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17 de febrero de 2024

Perú: Prensa y fiscales

César Hildebrandt

Lo he escrito y dicho desde hace mucho tiempo: la prensa empezó a aburrir desde el día en que decidió ser adjuntía del sistema judicial.

Los redactores de esta revista me han oído mil veces despotricar de las crónicas que glosan documentos del ministerio público, decires de supuestos delatores, barros variados de colaboradores eficaces.

-¡Lo único que falta en este texto es un otrosí digo! –he gritado más de una vez.

-¡Te estás volviendo un entrecomillador! –he espetado demasiadas veces.

Me parece detestable que el periodismo, en general, se haya convertido en vocero del argot judicial y en transcriptor de sus papeles mal escritos cosidos con soguilla y depositados en covachas que huelen a epidemia.

¡Es la venganza de los abogados!

¡Es el triunfo de los oidores!

¡Es la paliza que nos dieron los casposos de Azángaro!

Antes, cuando el idioma merecía un cierto respeto y algo de devoción, los periodistas intentábamos contar historias. Ahora contamos folios de prontuarios.

Los muchachos salidos de comunicaciones están convencidos de que la prensa más atractiva es la que viene de los expedientes. Entonces se lanzan a buscar dónde están esos tesoros y no paran hasta encontrarlos. Proceden entonces y sacan apuntes, subrayan frases, piden permiso para fotografiar imágenes de presuntas evidencias. Y de ese ritual sale un río espeso de frases que profiere la magistratura, citas de algunos artículos del código penal, declaraciones de un cómplice arrepentido en busca de beneficios carcelarios. La nota, entonces, tiene ese aspecto inconfundible de pieza abogadil, la temperatura de la mortandad, la gracia de un bizco vendedor de enciclopedias. Tiene, además, la baratura que resulta de citar, sin miramientos, un documento que reúne investigaciones hechas por terceros. Es el periodismo que mama romanamente de una loba.

Todo esto que digo, y que repito como un disco viejo, tiene que ver, claro, con lo sucedido en los últimos días.

Más allá de la campaña inmunda en contra de Gustavo Gorriti, un hombre decente y un periodista fundamental en la historia reciente de este país, lo cierto es que la proximidad entre la prensa y el sistema de justicia es algo que deberíamos examinar.

No es posible que el periodismo siga aceptando canjes de primicias a cambio de algunas suavidades, anticipos testimoniales en nombre de la amistad, exclusivas dadas a dedo por un puñado de elogios. O peor aún: datos escorados que se toman como definitivos.

La infección que cubre buena parte del ministerio público le ha dado a Willax, una sentina de la información, la primera nota bomba de las declaraciones de Villanueva. Una periodista sin escrúpulos, reciclada también por “El Comercio”, tomó de las 23 páginas de alias Filósofo lo que convenía a los intereses de Erasmo Wong, el Apra, el fujimorismo y cuanta mafia pueda uno imaginar. El objetivo central era –y es– traerse abajo algunos juicios, entre ellos, y principalmente, el de Keiko Fujimori por lavado de activos.

El comercio excesivo entre la prensa y la judicatura le ha hecho mucho daño a los fueros de la información. Pero es justo reconocer que esa cercanía no se hubiera dado si la política no se hubiese manchado como lo hizo desde el primer gobierno de Alan García. Lo que se robó durante el primer alanismo fue la primera piedra del monumento al latrocinio institucionalizado que se erigió con Fujimori. La política fue, cada día más, el escenario de una voracidad que se disfrazaba de obra pública y se escondía detrás de licitaciones mañosas. Y los partidos reclutaron crecientemente a protodelincuentes que tenían el ánimo de imitar a sus caudillos y hacerse ricos cuando les tocara el turno. El congreso fue un mar de aguas servidas y en Palacio la puerta giratoria daba vueltas de lo más aceitada.

A eso hemos llegado. Por eso es que, a pesar de nuestras quejas, el periodismo está enfermo de prosa judicial y letra menuda de código procesal. Por eso tiene ese aspecto amarillento de secretario de juzgado. Por eso es que, hasta hace poco, brindaba con los tragos que preparaba alias Vane, la bartender de Garrido Lecca.  

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 673 año 14, del 16/02/2024

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24 de noviembre de 2023

Perú: Periodistas vendidos

Juan Manuel Robles

Venderse les cambia la cara a los periodistas. No tengo pruebas pero tampoco dudas, lo he visto demasiadas veces en conocidos del medio (algunos, más que conocidos). Y no, no es solo el tránsito de la juventud a la madurez física (que por lo general coincide con el momento de la venta). Son ciertos músculos que se hacen más tensos (para la cara dura), la mirada que se torna esquiva, huidiza, el cuello rígido de tanto aprender a no mirar atrás, la bemba caída, sin fe. Es una transformación del cuerpo que, por supuesto, afecta mucho más a aquellos que tuvieron ideales, principios, independencia y talento.

Venderse convierte el talento, que prometió tanto, en una luz fea y oscilante.

Negocios son negocios, dicen sin hablar; y como no pueden decirlo en voz alta, algo se hincha por dentro, algo se pudre, algo se desordena en las facciones, como rostro en un grabado de Goya (cuando duerme la razón). La mirada a la defensiva: como si te dijeran “sé lo que estás pensando”. Ya perdieron el pudor pero saben que algunos —algunas— recordamos cómo eran antes, antes de pasarse al lado oscuro. Es un “sé lo que hiciste el verano pasado” pero al revés. La vergüenza absurda de encontrarte con alguien que puede dar fe de que fuiste, hace mucho tiempo, un periodista limpio.

