llegar a esa nueva generación, milenial o Z, e insertarlas dentro de los circuitos del dinero en lugar de politizarlas?

EC. Antes de que estallara la burbuja de las criptomonedas (cuándo se derrumbó el precio de una parte de ellas, dejando a millones de personas sin ahorros) o se reconociera que la gran mayoría de las NFT eran en realidad un fraude, escribí que estos instrumentos financieros eran el producto de una pesadilla milenial.

Somos la generación más educada de la historia, con las mayores habilidades y conocimientos técnicos, capaz de imaginar otras formas de relacionarnos y existir en sociedad, pero todo ello se encuentra bloqueado. Somos víctimas de las dos grandes turbulencias económicas más grandes ocurridas a nivel sistémico en la historia (en Argentina, de hecho, cuatro: el Rodrigazo, en 1975, la crisis hiperinflacionaria de 1989, la bancarrota de 2011 y el estancamiento derivado del crash global al que asistimos desde 2012). Heredamos un mundo sin recursos y que se extingue.

Las élites se han esforzado en negar que es necesaria una organización de los recursos económicos y políticos a escala planetaria, y que esta debe recaer en los movimientos sociales. No han parado de poner en marcha experimentos digitales hiperpragmáticos contra el Estado, pero sobre todo contra la autorganización, para garantizar la supervivencia del sistema, sean las redes sociales, la inteligencia artificial o las criptomendas. Milei lo ha entendido perfectamente y ha instrumentalizado la situación económica (pobreza, incapacidad de ahorro, salarios paupérrimos) y existencial (nula formación financiera, falta de un horizonte esperanzador y un ácido individualismo ) para decantar la lucha del lado de los capitalistas, consolidando sus proceso de expropiación y explotación.

También ha comprendido algo que el kirchnerismo no: existe un tipo de sujeto o espíritu emprendedor entre los jóvenes al que se debe responder políticamente, no a través del mercado. La gente en este país es increíblemente creativa y, debido a las dificultades económicas de los últimos años, ha desarrollado la capacidad para montar proyectos y sacar plata de cualquier lugar. En lugar de canalizar esa agencia creativa, esa pulsión hacia el emprendimiento, de manera similar a como hacen los movimientos sociales o los espacios artísticos (es decir, para crear sujetos que llevan a cabo tareas de militancia política o son simpatizantes culturales), Milei lo ha orientado hacia la guerra entre individuos, aunque ya son varios los estudios que coinciden en que quizá no sea capaz de hacerlo. Las criptomonedas son un intento por solucionar los problemas del neoliberalismo, pero lo más probable es que terminen creando otros nuevos.

HB. ¿Existen utopías, tal y como las definís en el libro, que nos permitan imaginar una salida?

EC. Siempre existen afueras al sistema en las prácticas sociales de las personas y organizaciones que las imaginan y después las llevan a la práctica, especialmente en el Sur global. Pero hemos de quitarnos de la cabeza que las criptomonedas son herramientas descentralizadas o neutras: están al servicio de una agenda, en este caso la de los buitres financieros. Por ejemplo, pensemos, como hizo Ecuador, en una criptomoneda atada a las directrices del banco central argentino que además sea capaz de financiar proyectos colectivos que faciliten la integración económica del país, su cohesión y su movilización en favor de proyectos de desarrollo nacional. ¿Por qué jugar y ganar al estilo neoliberal, entrenando jugadores para luego venderlos más caros a cambio de criptomonedas con las que especular en una pirámide de Ponzi? De la mano de Andrés Arauz, incluso se crearon hackatones para mejorar la integración financiera de los ciudadanos y avanzar en tácticas para desdolarizar el país.

La base de nuestro pensamiento radical debe asentarse sobre la solidaridad, no la competencia, y después pensar en las tecnologías necesarias para llevar a cabo esta reorganización de la vida moderna. Existen muchos experimentos con valiosas lecciones sobre cómo llevarlo a cabo, pero antes necesitamos crear bloques regionales entre países progresistas, como los del Sur, que sean capaces de construir dichas infraestructuras de manera colectiva, con acuerdos comerciales asentados sobre la libre transferencia tecnológica, relaciones entre los distintos pueblos que permitan escalar las innovaciones derivadas y codificar todas esas prácticas dentro de un orden mundial alternativo, antisistémico. La alternativa es la austeridad, la guerra y la destrucción ambiental.

Ekaitz Cancela. Periodista oriundo del País Vasco que investiga las transformaciones estructurales del capitalismo, sus expresiones culturales y la posición de Europa en el mundo. Es autor de Utopías digitales. Imaginar el fin del capitalismo (Prometeo, 2024).

Fuente: https://jacobinlat.com/2024/08/imaginar-el-fin-del-capitalismo/

13 de abril de 2023

Perú: Rastros de mentiras

Gustavo Espinoza M.

Bajo el sugerente título de “Rastros de mentiras”, se exhibe en Lima una telenovela brasileña que muestra la descomposición y decadencia de los Khoury, una poderosa familia burguesa, atrapada por falsedades de todo orden. Escrita por Walcyr Carrasco, fue adaptada a la tele y llevada a escena con Antonio Fagundez y Susana Viera como actores estelares..

Capítulo a capítulo, la serie va poniendo en evidencia la  falsía, la doble moral, los prejuicios, las ambiciones y la falta de escrúpulos que caracterizan el mundo artificial en el que se desenvuelve la trama,  y que tiene como telón de fondo la mentira institucionalizada como base en ese mundo ficticio en el que asoma la “sociedad ejemplar” de nuestro tiempo.

Pues bien. Si tuviéramos escritores y guionistas de ese nivel, aquí podría producirse una obra similar recogiendo las acciones de personajes que podrían estar a  la altura de la circunstancia pues fundan su poder  precisamente en la mentira.

En otras palabras, de sus acciones fluye sin pausa un conjunto de rastros que evidencian la podredumbre que envuelve a un segmento de la Clase Dominante, que hoy se empeña en presentarse como un prístino modelo de respeto a la democracia y a los derechos de la población. Nos referimos, obviamente, a la cúpula gobernante.

No alcanzaría ni el espacio ni el tiempo, si quisiéramos abordar el conjunto de mentiras que sustentan el mensaje de los precarios inquilinos de Palacio de Gobierno y su círculo más íntimo de aliados y cómplices en distintas esferas de la gestión pública. Nos limitaremos, entonces, a aludir a lo que podríamos denominar mentiras monumentales, que no tienen parangón en la historia peruana y que han puesto al desnudo la fetidez de su esencia.

Quizá si la primera de estas mentiras descomunales, sea la que alude a la “sucesión constitucional” que encarna Dina Boluarte para ocultar su origen siniestro. Forman parte de ella, diversos episodios, desde el llamamiento de Otárola, antes de abril del 2021 para que se votara por Pedro Castillo en los comicios de ese año, hasta la promesa de Dina en el sur, cuando aseguró ante una multitud que ella “se iría del cargo” si vacaban a Castillo, Pero además, está el cuento aquel de que Castillo fue vacado “de acuerdo a ley”, sin proceso alguno, ni antejuicio, sin derecho a defensa y sin los votos requeridos.

