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8 de septiembre de 2025

Los últimos días de la gran prensa


Daniel Espinosa

"No culpen a la 'posverdad', el asunto es su descarado doble rasero"

La Asociación Internacional de Estudiosos del Genocidio (AIEG), líder entre las organizaciones que investigan esta forma de crimen contra la humanidad, publicó el pasado 31 de agosto una resolución condenando los hechos de Gaza como eso, un genocidio. Aunque los especialistas de la AIEG han llegado a dicha conclusión un poco tarde, lo hicieron por amplia mayoría, sumándose a las condenas hechas con anterioridad por varias otras organizaciones internacionales.

Es una nueva confirmación de que el orden internacional y el derecho humanitario –hechos trizas con la ayuda de quienes decían representarlos desde Washington, Londres, Bruselas y Berlín– yacen entre los escombros de Gaza, o en las mismas bolsas negras en las que descansan los cuerpos sin vida de miles de niños masacrados con armas de última generación.

Esto no está sucediendo a pesar de las enérgicas e insistentes denuncias de la prensa, sino con su activa y descarada complicidad. Las instituciones que decían practicar el mejor oficio periodístico, en defensa del bien común y los valores democráticos, se quitaron la máscara, demostrándole al mundo que, a la hora de la hora, los intereses de élite, los de la clase propietaria, son los que mandan.

El holocausto palestino está ocurriendo, además, mientras millones marchan por las calles de docenas de ciudades de todo el mundo exigiendo el alto al fuego y el fin de un sitio de corte medieval que tiene a cientos de miles enfrentando una hambruna total, mientras dos millones deambulan de un lado a otro esquivando las bombas, aterrorizados. Ese periodismo –el corporativo, el practicado por los grandes medios de comunicación privados– prefiere no informar sobre estas peligrosas manifestaciones globales de solidaridad y empatía.

Los grandes diarios y cadenas de noticias siempre nos contaron el cuento de que practicaban un oficio valiente, independiente, contestatario y neutral. Todo era una farsa. La gran prensa ni siquiera se atrevió a levantar la voz cuando las formas más cruentas de violencia se cebaron sobre cientos de periodistas gazatíes. En su lugar, repitió la “hasbara” –la propaganda sionista–, sugiriendo de mala fe que los colegas palestinos quizás eran terroristas encubiertos. El terruqueo no es un fenómeno peruano.

La investigación académica en torno al rol de los grandes medios de comunicación masiva y al periodismo que ahí se practica suele dividirse en dos escuelas. La primera sugiere que ciertos factores de corte institucional y estructural –como la propiedad de los medios, el financiamiento mediante avisaje comercial y la dependencia de fuentes de información del establishment– resultan determinantes al momento de decidir qué se informa y qué no, así como cuál será el enfoque (el “framing”, en inglés).

La segunda escuela sostiene, en cambio, que lo determinante a la hora de decidir qué es noticia sería la ideología de los periodistas que integran los principales medios periodísticos (entre los que destacan “The New York Times”, “The Washington Post”, “The Guardian”, “El País”, la CNN o la BBC) quienes por lo general se declaran liberales o progresistas. Según esta escuela, los grandes medios contribuyen a crear un vigoroso “mercado de ideas”, en el que las más populares terminan convirtiéndose en políticas públicas.

La cobertura sobre el genocidio en Gaza ha demostrado con creces que la primera escuela lleva la razón, mientras que la segunda, la preferida por los académicos que mejor se acomodan y por la gran prensa –precisamente porque les permite a sus periodistas presentarse como gente muy independiente–, no sería más que una fantasía que los dueños de los medios y sus fieles editores repiten para ocultar su propaganda.

Las múltiples cartas abiertas que cientos de periodistas de la gran prensa han escrito en los últimos veintidós meses, denunciando la cobertura de sus propios medios como sesgada en favor del régimen apartheid de Benjamín Netanyahu, deja claro que lo que determina la cobertura es la estructura institucional, no la ideología o las buenas intenciones de los periodistas, meros empleados.

En una reciente carta abierta, más de cien reporteros de la BBC exigieron que se les permita reportar la verdad sobre Gaza, denunciando que su medio –que marca la pauta para cientos de diarios y canales de noticias de todo el planeta– hace “relaciones públicas en favor de Israel” en lugar de periodismo. ¿Qué mejor prueba de que la ideología liberal de estos periodistas no viene a cuento cuando hay que reportar sobre asuntos que resultan cruciales a los intereses de la clase propietaria?

Los disidentes de la BBC no han sido los únicos, también ha habido denuncias de periodistas del “NYT”, de “The Guardian”, del “Financial Times” y la CNN, entre otros.

El enfoque institucional, el verídico, propone que unos medios de propiedad de multimillonarios y grandes conglomerados privados, que viven del avisaje comercial de otras grandes corporaciones, y que además dependen para su suministro de información de poderosos gobiernos y otras instituciones del establishment, siempre terminarán sirviendo a intereses de élite.

El martirio de los gazatíes, últimos en una larguísima fila de víctimas sobre las cuales la gran prensa nunca informó de manera honesta, debería ser el último clavo en el ataúd de un aparato de comunicaciones elitista que, desde hace por lo menos cinco décadas, viene perdiendo la confianza de sus audiencias de manera sostenida, como demuestran los sondeos sobre su credibilidad. No culpen a la “posverdad”, el asunto es su descarado doble rasero.