Cuando te interesaba más la verdad que la plata.

Creo que la primera vez que vi esa metamorfosis fue cuando, muy joven, supe de Guillermo Thorndike. Yo lo había leído y me enamoré de su prosa, por supuesto. Me dije que quería escribir así, me convencí con sus textos de que los adjetivos no son un adorno impreciso y vago sino estacas de sentido. Pero todo eso era “antes”, me advertían, ya no es el mismo. Y un día, lo vi en una entrevista. Entonces observé por primera vez ese rostro. Acabado, acribillado, un despojo sin luz, sin alma. No, no era solo la vida y sus excesos. “Lo que pasa es que se volvió un mercenario”, me explicó un maestro de crónicas. De hecho, era peor. Thorndike había terminado trabajando para la maquinaria noticiosa de Vladimiro Montesinos: desinformación y propaganda de la peor calaña, noticias sesgadas y terruqueo contra la oposición a Fujimori. Todo había comenzado —supe— años antes, cuando el señor empezó a hacer libros según quien pagara más.

En esos años, me tocaría ver a varios otros periodistas vendidos al montesinismo. Qué espectáculo penoso, que terrible era, en algunos casos, saber que dilapidaron carreras brillantes de esa forma. Y recuerdo siempre esa transformación en sus rostros: el gesto cínico que perfeccionaba el arte de relativizar todo. Esa liviandad pretendida que los hacía más pesados, ese coolness falso que los volvía tan insoportables. No hay nada más terrible que un maestro que decidió tomar el plato de lentejas y pierde mágicamente toda estampa.

Quienes pusieron en evidencia a esos señores, a esos periodistas vendidos, fueron periodistas íntegros, jóvenes, que luchaban contra la mafia de Fujimori desde sus espacios (y posibilidades). Lo curioso y terrible es que algunos de esos hombres de prensa terminaron, veinte años después, sirviendo a los remanentes fujimoristas, defendiendo a la organización y normalizando su existencia en la política, todo por un poco de dinero.  

Y una vez más, puedo ver esa metamorfosis horrorosa que no es por la vejez. El cacharro. Supongo que uno no puede volverse un terruquero y lavador de Keiko sin que la cara pague pato. Uno no puede transformarse en un mercenario que dice “caviar” como insulto (a gente que defiende exactamente lo que uno defendía años atrás) sin que se afecte la carita, de tan tiesa. Lo peor no es eso: lo peor es que cambiarían de causa si las circunstancias ($$) cambiaran.

Como en el viejo fujimorismo, a veces la justificación de la conducta de estos periodistas es simple: lo insoportable que resulta la pobreza, lo intolerable que es vivir con necesidades económicas que ya no estaban en el panorama. El aburguesamiento que crea dependencia, el barrio alcanzado del que por ningún motivo se puede pensar en abandonar. La familia que mantener. Los padres viejitos.

Yo antes creía en esas “razones”. Ahora no.

Ahora creo que, como en otros alquileres del cuerpo, tiene que haber un gusto. Una vocación escondida. Un don de ofrecerse.

—¿Sus servicios incluyen terruqueo a los enemigos?

—Por supuesto.

Una vez, uno de estos señores vendidos dijo que no hacía prensa escrita porque pagaban muy poco y para dedicarse a eso tendría que buscarse un trabajo extra de “docente universitario” para sobrevivir. Yo he sido docente. Para sobrevivir. Más que ofenderme, me dejó clara esa visión de la vida, ese adaptar los principios según conveniencia para que no te falte lo que crees que te corresponde. Para cojudos, los bomberos (y los periodistas íntegros).

Todo esto para decirles: ¿con qué cara se burlan de los periodistas decentes que piden, con total transparencia y dignidad, una contribución monetaria de su audiencia? ¿Qué les da risa? ¿Creen que algunos no ven como un acto deshonroso trabajar en un canal que difunde fake news? El mundo terrible en el que vivimos, se acabó la tensión editorial: los anunciantes dictan lo que dice el periodista y ya, no hay negociación.

Para los periodistas que se venden, es un simple tránsito, chamba es chamba y a reírnos de los enemigos del dueño, como sabemos hacerlo. Para los periodistas de verdad, esta situación es la soledad del artista ambulante, que hace lo que puede, lo mejor que puede, y luego pasa el sombrero. La calle está dura. Pero la cara no.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 662 año 14, del 17/11/2023

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29 de agosto de 2023

Perú: DINA Y LA PRENSA

Ybrahim Luna

Para cualquier televidente o lector más o menos perspicaz es fácil detectar las deficiencias comunicacionales y argumentativas de la presidenta Dina Boluarte, sobre todo cuando se dirige a la nación para defenderse de alguna acusación o para anunciar evidentes elefantes blancos. Lo singular es que la prensa no suele hacer hincapié en ello (ni en la retórica ni en el contenido) como sí lo hacía cuando gobernaba su antecesor, el profesor rural Pedro Castillo, hoy preso por un torpe golpe de Estado y una acusación de repartija de obras.

En su momento, Pedro Castillo despertó el horror de lingüistas y politólogos que hacían fila en los medios para desmembrar al mandatario que se equivocaba al leer y que luego se enredaba al explicar lo que había leído. La prensa fue el megáfono de quienes aseguraban que no podíamos seguir con el ridículo personalizado ocupando el sillón presidencial (Dina no tiene credenciales muy superiores, que digamos). Y el horror se atizaba si el sombrero chotano hacía presencia en algún acto protocolar local o internacional. Por primera vez asistíamos a una posible vacancia por incapacidad de imagen. Y la prensa formaba parte del juego, dando espacio a quienes priorizaban “el mal ver” del presidente antes que su gestión. Gestión fugaz que, dicho sea de paso, fue un desastre por las acusaciones de corrupción, la improvisación al elegir malos funcionarios y por el cotidiano boicot de un Congreso más desprestigiado aún.