Y la idea de una “sucesión” que implica una continuación, cuando lo que existe es precisamente un cambio absoluto de rumbo que desplazó del gobierno a quienes ganaron las elecciones y llevó al frente a quienes las perdieron. ¿No fue todo eso una gran mentira?

Pero también otras no menos espectaculares fueron las que nos hablaron de “las tomas de Aeropuertos” para justificar los crímenes, cuando los videos vistos mostraron disparos a corta distancia por parte de uniformados contra civiles inermes; de las “armas artesanales llamadas Dum Dum usadas por los pobladores contra la policía”, de los “Ponchos rojos venidos de la Paz, para provocar el caos”, de los “agentes bolivianos de inteligencia infiltrados entre la multitud”, y de la “autoría  intelectual de Evo” en los sucesos del sur. Y, para que nos se quede en el tintero, la historia de “el español”, construido alegremente como un tenebroso agente de Castillo, al que no conoció personalmente, y con quien nunca se reunió,

El caso del suboficial Sonccos Quispe muerto en Juliaca el 9 de enero, fue otra mentira monumental. Otárola aseguró impúdicamente ante el Congreso, que había sido “quemado vivo”  por los manifestantes en el interior de un Patrullero.

Hoy se sabe que fue muerto por un ex policía y su cómplice, en circunstancias distintas y por otras motivaciones; y que su cuerpo fue colocado sin vida en el vehículo policial luego incendiado por los asesinos, hoy capturados.

También lo fue, sin duda, el caso de los 6 soldados que perecieran ahogados en Ilave por clara negligencia del Capitán a cargo del destacamento, quien los obligó a intentar el cruce del río,  con todo el peso de sus vituallas, sin que lograran sobrevivir a la experiencia. También en la circunstancia, Dina y los suyos hablaron hasta por los codos,   responsabilizando del hecho a los Comuneros que demandaban su renuncia en otra circunstancia y en otro escenario.  

A todo esto hay que sumar las decisiones parlamentarias de un Congreso írrito aferrado con uñas y dientes a una función que no representa a nadie.  Ahí se mintió descaradamente con el cuento del “adelanto de las elecciones# cuando desde un inicio tanto Dina como los “legisladores” estaban por quedarse hasta el 2026 a cualquier precio. Allí, en la sede de la Plaza Bolívar, su otorgó la “confianza” al Gabinete Otárola pese a todas las mentiras y las muertes; y luego en las mismas, y aún peores circunstancia, se protegió a Dina para que “no se altere su gobierno”.

Ese mismo Congreso “salvó” de legítimas censuras a los ministros del Interior y de Defensa, no obstante estar aún fresca la sangre de las 70 muertes ya registradas; y al de Educación que consideró a las madres aimaras “peor que animales”, en circunstancia que todos conocen.  

Y si de mentiras se trata, no se queda atrás la titular del Ministerio Público, que no ha podido encarar el tema de sus Tesis y Grados. Ni mostrarnos, ni probar su existencia. También ella se defiende como gato panza arriba, acosada como está por el Consejo Nacional de Justicia, que ya le pide cuentas.  Y que suma una nueva mentira, cuando asegura que “investigará” los asesinatos consumados, y designa para ello a fiscales que no tienen que ver con el tema.

No se trata, en verdad, tan sólo de rastros de mentiras. Se trata más bien de mentiras monumentales las que tienen entre manos los gobernantes de hoy en nuestra martirizada patria.

Se publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

2 de febrero de 2023

Perú: ¿Un giro fascista?

Cecilia Méndez

Las mentiras pueden destruir la democracia”
-Federico Finchelstein

Primero murieron los partidos, luego nos quedamos sin políticos, después sin política, y por último, sin democracia. En menos de dos meses desde que asumió la presidencia, Dina Boluarte tiene en su haber casi medio centenar de muertos a manos de las Fuerzas Armadas y policiales. De seguir en este ritmo, y de no renunciar, como es el cada vez más fuerte clamor popular, podría terminar con 365 muertos en un año.

Solo el hecho de pensarlo es escalofriante. El verla a ella, al premier Otárola y a la mayoría congresal inflexibles en su decisión de aferrarse al poder mientras el país se desangra y se ensaña nuevamente con las mismas poblaciones que más sufrieron la violencia de los años ochenta y comienzos de los noventa —en su mayoría pobres de procedencia rural y quechuahablantes— rebasa lo que una persona en sus cabales intelectuales y emocionales puede aceptar. ¿Cuántos peruanos más deben perder la vida para que opten por la sensatez?

El hecho de que estemos contando muertos en vez de hablar de, por ejemplo, un plan de gobierno, sugiere que el Gobierno ha decidido reemplazar la política con las balas. No tenemos tampoco un equilibrio de poderes porque la condición para que Boluarte asuma la presidencia fue que el Congreso la libere de una investigación en curso, y ahora cogobierna con su ala de ultraderecha. Sin independencia de poderes no hay democracia.

La Fiscalía de la Nación no es garantía de independencia, y tampoco lo es el Tribunal Constitucional. Solo lo son los órganos electorales (y por eso hay un plan en el Congreso para neutralizarlos), y la Defensoría del Pueblo, cuya titular hace un excelente trabajo, pero es interina.

Súmese a ello los actos intimidatorios que ha perpetrado el Gobierno, como la arbitraria y violenta intervención policial en la Universidad Mayor de San Marcos, invadida por 400 agentes y una tanqueta, y donde vejaron y detuvieron a casi 200 estudiantes y huéspedes de diversas regiones que llegaron para aunarse a las marchas; la militarización del país; el estado de emergencia; el bloqueo de carreteras, que es parte del paro.

Las demandas de los manifestantes, más allá de la diversidad de grupos, se resumen en tres puntos que suman cada vez mayor aceptación en la población: la renuncia de Dina Boluarte, elecciones generales adelantadas al 2023 y referéndum para una asamblea constituyente.

Pero ni el Gobierno ni el Congreso ceden y mientras tanto se incrementan la violencia y el control militar del país. Ayer por primera vez ha habido un muerto en las manifestaciones en Lima: Víctor Raúl Santisteban Yacsavilca, de 55 años, originario de Yauyos, quien se aunó a las marchas y terminó fulminado por un impacto de bala en el cráneo. Reportes de testigos anotan que la represión fue especialmente fuerte esa noche.

La periodista Jacqueline Fowks anotó: “La policía disparó anoche a muchas personas a la altura de la cabeza en la manifestación en la av. Abancay”, añadiendo que desde que “empezaron las manifestaciones en Lima que piden adelanto de elecciones, esta noche del sábado #28E el comportamiento de la policía ha sido el más brutal”.

El primer muerto por la represión en Lima cruza una línea que muchos pensaron que el Gobierno no se atrevería a cruzar y presagia un camino todavía más tenebroso. El hecho de que ninguna autoridad salga a declarar prontamente después de que ciudadanos son baleados y brutalmente golpeados por las fuerzas del orden sugiere que la violencia estatal se está normalizando. Igual de preocupantes son los discursos de la presidenta, plagados de falsedades e incoherencias.

Ha llegado a sugerir sin evidencias, que en Puno, donde se cometió la peor masacre (21 personas ejecutadas extrajudicialmente), las muertes se produjeron por “armas artesanales” fabricadas por los propios manifestantes, y ha repetido el ya desmentido argumento de que los manifestantes recibieron armas de Bolivia, en curiosa coincidencia con las noticias falsas esparcidas por los tabloides del grupo El Comercio. Todo ello indica que otra de las víctimas del temible giro que el Gobierno está dando hacia una dictadura autoritaria con tintes fascistas ha sido la verdad.