La gran prensa de Occidente es el más reluciente de todos los sepulcros blanqueados, y le debe buena parte de su engañoso prestigio a su propia capacidad para el autobombo, que se refuerza con el elogio vacío de unas instituciones tradicionales putrefactas que dependen de su cobertura sesgada. Es el mutuo espaldarazo de los compinches.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 748 año 16, del 05/09/2025

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6 de julio de 2025

El hambre como arma

Daniel Espinosa

"La estrategia israelí consiste precisamente en usar el alimento como señuelo"

Cuando la Corte Penal Internacional emitió una orden de arresto contra Benjamín Netanyahu en noviembre de 2024, acusándolo, entre otros crímenes, de usar el hambre como arma de guerra, los capítulos más terribles de esta cruel instrumentalización de la escasez aún no habían sido escritos. Ahora sabemos a ciencia cierta que el ejército israelí ha ordenado a sus soldados disparar a mansalva contra gazatíes desesperados por llevarse algo a la boca.

La semana pasada, varios soldados del genocidio le dijeron a “Haaretz” –el diario liberal más importante de Israel– que recibieron órdenes de disparar contra gazatíes desarmados, “incluso cuando no había amenazas presentes”, una admisión reveladora.

Desde fines del pasado mayo, más de medio millar de palestinos han sido asesinados por Israel mientras esperaban alimentos que, en muchos casos, ni siquiera pueden cocinar, pues no tienen agua o los implementos para hacerlo. Varios miles han resultado heridos. Los receptores de esta “ayuda” tienen que caminar varios kilómetros entre disparos y ataques indiscriminados, pues la estrategia israelí consiste precisamente en usar el alimento como señuelo para concentrarlos en el sur de la Franja.

Quienes se acercan por comida, dijeron los soldados israelíes a “Haaretz”, “…son tratados como una fuerza hostil”. No se pone en práctica ningún método para el control de multitudes digno de ese nombre, simplemente “se les dispara con cualquier cosa imaginable: ametralladoras, lanzagranadas, morteros… nuestra forma de comunicación es disparar”, confesaron.

Esto ocurre incluso cuando los mismos soldados aseguran, como cita “Haaretz”, que no han escuchado de un solo caso en el que alguien les haya devuelto los disparos: “No hay enemigo, no tienen armas”. Según otro entrevistado, Gaza “se ha convertido en un lugar con sus propias reglas. La pérdida de vidas humanas no significa nada… ni siquiera un ‘incidente desafortunado’”.

Otros reportes confirman lo de “Haaretz”. El medio digital “Zeteo” (11/06/25) pudo entrevistar a uno de los mercenarios estadounidenses contratados por la “Gaza Humanitarian Foundation” (GHF), la organización de pantalla usada por el régimen Netanyahu y la Casa Blanca para instrumentalizar la ayuda humanitaria, convirtiendo una escasez provocada en otra justificación para el genocidio. El mercenario le dijo a “Zeteo” lo siguiente:

“La idea de que el ejército de Israel no está involucrado es pura basura… sus francotiradores y tanques están a algunos cientos de metros de distancia. Puedes escucharlos disparar todo el día”.

Las organizaciones que crearon la GHF están asociadas al cristianismo evangélico estadounidense y a contratistas militares vinculados a la CIA. En los cuatro centros de reparto de alimento implementados en el sur de Gaza por estos dudosos actores, el ultraconservadurismo cristiano ha encontrado su contraparte en el extremismo musulmán: Israel ha armado a bandas criminales gazatíes asociadas al Estado Islámico (EI) y las ha puesto a custodiar el perímetro externo de los centros de reparto.

Ateniéndonos a la terminología con la que se suele describir a Irán y a sus aliados en Medio Oriente, este grupo gazatí vinculado al Estado Islámico sería un “proxy” de Israel, es decir, un grupo armado externo que opera a su servicio. Durante años –y particularmente en Siria– Israel y EE. UU. armaron y prestaron toda clase de asistencia a organizaciones terroristas que se desprendieron de Al Qaeda. Estos sanguinarios yihadistas fungen de aliados o enemigos de Occidente, según resulte oportuno.

A pesar de que estos son hechos perfectamente comprobados, nunca se describe a estos grupos terroristas como “proxies” de Israel y Estados Unidos en la región, otro logro de la propaganda occidental y sus colaboradores en la gran prensa.

Con buena parte de la gran prensa en el bolsillo, Netanyahu y su camarilla han tenido el descaro de desestimar las revelaciones de “Haaretz” y otros medios periodísticos como “libelos de sangre”, término que hace referencia a alegatos antisemitas que, durante el medioevo, acusaban a los judíos de secuestrar y matar cristianos para usar su sangre en misteriosos rituales.  

Israel también ha difundido la idea de que Hamás estaría robando las provisiones destinadas a los civiles gazatíes, por lo que había que diseñar un sistema de reparto que impidiera estos hurtos. Así se justificó la creación de la Gaza Humanitarian Foundation, que Naciones Unidas ha tachado de “abominación”.

La misma prensa israelí ha desmentido el bulo. Según un artículo publicado en la página web del Canal 12 de la señal abierta israelí (27/05/25), de 110 casos de vandalismo ocurridos en contra de convoyes humanitarios, “ninguno fue llevado a cabo por terroristas de Hamás”. Jonathan Whittall, cabeza de la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios, lo confirmó, añadiendo:

“El robo de ayuda, desde el comienzo, ha sido llevado a cabo por bandas criminales bajo la vigilancia de las fuerzas israelíes… (bandas que) fueron permitidas de operar en las inmediaciones del cruce de Kerem Shalom hacia Gaza” (“The Guardian”, 10/06/25).  

Debido a declaraciones como esta –así como a las que condenan el criminal sistema de reparto de alimentos israelí por ser una “abominación” y una “trampa mortal”–, el régimen Netanyahu dice que Naciones Unidas se ha “alineado a sí misma con Hamás” (cuánto se parecen este tipo de declaraciones a los discursos con los que los conservadores exigen sacar a sus países de cuanto organismo internacional existe).

Irónicamente, el derecho internacional está siendo desmantelado por un régimen que suele justificar un genocidio, junto con un sinfín de crímenes de guerra –como usar el hambre como arma–, en las atrocidades que los judíos sufrieron a manos de los nazis durante el Holocausto.

