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23 de enero de 2025

Los cuatro jinetes de la posverdad

Maritza Espinoza

Decir que la verdad, y no los migrantes, será la primera víctima del nuevo gobierno trumpista no es ninguna exageración. Las condiciones están puestas allí

Más allá del debate sobre si Donald Trump es el Mesías que hará América grande de nuevo, o el Anticristo que viene a arrasar con la democracia, o sólo un gigantesco fantoche naranja que se desinflará más pronto que tarde, lo que su triunfo electoral y consiguiente toma de mando ocurrida el lunes han dejado ver con nitidez es que estamos viviendo el Apocalipsis de la verdad y la demolición de la realidad.

Por lo mismo, ya se puede prever cuál será la marca de su naciente gobierno: el empeño de controlar a la masa -al punto de hacerla perder de vista la diferencia entre la verdad y la mentira, los hechos y las ficciones, la emoción y la razón- para lograr el poder absoluto, su objetivo mayor.

Es sin duda una nueva era en la que las armas no serán tanques ni misiles, sino la manipulación a gran escala. ¿Para qué? Para someter voluntades sin violencia alguna (Goebbels se pondría verde de purita envidia) y hacer que la gente ya no distinga los límites de la realidad, como ya se ve ahora con la multiplicación de terraplanistas, antivacunas y negacionistas de todo cuño. Es como si el frágil asidero de la masa con la realidad, la verdad científica y el pensamiento crítico se estuviera yendo al diablo.    

No hay antecedentes históricos. Los intentos del nazismo y el estalinismo por controlar a las masas empalidecen ante esto. Tal vez sólo la genial “1984”, de George Orwell 1984, se le acerca. Como usted sabe, la trama trascurre en un mundo en el que la gente es condicionada a vivir una eterna disonancia cognitiva donde caben, como verdades, dos pensamientos absolutamente contrapuestos. Orwell llama a este proceso “Doublethink” (“doblepensar”) y es la gimnasia mental de sostener como verdaderas dos opiniones o creencias contradictorias, incluso contra la propia memoria o sentido de la realidad. Y eso está ocurriendo ya en la realidad.

Por eso es tan rotunda la imagen que muestra a Trump junto a los tres hombres que tienen en sus manos la información privada de gran parte de la humanidad. No, no se trata (solamente) de mostrarse como un gobierno de oligarcas -que lo son-, sino de una advertencia nada velada que podría rezar así: “Sabemos todo de ti como para controlar todos tus actos y pensamientos”.

Elon Musk, el excéntrico milmillonario de los paseos turísticos a Marte y los autos inteligentes, es fundamental en el plan, porque, desde su plataforma X, puede amplificar cualquier mensaje al infinito. Para eso, ha modificado los algoritmos de su red social para viralizar más a quienes le son afines y eliminado, además, todo filtro para detectar bulos, mentiras, fakes o deep fakes.

Pero el verdadero as de esta estrategia de imposición de la posverdad es Mark Zuckerberg -recién enganchado a la carroza trumpista-, no sólo por ser dueño de Facebook e Instagram (que suman más de cinco mil millones de usuarios: más del 60% de la humanidad), sino porque tiene en sus manos WhatsApp, ese servicio de mensajería instantánea por donde pasan todas las conversaciones de cada ser humano. Es allí donde se cocinan las teorías conspiranoicas más alucinantes y se divulga la mayor parte de fake news.  

¿Y Bezos? Bueno, si bien Amazon no es una red social por la cual circulen opiniones o ideas, es una maquinaria gigantesca que ha logrado atontar al norteamericano promedio con el derroche descontrolado. Es el símbolo del más obsesivo consumismo que se haya visto en el mundo (más que sus contrapartes chinas, como Shein o Temu), porque, al afán “comprahólico” (“shopaholic”, en inglés), suma la posibilidad de la entrega instantánea. ¿Y qué mejor sujeto de manipulación que alguien enajenado por la dopamina del shopping ilimitado?

Entre los tres pueden convertir en realidad lo que Orwell describe en su grandiosa novela y que, sin duda, es el sueño de un Donald Trump que buscará perpetuarse en el poder y que, desde su narcicismo más afiebrado, piensa que es capaz de manejar la realidad a su antojo. Es decir, de convertirla en el universo de la posverdad.