En su libro A Brief History of Fascist Lies (Una breve historia de las mentiras fascistas) (University of California Press, 2020), el historiador Federico Finchelstein sostiene que “históricamente las mentiras han sido el punto de partida de las políticas antidemocráticas”. Recuerda, asimismo, que si bien para la filósofa Hannah Arendt, la política siempre ha tenido una relación tensa con la verdad, en el fascismo “la resolución de esa tensión implica la destrucción de la política. La mentira organizada define al fascismo”.

Por ello, en estos momentos en que ya se han perdido tantas vidas, es imperativo que los medios de mayor llegada a la población dejen de tergiversar los hechos e informen equilibradamente, sin disfrazar la violencia de la represión que se ha llevado la vida de casi cincuenta peruanos. Porque somos miles quienes seguimos los acontecimientos en vivo gracias a las tecnologías digitales y podemos corroborar cómo dichos medios desinforman, o simplemente mienten. No sea que cuando se decidan a hacerlo sea algo tarde y la violencia ya esté tocando sus puertas.

Por último, es imperativo dejar de estigmatizar a los manifestantes como “terroristas”, término que con frecuencia suele recaer más en las poblaciones campesinas que paradójicamente sufrieron más la violencia de los ochenta y noventa.

Considerando que otro de los ingredientes del fascismo es la polarización de la sociedad en dos campos y la construcción de un enemigo interno con características raciales o “étnicas” específicas, al que solo cabe matar, el terruqueo puede ser solo la antesala de las balas. Solo un compromiso sincero con la democracia puede evitar más violencia. Pero eso no podrá suceder sin ganar primero la batalla de la verdad.

https://larepublica.pe/opinion/2023/01/30/giro-fascista-cecilia-mendez-71753

28 de octubre de 2022

Perú: El ataque a la prensa

Juan Manuel Robles

El ataque más grande a la prensa no viene de Castillo, como dicen los periodistas que se victimizan y olvidan todas las mentiras que soltaron sobre el presidente, en portadas venenosas sin verificar. Durante la campaña y luego de la asunción de mando, la gran prensa ha tratado de propagar la versión, primero, de que Castillo tenía nexos con Sendero Luminoso y, luego, de que su presidencia era el resultado de un financiamiento turbio de los Dinámicos del Centro. Como eso no funcionó —Perú Libre ni siquiera estaba en la cúpula de poder—, pasaron a la acusación de traición a la patria (por un comentario sobre la pretensión de darle salida al mar a Bolivia). Así siguieron hasta que encontraron un caso de tráfico de influencias —sólido, aunque con colaboradores eficaces más bien flojitos—, y, en un afán de profilaxis temprana insólito en la historia nacional, convirtieron eso en la narrativa del gobierno “insostenible” que debe terminar cuanto antes. Lo interesante es que hasta hoy lo dicen todo con la misma convicción caradura con la que dijeron que Yenifer Paredes estaba huyendo a Colombia (mentira), que ciertos personajes del entorno presidencial están buscando asilo en la embajada de Venezuela y México (desmentido), y tantas cosas dichas y publicadas que resultaron no ser verdad.

Es una prensa canalla que convierte un pampón en un helipuerto y que usa las imágenes privadas de Palacio, muy posiblemente producto de la persecución política —una fiscalía que incauta cámaras en la casa presidencial—, para llenar su magazine mediático de figuritas: Pedro Castillo hace pícnic con su esposa, riámonos juntos.

Ese es el ataque más grande contra la prensa, y viene de la propia prensa. Cuando los periodistas dicen mentiras (por intención o por negligencia) se atacan a sí mismos, mancillan lo único que tienen para defenderse y su razón de ser: decir la verdad como forma de servicio público. Provocan dudas sobre la idoneidad de sus privilegios. La prensa goza de un blindaje social (cuyo emblema es la credencial respetable) porque tiene una función; si faltan a ese encargo, esas prerrogativas pierden sentido (de hecho, son peligrosas), del mismo modo que ocurriría si un miembro de la Cruz Roja usara sus accesos para espiar a uno de los bandos en confabulación con el otro.

Por eso tanta gente se ríe a carcajadas de la ceremonia de los micrófonos caídos. Por eso se ríe y aplaude cuando el presidente dice que esos medios son sesgados (que, por cierto, es una forma bastante suave de definir lo que hacen). Se ríen de esa prensa incluso los ciudadanos que no quieren a Castillo. Porque la propia prensa confirma su normalización del abuso de poder cuando, al día siguiente de las declaraciones criticando a los medios, una conocida periodista de televisión dice sobre el primer mandatario: “se está orinando en los pantalones”. Ningún control. Impunidad absoluta, cuando por menos que eso (si se tratara de otra autoridad) los anunciantes harían llamadas, que serían dócilmente aceptadas por el periodista y el productor general.

Cuando esos señores salen a victimizarse, se nota la frescura. Porque la incapacidad de Castillo no es más grande que la incapacidad de muchos periodistas prominentes de la gran prensa, que no se informan, que patinan con cosas que dañan honras, que no dudan de sus fuentes judiciales y castrenses, que responden a intereses privados que hicieron todo lo posible por evitar que gane Castillo. Incluso hay un canal que pertenece a un fondo de inversiones, o sea, está asociado a grupos económicos poderosos y su objetivo es hacer el mayor dinero en el menor tiempo. La cara visible de ese canal tiene también un alto cargo en una oenegé que vela por “las buenas prácticas periodísticas”.

Por si fuera poco, ese poder mediático traslada esas “verdades” a sus caricaturistas, a quienes da carta libre para terruquear; y a sus comediantes chistosos, a quienes incentiva a hacer lo suyo: en la radio, le ponen Dina “mita” Boluarte a la vicepresidenta, y colocan Flor de retama de música de fondo (risas grabadas). El terruqueo nunca es humor ingenuo; está ahí para reforzar la “verdad” que viene del área periodística.

El ataque autoinfligido (de la prensa a la prensa) no es solo un ataque. Es una demolición sistemática que lleva años. Atenta contra el carácter institucional del periodismo, aquello que lo hace el “cuarto poder”. La prensa ha conseguido que a la gente no le importe defenderla, que no sienta que su supuesto sometimiento —que solo existe en la paranoia derechista— le quitaría algo valioso.

Ese desprestigio no es un motivo de risa, aunque varios de esos periodistas nos parezcan cómicos. No solo porque sí hay periodistas valiosos que se merecen trabajar lejos de directivas sesgadas, ambientes tóxicos, libres de la presión de negociantes que creen en todo menos en la libertad de información. También porque la prensa tiene —solía tener— el rol de tutelar las verdades públicas, y eso es lo que tendrían que procurar los medios masivos. Llámenlo credibilidad, si quieren. Sin ese rol, hay una orfandad, un vacío, un estado en el que ningún ciudadano puede acudir a la prensa para informarse (como quien compra un mapa fiable). Es una versión tardía del sueño de Baudrillard: la realidad no existe, solo hay simulaciones virtuales hechas por quienes tienen los recursos para el montaje mayor.