Lo curioso es que, siendo indefendible Pedro Castillo, Dina Boluarte ha pasado a ser casi una estadista de lujo para un sector de los medios que antes la llamaba por el infame sobrenombre de “Dina-mita”. Ahora, Dina es una mezcla de Margaret Thatcher con Eva Perón para los sectores empresariales que la ven seguir sus instrucciones al pie de la letra, y es una grata sorpresa para los medios de comunicación que esperaban “otra cosa” de la sucesora de Castillo. Pero pobre de la señora Boluarte si no sigue al pie de la letra el guión que la derecha le ha redactado, porque entonces los medios semioficialistas la corregirán a punta de titulares. Y no hablamos de su silencio ante los 49 muertos durante las protestas, sino de molestar a las secciones económicas de los grandes diarios. Por ahora, Dina y su premier Alberto Otárola solo tienen felices coincidencias con la ultraderecha y las Fuerzas Armadas. Saben que es la única forma de eludir las investigaciones por las masacres y la cárcel.

Hace unos días, durante la transmisión del desfile de la Parada Militar, dos conocidas periodistas de Latina comentaron en vivo sobre el paso de la presidenta en un jeep saludando al público: “–Bueno, y la gente allí está. / –Está con sus banderitas. / –Medimos la temperatura de la calle. / –Sí, una cosa son las encuestas, las cifras en papel y [otra] cosa son las imágenes que, como siempre se dice, hablan y valen a veces más que mil palabras”. El problema aquí no es la simpatía o no de las comunicadoras por la mandataria, sino que el periodismo como profesión desconozca la información científica cuantitativa de las encuestas comparándola con un pasacalle en Lima donde la gente se reúne para ver un espectáculo cívico-militar. Por situaciones como esta es que los grandes medios de comunicación han perdido credibilidad y, peor aún, se han convertido en agentes de desinformación –o reinterpretación– al servicio del poder.

En un contexto ficticio, si Castillo siguiese en el gobierno durante las celebraciones patrias, los medios sin duda hubiesen hablado de “las portátiles” de Perú Libre y denunciado a un mandatario que se dice de pueblo pero que se aprovecha de los programas sociales para movilizar a la gente a su favor. Sin embargo, ahora que la señora Dina Boluarte visita distritos de la sierra, donde no es bienvenida, donde centenares de policías tienen que hacer cerco para mantener a raya a los manifestantes que gritan: “Dina asesina”, y en donde solo está permitido el ingreso a los pobladores que lleve el alcalde o el gobernador regional afín al gobierno, nadie habla de manipulación o aprovechamiento.

Qué triste y qué peligroso es que el pueblo le pierda el respeto a la prensa. Sin una prensa objetiva, veraz y bien informada no hay democracia que sostenga una idea de igualdad. Los grandes medios no entienden que muchas veces son los principales azuzadores del descontento popular. Son esos mismos medios que denuncian la violencia en las protestas los que ponen el combustible para la indignación. En Perú, la mayoría de diarios ni siquiera juega a la imparcialidad para vender un poco más. Y la señora Boluarte no sabe el daño que sufre al ser arropada por radios y canales del país. Eso solo la condena a seguir descendiendo en las encuestas. Y, por supuesto, cuando ya no sea necesaria, la irán descartando poco a poco.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 648 año 14, del 11/08/2023, 

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13 de agosto de 2023

Perú: Especie en extinción

César Hildebrandt

Pertenezco a una especie en extinción. Soy un lobo de Tasmania, un pájaro Dodo, un periodista que hace todo lo posible (muy raras veces está en las cercanías de lograrlo) por rendirle un discreto homenaje al idioma castellano.

Hoy la prensa es un condado del reino de la ley, un expediente, la data de un secretario de juzgado. El júbilo de muchos periodistas de investigación es encontrar la página pertinente de la resolución decisiva del fiscal protagónico. Por eso muchos textos tienen ese aspecto entrecomillado y amarillento tan frecuente en las escribanías. Por eso es que la prensa de hoy, en general, parece un saqueo abogadil, un botín del ministerio público, la isla del tesoro de los penalistas que hacen dormir apenas abren la boca.    

Yo soy alguien que siempre creerá que el periodismo consiste en escribir lo mejor que se pueda una historia verdadera. Estoy convencido de que los abogados son nuestros enemigos, que los fiscales emponzoñan la sopa, que los jueces roen nuestro oficio. La prensa de hoy tiene cara de juez y estilo de otrosí.

Yo soy una foca monje del Caribe: sigo amando a John Dos Passos y creyendo que hay que enamorar al lector, que nada es mejor que escoger el término preciso, que hay música en este idioma y que el asunto es tratar de encontrarla (aunque lo intentes mil veces sin lograrlo).

El periodismo es el primer borrador de la historia, repetía Phil Graham a los que querían oírlo. La frase no era suya pero la había adoptado como compromiso. Hoy en día muchos han creído que el fundador del “Washington Post” moderno hablaba de un “borrador” literal, un memo inhábil, un recuento crudo. No es así. Graham le dio mucha importancia al estilo y ese fue uno de los factores de la conversión de su periódico en un referente de la prensa norteamericana. Lo que su frase repetida quería decir es que el periodismo es el prólogo de la historia. Como se sabe, los prólogos suelen estar bien escritos. Antes que Heródoto hubo cronistas locales que hicieron lo suyo.