Pero, ¿qué es la posverdad? El diccionario de Oxford la define como el fenómeno que se produce cuando "los hechos objetivos tienen menos influencia en definir la opinión pública que los que apelan a la emoción y a las creencias personales". Por su parte, el filósofo, británico A.C. Grayling ha dicho que “Todo el fenómeno de la posverdad es sobre: 'Mi opinión vale más que los hechos'. Es sobre cómo me siento respecto de algo (…) Esto ha abierto la puerta, sin querer, a un tipo de política que no se hace problema con la (falta de) evidencia”.

Decir que la verdad, y no los migrantes, será la primera víctima del nuevo gobierno trumpista no es ninguna exageración. Las condiciones están puestas allí. Multitudes de personas se revuelcan en sus cámaras de eco, sin capacidad de oír opiniones contrarias a las suyas, basadas sólo en sentimientos y emociones.

Hannah Arendt, en Los orígenes del totalitarismo, advertía: “El sujeto ideal para un gobierno totalitario no es el nazi ni el comunista convencidos, sino el individuo para quien la distinción entre hechos y ficción, y entre lo verdadero y lo falso, ha dejado de existir”.

Bueno, pues, Trump tiene a media humanidad preparada para adorarlo como el Gran hermano. ¿Qué más puede pedir?

https://larepublica.pe/opinion/2025/01/22/los-cuatro-jinetes-de-la-posverdad-por-maritza-espinoza-404272

10 de marzo de 2021

Perú: Mentiras tendenciosas

Jorge Bruce

A veces Twitter te sorprende con material interesante y relevante. A lo largo de esta campaña me he preguntado –lo hice en mi nota del lunes pasado en este diario– cómo combatir las mentiras que están proliferando en esta campaña electoral. La última –gravísima– fue propalada en el canal cuyo nombre, como el de Voldemort, no debe ser pronunciado. Más adelante veremos por qué. El material mencionado al inicio del párrafo procede de una cuenta a nombre de @fakediegoe. Su hilo demuestra, de manera convincente, que es imprescindible no caer en la trampa de repetir las mentiras, con la finalidad de rebatirlas.

Su punto es que quienes mienten sobre la eficacia de la vacuna Sinopharm, por ejemplo, lo hacen a sabiendas. Lo único que se proponen es obtener audiencia. Es, literalmente, una mentira tendenciosa (buscan ser tendencia). Si mucha gente seria y bien informada los desmiente con datos y análisis, no importa: ya lograron su cometido de hacer que su nombre –sea el de un candidato o un periodista inescrupuloso– sea repetido en redes y medios. Pero entonces, ¿se les ignora, dejando que angustien a la gente y desestabilicen al Ejecutivo con el fin de poner a sus enemigos de la democracia en el Gobierno?

El dilema es mayor. El que calla otorga. Pero el que los cita y coloca en fotos o gráficos, les hace publicidad a lo Goebbels. Esas fotos y gráficos, explica @fakediegoe, suelen ser mucho más llamativas que largas explicaciones de refutación que pocas personas leen y, además, ni siquiera les hacía falta pues ya sabían que todo era falso o distorsionado.

Lacan solía decir que la clave del enigma estaba en el corazón del callejón sin salida (aparente). Lo que nuestra fuente propone es lo siguiente: en vez de darles rating, audiencia, clicks, hacerlos tendencia, etcétera, citándolos y mostrándolos para desmentirlos, se requiere decir la verdad alto y claro. Por ejemplo: El proceso de vacunación continúa. La vacuna de Sinopharm ha obtenido 79% de eficacia en las fases I y II. Pronto se publicarán los resultados de la fase III.

También, por supuesto, le toca al Gobierno decir con fuerza que quienes causen zozobra y saboteen el proceso con mentiras, deberán afrontar las consecuencias de sus actos desestabilizadores y antidemocráticos. Sin citarlos, pero sin permitir que sigan actuando impunemente. La libertad de expresión es indispensable; por eso debe ser resguardada de quienes la ultrajan.