Cuando acabó la Segunda Guerra Mundial, Alemania fue desnazificada. Desgraciadamente, nunca se desnazificó a las élites occidentales que hoy arman, financian o encubren a Benjamín Netanyahu, quien se pasea por Europa y Norteamérica como si estuviera en su casa.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 740 año 16, del 04/07/2025

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2 de febrero de 2025

Cien años de propaganda tirados a la basura

Daniel Espinosa

Donald Trump exige Groenlandia, el Golfo de México y el Canal de Panamá. Los quiere y no se avergüenza de decirlo abiertamente. Al republicano tampoco le interesa ocultar la naturaleza oligárquica de su recién inaugurado régimen y por eso en su reciente toma de mando sentó en primera fila a tres de los hombres más ricos del planeta: Jeff Bezos, Mark Zuckerberg y Elon Musk, quien luego celebró la investidura con un par de excitados saludos nazis.

Cuando Trump irrumpió en el escenario político hace una década, la mayoría de los magnates de Silicon Valley se mostraron abiertamente en contra de lo que el republicano decía representar. Pero la oposición de estos barones de la tecnología y otros elementos de la élite occidental nunca partió de principios éticos: era un asunto de imagen y retórica.

Lo que descolocaba y llenaba de preocupación a este establishment era la posibilidad de que el republicano desbaratara cien años de propaganda diseñada para disfrazar su imperialismo y sus saqueos como “promoción de la democracia”. Trump sería el imperio sin máscaras. La farsa más costosa y mejor organizada de la historia se iba al garete.

Con el republicano en la Casa Blanca, el aún poder hegemónico ya no nos doraría la píldora con peroratas sobre libertad y derechos humanos. Occidente tendría que renunciar a toda pretensión de superioridad moral.

Pero la agresividad del flamante inquilino de la Casa Blanca responde a una mezcla de arrogancia y desesperación: es el declive terminal de Estados Unidos expresado en una gran pataleta.

El megalómano de la melena rubia y su banda de ultrarricos –herederos de un poder político global amasado por hombres mucho más capaces que ellos– quieren hacerle creer al mundo que el declive estadounidense responde a la supuesta costumbre de despilfarrar dinero en “proteger a sus aliados” y garantizar el “orden internacional”.

Tonterías. El dinero que EE. UU. aporta a instituciones como la OTAN siempre ha servido a los objetivos del imperialismo, no a la protección de sus aliados o un supuesto “orden liberal”. Como dice el reconocido analista internacional John Mearsheimer, si Europa no invierte más en la OTAN es, simple y llanamente, porque sus líderes entienden que la “amenaza rusa” es pura propaganda y no un peligro real.  

En su discurso de investidura, Trump revivió el fantasma del “Destino Manifiesto”, la ideología racista que legitimó el exterminio de los indios americanos. Ella sostiene que Estados Unidos es el dueño legítimo de todo nuestro continente y sus recursos naturales. Fue una amenaza abierta contra el “patio trasero” latinoamericano y su soberanía.

Sin embargo, quien le dio el golpe de gracia al “orden internacional basado en reglas” –ese que Trump ya no honrará– no fue el nuevo presidente yanqui sino su antecesor, “Genocide Joe”. Su régimen, facilitador indispensable del genocidio gazatí, le demostró al mundo que una limpieza étnica de corte colonialista aún es posible en el siglo XXI, incluso a vista y paciencia de un mundo conectado a internet. Lo que digan Naciones Unidas y la Corte Penal Internacional les vale dos pepinos.

En los días posteriores a su investidura, Trump se refirió a Gaza como una “ubicación fenomenal”, admirando su posición frente al mar y asegurando que había que limpiar la Franja de palestinos. Su lenguaje –el de los negocios inmobiliarios– delata que, como estadista, el republicano ostenta la sofisticación de un mercachifle. Trump carece de una visión política coherente y su gobierno solo conseguirá confirmarle al mundo que el imperialismo yanqui se encuentra en fase terminal.

La tirria que buena parte de la élite occidental siente hacia Trump es proporcional a los miles de millones invertidos en un aparato de propaganda que surgió durante la Primera Guerra Mundial, cuando Woodrow Wilson creó el Comité para la Información Pública (CIP). El éxito de esta agencia le demostró a la clase propietaria que era posible “fabricar consentimiento”, pues consiguió llevar a una sociedad eminentemente pacifista a participar en una guerra que consideraba foránea y de poco interés nacional.

El éxito de Wilson –a quien el teórico de la comunicación Harold Lasswell llamó “Gran Generalísimo de la Primera Guerra Mundial en el frente propagandístico”– fomentó el desarrollo de la industria de relaciones públicas, que tendría entre sus más altos representantes a varios exfuncionarios del CIP.

Luego de la Primera Guerra Mundial, muchos de ellos –entre quienes destacan Edward Bernays y Ivy Lee– pasarían de vender guerra y fanatismo antigermano a promover el consumo de cigarrillos y pasta dental, empleando toda clase de técnicas de manipulación psicológica para realzar la imagen pública de la gran corporación y sus dueños. Así es como estos propagandistas de guerra se convirtieron en los padres de las relaciones públicas privadas.

Aunque muchas de las técnicas propagandísticas que dominaron el siglo XX han sido adjudicadas a Goebbels y a los nazis, lo cierto es que Hitler atribuyó la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial a “las victorias ideológicas de las agencias de propaganda británicas y estadounidenses” (Noam Chomsky, “A Few Words on Independence Day”, http://chomsky.info).

Preocupados por este precedente, los nazis hicieron suyas las lecciones aprendidas por Bernays –e incluso reclutaron a Ivy Lee, quien viajó a Alemania para ponerse al servicio del industrial y colaborador nazi I. G. Farben–, aplicando sus conocimientos a su propia propaganda fascista.