El periodismo y la literatura se amaron en pecado durante muchos años. Dado su parentesco, hubiera sido incestuoso que se casaran, pero compartían lecho y mocedades. Después vinieron los abogados y dijeron:

-Aquí faltan telarañas, embrollos, mañas, jaquecas, remedos de sintaxis, oscuridades.

Y se infiltraron en nuestro oficio de artesanos.

Después llegaron los fiscales a puro grito:

-Aquí faltan el órgano jurisdiccional, la pretensión civil, la penal, la investigación preparatoria, las consecuencias accesorias.

Y se convirtieron en nuestros proveedores.

Pero entonces llegaron los jueces, que eran lo peor, y decidieron:

-Aquí falta todo. No están la numeración de los autos, las probanzas, los antecedentes de hecho, la masa argumental que sostiene el fallo.

Y entonces ellos fueron nuestros confidentes, los padres de la prosa que el IPYS premiaba con plata de Odebrecht.

Yo soy un lobo de las Malvinas. Soy un muerto. Pero sigo siendo alguien que cree en las historias bien contadas, un sujeto de profesión lector, de muy esporádico ingenio y de esperanzas magras.

Alguien, en suma, que coge un libro bien hablado y siente el placer de las palabras, el encanto avasallador de lo que convence a punta de belleza. Como cuando Pete Hamill, al describir el aspecto ceniciento de los neoyorquinos que caminaban tras el derribo de las torres gemelas, fraseó: “Una asamblea de fantasmas”. Eso es todo.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 648 año 14, del 11/08/2023, p16

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14 de mayo de 2023

Perú: Prensa y falacias

César Hildebrandt

Hay quienes creen que la prensa es un santuario de la libertad.

Depende. Es cuestión de revisar, sin espíritu gregario, algunas cosas.

La prensa peruana, por ejemplo, no tiene mucho de qué jactarse en relación a su pasado reciente y su presente muchas veces ominoso.

Por ejemplo: ¿qué hizo la prensa, en general, ante la dictadura de Fujimori?

Recordemos el susto, la anuencia, la agachadita, la coartada siempre dispuesta a otorgarse a quien la requería.

Regresé al Perú a mediados de 1995 y lo que encontré fue el escenario del Pigalle parisino interpretado por las geishas del fujimorismo infiltradas en todo el espectro de las comunicaciones. Sus vocecitas, sus kimonos, sus inclinaciones colmaban las radios, las televisiones y las redacciones. Maullaban en japonés, sobaban en esperanto, pedían favores en inglés de Baja California.

RPP era, una vez más, la emisora oficial y “El Comercio” y adjuntos demostraban una cautela infinita para sugerir, en pocas ocasiones, que algo podría estar mal, que algo podía estar oliendo a carroña. ¡Cuánto sigilo! ¡Cuánta prudencia! ¡Cuánta publicidad! ¡Cuántas comilonas!

Esas delicadezas se mantuvieron cuando perdimos la guerra del Cenepa, aquella que ganamos según el relato de los corresponsales limeños, durante la discusión sobre la “interpretación auténtica” del artículo constitucional que impedía la segunda reelección de Alberto Fujimori y hasta cuando aparecieron los primeros y sólidos indicios de corrupción de la cúpula dictatorial.

Fue una vergüenza.

No lo olvidemos: decenas, centenares de presuntos periodistas embarraron con calumnias de la peor especie a la poca oposición de aquellos tiempos. Lo hicieron desde la prensa chicha sostenida con dinero público, desde Cable Canal de Noticias, desde el “Expreso” de Calmell del Solar y desde las solemnes trincheras de la prensa tradicional. Nunca vivimos una pesadilla como esa. Un régimen corrompido en su esencia halló en la prensa, con algunas contadas excepciones, el aliado ideal. ¿O es que ya nos olvidamos que desde la covacha de Bresani, empleado de Montesinos, se emitían las órdenes para que “La Chuchi” o “El Chino” pintaran como homosexual a Gustavo Mohme Llona?

Fujimori arrasó con las instituciones y la prensa no se sublevó. Si las turbas de Leguía no pudieron asaltar “El Comercio” porque el diario se defendió a balazos, esta vez el hampa entintada de Fujimori no requirió de balas o vociferaciones para domar al decano y hacerle entender que la agenda del gobierno era la del país. La del país tal como lo entendían la derecha más reaccionaria, los señores Joy Way, Yoshiyama o Camet, los generales Hermoza Ríos y Villanueva Ruesta, los sicarios del Grupo Colina y los locutores y locutoras del chicheñó.

La democracia peruana estaba en ruinas y la infección era tan virulenta que hasta la CIA había decidido tomar higiénica distancia del régimen fujimorista. Y ni siquiera por eso tuvimos una prensa aguerrida que se enfrentara a las hienas. A mí me volvieron a botar de la televisión, me sacaron de Radio 1160 y me dejaron alguna vez sin imprenta cuando fundé y dirigí “Liberación”. Pero ese periódico anómalo, “La República” y a veces “Caretas” éramos poco enemigo para tamaña maquinaria de propaganda. Sólo al final del régimen, “El Comercio” libró la batalla en torno al oficialista fraude electoral en Huánuco. Era tarde. Fujimori había sido re-reelecto y el diario de los Miró Quesada, en editorial que no olvido, terminó pidiéndole al país que aceptara la ilegal reincidencia de quien pensaba quedarse otros diez años en el país-burdel que había erigido. Y en relación a Canal 2, apoyó rabiosamente a Fujimori hasta que tuvo un pleito de índole mortal con Montesinos y se convirtió en trinchera de la resistencia.