Jorge Bruce. Psicoanalista de la Pontificia Universidad Católica del Perú . Ha publicado varias columnas de opinión en diversos medios de comunicación. Es autor del libro "Nos habíamos choleado tanto. Psicoanálisis y racismo".

9 de marzo de 2021

La mentira como industria y estrategia en la era digital

Emelina Fernández Soriano, Juan Torres López

La mentira es un arma de destrucción social que esclaviza a los seres humanos, pues puede hacer que actuemos en contra de nuestros intereses y que renunciemos a ser auténticamente libres

El enorme protagonismo que han tenido las mentiras en el mandato de Donald Trump (se le han contabilizado 30.573 en los cuatro años de presidencia) y su masiva circulación a través de las redes sociales pueden llevar a un error importante sobre su verdadera naturaleza, causas y propósitos.

Nos referimos a creer que las ahora llamadas fake news o posverdad son un fenómeno de nuestro tiempo, vinculado a un auge coyuntural de las posiciones políticas extremistas que antes o después desaparecerán, y algo derivado exclusivamente del uso de las nuevas plataformas digitales.

La mentira, el engaño, la difusión de información falsa, de bulos o de dudas malintencionadas son tan antiguas como la humanidad. Y no se trata tan solo de un fenómeno que sea exclusivo de la vida política sino que constituye una auténtica industria puesta al servicio de estrategias comerciales e incluso de los mecanismos más viejos que se conocen para lograr el dominio de unos seres sobre otros. La historia de la comunicación social y de los medios es la de la manipulación informativa y de la decadencia de la verdad.

La larga historia de la mentira en la comunicación social

Falsear la verdad, fabricar noticias, extender bulos y mentir en interés propio a través de los medios de comunicación social ha sido una práctica muy corriente en el último siglo y medio.

La “derrota de la razón” que con tanta brillantez y dolor describió Stefan Zweig, el ascenso del nazismo, o lo que sucedió en España a partir de 1936 no podrían entenderse sin tener presente el papel de los medios como deformadores de la verdad.

La difusión de noticias falsas y la manipulación de la información se ha utilizado en campañas electorales, en publicidad y en estrategias comerciales, como las que durante años han tratado de ocultar los efectos mortales del tabaco o los costes reales de la sanidad privada. Más recientemente, hemos vivido auténticos procesos de intoxicación comunicativa para ayudar a propagar falsedades sobre hechos o procesos de gran trascendencia: guerra de Irak, 11-M en España, brexit o independencia de Cataluña, entre muchos otros. Por no hablar de la mentira al menudeo que se difunde día a día a través de todo tipo de medios.

Es una evidencia histórica, por tanto, que el engaño y la difusión de falsedades como parte de estrategias para tratar de conseguir determinados objetivos, bien sea de naturaleza política o comercial, no son fenómenos recientes ni casuales sino bien antiguos y deliberados.

Sin embargo, también es un hecho que la difusión de la mentira y el deterioro generalizado de la verdad se están produciendo en los últimos años de una forma más extendida y con consecuencias mucho peores que en épocas anteriores. Pero sería un error, como dijimos, creer que eso se debe solamente a que han cambiado las infraestructuras a través de las cuales fluye la información.

Mentira e ignorancia inducida en la comunicación digital

Es cierto que la proliferación de las nuevas plataformas, redes y artefactos que sirven de medios para producir, almacenar, transmitir y consumir información sin apenas dependencia del tiempo y el espacio y a mucha mayor velocidad, tienen tres efectos principales que facilitan la desinformación y la propagación de mentiras.

En primer lugar, la “balcanización” del sistema de comunicación al generarse miríadas de puntos de emisión y redifusión, periféricos, excéntricos, marginales… pero con gran capacidad de incidencia en amplias zonas o incluso en la totalidad del sistema. Esto hace que, a través de las redes y plataformas, sea más fácil y barato disponer de capacidad para difundir falsedades, bulos o dudas malintencionadas que producen ignorancia e impiden descubrir la verdad. Entre otras cosas, porque –con independencia de que se tenga algún otro tipo de interés político para llevarla cabo– la difusión de información falsa a través de las redes digitales se ha convertido en un negocio muy rentable económicamente (porque se cobra por visualizaciones o reenvíos y los sesgos cognitivos asociados al uso de la red hacen que las informaciones falsas se reenvíen un 70% más que las reales).

