29 de agosto de 2023

Perú: DINA Y LA PRENSA

Ybrahim Luna

Para cualquier televidente o lector más o menos perspicaz es fácil detectar las deficiencias comunicacionales y argumentativas de la presidenta Dina Boluarte, sobre todo cuando se dirige a la nación para defenderse de alguna acusación o para anunciar evidentes elefantes blancos. Lo singular es que la prensa no suele hacer hincapié en ello (ni en la retórica ni en el contenido) como sí lo hacía cuando gobernaba su antecesor, el profesor rural Pedro Castillo, hoy preso por un torpe golpe de Estado y una acusación de repartija de obras.

En su momento, Pedro Castillo despertó el horror de lingüistas y politólogos que hacían fila en los medios para desmembrar al mandatario que se equivocaba al leer y que luego se enredaba al explicar lo que había leído. La prensa fue el megáfono de quienes aseguraban que no podíamos seguir con el ridículo personalizado ocupando el sillón presidencial (Dina no tiene credenciales muy superiores, que digamos). Y el horror se atizaba si el sombrero chotano hacía presencia en algún acto protocolar local o internacional. Por primera vez asistíamos a una posible vacancia por incapacidad de imagen. Y la prensa formaba parte del juego, dando espacio a quienes priorizaban “el mal ver” del presidente antes que su gestión. Gestión fugaz que, dicho sea de paso, fue un desastre por las acusaciones de corrupción, la improvisación al elegir malos funcionarios y por el cotidiano boicot de un Congreso más desprestigiado aún.

Lo curioso es que, siendo indefendible Pedro Castillo, Dina Boluarte ha pasado a ser casi una estadista de lujo para un sector de los medios que antes la llamaba por el infame sobrenombre de “Dina-mita”. Ahora, Dina es una mezcla de Margaret Thatcher con Eva Perón para los sectores empresariales que la ven seguir sus instrucciones al pie de la letra, y es una grata sorpresa para los medios de comunicación que esperaban “otra cosa” de la sucesora de Castillo. Pero pobre de la señora Boluarte si no sigue al pie de la letra el guión que la derecha le ha redactado, porque entonces los medios semioficialistas la corregirán a punta de titulares. Y no hablamos de su silencio ante los 49 muertos durante las protestas, sino de molestar a las secciones económicas de los grandes diarios. Por ahora, Dina y su premier Alberto Otárola solo tienen felices coincidencias con la ultraderecha y las Fuerzas Armadas. Saben que es la única forma de eludir las investigaciones por las masacres y la cárcel.

Hace unos días, durante la transmisión del desfile de la Parada Militar, dos conocidas periodistas de Latina comentaron en vivo sobre el paso de la presidenta en un jeep saludando al público: “–Bueno, y la gente allí está. / –Está con sus banderitas. / –Medimos la temperatura de la calle. / –Sí, una cosa son las encuestas, las cifras en papel y [otra] cosa son las imágenes que, como siempre se dice, hablan y valen a veces más que mil palabras”. El problema aquí no es la simpatía o no de las comunicadoras por la mandataria, sino que el periodismo como profesión desconozca la información científica cuantitativa de las encuestas comparándola con un pasacalle en Lima donde la gente se reúne para ver un espectáculo cívico-militar. Por situaciones como esta es que los grandes medios de comunicación han perdido credibilidad y, peor aún, se han convertido en agentes de desinformación –o reinterpretación– al servicio del poder.

En un contexto ficticio, si Castillo siguiese en el gobierno durante las celebraciones patrias, los medios sin duda hubiesen hablado de “las portátiles” de Perú Libre y denunciado a un mandatario que se dice de pueblo pero que se aprovecha de los programas sociales para movilizar a la gente a su favor. Sin embargo, ahora que la señora Dina Boluarte visita distritos de la sierra, donde no es bienvenida, donde centenares de policías tienen que hacer cerco para mantener a raya a los manifestantes que gritan: “Dina asesina”, y en donde solo está permitido el ingreso a los pobladores que lleve el alcalde o el gobernador regional afín al gobierno, nadie habla de manipulación o aprovechamiento.

Qué triste y qué peligroso es que el pueblo le pierda el respeto a la prensa. Sin una prensa objetiva, veraz y bien informada no hay democracia que sostenga una idea de igualdad. Los grandes medios no entienden que muchas veces son los principales azuzadores del descontento popular. Son esos mismos medios que denuncian la violencia en las protestas los que ponen el combustible para la indignación. En Perú, la mayoría de diarios ni siquiera juega a la imparcialidad para vender un poco más. Y la señora Boluarte no sabe el daño que sufre al ser arropada por radios y canales del país. Eso solo la condena a seguir descendiendo en las encuestas. Y, por supuesto, cuando ya no sea necesaria, la irán descartando poco a poco.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 648 año 14, del 11/08/2023, 

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