¿Dónde estuvo la gran prensa cuando Martha Chávez calumniaba a los muertos de La Cantuta? ¿Dónde estuvo cuando el Ejecutivo se tragó al Poder Judicial y regurgitó jueces con pasamontañas? ¿Dónde se escondió cuando “Liberación” publicó las cuentas millonarias en dólares de Montesinos?

La prensa de hoy es un eco de aquella destrucción. No es la polarización la que la explica: es el odio.

La derrota electoral del 2021 le hizo creer a la vieja derecha sin escarmientos que las calles son enemigas, que la oposición concilia con el terror y que los caviares ocupan todos los círculos del infierno dantesco. Por eso apoya a Dina Boluarte, que ha prometido no hacer nada y que está cumpliendo escrupulosamente ese compromiso.

Es cierto: Pedro Castillo fue un imbécil en pos de los sencillos que encontrara. Pero eso no hace a Dina Boluarte una presidenta ni al Congreso una auténtica representación de los intereses populares.

Y un gran sector de la prensa sigue mintiéndole a la gente. Habla de leyes que la amenazan y de cárceles imaginarias, cuando lo que le quita credibilidad y pone en peligro su existencia es su entrega al poder del dinero. En países como el nuestro no se requiere a Fidel Castro para acabar con la prensa: su tendencia al suicidio es imparable.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 635 año 14, del 12/05/2023, p16

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28 de octubre de 2022

Perú: El ataque a la prensa

Juan Manuel Robles

El ataque más grande a la prensa no viene de Castillo, como dicen los periodistas que se victimizan y olvidan todas las mentiras que soltaron sobre el presidente, en portadas venenosas sin verificar. Durante la campaña y luego de la asunción de mando, la gran prensa ha tratado de propagar la versión, primero, de que Castillo tenía nexos con Sendero Luminoso y, luego, de que su presidencia era el resultado de un financiamiento turbio de los Dinámicos del Centro. Como eso no funcionó —Perú Libre ni siquiera estaba en la cúpula de poder—, pasaron a la acusación de traición a la patria (por un comentario sobre la pretensión de darle salida al mar a Bolivia). Así siguieron hasta que encontraron un caso de tráfico de influencias —sólido, aunque con colaboradores eficaces más bien flojitos—, y, en un afán de profilaxis temprana insólito en la historia nacional, convirtieron eso en la narrativa del gobierno “insostenible” que debe terminar cuanto antes. Lo interesante es que hasta hoy lo dicen todo con la misma convicción caradura con la que dijeron que Yenifer Paredes estaba huyendo a Colombia (mentira), que ciertos personajes del entorno presidencial están buscando asilo en la embajada de Venezuela y México (desmentido), y tantas cosas dichas y publicadas que resultaron no ser verdad.

Es una prensa canalla que convierte un pampón en un helipuerto y que usa las imágenes privadas de Palacio, muy posiblemente producto de la persecución política —una fiscalía que incauta cámaras en la casa presidencial—, para llenar su magazine mediático de figuritas: Pedro Castillo hace pícnic con su esposa, riámonos juntos.

Ese es el ataque más grande contra la prensa, y viene de la propia prensa. Cuando los periodistas dicen mentiras (por intención o por negligencia) se atacan a sí mismos, mancillan lo único que tienen para defenderse y su razón de ser: decir la verdad como forma de servicio público. Provocan dudas sobre la idoneidad de sus privilegios. La prensa goza de un blindaje social (cuyo emblema es la credencial respetable) porque tiene una función; si faltan a ese encargo, esas prerrogativas pierden sentido (de hecho, son peligrosas), del mismo modo que ocurriría si un miembro de la Cruz Roja usara sus accesos para espiar a uno de los bandos en confabulación con el otro.

Por eso tanta gente se ríe a carcajadas de la ceremonia de los micrófonos caídos. Por eso se ríe y aplaude cuando el presidente dice que esos medios son sesgados (que, por cierto, es una forma bastante suave de definir lo que hacen). Se ríen de esa prensa incluso los ciudadanos que no quieren a Castillo. Porque la propia prensa confirma su normalización del abuso de poder cuando, al día siguiente de las declaraciones criticando a los medios, una conocida periodista de televisión dice sobre el primer mandatario: “se está orinando en los pantalones”. Ningún control. Impunidad absoluta, cuando por menos que eso (si se tratara de otra autoridad) los anunciantes harían llamadas, que serían dócilmente aceptadas por el periodista y el productor general.

Cuando esos señores salen a victimizarse, se nota la frescura. Porque la incapacidad de Castillo no es más grande que la incapacidad de muchos periodistas prominentes de la gran prensa, que no se informan, que patinan con cosas que dañan honras, que no dudan de sus fuentes judiciales y castrenses, que responden a intereses privados que hicieron todo lo posible por evitar que gane Castillo. Incluso hay un canal que pertenece a un fondo de inversiones, o sea, está asociado a grupos económicos poderosos y su objetivo es hacer el mayor dinero en el menor tiempo. La cara visible de ese canal tiene también un alto cargo en una oenegé que vela por “las buenas prácticas periodísticas”.

Por si fuera poco, ese poder mediático traslada esas “verdades” a sus caricaturistas, a quienes da carta libre para terruquear; y a sus comediantes chistosos, a quienes incentiva a hacer lo suyo: en la radio, le ponen Dina “mita” Boluarte a la vicepresidenta, y colocan Flor de retama de música de fondo (risas grabadas). El terruqueo nunca es humor ingenuo; está ahí para reforzar la “verdad” que viene del área periodística.