Ochenta años más tarde, cuando la CIA se inventó lo de la “intromisión rusa” en las elecciones de 2016 –una supuesta operación del Kremlin para beneficiar a Trump– lo que estaba haciendo era proteger décadas de campañas propagandísticas y lavado de cerebros.

Sabían que el bocazas neoyorquino no respetaría el guion, tirando por la borda el costoso montaje que sostiene la supremacía estadounidense.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 718 año 15, del 31/01/2025

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30 de agosto de 2024

Ahora le tocó a Telegram

Daniel Espinosa

La censura sigue a toda marcha en Occidente, donde los medios de información que no puedan ser controlados serán silenciados. El último sábado 24 de agosto el dueño de la aplicación de mensajería Telegram –el ruso nacionalizado francés Pavel Dúrov (39)– fue arrestado por la policía francesa tras aterrizar en París. Se le acusa de no colaborar con la moderación de ciertos contenidos y la supresión de ciertas actividades en su plataforma digital, de las cuales sería “cómplice”.

En realidad, a Telegram se le está persiguiendo por ser la firma tecnológica que menos coopera con los gobiernos occidentales en sus intentos de controlar la información. TikTok –otra de las plataformas digitales perseguidas– suele cooperar un poco más, aunque no lo suficiente.

Un poco de contexto: en abril de 2018, las políticas de privacidad y protección de datos de Telegram llevaron al gobierno ruso a tomar medidas para restringir el acceso a la plataforma, que hoy cuenta con casi mil millones de usuarios a nivel global. Dúrov, instalado en Dubái, se rehusó a acatar una norma legal que hubiera obligado a su plataforma de mensajería a entregar las contraseñas de sus sistemas de encriptación de mensajes cada vez que el Servicio de Seguridad Federal ruso lo solicitara.

Dúrov dijo que las demandas de esta agencia –sucesora de la KGB soviética– eran técnicamente inviables y, además, violaban los derechos de los rusos a la privacidad de sus comunicaciones.

El asunto es que al CEO de Telegram no le ha ido mejor en el alguna vez democrático y liberal Occidente. Aquí debemos mencionar que la libertad de expresión no es un derecho absoluto. Sin embargo, nuestra posición es que la censura que avanza sobre Occidente no tiene otra intención que proteger el decadente sistema político-económico imperante de cualquier forma sustantiva de disidencia. El genocidio en Gaza no ha hecho más que acelerar el proceso.

A principios de este año, el gobierno de EE. UU. fue tras TikTok, la red social usada por 170 millones solo en ese país. Como reporté en esta columna el pasado 22 de marzo, detrás de las demandas de censura contra esta plataforma desobediente estaba, entre otros poderosos intereses, el régimen israelí de Benjamín Netanyahu. Como informó “The Economist” también en marzo, la iniciativa del Legislativo estadounidense para obligar a los dueños chinos de TikTok a vender su plataforma a intereses occidentales “ganó impulso en parte como consecuencia de la preocupación ocasionada por cómo maneja la desinformación y el contenido antisemita luego del ataque de Hamás contra Israel de octubre”.

Resulta indispensable traducir la terminología usada por la propaganda: “desinformación” no significa información falsa o engañosa, sino inconveniente. Por su parte, “contenido antisemita” hace referencia, en este caso, a toda crítica o denuncia contra el régimen sionista.

Encontramos varias claves para entender el reciente arresto de Pavel Dúrov en un reciente artículo de “Haaretz” (21/08/24), uno de los diarios más importantes de Israel. Ahí se informa sobre el hackeo de información confidencial del Ministerio de Justicia israelí y su posterior publicación en canales de Telegram. El artículo señala cómo, “a pesar de la masiva inversión en medidas defensivas de ciberseguridad, la escala de las filtraciones parece ser la más severa en la historia de Israel...”.

Cuando esta información sensible es filtrada al público a través de distintas plataformas digitales, las autoridades israelíes envían solicitudes a los gigantes tecnológicos para que las retiren de circulación. Como explica “Haaretz”: “Recientemente, varias cuentas fueron dadas de baja por Telegram luego de publicar material hackeado”. Entonces, no es que Telegram no coopere, sino que no es tan dada a cooperar como Google, Microsoft, Amazon o Meta, dueño de Facebook, Instagram y WhatsApp.

Estas cifras (tomadas del mismo artículo de “Haaretz”) nos permiten observar mejor las diferencias: “De acuerdo con números oficiales de Israel, su Ministerio de Justicia ha enviado a Facebook 40,000 solicitudes exitosas para dar de baja ‘contenido ilegal’... Incluso TikTok ha dado de baja 20,000 publicaciones denunciadas por Israel. En Telegram el número solo llega a poco más de 1,300”.

Según “Haaretz”, Telegram es considerada “hostil a requerimientos gubernamentales... (y) ha probado ser un enorme desafío desde el inicio de la guerra... Mientras otras plataformas han hecho una cuantiosa inversión en moderadores, permitiendo que gente y organizaciones ayuden a monitorear el contenido... Telegram no lo ha hecho... (la aplicación) emergió como la plataforma más importante a través de la cual Hamás hace guerra informativa”.

En cambio, la “guerra informativa” israelí se conduce a través de la gran prensa y las instituciones del establishment, que jamás le llamarán “terrorismo” a las continuas masacres de civiles inocentes en la Franja, ni siquiera cuando los francotiradores israelíes disparan directamente contra niños palestinos (“The Guardian”, 02/04/24) o acaban con familias enteras arrojando bombas sobre sus casas (“Associated Press”, 16/06/24). Este doble estándar es el rasgo que define a la prensa tradicional.

Más importante aún: Telegram es uno de los pocos medios de comunicación a través de los cuales el mundo está observando los crímenes de lesa humanidad israelíes.