En segundo lugar, la velocidad con que hay que operar en estas plataformas obliga a empaquetar la información de forma mucho más intuitiva y simplificada, con lenguaje menos analítico, más emocional, y vinculado a la experiencia personal y a la opinión que a los hechos y a su análisis objetivo. De este modo, el falseamiento de la verdad se produce más fácilmente y resulta más difícil descubrir la realidad de los hechos.

En tercer lugar, hay que tener en cuenta que los nuevos medios no proporcionan la información limpiamente, o como respuesta directa a la demanda de los receptores, sino a través de algoritmos que previamente determinan el tipo de información que mejor se ajusta a sus perfiles personales. La información que llega a los receptores no es la que se corresponde directa u objetivamente a la demanda que hayan realizado, sino la elaborada o seleccionada “a propósito” por el algoritmo para que pueda ser reconocida más fácil y rápidamente como propia o deseada y sin con la menor reflexión posible.

Así, la intervención de los algoritmos refuerza el sesgo de autoconocimiento que consiste en darle más credibilidad a los datos que ratifican nuestras ideas previas y, por tanto, dificulta que los receptores de información puedan ponerla en duda cuando es falsa.

Para evitar este y otros sesgos semejantes asociados a la comunicación digital, es decir, para poder discernir sobre lo que es verdad o mentira en la comunicación digital de nuestro tiempo, es preciso que el consumidor de información no solo tenga acceso a ella sino que, además, conozca a la perfección la naturaleza de la infraestructura (del algoritmo) que le permite poseerla, lo que equivale a decir que se encarece la inversión necesaria para descubrir la verdad, haciendo más barato y sencillo propagar falsedades.

Ahora bien, por muy presentes que estén estas circunstancias que abaratan la difusión de la mentira y dificultan y encarecen el descubrimiento de la verdad, a pesar de la abundancia de información y de la pluralidad de fuentes a nuestra disposición, la proliferación de la mentira en nuestro tiempo tiene que ver, en mucha mayor medida, con otras dos circunstancias.

Desigualdad, concentración del poder y desinformación

La primera de ellas es el aumento sin parangón que está registrando la desigualdad en los últimos años. Un fenómeno que necesariamente va unido a la polarización y al aumento de la ya de por sí gran concentración de la propiedad y del poder de decisión no solo en los medios tradicionales de comunicación sino en las nuevas plataformas y también en la economía, las finanzas y la política.

Cuando eso ocurre, para que los de arriba puedan acumular sin descanso privilegios, renta y riqueza a costa, lógicamente, de los de abajo, es imprescindible que estos últimos no sean conscientes de lo que está sucediendo. Quienes disfrutan del poder y de los privilegios necesitan convencer al resto de la población de que no hay alternativa posible a la situación en la que se encuentran y, al mismo tiempo, han de conseguir que quienes afirmen lo contrario no dispongan de capacidad ni poder mediático suficientes para divulgar sus propuestas. Algo que solo se puede conseguir logrando que la población a quien se quiere dominar no perciba la realidad tal cual es e impidiendo que identifique correctamente la naturaleza real de los problemas que le afectan y sus intereses auténticos.

La desigualdad extraordinaria de nuestro tiempo es, al mismo tiempo, la causa y la consecuencia de que la agenda de los medios, lo que se dice en la prensa o en los programas de radio y televisión, lo que se puede hacer o decir o no en las redes… estén cada vez más controlados por un grupo cada vez más reducido de propietarios y editores que se han adueñado del poder omnímodo que permite producir y difundir como verdades las mentiras que les interesan a sus dueños.

Relativismo y debilidad de los mecanismos de contrapoder social

El último fenómeno que a nuestro juicio explica el por qué de la gran decadencia de la verdad que estamos viviendo tiene que ver con el tipo de civilización que ha generado el neoliberalismo.