El ataque autoinfligido (de la prensa a la prensa) no es solo un ataque. Es una demolición sistemática que lleva años. Atenta contra el carácter institucional del periodismo, aquello que lo hace el “cuarto poder”. La prensa ha conseguido que a la gente no le importe defenderla, que no sienta que su supuesto sometimiento —que solo existe en la paranoia derechista— le quitaría algo valioso.

Ese desprestigio no es un motivo de risa, aunque varios de esos periodistas nos parezcan cómicos. No solo porque sí hay periodistas valiosos que se merecen trabajar lejos de directivas sesgadas, ambientes tóxicos, libres de la presión de negociantes que creen en todo menos en la libertad de información. También porque la prensa tiene —solía tener— el rol de tutelar las verdades públicas, y eso es lo que tendrían que procurar los medios masivos. Llámenlo credibilidad, si quieren. Sin ese rol, hay una orfandad, un vacío, un estado en el que ningún ciudadano puede acudir a la prensa para informarse (como quien compra un mapa fiable). Es una versión tardía del sueño de Baudrillard: la realidad no existe, solo hay simulaciones virtuales hechas por quienes tienen los recursos para el montaje mayor.

Ese es el tema de fondo que los medios nunca pondrán en agenda: la necesaria restauración de la respetabilidad de la prensa, cómo lograrla, qué cambiar. Porque es evidente que ha llegado a un punto de agotamiento y crisis. El tema está ahí hace años pero ahora —por desgracia— es urgente, y no solo por la posibilidad del golpe de Estado.

Es urgente porque se viene Antauro Humala con su ímpetu y sus huestes, su radicalismo que encandila, sus ínfulas mesiánicas. Necesitamos verdades. ¿Esta prensa sesgada, incompetente, desinformada, bocazas, es la que nos informará sobre ese fenómeno? ¿Esa prensa que ya empezó a mostrar su frivolidad sin límites cuando fue a preguntarle a Antauro si es verdad que, en la cárcel, hizo manualidades de Hello Kitty? Me gustaría que alguien realice una encuesta con una sola pregunta: ¿Cree usted que la prensa peruana está preparada para informarnos verazmente del surgimiento de Antauro Humala? Quisiera ver ese sondeo, aunque ustedes ya conocen el resultado (y yo también).

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 608 año 13, del 21/10/2022, p12

16 de septiembre de 2022

Periodistas de hoy

Ybrahim Luna

En una reciente entrevista con la BBC/Mundo (1/9/2022), el historiador y catedrático francés François Hartog, a propósito de su libro “Cronos: Occidente en la lucha con el tiempo”, comentó: “El presentismo contemporáneo en Occidente surgió con el cuestionamiento del futuro, cuando comenzamos a dudar de que el futuro sería mejor que el presente. (…) Todas las temáticas de progreso que eran el gran motor del mundo moderno empezaron a ser cuestionadas (…). Esa crisis le da paso a una sociedad en donde el futuro ‘jamás será mejor que el presente’”. En resumen, somos una humanidad sin proyección histórica y con la certeza de que el presente es lo único real.

El lingüista y filósofo estadounidense Noam Chomsky, en una conversación de febrero de 1996 con el programa “The big idea”, de la BBC, hizo la siguiente descripción de lo que consideraba el “Modelo de Propaganda” y el rol de los principales diarios de su país: “La estructura institucional de los medios de comunicación es bastante evidente. Hay diferentes sectores, pero los medios que crean el marco en que se mueve el resto (…) son grandes empresas, partes de aún mayores conglomerados. (…) Su mercado son los anunciantes, es decir, otras empresas; su producto son audiencias relativamente privilegiadas (que a su vez son vendidas a otras empresas)...”.

¿Se pueden adecuar los conceptos de ‘presentismo’ y ‘audiencias privilegiadas’ a nuestra realidad para analizar el papel de la nueva prensa peruana?

El periodismo solía ser atractivo para los jóvenes que decidían vivir de las letras, al menos como una alternativa sostenible, un refugio. El periodismo ofrecía la apasionante trama del oficio literario y el glamoroso riesgo de la actividad detectivesca. Uno podía ensayar a ser el nuevo García Márquez o un James Bond que dribleara las represalias de una dictadura. Pues eso terminó. En el periodismo actual no hay amor por la literatura ni fascinación por desentramar las conspiraciones del poder, menos del poder económico.

Las nuevas camadas de “hombres de prensa” que egresan de las facultades de Comunicación tienen por objetivo vivir de la breve fama de las cámaras, la radio o las redes sociales. La mayoría de jóvenes comunicadores no pretende tener una visión histórica y filosófica del mundo ni interpretar las herencias políticas para hacer proyecciones sociales de nuestra realidad en movimiento. Todos buscan un espacio para la popularidad inmediata. Ni siquiera estamos hablando de debates antropológicos, sino de una mínima intuición de lo que está más allá del hecho cotidiano. El objetivo del periodista moderno es llenar el día a día con lo que haya a la mano, generalmente declaraciones y escándalos menores, y mantener cautiva una audiencia que pueda ser traspasada de programación en programación, de noticieros a telenovelas, de espacios de opinión a realities de competencias, de televidentes a compradores.

Algunos dirán que el bucle periodístico es un reflejo del bucle social. Lo más cercano a la verdad es que el periodismo está diseñado para sostener un ciclo social amaestrado e indignado selectivamente, para que las cosas no se desborden fuera del tiempo presente. Nadie debe revisar la historia ni hacer pensar mucho en el futuro.