Ese es el tema de fondo que los medios nunca pondrán en agenda: la necesaria restauración de la respetabilidad de la prensa, cómo lograrla, qué cambiar. Porque es evidente que ha llegado a un punto de agotamiento y crisis. El tema está ahí hace años pero ahora —por desgracia— es urgente, y no solo por la posibilidad del golpe de Estado.

Es urgente porque se viene Antauro Humala con su ímpetu y sus huestes, su radicalismo que encandila, sus ínfulas mesiánicas. Necesitamos verdades. ¿Esta prensa sesgada, incompetente, desinformada, bocazas, es la que nos informará sobre ese fenómeno? ¿Esa prensa que ya empezó a mostrar su frivolidad sin límites cuando fue a preguntarle a Antauro si es verdad que, en la cárcel, hizo manualidades de Hello Kitty? Me gustaría que alguien realice una encuesta con una sola pregunta: ¿Cree usted que la prensa peruana está preparada para informarnos verazmente del surgimiento de Antauro Humala? Quisiera ver ese sondeo, aunque ustedes ya conocen el resultado (y yo también).

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 608 año 13, del 21/10/2022, p12

22 de mayo de 2022

Perú: Letrados de las fake news

Juan Manuel Robles

Hay quien dice que no hay mayor estampa de la decadencia que la imagen del excelentísimo presidente de la República condecorando al señor Andrés Hurtado, alias Chibolín. Y sí, es problemática la escena. Pero personalmente no es la que más me inquieta en estos días oscuros. La ignorancia es una forma de vulnerabilidad —no la romantizo, pero entiendo en qué roches nos mete—; además, hay que decir que Castillo no es el primer presidente que accede a acercarse a quien —creo que cuesta asimilarlo— es un referente ineludible de ese subgénero que es la televisión de la caridad. Lo que a mí más me perturba, lo que me hace hundirme en desesperanza, es más bien ver a los señores del polo opuesto, los hombrecillos letrados, con cultura y hasta libros escritos, con vocabulario grande. Digo: ver cómo por culpa del triunfo de Castillo varios de ellos han sacado lo peor de sí, en un deterioro bochornoso y, me temo, irreversible.

Mencionaré a cuatro, aunque hay varios más. Jaime de Althaus, Fernando Rospigliosi, Pedro Cateriano y Hernando de Soto. Es cierto: que alguna vez hayan sido brillantes es discutible, pero sí tuvieron, cómo decirlo, estampa intelectual. Lucidez en el auditorio. Esa aura que un país del tercer mundo como el nuestro los coloca por encima de la muchedumbre y hace que se distingan de los comunes, quienes los tratan con una deferencia atarantada: ahí va el señor que habla en la tele y dice cosas tan inteligentes. Hombres de ideas que gesticulan y cavilan, que citan a pensadores y filósofos, que interpretan al Perú.

Nada se parece más a un fascista que un liberal asustado, dice el dicho. Podría aplicar a estos señores. ¿Pero el susto por el “comunismo” puede quitarte también todo el pudor para decir estupideces? ¿Puede descerebrarte? ¿Puede volver a un profesional riguroso en un chapucero mala leche? ¿Pasado cuánto tiempo estos dislates dejan de ser episodios temperamentales y pasan a convertirse en síntomas de un deterioro real? Es lo que me pregunto cuando veo a Fernando Rospigliosi “denunciando” con video que funcionarios del Ministerio del Interior cantaron Flor de retama, a la que califica de “canción senderista”. Flor de retama no es una canción senderista, como ha sido extensamente explicado (no vale la pena volver al tema). Esa canción es un patrimonio sentimental del Perú, y las lágrimas en los ojos de los ayacuchanos al escucharla nos habla de la censura tácita que hubo por años, justamente por la confusión y la represión. Pero al señor terruquero no le importa. Hace tiempo, Rospigliosi escribió El arte del engaño, una investigación académica sobre desinformación y propaganda. Quién diría que ese libro sería profético.

Jaime de Althaus es un periodista de mucha experiencia —fue director de “Expreso” y conductor estelar de Canal N— y autor de La revolución capitalista. Hoy no tiene problemas en usar su cuenta de Twitter para recircular bulos que desestabilicen al gobierno, como cuando dijo que el consumo masivo cayó en 7,3 %, llamando al pánico (lo que había caído era la venta de Alicorp). Se ha vuelto un hazmerreír de las redes. Sus fake news se combinan con una enorme majadería, lo que se vio una vez más esta semana, cuando quiso corregir la irresponsabilidad de lanzar una información falsa con una irresponsabilidad aun mayor: publicar la ficha de Reniec de la hija del presidente, una niña.

Pedro Cateriano es, con su paso al lado oscuro de Keiko Fujimori, el ejemplo más palpable del intelectual embarrado. Autor de El caso García —un completísimo compendio de los actos dolosos de uno de los presidentes más corruptos de la historia— hoy se dedica a lanzar fake news como si nada. Uno de los más notorios fue el video en que un bus de la Policía es apedreado por manifestantes (según él, demostraba el ánimo antigobierno, pero resultó ser una toma de años atrás). Hasta el día de hoy, el señor no borra esa información falsa. En su momento admitió que el video era antiguo, pero explicó que lo importante era la idea.

Hernando de Soto, que alguna vez fue voceado para Nobel de Economía, hoy es casi un charlatán, de esos que se pavonea de juntarse con grandes líderes (estrategia old school que también usó Carlos Manrique). Últimamente anda diciendo que él coescribió la Constitución de 1993 y que ahora mismo está en conversaciones con altos funcionarios de Estados Unidos para encargarse juntos de la amenaza comunista que maquina Vladimir Cerrón en alianza con el G2 de Cuba, Venezuela y Rusia. La embajada de Estados Unidos salió a desmentirlo. A pesar de eso, De Soto ha vuelto a sacar un comunicado en que anuncia un Frente Anticomunista en alianza con “centros de poder global”.

¿Por qué es relevante el caso de estos señorones? Porque algo no cuadra cuando personas que han ido a las universidades más prestigiosas se vuelven los reyes de las fake news. De hecho, algo apesta cuando eso ocurre. Porque son, aunque no lo quieran —y tampoco nosotros lo queramos— representantes de la cultura letrada. No son parte de la academia pero sí ejemplos de lo que la academia hace por una mente y una voz. Son el producto de eso que tanto se pregona hoy: las mejores condiciones de educación, con los mejores maestros de tu país. Con tesis que hicieron ellos mismos, sin plagios (dejemos de lado los problemillas que tuvo De Soto con los derechos de autor de El otro sendero). Personas que crecieron.

Y porque en un país donde la cultura está dinamitada, la educación es deficiente y el Estado no invierte en bibliotecas públicas, son ellos —no filósofos ni investigadores sociales— a quienes la prensa llama, escucha, respeta como analistas poseedores de sabiduría, con “estudios”. Cumplen un papel de intelectuales aunque no lo sean: el del hombre que se dedica a pensar. Nunca han dejado de llamarlos. Tienen palco vitalicio en las estaciones del poder.