En las últimas cuatro décadas se ha conseguido forjar una no-sociedad basada en el individualismo, de personas ajenas a su alteridad que viven ajenas a su condición de seres sociales, prácticamente aisladas unas de otras y que socializan, si lo hacen, en grupos virtuales, que solo les pueden proporcionar una confluencia líquida, en el sentido de Zygmunt Bauman, es decir, efímera, incierta, volátil, intangible… en la práctica, completamente irreal.

Eso, por una parte, ha permitido que crezca y se consolide en nuestras sociedades el relativismo que lleva a creer que no existe una verdad objetiva e independiente de nuestra preferencia o percepción subjetiva, que cualquier expresión tiene valor como verdad. Pareciera que el derecho a tener opinión propia se haya sustituido por el de disponer de nuestros propios hechos, de modo que nos estaría permitido definir o percibir la realidad objetiva que nos rodea a nuestro libre albedrío, ajustada a nuestra preferencia. Y, por otra, esa ceguera de la realidad objetiva impide que se puedan generar intereses comunes, resistencias de grupo, contrapoderes frente a los grupos sociales que dominan y utilizan las plataformas y los medios de comunicación social para producir la ignorancia inducida sin la que sería imposible que mantengan sus privilegios.

Estrategias frente a la desinformación y la mentira

Para terminar, hay que preguntarse qué se puede hacer para enfrentarnos a esta especie de Edad de la Mentira en la que se está convirtiendo la era digital que cabalga a lomos de los viejos productores de la desinformación que ahora disponen de más poder mediático, financiero y político que nunca. A nuestro juicio, cabe avanzar por tres grandes líneas de actuación.

La primera y sin la cual nada se podrá hacer para hacer que el respeto a la verdad prevalezca en nuestras sociedades es combatir la desigualdad, distribuir más justamente la riqueza, fortalecer la democracia e impedir que la propiedad de los medios que los seres humanos necesitamos tener a nuestro alcance para vivir en libertad se concentre en tan pocas manos como ahora.

La segunda debería encaminarse a procurar que nuestras sociedades den valor a la verdad.

Más en concreto, para poder combatir la desinformación y la mentira es imprescindible reconocer que las sociedades no pueden desarrollarse en paz y quizá ni siquiera sobrevivir tolerando la indiferencia entre lo verdadero y lo falso. Hay que entender y asumir que la mínima cohesión que precisa una sociedad libre y democrática sólo se puede conseguir compartiendo un concepto de verdad respetado generalizadamente. Y que la mentira, por el contrario, es un arma de destrucción social que esclaviza a los seres humanos, pues puede hacer que actuemos en contra de nuestros intereses y que renunciemos a ser auténticamente libres. De hecho, esta utilidad de la mentira es lo que explica que se produzca y difunda estratégica y deliberadamente a través del sistema de comunicación social, cuando unos grupos de población más poderosos tratan de dominar al resto de la población.

El corolario de estos principios tan elementales pero en la práctica olvidados hoy día es que la verdad, el reflejo del hecho objetivo, tiene un valor intrínseco para la sociedad, para la convivencia y el bienestar de los seres humanos, para el sostenimiento de la vida y que, por tanto, debe ser protegida con la mayor firmeza posible y con eficacia.

La tercera vía de actuación podríamos describirla como consistente en aumentar el precio, hoy día tan bajo, que se paga por mentir.

Tal y como se puede deducir de lo que venimos exponiendo, es difícil evitar la producción de mentiras y su difusión pero sí se puede exigir responsabilidad a quienes las lleven a cabo, hacerles pagar por ello y, además, mejorar las capacidades para distinguir entre lo verdadero y lo falso, utilizando cuatro grandes tipos de instrumentos.

El más importante de ellos es la educación integral y la alfabetización mediática.

No hay mejor defensa contra la mentira que la formación, el aprendizaje del pensamiento crítico y la alfabetización que permita conocer el funcionamiento de los medios y las servidumbres de las nuevas plataformas, la socialización en valores ciudadanos y el cultivo de la reflexión, del debate en condiciones de igualdad y de la duda que es, como dijo Francis Bacon, la escuela de la verdad.