¿Alguien se ha preguntado por qué los nuevos comunicadores piensan exactamente igual sobre economía? O si… ¿acaso tienen epifanías capitalistas cuando llegan a la TV o al directorio de un diario nacional? ¿Es el fin de la historia?

El dilema más serio del periodismo actual es su confusión existencial con respecto a los principios de la profesión. Ahora domina un pensamiento económico único. El nuevo periodista-comunicador ha aprendido que su papel es el de contrabandista de publicidad, y cree que su función moral (como parte de una empresa) es defender la inversión privada porque de allí proviene el sueldo de sus jefes y el suyo.

Curiosamente no habría mayor dilema si los medios y sus rostros se identificaran con una postura política y económica desde un inicio, como suele ocurrir en Estados Unidos o Europa. Así, el público sabría a qué atenerse. Claro, esto sería ideal en el remoto caso de que existiese una oferta variada en el mercado de la objetividad, y si los medios que discrepan del coro de la SBS (Superintendencia de Banca, Seguros y AFP) tuviesen la misma presencia en los canales de información para competir con los mastines del sistema. Pues no es así.

¿Es mucho pedir que la prensa tenga una visión más allá del inmediato y mediocre presente? A nadie le haría mal estudiar historia y analizar el presente como la pieza de un rompecabezas de largo plazo.

Fuente: HILDEBRANDT EN SUS TRECE N°602, del 09/09/2022   p20

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1 de noviembre de 2021

Perú: Un exégeta exagerado

Eloy Jáuregui

Hace unos días participé en una conferencia universitaria sobre periodismo vía Zoom. Y ahí estaban los viejos colegas con su monserga trasnochada y los jóvenes maestros dando lustre a la generación de los millennials. Dos discursos incompatibles y opuestos. La audiencia aplaudía la retórica de los prehistóricos, y sus razones de arcaísmos y sus rancios firuletes. Igual ocurría cuando yo estudiaba en aquellas aulas museos. Solo algunos maestros me deslumbraban, Edmundo Cruz, Uceda, Lévano y paré de contar.

Luego de profesor, me esforzaba por enseñar el arte de García Márquez, Rodolfo Walsh, Tomas Eloy Martínez, Susana Rotker. Pero no dejaba de analizar los trabajos de Kapuscinski, Lee Anderson y la perfección impecable de Tom Wolfe y Gay Talese, padres del llamado “nuevo periodismo”, y observar a nuestros mejores cronistas peruanos que desarrollan una visión crítica desde la consolidación de la república, como es el caso de González Prada, Palma, Mariátegui o Vallejo.

Y en el tema de leer, como requisito para recuperar y mantener el buen periodismo –cierto, las crónicas lo son– debíamos extraer lo mejor de los textos de aquellos escritores, periodistas peruanos como Humberto Castillo, Guillermo Thorndike o Jorge Salazar, quienes lograron amalgamar la poesía a la información.

Cuando el polaco Kapuscinski decía, para ser un buen periodista, en principio, uno tiene que ser una buena persona. Y yo entiendo como buena persona a ese escritor que antes que nada actúa con generosidad y sin rencores. Hay pues una actitud de desprendimiento y humanidad. Solo así, y lo sostengo sin ninguna duda, la escritura de uno se nivela con la de otros. Y esa obligación ética se materializa en leer y reconocer las virtudes de los más grandes periodistas que han construido este universo de la brillantez narrativa.

Insisto que soy cronista y cada escrito mío tiene su propio destino, su particular signo y específico hado. Tengo de esta manera cómplices como también enemigos y antagonistas. Creo así que mis crónicas, ensayos o poemas no pasan inadvertidos porque siempre provocan escozor o gustos arrepentidos. Es cierto que intento cada vez ser un provocador probado. Un sedicioso vicioso. Y, como consecuencia de practicar las paráfrasis, los retruécanos y las parodias, me quieren y me odian. Es mi destino fino, final, sin tino y trino. Un exégeta exagerado, un leído ido. Un cantor de cantinas, un autor autorizado.

2 de octubre de 2021

Conflicto armado: tenaz negativa a comprender

Salomón Lerner Febres

Desde que la Comisión de la Verdad y Reconciliación emitió su informe final, en el que designa al periodo de violencia como “conflicto armado interno” siguiendo criterios del derecho internacional humanitario (DIH), no han cesado las críticas de ciertos sectores a ese término. Algunas de ellas se deben a una falta de comprensión de cuestiones jurídicas elementales; otras, la mayoría, nacen de una negativa a comprender. No se entiende por qué no se quiere entender.

Es en parte explicable, pues los hechos de aquel periodo suscitan inevitablemente una fuerte reacción moral y emocional. Pero a ello se suman los reflejos de sectores conservadores cuya regla parece ser el rechazo a todo razonamiento sobre los asuntos públicos. En todo caso, sería esperable que al menos en el mundo intelectual fuera entendido el empleo de ese concepto y su relación con el término “terrorismo”, que algunos reclaman como única designación válida. Lamentablemente, parece que también en este sector se va perdiendo la claridad al respecto.

Un conflicto armado interno, según el DIH, es una situación en la cual concurren por lo menos estos elementos: uso de la violencia o de la fuerza, prolongación en el tiempo y participación de grupos dotados de organización. Existe la posibilidad de que sean grupos no estatales –y sin participación estatal– los que participen en ese conflicto. Y, huelga decirlo, el término “interno” señala que el conflicto transcurre dentro del territorio de un Estado.