Cuando los hombres “respetables” contribuyen al deterioro de la confianza, uno comienza a dudar de la educación en el Perú y sus rankings. Da pasto para ponerse cínico. Un periodista de una universidad “de las que sí” dijo en su programa que si él fuera dueño de una empresa no contrataría a egresados de la Universidad César Vallejo (por el asunto de la tesis de Castillo). La sola posibilidad de esa discriminación tan tajante es, a la luz de estos señores educadísimos, caballeros andantes de la mentira burda, un chiste de muy mal gusto.


Fuente: HILDEBRANDT EN SUS TRECE N°587, del 20/05/2022   p19

https://www.hildebrandtensustrece.com/suscripcion/tarifa

6 de mayo de 2022

Twitter ya no es bacán

Juan Manuel Robles

La compra de Twitter por el multimillonario Elon Musk llega en un momento en que ya existía la percepción general de que la plataforma no es lo que era, que estaba más lejos que nunca de ser lo que pudo haber sido. ¿Y qué pudo haber sido? Pues algo notable y revolucionario, una iniciativa con el poder de que más personas pudieran ser escuchadas, que cumpliera uno de los anhelos caros de los albores de internet: la democratización de las voces, la participación de más ciudadanos en el debate y las decisiones. El pensamiento sin intermediarios, sin permisos ni barreras, una realidad tecnológica que abría enormes posibilidades en un mundo desigual.

Quienes nos hicimos adultos en los noventa recordamos bien esa utopía realizable: Internet marcaba el fin de la Guerra fría, la red de redes era solo posible por el nuevo orden que se vendía como la presunta victoria de las “sociedades abiertas”. Y comenzando el siglo XX, Twitter confirmaba esa idea de la red como lugar libre, generador de trincheras e islas, que permitía desafiar el poder y romper el monopolio de la información.

No duró mucho ese entusiasmo. La bonita imagen de los descamisados sin voz uniéndose para hacer frente al poderoso —ese que tiene amigos en los diarios y de pronto se veía descolocado por el poder del pájaro— se desvaneció, anulada por otras energías.

Twitter, que incluso fue usada con fines estéticos e hizo que escritores probaran sus 160 caracteres para el viejo arte del aforismo y experimentos verbales (eran autores fascinados por la tecnología, como lo estuvieron sus antecesores por la imprenta y el teletipo), encontró su verdadero espíritu. Su propósito mayor, su esencia: la transmisión agresiva de pensamientos crudos.

Por primera vez en la historia, era posible lanzar un mensaje tal como viene a la mente, sin mayor filtro ni elaboración, como quien está en un bar con amigos. Solo que publicado a una audiencia que lo puede propagar, como un virus, y pasar de cientos a miles, millones de lectores.

Fue fácil notar que es el efectismo —no la razón— lo que se traduce en decenas de miles de retuits; en estrellas (cambiadas después por corazones). El reduccionismo vende. En Twitter no existe otra moneda de intercambio que la caricatura. Y cada una de esas reacciones, esos números en círculos celestes, nos generan un placer que se agota en el mismo segundo de su obtención: queremos más. La dopamina por el tuit que acabamos de publicar se convirtió en el leit motiv anticipado. Queremos sentir la química (el contenido pasa a un segundo plano). Algo que ocurre, más o menos, con las adicciones ludópatas.

Twitter pasó de ser el lienzo abierto para dar ideas e inventar pensamientos al caudal que nos roba la atención, nos confronta y nos pone tensos. Un lugar donde un día nos sumamos a un linchamiento —sin dar opción a que la persona matice— y al otro día nos vemos nosotros mismos bajo ataque. Algunos tienen cuero y hasta le encuentran el gusto.

El periodista Luis Miranda —el mejor cronista de los noventa— publicó en el 96 un texto sobre el Vikingo, un peleador de lucha libre que se caracterizaba por ser sucio y despreciable en el ring. En un momento el autor nos cuenta lo que el señor sentía cuando estaba de pie ante el público. “Odio era igual a aplausos para él (…) Pararse ante la gradería que escupía una lluvia de insultos era conmovedor, como estar ante un auditorio de pie que te arroja rosas”.

En eso pienso cuando entro a Twitter: en que el escupitajo es una rosa. Y uno vuelve por más. Ama que venga más. O cede ante la fuerza de la masa y sus gritos.

Y eso no democratiza ni construye. Eso no crea ni ensancha la mirada. Más bien da un arma a quien quiera golpear a sus adversarios y generar impacto. Quien mejor lo entendió fue Donald Trump, que llegó a la presidencia diciendo lo que “nadie se atrevía a decir”, o sea, siendo un patán, un misógino, un discriminador. Usó también algo que se volvería la gran característica de la red social: la mentira que impacta y nadie confirma, que genera dudas. El mayor malabar de Trump no fue usar fake news: fue usar Twitter para llamar al verdadero periodismo fake news.

Con Trump quedó claro que Twitter, en madurez, tenía actores extra: compañías que lograban multiplicar usuarios para que siembren narrativas y chismes a conveniencia. Twitter, esa isla virgen, se volvió un territorio donde los poderosos, como siempre, llevan la voz cantante. Y guardaespaldas con megáfono. Y huevitos como cancha.

Es muy simbólico que Musk sea un tuitero compulsivo, alguien a quien le gusta la red justamente porque es “una zona de guerra”. Y como vivimos en un mundo globalizado, nada queda tan lejos: “daremos un golpe de Estado donde nos dé la gana; asúmelo”, respondió Musk a un usuario que se refirió al golpe de Estado que sacó a Evo Morales en 2019 (y lo acusaba de que ese golpe había sido promovido por Estados Unidos para que Musk obtenga litio barato boliviano). Ese es el flamante amo financiero de Twitter (en un contexto en el que, aún sin él, la plataforma empezó a etiquetar a “medios afiliados a Rusia”, de manera selectiva y sesgada).

El usuario estrella es ahora dueño del juego. Lo interesante es que Musk es paradigma en un mundo en que, como nunca, la “gamificación” se halla en el corazón mismo del emprendedurismo. Cada etapa del camino al éxito de una startup está prefigurada en los videojuegos del siglo pasado (de ser “semilla” a atravesar el temible “valle de muerte”). Los emprendedores siempre han visualizado mundos que no existen, pero lo de ahora es enfermiza virtualidad que hace difícil el concepto mismo de límite.

Lo vemos en dos series que acaban de aparecer y que cuentan las historias reales de Travis Kalanick, fundador de Uber, y Elizabeth Holmes, de Theranos. Kalanick es un hombre que, en su ímpetu megalómano, usa la tecnología de geolocalización en los vehículos para huir de fiscalizadores municipales, y que cuando ve que los “taxistas” empiezan a pedir más dinero, encuentra como solución acelerar el desarrollo de autos sin conductor (se jala un ingeniero de Google). Holmes, la mujer que creó Theranos, hizo dinero con un sistema para detectar diversas enfermedades con una sola gota de sangre usando una máquina… que nunca llegó a existir ni a funcionar.

En ambos casos, los jóvenes visionarios tenían aliados dispuestos a apoyar sus ideas extremas: los millonarios de siempre, con poder político y capacidad de hacer lobbies.

Hoy Twitter tiene como dueño a un jugador de los grandes que posee el ímpetu de los tiempos. Yo no puedo dejar de imaginar que la red social tendrá algoritmos más finos que nunca —para que veamos un mundo moldeado a nuestras expectativas— y que se tomarán más medidas para silenciar a los supuestos enemigos de Occidente. Placer y censura, tan sofisticados que ni seremos conscientes. Y cohetes. Dosis diarias de cohetes preciosos atravesando la atmósfera.