Otro instrumento fundamental es el desarrollo y la utilización de herramientas contra la desinformación que permiten detectar los mensajes fraudulentos, los bots maliciosos (programas automatizados que simulan comportamientos humanos); establecer baremos de puntuación de credibilidad; seguir los flujos de desinformación; verificar la información para denunciar la falsa; elaborar listas blancas con fuentes de información confiables y otras de no verificadas o denunciables… por poner tan solo algunos ejemplos.

El tercero, la promoción del periodismo y de los medios independientes y plurales que son los que pueden tratar y proporcionar la información sin la esclavitud que supone estar al servicio o ser propiedad de los grandes grupos mediáticos, económicos, financieros o políticos.

Finalmente, hay que tener en cuenta que el desequilibrio entre el poder de los diferentes sujetos del sistema de mediación social es tan grande que resultará imposible evitar que los más poderosos puedan producir y difundir desinformación sin que exista un poder regulador superior que, por definición, no puede ser sino el que cuente con la legitimación del sistema democrático.

Para reconocer y defender la verdad es imprescindible una regulación estricta, rigurosa, basada en el mejor conocimiento posible de cómo funciona la maquinaria de la mentira en nuestro tiempo, que facilite la persecución y sancione la falsedad sin ningún tipo de complejo, asumiendo que la verdad existe y que es imprescindible que esté protegida. Pero sin equivocarse sobre el mal que se quiere combatir ni confundir al responsable del daño que causa; es decir, sin producir más lesión a la democracia y la libertad de la que tratara de evitar, como sucede cuando se recurre a la censura o se culpabiliza a los aparatos y no a las personas que los utilizan para difundir la mentira. A quien hay que perseguir y penalizar es a quien produce desinformación y a quien, por cualquier vía, se beneficia de crearla o distribuirla.

Se trata, en fin, de respetar, por un lado, un principio elemental: los hechos son sagrados, las opiniones libres. Y, por otro lado, de algo que no se puede considerar ni muy exagerado, ni radical: simplemente, garantizar que se haga realidad un derecho reconocido en el artículo 20 de nuestra Constitución: el de “comunicar y recibir libremente información veraz”.

Emelina Fernández Soriano. Doctora en Comunicación Audiovisual y expresidenta del Consejo Audiovisual de Andalucía.

Juan Torres López. Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla.

20 de julio de 2020

La pandemia de la desinformación y la manipulación

Aram Aharonian

En tiempos de pandemia aumentó el consumo de noticias, sobre todo de la TV. Las personas confían más en los medios y su cobertura sobre Covid-19 que en los políticos. El gran riesgo es que cualquier falsedad que gane fuerza puede anular la importancia de un conjunto de hechos verdaderos.

El problema no es que todos puedan opinar. Ese es un derecho inalienable. Lo que no es un derecho es la impunidad para mentir, descargar un torrente interminable de fake news, mentiras, falsedades. Y menos que, en nombre de la libertad de prensa ejerzan un escandaloso libertinaje para desinformar irresponsablemente, montados en campañas de terrorismo mediático. No, no existe tal “libertad” para contagiar la muerte.

Los “periodistas” de los medios hegemónicos vociferan contra quienes no comulgan con sus intereses (y, sobre todo los de sus patrones); insisten en silenciar a veces y otras en difamar a sus contradictores, ocultar toda información que pueda exponer a la luz pública los negociados (e inclusive los delitos) de sus patrones. Y repiten las mismas dosis de veneno los mismo, ampliado.

Es fácil autocatalogarse como “periodista”: hoy cualquiera que hable o escriba en un medio se considera como tal, cualquiera que tenga un blog (con mucho o pocos “me gusta”) dice entrar en esa categoría y/o profesión.

Pero son meros operadores propagandísticos al servicio de los grandes conglomerados económicos unos, de las estrategias de los poderes hegemónicos otros, en esta guerra de cuarta o quinta generación, donde el principal arma en esta época de la posverdad, es imponer imaginarios colectivos.

Sus armas son el sensacionalismo, enfoques sesgados, omisión de la realidad por alineación política, para tratar de imponer su realidades virtuales . Lo triste es que el público tiende a dar mayor credibilidad a los fake news que a sus desmentidas. Son tiempos de infodemia, de circulación permanente de informaciones falsas tendientes a aumentar el pánico, que se propaga más rápidamente que el covid-19.