Como mencionamos, “Haaretz” explica que las otras plataformas permiten un mayor monitoreo. Lo que no dice el medio israelí es que, tal como reveló Edward Snowden en 2013, estas plataformas trabajan en íntima colaboración con el complejo militar-industrial comandado por EE. UU., permitiéndole a sus agencias de espionaje y vigilancia el acceso directo a la información de sus usuarios a través de puertas traseras o “backdoors”.

En su momento, lo revelado por Snowden –ahora exiliado en Rusia– fue aireado por todos los medios de prensa de Occidente (no les quedó otra). Sin embargo, desde entonces, toda referencia al programa “PRISM” de la National Security Agency estadounidense parece haber sido borrada del récord y no entra en la narrativa cuando se trata de explicar el reciente arresto de Dúrov y otros temas relacionados.

El pecado de Telegram es no formar parte de este tinglado de firmas tecnológicas privadas que le deben su prominencia y éxito comercial, en buena parte, a su subordinación al gobierno más poderoso del mundo, que lo premia con toda clase de favores.

El arresto de Dúrov es otro paso hacia un Occidente oligárquico, sin libertad de prensa e información, tal como en su momento lo fue la persecución de Julian Assange y WikiLeaks.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 698 año 14, del 30/08/2024

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6 de noviembre de 2023

Genocidio en vivo

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Daniel Espinosa

Ya van 27 días de horror. Los palestinos están siendo barridos de la Franja de Gaza a punta de bombardeos que pretenden desplazarlos hacia el Sinaí egipcio, donde el régimen de Benjamín Netanyahu se encargará de que permanezcan indefinidamente. Una vez cruzado el paso sureño de Rafah, no se les permitirá volver y la limpieza étnica que estamos presenciando en vivo y en directo quedará consumada.

A casi un mes de iniciado este nuevo capítulo de la catástrofe palestina, el conteo de muertos se abulta –acercándose a los 10,000–, los misiles alcanzan hospitales, mezquitas, centros para refugiados y escuelas, y uno se pregunta cuántos miles de niños más tendrán que ser masacrados para que se detenga este genocidio tan occidental, autorizado por los Estados Unidos del demócrata Joe Biden y alentado por la Unión Europea de la demócrata cristiana Úrsula von der Leyen. Las crudas imágenes que salen de Gaza –con enorme dificultad debido a toda clase de abusivos bloqueos– dan muestra de que la humanidad sigue extraviada en las mismas junglas de siempre, sin un derecho ni una justicia internacionales que se apliquen a todos por igual.

En cambio, el “orden basado en reglas” que Occidente impone vuelve a convertirse en un baño de sangre inocente y los crímenes de guerra se multiplican.

NACIÓN RENEGADA

Sin embargo, el brutal avance israelí sobre Gaza debe encarar una derrota indeleble en otro frente: el de la opinión pública global. En París, Washington y Londres, cientos de miles salieron el último fin de semana a las calles a mostrar su apoyo a los palestinos, dándoles la contra a sus respectivas élites y desafiando a unas fuerzas del orden cada día más censuradoras y represivas. El último sábado, en la terminal de trenes más importante de Nueva York, miles de judíos le dijeron a Israel “no en mi nombre”. Otros cientos de miles se manifiestan en contra del genocidio en curso en decenas de ciudades alrededor del mundo, sumándose a multitudes que ya han superado ampliamente el millón de personas.

Esta respuesta popular trae a la memoria las marchas en contra de la invasión de Irak, de 2003, igualmente masivas. La opinión de toda esa gente importaría muchísimo si viviéramos en verdaderas democracias. No importó en cuanto a Irak y no importa lo suficiente ahora en cuanto a Palestina, que se prepara para una incursión terrestre.

En Naciones Unidas, el secretario general Antonio Guterres tuvo la audacia de salirse del libreto para señalar un par de obviedades, como que el ataque de Hamás del 7 de octubre “no sucedió en el vacío”, o que “los palestinos han estado sujetos a 56 años de sofocante ocupación”. Pudo haber sido más tajante –el portugués se limitó a aportar un poco de ese contexto que el aparato de propaganda occidental suele omitir–, pero su breve transgresión a la regla tácita de jamás criticar a Israel igual se tradujo en sendas pataletas. El ministro de exteriores de Netanyahu canceló una cita con Guterres y el embajador israelí para Naciones Unidas amenazó con negarles visas a los representantes del organismo.

Israel es lo que Noam Chomsky llamó una “nación renegada” (rogue state). No está acostumbrado a seguir las reglas y tampoco tolera recriminaciones. Las últimas declaraciones de varios de sus líderes dan muestra de una gran arrogancia, pero también sugieren que su establishment político y sus aliados internacionales viven en una realidad distinta, algo oscurantista y predemocrática. La retórica fascistoide ha recrudecido debido al frenesí guerrerista israelí, pero no es excepcional. En 2018, la cuenta de Twitter del primer ministro israelí publicó este mensaje que hace acordar a las cavernas: “El débil se derrumba, es asesinado y borrado de la historia, mientras que el fuerte, para bien o para mal, sobrevive. El fuerte es respetado y se hacen alianzas con él, y al final la paz se hace con el fuerte”.

El pasado 10 de octubre, el vocero de las Fuerzas de Defensa de Israel, Daniel Hagari, dijo que “cientos de toneladas de bombas” ya han sido arrojadas sobre la Franja, añadiendo sin sonrojarse que “el énfasis no está puesto en la exactitud sino en la destrucción”. Unos días antes, Ariel Kellner, miembro del Parlamento israelí e integrante del Likud de Netanyahu, ya había dicho lo siguiente: “Ahora, un único objetivo: ¡Nakba! Una Nakba que haga palidecer a la de 1948” (la Nakba fue la catastrófica expulsión de unos 700,000 palestinos de sus pueblos; muchos de ellos terminaron en Gaza).