Fuente: HILDEBRANDT EN SUS TRECE N°583, del 29/04/2022   p20

https://www.hildebrandtensustrece.com/suscripcion/tarifa

28 de marzo de 2022

La primera baja

Daniel Espinosa

Dicen que cuando estalla la guerra, la verdad es la primera en caer. La invasión de Ucrania, lejos de ser una excepción, ha renovado la intensidad de una guerra psicológica a la que estamos sujetos todo el tiempo. La propaganda nunca se apaga, solo aumenta o disminuye su intensidad.

La batalla por las mentes no da tregua; no se libra únicamente cuando vuelan los misiles y la diplomacia se convierte en silencios amenazantes, sino que solo recrudece. Si podemos rescatar algo positivo de esto es que, en tiempos de guerra, la propaganda se vuelve más grotesca y fácil de advertir.

Hoy, el mundo parece unido –de manera monolítica– en su condena a Vladimir Putin y la agresión de su gobierno contra Ucrania. O eso muestra la prensa. Lo que es seguro es que hay poco o ningún espacio para la duda y, como suele suceder en tiempos de guerra, cualquier disidencia es tomada por indolencia o traición.

ENEMIGO IRRACIONAL

La representación del líder enemigo como irracional y psicopático –puesta en práctica con endemoniado éxito en contra de dictadores como Saddam Hussein o Muamar Gadafi– existe precisamente para truncar cualquier debate.

No tiene caso, pues, discutir con aquel que es tomado por inherentemente vil, por irreversiblemente desquiciado. Todo análisis intelectual resulta superfluo ante quien representa la maldad encarnada y todo titubeo representa una afrenta contra sus víctimas, ya sean inventadas, reales o potenciales. Entonces, solo quedan la fuerza y, desde la década del noventa, este nuevo artilugio geopolítico: la invasión “humanitaria”.

En cuanto a la guerra que hoy tiene al mundo en vilo, se dice –previsiblemente– que Putin se ha vuelto loco. Quiere reconquistar lo que antes pertenecía a la Unión Soviética. Fantasea con una “Gran Rusia” y lo hace por su pasado como agente de la KGB, en su calidad de heredero rencoroso de la Guerra Fría. En ese sentido, el líder ruso estaría intentando hacer realidad un anhelo profundo, arraigado en una nostalgia nacionalista que forma parte de su mismísima identidad.  

En realidad, como señala el exasesor de Naciones Unidas Scott Ritter –uno de los pocos oficiales estadounidenses que se atrevió a negar que Saddam Hussein poseyera armas de destrucción masiva–, Putin está siguiendo una hoja de ruta definida en términos bastante racionales y comprensibles, una que ya había hecho pública durante la Conferencia de Seguridad de Múnich de 2007. Ahí, el presidente ruso habló de la imperiosa necesidad de un nuevo marco de seguridad para Europa que reemplazara al impuesto por EE.UU. a fines de la Segunda Guerra Mundial.

En Múnich, Putin condenó la intención estadounidense de dar forma a un futuro unipolar en el que solo la superpotencia norteamericana tendría derecho a un área de influencia y una zona de seguridad. Rusia demandaba que Ucrania, entre otras naciones de la desaparecida URSS, permanecieran neutrales. Sin embargo, desde la caída del muro que dividía Alemania, 14 países se han sumado a la Organización del Tratado Atlántico Norte (OTAN) en su vertiginosa expansión hacia el Este.

Para la prensa corporativa resulta incómodo hablar de cómo la OTAN y varios líderes occidentales fueron desechando sus promesas de no expandirse. La historia –materia detestable para el periodismo mainstream– no debe entrar demasiado en el análisis. La razón es sencilla: las ilusiones de superioridad moral y sensatez democrática occidentales se disuelven instantáneamente. Solo sobreviven en la ignorancia.

La otra razón por la que la historia solo aparece de manera superficial en el análisis mediático radica en que el objetivo detrás de su propaganda es suscitar sentimientos poderosos, no la reflexión y el debate.

Como explica Ritter: “En lugar de explicarles a los estadounidenses sobre las raíces históricas de las preocupaciones de Putin… o de lo impráctica que resultaría una teórica reconstitución de la Unión Soviética, la élite política de EE.UU. define a Putin como un dictador autocrático (no lo es), poseído por sueños grandiosos de un imperio global liderado por Rusia (no existe tal sueño)”.

VÍCTIMAS DE OJOS AZULES

Ni siquiera el horror de un nuevo conflicto bélico ha hecho que el mundo vuelva la cara hacia Yemen, donde ocho años de una guerra de visos coloniales ya se ha cobrado más de 300 mil vidas. Esta atrocidad crónica y normalizada es llevada a cabo por un aliado de Occidente y gran cliente de su poderosa industria armamentística privada: Arabia Saudí.

Quienes usan los medios masivos para dirigir la opinión y atizar ciertas antipatías adolecen de una profunda y bien conocida doble moral. En el fragor de la batalla, a algunos representantes del periodismo corporativo se les escapa ese tufillo racista que hace de trasfondo para su doble estándar. Una cosa es matar y bombardear a los miserables de siempre –en el Norte de África y el Oriente Medio–, y otra muy distinta es que los misiles caigan sobre europeos.

“Este no es un lugar, con todo respeto, como Irak o Afganistán, que han visto el conflicto durante décadas”, observó Charlie D’Agata, veterano corresponsal de la cadena estadounidense CBS, en Kiev, “esta es una ciudad… debo tener cuidado con mis palabras… relativamente civilizada, relativamente europea, una donde uno no esperaría que pase esto” (imaginemos lo que diría si no tuviera cuidado).

La BBC, por su parte, entrevistó a un burócrata del gobierno ucraniano unos días después de iniciada la invasión rusa. Ante cámaras, el ucraniano declaró: “Para mí esto es muy emocional porque veo europeos de ojos azules y pelo rubio siendo asesinados a diario por los helicópteros y misiles de Putin”. “Entiendo y, claro, respeto su emoción”, contestó el reportero de la cadena británica, sin inmutarse y volviendo rápidamente a lo importante: “¿Qué haremos para presionar a Putin?”.

Como dejaron claro Noam Chomsky y Edward Herman a fines de la década del 80, en su libro “Manufacturing Consent”, las víctimas “dignas”, es decir, las que veremos en la televisión y los diarios –y con cuyo dolor será justo y necesario solidarizarnos–, son las víctimas del enemigo de turno, el “malo”. Mientras tanto, las víctimas propias o de los aliados –como los yemeníes– serán omitidas. Nadie se pintará la cara con los colores de la bandera de Yemen (que la mayoría ni siquiera conoce).

LA TENÍAN EN LA MIRA

Como toda crisis, esta es también una oportunidad. Los regímenes de censura del “mundo libre” han aprovechado el actual conflicto para recortar aún más la libertad de expresión e información de sus ciudadanos. Continuando con su ataque sobre cualquier prensa opositora y no controlada, varios gobiernos “democráticos” decidieron suprimir, de una vez por todas, la señal de RT, la cadena de noticias rusa.