Curas milagrosas, teorías conspirativas, catástrofes inminentes, viralizadas por las fredes sociales y difundidas como ciertas por los medios, las fake news (es decir, las mentiras) circulan y se reproducen al mismo paso que el covid-19. Se explota la incertidumbre, los miedos, pero también se expone la manipulación de intereses políticos. Ha resurgido un floreciente mercado de la información falsa.

Los diversos temas relativos a la pandemia son tratados en la mayoría de los medios como una cuestión binaria, por el sí o por el no. Los medios hegemónicos –y, lamentablemente también algunos alternativos- se dedican a banalizar todo.

Come ajo, bebe alcohol, el virus se transmite por las líneas 5G… Estas y algunas otras falsedades corren por internet, la televisión, las redes sociales. La información falsa y poco fiable se propaga de forma vírica hasta el punto de estar poniendo en riesgo muchas vidas.

También es el nido donde proliferan los estafadores. Los daños que produce la desinformación y que son siempre muy severos contra el tejido social todo, ocurran donde ocurran. Este fenómeno de la desinformación está poniendo en riesgo vidas, ya que hay personas con síntomas de estar enfermos por el coronavirus que prueban remedios no comprobados con la esperanza de «curarse» a sí mismos.

Los estudios del Observatorio en Comunicación y Democracia confirman que las fake news catastróficas calaron mucho más en los adultos que en los menores. Bueno, en los menores de 30 (e incluso de 50) años, que saben que el virus, al menos hasta ahora, se llevó en su mayoría a personas mayores de 70 años.

Entonces, esta relajación que se muestra por ejemplo en Europa, quizás muestre el egoísmo de los “jóvenes”, que saben que muy difícilmente ellos mueran de coronavirus, aunque  pueden contagiar a sus padres o abuelos. Los más asustados son los mayores de 70 años, aunque esta gente –me recuerda Iván González- padeció hambre y terror, casi recién nacida la posguerra mundial.

Crisis/oportunidad

El virus del covid-19 es nuestro enemigo, estamos todos en guerra contra él. Pero toda crisis trae aparejada una oportunidad. En este caso la de ver que este modelo de desarrollo, basado en la expoliación de la naturaleza, está llegando a su fin, y cambiar el mismo es un problema de supervivencia para aquellos que sobrevivan (¿sobrevivamos?) al coronavirus.

 ¿Será el inicio de un nuevo ciclo histórico, una ventana para el, cambio de época y de civilización, con justicia social, ambiental? Hay fuerzas, sobre todo desde el abajo que se mueve, que quieren, luchan, necesitan el cambio. Pero otras fuerzas que –de la mano de la imposición de imaginarios colectivos- crean una falsa dicotomía entre economía y la vida y comenzaron optando por el negacionismo.

La mayor parte de la población mundial vive en situaciones de riesgo, y la pandemia  muestra que los gobiernos ya no pueden argumentar que no existe forma de prepararse para las estas emergencias sanitarias, de forma que éstas no se conviertan en problemas sociales.

Certezas, se buscan

Hay una creciente demanda de soluciones, de certezas, por parte de la población y, en general, los gobiernos cojean casi siempre por el lado de la información y la comunicación. Del modo obsesivo de adquirir información es una forma de tranquilizarse, de controlar un entorno que se ha convertido en hostil y caótico, señala Ernesto Calvo, profesor de Gobierno y Política en la Universidad de Maryland.

¡Pensar que cuando recibió el Premio Nobel de Literatura, en 1976, Gabriel García Márquez dijo que el periodismo era el mejor oficio del mundo! (Sin dudas lo era en aquellas épocas de teletipos, pre-internet y medios cartelizados).

La verosimilitud de las noticias falsas se potencia por la inquietud y (a veces desesperación) pública y de la falta de información científica: de cómo son los procesos de los tratamientos, las curas, los kits de diagnóstico, las medidas de distanciamiento social. Y hay personas, incluso gobernantes, que se aprovechan del desconocimiento general y hasta promueven medicamentos que no curan el coronavirus, pero que pueden constituir un buen negocio.