Por si eso fuera poco, el mismísimo presidente de Israel, Isaac Herzog, ya había acusado a todos los palestinos de ser cómplices de las acciones terroristas de Hamás. “La retórica sobre civiles que no están conscientes o involucrados (con Hamás)”, dijo el pasado 14 de octubre, “es totalmente falsa”. El consiguiente castigo colectivo –otro crimen de guerra reñido con el derecho internacional– también es una institución israelí: cuando un palestino es acusado de “terrorismo”, todos sus allegados pueden ser castigados sumariamente mediante la demolición del domicilio familiar.

A la matonería sionista hay que sumar la de los radicales estadounidenses, como el senador Lindsey Graham, que le dijo a Fox News que “nos encontramos en una guerra religiosa. Estoy con Israel. Hagan lo que demonios sea necesario para defenderse. Aplanen el lugar”. La congresista republicana Marjorie Taylor Greene tuiteó: “Cualquiera que esté a favor de Palestina está a favor de Hamás”. Esa es la premisa que varios gobiernos del mundo “libre” están usando para intentar limitar las manifestaciones civiles en defensa de Palestina, aunque la retórica usada por políticos como Emmanuel Macron no suele ser tan abiertamente homicida como la de los republicanos estadounidenses. La cosa no pinta mucho mejor del lado demócrata (o laborista, en el caso británico): tanto Bernie Sanders como Keir Starmer, cabezas del “progresismo” a ambos lados del Atlántico Norte, están siendo duramente criticados por sus posiciones prosionistas.

El periodista británico Chris McGreal, quien cubrió el genocidio de Ruanda, dice que el lenguaje con el que Israel viene acompañando la demolición de Gaza le resulta dolorosamente familiar (“The Guardian”, 16/10/23). Otro periodista, Wael al Dahdouh, perdió a su familia el último 13 de octubre por obra de los misiles israelíes. El hombre de la cadena catarí “Al Jazeera”, una de las pocas empresas de noticias de gran envergadura con sucursal en la Franja, volvió a su puesto solo dos días después de la tragedia que acabó con la vida de su esposa, su hija y su nieto. “Al Jazeera” se ha vuelto una piedra en el zapato occidental y, por eso, el secretario de Estado de EE. UU., Antony Blinken, recientemente le pidió al gobierno catarí que le “baje el tono” a su cadena de noticias.

La censura viene de todos lados: cuando no son los representantes de los gobiernos del “mundo libre” los que exigen censura, los mismos editores entran a tallar para imponer la línea proisraelí. En Alemania, Axel Springer –la corporación dueña del medio estadounidense “Politico” y del alemán “Die Welt”, entre otros– conminó a cualquier empleado que apoye la causa palestina a renunciar. Políticas parecidas también han afectado a la BBC, a la Associated Press, a “The Guardian” y a la CNN, que en 2018 ya había despedido al presentador de noticias Marc Lamont Hill por hablar en favor de una Palestina libre.

Lenguaje genocida y un periodismo que hace juramentos de lealtad. En momentos como estos, sale a relucir la bancarrota moral del “orden basado en reglas”.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 660 año 14, del 03/11/2023

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18 de septiembre de 2023

Perú: Ejecuciones discretas

Daniel Espinosa

Esa fuente de información fundamental que es el Archivo de Seguridad Nacional de la Universidad George Washington (EE.UU.) ha celebrado el vigésimo aniversario de la Comisión de la Verdad y Reconciliación –que expuso sus hallazgos un 28 de agosto de 2003– liberando nuevos archivos confidenciales del Gobierno estadounidense sobre uno de los episodios más oscuros de la historia peruana.

El Documento 3, redactado en octubre de 1984 por una oficina de inteligencia del Departamento de Estado americano, supo pronosticar el carácter que tomaría la lucha del Estado peruano contra las huestes de Sendero Luminoso: “…las fuerzas armadas no parecen capaces de ganar en lo militar y podrían verse tentadas a intentar aniquilar físicamente a Sendero Luminoso (SL) a través de la eliminación de cualquier sospechoso de ser un miembro o simpatizante”.

A esta tendencia asesina se añade lo detallado en el Documento 4 (redactado en mayo de 1988), que da fe de la voluntad de Armando Villanueva, entonces presidente del Consejo de Ministros de Alan García, de facilitarles impunidad a los militares que llevaran a cabo ejecuciones extrajudiciales: “Villanueva… remarcó que no le interesaba si el ejército ejecutaba a cada (integrante) de Sendero Luminoso que capturara, siempre y cuando dichas ejecuciones se realizaran de manera discreta”.

El mismo documento concluye que la intención de Villanueva de ocultar los crímenes de lesa humanidad cometidos por los militares peruanos en Cayara, Ayacucho, “tendría un considerable impacto en las futuras relaciones gobierno-ejército”. Los analistas de la inteligencia estadounidense observan que el apoyo de Villanueva a los militares –que deseaban rienda suelta para librar la guerra antisubversiva a su manera– reduciría “los continuos planes golpistas dentro del ejército”.

El Documento 6, fechado en noviembre de 1988, extiende la discusión sobre el apoyo del APRA a los militares en su encubrimiento de la masacre de Cayara (impune hasta hace solo tres semanas), así como al escuadrón de la muerte “Rodrigo Franco”, que, como notan los analistas estadounidenses, también tenía como blanco a la izquierda legal. “La decisión del Gobierno de apoyar al Comando Político-Militar ha transmitido el mensaje deprimente de que, en los momentos críticos, el ejército está más allá de la ley”. La lenidad del Gobierno hacia el Comando Rodrigo Franco (CRF) y sus tácticas significaría, además, que “a los ayacuchanos, atrapados entre SL y el CRF… se les negaba (la posibilidad de seguir usando) la estrategia de supervivencia que habían empleado hasta entonces: no tomar partido”.  