La acusan de hacer propaganda, por supuesto. Lo cierto es que le tenían ojeriza desde hace años. Incluso si damos por hecho que RT era un espacio para las operaciones psicológicas del Kremlin, siempre será mejor tener la propaganda de ambas partes, antes que solamente la occidental.  

Hace ya un par de años informábamos en esta misma columna sobre cómo el canal ruso venía superando la audiencia de varias cadenas de noticias europeas. Ellas, solo por citar un ejemplo, se negaban a darle su merecida cobertura a las marchas de los “chalecos amarillos”, un movimiento social que apuntó directamente contra la austeridad neoliberal y a sus servidores en la élite política, como Emmanuele Macron. RT, en su lugar, entrevistaba a los manifestantes y les daba pantalla de manera cotidiana. Ello le granjeó una enorme audiencia.

En Estados Unidos, la estrategia del canal del Estado ruso fue rotundamente exitosa: consistió en darles voz a periodistas que, por sus posiciones disidentes, no tienen lugar en las grandes cadenas de noticias mainstream. De pronto, profesionales reconocidos por su independencia, como el premio Pulitzer Chris Hedges –ex “New York Times”– o la corajuda Abbey Martin, tuvieron la oportunidad de dirigir sus propios programas de noticias y discusión política.

En Europa y EE.UU., RT tuvo éxito porque la gente estaba hambrienta de información independiente, así como de ventanas a través de las cuales airear su propio descontento. No era necesario –y hubiera sido contraproducente– usar la cadena de noticias para manipular a un público occidental deseoso de nuevas perspectivas. Así, para desprestigiar al establishment bastaba, simple y llanamente, con hacer algo de periodismo. Como los rusos supieron prever, el discurso democrático con el que el gobierno yanqui suele justificarse le impediría cerrar la cadena rusa fácilmente.

Varias “crisis democráticas” resolverían este inconveniente. En 2016, por ejemplo, la operación “fake news” convenció al mundo de que los últimos vestigios de la democracia liberal solo podrían resguardarse censurando masivamente las redes sociales. La pandemia de Covid-19 también sería aprovechada para crear nuevas justificaciones para la mordaza.

Pero no todo está perdido, pues cada vez más gente parece hacerse consciente de que la guerra que debemos ganar es aquella que la élite, el poder –que tiende siempre a la corrupción– libra de manera constante en contra de la masa.


Fuente: HILDEBRANDT EN SUS TRECE N°578, del 18/03/2022   p18

23 de marzo de 2022

El asesinato de la verdad ¿y también de la democracia?

Aram Aharonian

Los medios hegemónicos instalaron la guerra en el imaginario colectivo, cuando lo más sensato sería lamentar el conflicto por lo que éste implica en términos de sufrimiento humano y destrucción material e insistir no en la competencia por demostrar quién es el más fuerte, sino en la necesidad de una solución mediante el diálogo

El  mundo teme que la humanidad esté al borde de un conflicto militar de grandes dimensiones: ¿terminal? Hoy no solo asistimos a una extrema ideologización y parcialidad en la cobertura de los sucesos en Ucrania, sino que las mentiras y la manipulación del imaginario colectivo se ven potenciados en las redes sociales y llevan a la hipertrofia de una masa informativa fuera de todo control y verificación.

Una vez más, los medios de comunicación –incluyendo las redes sociales en mano de escasas corporaciones trasnacionales- actuaron de forma alevosa para generar un conflicto que sólo puede beneficiar a los vendedores de armas, las petroleras trasnacionales, que son los que han atizado el conflicto. La verdad es la primera víctima de la guerra, decía el griego Esquilo hace más de 2.500 años. Hoy sabemos que la mentira es un arma de guerra.

Los medios hegemónicos instalaron la guerra en el imaginario colectivo, cuando lo más sensato sería lamentar el conflicto por lo que éste implica en términos de sufrimiento humano y destrucción material e insistir no en la competencia por demostrar quién es el más fuerte, sino en la necesidad de una solución mediante el diálogo. Es lo que llaman la guerra híbrida, la mentira como arma y la verdad como víctima.

La frase que dice: “Gracias a internet te puedes enterar de lo que pasa en la otra parte del mundo”, queda cada vez más en evidencia que no es más que un slogan de propaganda, porque son los conflictos los que demuestran que las redes están muy lejos de ser neutrales y que pueden tomar partido a favor de quien le convenga, censurando, por ejemplo, las cuentas provenientes de Rusia.

Como siempre, la primera víctima de la guerra es la verdad. Uno de los primeros objetivos del periodismo de guerra es la llamada fatiga de la simpatía, que puede nacer fácilmente  con una abundancia de malas noticias. Los medios son usados como arma de combate en la nueva guerra ideológica. El discurso hegemónico se contrapone a un sistema democrático donde la pluralidad de información y de opiniones permite a la opinión pública a tomar sus propias decisiones.

La mayoría de la información y/o publicidad dirigida al gran público utiliza discursos, argumentos, personajes y entonación particularmente infantiles, como si el espectador fuera un niño o un deficitario mental. Pero el uso del registro emocional permite abrir la puerta de acceso al inconsciente para implantar, sembrar ideas, deseos, miedos y temores, o inducir comportamientos.

De eso se trata esta nueva guerra de cuarta o quinta generación, de manipulación sicológica, primero por los estados y ahora por las corporaciones, en la que estamos insertos, pero para la que no nos preparamos.

Se debe tener en claro que el tema de los medios de comunicación social tiene relación directa con el futuro de nuestras democracias, porque la dictadura mediática ha suplantado a las dictaduras militares. Son los grandes grupos económicos quienes son dueños o usan a los medios y deciden quien tiene o no la palabra, quien es el protagonista y quien el antagonista. Y plantean una realidad virtual, invisibilizando cualquier realidad adversa a sus intereses.

Gracias a sus poderosos algoritmos que pueden segmentar lo que vemos las redes construyen opinión constantemente. Son territorios cuyos dueños responden a los intereses de Estados Unidos. En la nota que Multiviral le hizo a Esteban Magnani, el periodista deja en claro que desde su concepción todas las plataformas digitales fueron parte de un plan geopolítico estadounidense que fue iniciado en plena Guerra Fría.

Facebook tomó la decisión de censurar cuentas de noticias provenientes de Rusia como lo son Sputnik o RT, dejando en claro que condenan el accionar militar encabezado por el presidente Vladimir Putin. Pero en sus cuentas hizo caso omiso a cómo durante muchos años se financió el grupo neonazi paramilitar “Batallon Azov”.

Así lo deja en claro el documento realizado por la ONG “Centro para la Lucha contra el Odio Digital”: «Los fascistas modernos radicalizan, reclutan a sus miembros en estas redes sociales en las cuales se sientan cómodos usando las plataformas para vender productos con sus símbolos, como si fueran marcas convencionales… se le informó a Facebook sobre este problema específico hace dos años, pero no tomó ninguna medida.»

Twitter, siguiendo la misma lógica que Facebook, también tomó partido en esta disputa y decidió añadirle una etiqueta –“medios afiliados al gobierno”-a las cuentas de periodistas que están cubriendo el conflicto. Sólo etiqueta así a algunos medios de algunos gobiernos del mundo, no a todos (ni a la mayoría) de los medios estatales no gubernamentales, tampoco a los que reciben la mayor parte de sus recursos de gobiernos para funcionar.