En tiempos de pandemia aumentó el consumo de noticias, sobre todo de la TV. Las personas confían más en los medios y su cobertura sobre Covid-19 que en los políticos (los acusan de desinformar). Va en aumento el temor a la desinformación, las famosas noticias falsas, y declaran que se dan más en Facebook y WhatsApp que en otras aplicaciones. La desconfianza campea en todas partes, también en la red.

Guy Berger, director de Políticas y Estrategias sobre Comunicación e Información de la Unesco, señala que en un momento de grandes temores, incertidumbres e incógnitas, existe un terreno fértil para que las fabricaciones florezcan y crezcan. El gran riesgo es que cualquier falsedad que gane fuerza puede anular la importancia de un conjunto de hechos verdaderos.

Algunas personas creen, erróneamente, que los jóvenes o los afrodescendientes son inmunes (todo con un tono racista o xenófobo), o que aquellos que viven en climas cálidos o países donde el verano está en camino, no tienen que preocuparse demasiado. La consecuencia probable de estas mentiras es que podría provocar más muertes prematuras.

Esta pandemia ha dejado a la vista el esqueleto del sistema y ya resulta imposible disimular las intenciones detrás de las supuestas medidas de gobiernos autoritarios para hacer frente a la crisis y resulta triste comprobar cómo algunos profesionales, algunos de impecable reputación, caen en esos juegos de malabar político y terminan apoyando a los gobernantes más corruptos, de la mano de una prensa cómplice y complaciente.

A nuestras sociedades las han callado con el fantasma del contagio los pueblos viven callados, temerosos. Fantasma que, aun siendo real, ha terminado por convertirse en un parapeto tras el cual se perpetra toda clase de delitos, como los de negociar créditos con el Fondo Monetario Internacional que impedirán siquiera  imaginar un futuro.

Y a los ciudadanos les queda verter su frustración en las redes sociales, en una catarsis inocua para sus planes de dominación de las estructuras del Estado, redes que,  de todos modos, ya están cooptadas desde hace tiempo.

La glosolalia

Los motivos para difundir desinformación son muchos e incluyen objetivos políticos, autopromoción y atraer la atención como parte de algún modelo de negocio. Quienes lo hacen, juegan con las emociones, los miedos, los prejuicios y la ignorancia.

Podría parecer extraño que los gobernantes de países tan importantes como Estados Unidos o Brasil hayan intentado rebajar sistemáticamente la importancia de la actual pandemia o incluso negarla, interpretándola  como una ocasión de afianzar un liderazgo, y como oportunidad para restringir la libertad política, en el caso de un proyecto autoritario.

Un botón de muestra: la china Alibaba es la mayor empresa de ventas por internet del mundo, ofreciendo ventas de persona a persona, de firmas a personas, y entre firmas, con un alcance verdaderamente global. Su nueva campaña internacional de ventas es la de ofrece nuevos modelos de ataúdes: simples, con almohadas de organdí, con crestones bordados, todos acolchados y con una sábana haciendo juego.

Boaventura  de Sousa Santos señala que para quién -como Donald Trump, Jair Bolsonaro o Matteo Salvini- está acostumbrado a la glosolalia, la irrupción de lo real es una ruina, porque impone la búsqueda urgente de discursos que puedan coordinar un significado-acción común.

Se llama glosolalia a la vocalización fluida de sílabas sin significado comprensible alguno. En algunas creencias religiosas como el pentecostalismo, donde a esta práctica se le conoce como don de lenguas, a tales sonidos se los considera un lenguaje divino desconocido al hablante.

Durante la pandemia, el sistema tecnocientífico no sólo no ha sido tocado, sino que ha demostrado su poderío de otra manera: la conjunción del miedo y el orden tecnocientífico ha mostrado toda su potencia, mientras los medios hegemónicos de comunicación hablan de la inminente sociedad de la vigilancia.

En 1603 William Shakespeare ponía en boca de Hamlet estas palabras: Nada tiene mejor apariencia que la falsedad.

Aram Aharonian. Periodista y comunicólogo uruguayo. Magíster en Integración. Fundador de Telesur. Preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la) y susrysurtv.


https://www.leerydifundir.com/2020/07/la-pandemia-la-desinformacion-la-manipulacion/