“(El) 98 por ciento de los recluidos en los centros de detención son torturados, la mayoría severamente”, dice un cable de marzo de 1993 de la Embajada de EE.UU. en Lima. Otro informe, el Documento 15, habla de cómo el general Luis Pérez Documet, involucrado en la masacre de “La Cantuta”, había sido recompensado por sus crímenes con un puesto militar en España.

El Documento 16 ofrece algunos detalles sobre la “Operación Aries”, conducida en marzo de 1994 al norte de Tingo María, Huánuco. Los helicópteros de las FF. AA. habían sobrevolado varios caseríos y los habían ametrallado desde los aires sin contemplación alguna. Luego, los soldados habían bajado para “matar y violar a los habitantes, reduciendo a cenizas toda estructura”. La impunidad y el bloqueo a cualquier investigación independiente continúan, “alentando nuevos abusos y desapariciones”, agrega este cable del Comando Sur del ejército estadounidense.

El Documento 18 confirma que Alberto Fujimori dio la orden de que, luego del exitoso asalto de la embajada japonesa secuestrada (Operación Chavín de Huantar), ningún miembro rendido del MRTA debía sobrevivir.

CONTRAINSURGENCIA CIEGA

Los helicópteros militares disparando sus metralletas sobre caseríos rurales –con la posterior violación y masacre de los sobrevivientes– hacen recordar a Vietnam y a mucha de la producción fílmica que ha representado esa guerra, donde se estima que perecieron más de 2 millones de civiles.

¿Sonaría de fondo la canción “Paint it Black”, de los Rolling Stones, mientras la soldadesca nacional disparaba desde sus helicópteros a mansalva y de manera indiscriminada? ¿Qué música infernal se escucharía cuando los perpetradores de la Operación Aries pusieron sus botas en tierra y empezaron a masacrar, saquear y violar?

No hay casualidad en la similitud entre los métodos contrainsurgentes aplicados en el Perú y los usados en Vietnam, pues seguían una misma doctrina: drenar la pecera para matar al pez. El pez hace referencia al insurgente o terrorista, mientras que la pecera es la población civil entre la cual “nada” este pez. En otras palabras, había que barrer con todo, asesinando al terrorista junto con el sospechoso y el inocente, incluyendo a niños, mujeres y ancianos, de manera que se pudiera aislar al terrorista de la base social en la que se apoyaba o pretendía ganarse.

Cuando el general Luis “Gaucho” Cisneros aseguró, en 1982, que, de entrar en el combate antiterrorista, las FF. AA. «tendrían que comenzar a matar senderistas y no senderistas, porque esa es la única forma como podrían asegurarse el éxito. Matan 60 personas y a lo mejor ahí hay 3 senderistas... y seguramente la policía dirá que los 60 eran senderistas. [...] Creo que sería la peor alternativa y por eso es que me opongo, hasta que no sea estrictamente necesario…», el militar no estaba expresando ideas propias sino una doctrina militar importada y de larga data (cita tomada del TOMO II, 1.3, de la CVR, las negritas son nuestras).

Esta doctrina se basa en una mentalidad racista y ultraconservadora que busca el sostenimiento del statu quo a como dé lugar: como no habrá reforma ni una democracia real –sino ciudadanos de primera y segunda clase–, solo queda reprimir en masa, asesinando a culpables e inocentes y amedrentando a la sociedad por entero. Muchas insurgencias podrían haberse cortado de raíz a través del cambio en pro de la democracia y la justicia social, pero eso amenazaba la posición de una élite tradicionalmente racista que no estaba dispuesta a tolerar tales cambios.

En el Perú, la crueldad y la estupidez senderistas terminarían alienando a esa base social que el terrorismo pretendía hacer suya. Además, el triunfalismo de principios de la década del 90 llevaría a SL a cometer errores cruciales, que serían aprovechados por un sistema de inteligencia policial renovado. El ejército peruano, cuyos altos mandos habían sido entrenados en contrainsurgencia por estadounidenses y británicos, haría un gran esfuerzo por competir en brutalidad, aplicando una estrategia de tierra arrasada “con la intención de dejar claro sobre la población que el Estado era más fuerte que los insurgentes (…) de manera que (esta) encontrara prudente apoyar a los militares” (Lewis Taylor, 1997).

“¿Guerra con aspectos económicos y sociales? Cojudeces. Que vaya la tropa y que meta bala. A ver si no se aquieta la indiada. Se montó entonces un aparato para matar, una estrategia de asombrosa simplicidad: ¿quién mata más? ¿ellos o nosotros?” (Guillermo Thorndike, “La Revolución Imposible”).

La cita que hace Thorndike da fe de la lógica discriminatoria que permeaba la concepción militar de la lucha antisubversiva, una que persiste al 2023 y ahora es aplicada al manifestante callejero y al opositor político en su calidad de ciudadano de segunda clase, de peón insubordinado, de igualado y de “terruco”. Todo eso a pesar de que, como explica Taylor en su ensayo de 1997, “la intensidad y operaciones del PCP-SL disminuyeron significativamente en gran medida gracias a la iniciativa y capacidad organizacional del campesinado andino. No es de sorprender que esta contribución… no haya sido del todo reconocida por el Perú ‘oficial’”.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 652 año 14, del 08/09/2023, p18

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14 de junio de 2023

Genocida impune

Daniel Espinosa

Henry Kissinger cumplió un siglo el último sábado. A pesar de su avanzadísima edad, el estratega aún sigue participando de reuniones como la de Bilderberg (mayo de 2023), donde la crema y nata de Europa y Norteamérica planifica el futuro de la humanidad sin consultarle –o caer en algún otro tipo de “dogmatismo democrático”–. Kissinger, convertido hoy en una suerte de oráculo geopolítico para las élites occidentales, también debe tener admiradores por la impunidad con la que, durante la década del 70 del siglo XX, planificó o facilitó la destrucción de sociedades enteras.