Cuando una situación es así catalogada, el derecho aplicable –las normas que regulan ese conflicto– es el Derecho Internacional Humanitario. Quiere decir que las entidades en conflicto, sean o no estatales, están obligadas a respetar esa normativa. Correlativamente, esto significa que a sus miembros se les puede imputar los graves crímenes contemplados en ese marco jurídico.

Una crítica obstinada al uso de ese término afirma que, al aplicarlo, se otorga reconocimiento jurídico a Sendero Luminoso y se lo equipara con el Estado. La objeción es llamativa porque muestra en qué medida las críticas se basan en una pertinaz ignorancia. Lo cierto es que el artículo 3 común a los Convenios de Ginebra, donde se trata de los conflictos armados internos, dice literalmente en su última línea que su aplicación “no surtirá efectos sobre el estatuto jurídico de las Partes en conflicto”. Es curioso que en las casi dos décadas que tiene esta falsa polémica ninguno de los detractores del término haya leído ese artículo completo.

Se trata, en efecto, de una falsa polémica basada, a su vez, en el falso dilema entre “conflicto armado interno” y “terrorismo”. Es evidente que no se trata de términos del mismo rango descriptivo.

Era predecible; en tiempos de crispación política la verdad suele ser una de las primeras víctimas. Pero no cabe rendirse a esa tendencia. La democracia peruana tiene que rehabilitarse sobre la base de la verdad y de la voluntad de entendimiento.


Salomón Lerner Febres. Expresidente de la CVR.

3 de septiembre de 2021

Perú: Admitir que nos equivocamos

Hugo Ñopo

Algo que me define profesionalmente es la medición. Soy usuario frecuente de las estadísticas para comprender lo que nos rodea; trabajo con ellas en mis empleos remunerados y, de alguna manera, trato de llevarlas a las redes en que participo. En ellas aporto estadísticas y, con cierta frecuencia, corrijo errores o usos equivocados de los datos.

La semana pasada hice eso con Rosa María Palacios. Una vez más.

El jueves 26 de agosto ella dijo en el programa de Jaime Chincha que “desde que han entrado no crecemos”, en referencia al gobierno de Castillo. Yo escribí un tuit indicando que ese dato era imposible de revelar, pues no existe. Allí hubiera podido terminar la historia, como tantas otras veces, pero no fue así. Un usuario le mostró mi tuit a Palacios y ella respondió: “Ese vive colgándose de mí para que alguien lo lea”. Además, en el mismo tuit indicó que la información la había dado Augusto Álvarez Rodrich en su programa de la mañana.

No voy a responder su comentario hacia mí en la primera parte de su tuit, pero sí la falsedad de la segunda parte. Lo que Álvarez Rodrich había dicho se refería a las proyecciones de crecimiento, no al crecimiento del PBI en el primer mes de gobierno de Castillo. Es conocido que los datos de PBI demoran un poco más de dos meses en salir y al menos un par de colegas economistas le hicieron notar eso a Palacios. ¿El resultado? Fueron bloqueados (uno, dos). De hecho, a mí también me tiene bloqueado desde que una vez comenté con ironía sobre su mal uso de las estadísticas oficiales.

Su falta de humildad para reconocer un error, junto con su falta de conocimiento económico, la llevó a cometer uno más. Es en este punto donde quisiera poner el foco de esta columna. Nadie es infalible y es inevitable cometer, de vez en cuando, errores en el manejo de la información. Pero es importante que una vez que estos hayan sido identificados, corrijamos. En caso contrario, corremos el riesgo de caer en espirales de falsedades como la que hemos visto.  

Para esto necesitamos actuar colectivamente. Cuando cometemos errores, los seres humanos caemos en sesgos cognitivos que nos impiden ver claramente la realidad. Aquí es donde las miradas de terceros sirven, mejor si son amigos. Por ejemplo, Palacios hubiera podido consultar con Álvarez Rodrich. Él seguramente le hubiera aclarado la diferencia entre proyección y hecho consumado, contándole que es muy temprano para tener estadísticas de crecimiento del gobierno que recién empieza. También, por ejemplo, Chincha habría podido hacer un ejercicio posterior de comprobación de hechos y señalar la noticia falsa que se propaló en su programa. Si un puñado de tuiteros no consiguió que Palacios identifique el error, quizás el anfitrión de esa noche hubiese tenido un poco más de éxito. Cuando una noticia falsa no se desmiente perdemos todos, pues se reduce la confiabilidad de las próximas noticias.

En este episodio, obviamente, no estoy defendiendo al gobierno de Castillo, lo que defiendo es el buen uso de las estadísticas. Como la mayoría de analistas que he leído y escuchado en estos días, creo que la debilidad técnica de este gobierno es un asunto muy serio que debe corregirse pronto.

Los errores son parte de nuestras vidas y reconocerlos es incómodo. Por ejemplo, recuerdo que antes de comenzar la segunda vuelta electoral 2021 dije tener la certeza de que Castillo no ganaría. Algunos meses antes, al inicio de esta pandemia, confié en el buen manejo y comportamiento honesto de Martín Vizcarra. En ambos casos, allí están mis tuits en las redes. Los tengo presentes para recordarme que a veces me vendría bien una dosis extra de cautela, especialmente cuando se me ocurre cruzar las fronteras de las áreas en las que soy experto. Esto es especialmente cierto, porque ahí es más fácil ser víctimas del efecto Dunning-Kruger.

Durante la semana he comentado este incidente con varios colegas y todos lamentan que la probabilidad de que Palacios rectifique es cercana a cero. La evidencia, basada en comportamientos pasados, está del lado de mis colegas. Sin embargo, esta vez quisiera mantener algo de esperanza en que se corregirá el error. Nos haría bien a todos.