Martín Becerra señala que hay un obvio encuadre peyorativo en esa selección por conveniencia política. Con ello, Twitter muestra, tal vez sin quererlo, su propia «línea editorial» en la gestión de contenidos, tarea a la que alude como «moderación de contenidos”.

La pos-verdad y la no-verdad

La política de la “postverdad” se adueñó de América Latina, donde está proliferando una política sistemática de desinformación y de propaganda propia de los conflictos de baja intensidad), las guerras irregulares) o híbridas, en las que el desarrollo no es solo militar sino también económico, psicológico y propagandístico.

La manipulación informativa ha llegado a Internet y las redes sociales –que se convirtieron en escenarios de disputa y lucha ideológica donde el rumor, el bulo, la mentira y la falsedad se están convirtiendo en un ingrediente esencial – y los ciberataques son parte de la lógica de confrontación.

En el sistema de dominio imperial que rige en Latinoamérica, el discurso informativo es, al tiempo que espectacular, un discurso con frecuencia “terrorista”, legitimando y amplificando -mediante estrategias de propaganda- procesos golpistas o de intervención regional o local.

La noción “golpe mediático hace referencia –por ejemplo- a la guerra sucia contra Nicaragua, la represión contra movimientos populares en Colombia, el golpe en Honduras, el golpe parlamentario contra Fernando Lugo en Paraguay, la persecución judicial contra Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil, de Cristina Fernández de Kirchner en Argentina o el proceso judicial espurio contra Rafael Correa en Ecuador, el impeachmentcontra Dilma Roussef en Brasil o la manipulación informativa contra los gobiernos electos en Bolivia y Venezuela.

Estos golpes orquestados por la derecha –con financiamiento externo-  buscan “domesticar a gobiernos y recolonizar América Latina”, como señala el Nobl de Paz Adolfo Pérez Esquivel. Si la derecha no lo consigue mediante las urnas, apoyada por Estados Unidos, lo logrará mediante la destitución ilegal de presidentes, la privatización de empresas del Estado o la entrega de recursos naturales

Hoy en día, el valor de la información está más que nunca en cuestión. Los algoritmos o filter bubbles creados por Facebook dan a los usuarios lo que desean y, así, terminan generándoles mayor confianza que los contenidos publicados en los medios convencionales. Todo ello apunta a que el sistema mediático tradicional está cambiando… y no para mejor.

Fakes y la democracia latinoamericana

Sin dudas las noticias falsas y la desinformación –de las que hicieron gala Donald Trump y su alumno Jair Bolsonaro- suponen serias amenazas para las democracias de las Américas. Tanto si se trata de memes que alegan falsamente un fraude electoral, como de la promoción de los plátanos como cura milagrosa contra el COVID-19 en México, el bombardeo ha acelerado la tendencia que lleva una década de disminución de la confianza en las instituciones democráticas, al tiempo que ha causado innumerables muertes durante la pandemia.

El dominio estadounidense sobre las comunicaciones y la cultura de masas, junto con el liderazgo tecnológico en el ámbito de las telecomunicaciones y la industria militar, mantiene concentrado el poder global en manos de unos pocos. Esta dinámica permite, a su vez, bloquear o revertir procesos como la integración latinoamericano-caribeña, la ascensión de la izquierda o el movimiento indígena, obviamente desfavorables a los intereses de Washington.

Las elecciones en Colombia en mayo y particularmente en octubre en Brasil, serán una prueba importante.  Bolsonaro y otros líderes parecen decididos a proteger su “libertad de expresión” en internet, provocando un ola de mentiras (fake news) que pueden llevar a enfrentamientos en tribunales con las empresas tecnológicas.

Hechos como estos representan una buena oportunidad para volver a poner sobre la mesa la necesidad de conocer las reglas de juego de cada uno de los territorios donde se construye la comunicación. Entender que podemos usarlos, pero siempre siendo conscientes que son bajo las condiciones de quienes construyeron las
plataformas.

El mundo cambia, la tecnología avanza –hoy hablamos de mataverso, por ejemplo-  y nos arrinconan para pelear en campos de batalla equivocados o ya perimidos, mientras las corporaciones mediáticas hegemónicas desarrollan sus tácticas y estrategias, en nuevos campos de batalla…y nosotros seguimos reclamando la democratización de la comunicación y la información..

¿Comenzará otra colonización cultural? Lo cierto es que los estados, tras el parate de la epidemia, carecerán de recursos y deberán decidir entre pagar deudas o alimentar a sus ciudadanos

Aram Aharonian. Creador y fundador de Telesur, es comunicólogo y mágister en Integración, autor de varios libros sobre Comunicación (Vernos con nuestros propios ojos, La internacional del terror mediático, El asesinato de la verdad), y director del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).

17 de marzo de 2022

Las armas molidas

Eloy Jáuregui

Escribía Hemingway en su Adiós a las armas, en relación a la primera guerra mundial, que: “El mundo rompe a todos y después muchos son fuertes en los lugares rotos”. Y cierto, la novela no es una apología a la guerra sino una historia de solidaridad y amor en medio de los frentes de batalla. Y explicaba el escritor “que la primera cura para una nación mal administrada es la inflación de la moneda; la segunda es la guerra. Ambas aportan una riqueza temporal; las dos traen una ruina permanente. Pero ambas son el refugio de políticos y económicos oportunistas”.

Y nosotros sabemos de guerras. Desde la década de los ochenta la padecimos con un costo de 70 mil muertos y hasta hace solo 25 años con el rescate de la Operación Chavín de Huántar, aquel abril de 1997 tras la liberación de rehenes capturados 126 días por el MRTA en la residencia del embajador del Japón. En el ínterin, conocimos la penuria de la muerte en medio de la mengua de nuestras autoridades.

Y la guerra sigue en estos días. Veo con un ojo en RT, el canal de televisión ruso en castellano cómo se maneja la información. Y con el otro ojo lo que afirma la CNN y cierto, recupero una frase del senador estadounidense Hiram Johnson en 1917, que decía que la primera víctima de la guerra es la verdad. Eso que hoy llamamos fake news, es decir, la desinformación en todo su esplendor. Acaso la diarrea impuesta por Donald Trump o los episodios anteriores en Afganistán para buscar a un Bin Laden que no estaba en ese país, Iraq y las armas de destrucción masiva que no existían, “rebeldes y libertadores” en Siria y Libia que resultaron ser terroristas islámicos, serbios a los que se les bombardeó por el delito de “invadir” su propio país.

Y hoy frente al drama de Rusia invadiendo a Ucrania no queda otra que hallar las razones en la voracidad de los conglomerados económicos y las sanciones aplicadas por la Unión Europea y por Estados Unidos. Es decir, un teatro geopolítico que profundiza la relación de Rusia con China. Mientras, siguen los bombardeos y los muertos y en Lima no camina la Línea 2 del tren eléctrico y sube el peaje, el pan está al doble y te roban el celular.

A parte de rezar, solo nos queda instalarnos en un pensamiento crítico –que no es igual a, que ya ni en la paz de sepulcros creo– y convencernos que las fake news impiden la construcción de un juicio racional y bien formado. Todos tienen sus razones pero yo también tengo la mía.