La influencia de Kissinger en la política mundial fue tal que, a 2023, aún se siguen destapando los detalles y la profundidad de algunos de sus crímenes. Para celebrar su centenario, por ejemplo, el “National Security Archive” de la Universidad George Washington ha publicado documentos frescos sobre sus aventuras, casi siempre en naciones tercermundistas como Laos, Vietnam, Indonesia o Chile (a pesar de que el mismo estratega asegurara en cierta ocasión que “el Sur no tiene importancia”).

También con motivo del aniversario, el medio “The Intercept” reportó sobre nuevos testimonios de la destrucción y muerte que Kissinger supervisó en Camboya, donde aún hay mucho por reportar. Ahí, entre 1964 y 1973, Estados Unidos arrojó más toneladas de bombas que las empleadas por los aliados durante toda la Segunda Guerra Mundial, incluyendo Hiroshima y Nagasaki. La intención expresa del gobierno estadounidense era cortar las rutas de suministros y refuerzos del Vietcong.

CAMBOYA

Según Legaciesofwar.org, casi un tercio del total de bombas arrojadas sobre Camboya en el lapso ya señalado –cerca de 80 millones– quedaron sin explosionar. Algunas son activadas por accidente por campesinos pobres o por niños curiosos. En promedio, 500 personas perecen cada año por esta causa.

El bombardeo ilegal de Camboya (Nixon no contaba con permiso de su Congreso para llevarlo a cabo) fue uno de los crímenes más atroces del siglo veinte –con unos 150,000 muertos directos y la destrucción de la forma de vida de millones–, pero aún no ha visto su Núremberg. Los recientes tributos y hagiografías a Kissinger –uno de los cerebros detrás de la destrucción de Camboya– en medios como la CNN o el “New York Times” indican que jamás lo verá.

“El impacto de estos bombardeos, sujeto de mucho debate durante las últimas tres décadas, resulta, ahora, más claro que nunca”, dice un documento del Programa de Estudios sobre el Genocidio de la Universidad de Yale, de octubre de 2006. “Las bajas civiles en Camboya llevaron a una población enardecida a los brazos de una insurgencia que gozaba de un apoyo relativamente bajo antes de que los bombardeos comenzaran, expandiendo la guerra de Vietnam a Camboya, (suscitando) un golpe de Estado en 1970, el rápido surgimiento del Khmer Rouge, y finalmente, el genocidio camboyano”.

Los historiadores de Yale también resaltan que el bombardeo de Camboya no empezó con Nixon y Kissinger, como siempre se creyó, sino con Lyndon Johnson, su predecesor. Lo que Nixon y su asesor hicieron fue “doblar la apuesta”, pasando de bombardeos localizados a una estrategia de tierra quemada o destrucción total. Yale también indica que el número de 150,000 víctimas directas podría quedar corto. Y si la Casa Blanca de Nixon, con sus planes para Vietnam y la región, tenía la intención de impedir que empezaran a desplomarse, una tras otra, las “fichas de dominó” –es decir, que sucediera la temida conversión en cadena de varios países asiáticos al comunismo–, lo que consiguió fue eso. Leamos lo que dijo un oficial del Khmer Rouge, varios años después de los hechos, sobre el efecto de los bombardeos en la sociedad rural camboyana:

“Después de cada bombardeo, llevábamos a los pobladores a ver los cráteres, a ver cómo la tierra había sido despanzurrada y quemada. La gente ordinaria literalmente se cagaba en los pantalones cuando caían las bombas. Sus mentes simplemente se congelaban y empezaban a deambular en silencio por tres o cuatro días. Aterrorizada y medio loca, la gente estaba lista para creer lo que sea que se le dijera. Fue por su insatisfacción de cara a las bombas que se mantuvieron del lado del Khmer Rouge… a veces las bombas caían sobre niños pequeños, entonces sus padres apoyarían totalmente al Khmer Rouge”.

El Khmer Rouge “salió de esos cráteres”, concluyen los autores de Yale.

La misma lógica vil se aplicaría luego a Irak, Afganistán y otras debacles recientes. Ahí, el asesinato indiscriminado de civiles por parte de EE.UU. y sus eventuales coaliciones de vasallos condujo a miles de jóvenes a los brazos de Al-Qaeda, los talibanes y otros grupos terroristas, radicales o insurgentes. La reacción es todo menos incomprensible. Durante años, muchos camboyanos se vieron forzados a vivir en cuevas, sin saber si las bombas acabarían con ellos y sus hijos esa misma noche o al día siguiente. Hoy –a medio siglo de este acto de salvajismo–, solo el 1% del territorio camboyano afectado ha sido limpiado de bombas sin explosionar, y eso es un insulto a cualquier concepto de reparación o enmienda. El mensaje es que esa gente no importa. Esa es la mentalidad Kissinger y abunda entre los asistentes a Bilderberg.

INDONESIA


Kissinger ha tenido varios críticos y detractores prominentes, como no podía ser de otra manera. Uno de ellos era el británico Christopher Hitchens, quien en 2001 publicó su “Juicio a Henry Kissinger”, un ejercicio de denuncia que enumera sus crímenes de lesa humanidad y exige su procesamiento. Veamos: en Indonesia, Kissinger y el gobierno de Nixon suministraron armas al régimen de Suharto, que después de recibirlas llevaría a cabo el genocidio de Timor Oriental –colonia portuguesa hasta mediados de la década del 70–. Ahí murieron entre 100,000 y 300,000 seres humanos. En Indonesia, EE.UU. venía financiando a las fuerzas armadas para que lucharan contra cualquier movimiento de izquierda local. El resultado de esta política sería el golpe de Estado y las cruentas masacres que terminaron con Suharto en el poder. Entre medio millón y un millón de personas pertenecientes, asociadas o sospechosas de estar asociadas a movimientos de izquierda serían asesinadas. El gobierno estadounidense, cercano al régimen genocida de Suharto, incluso lo proveyó de una lista de miembros del partido comunista. No hace falta saber demasiada historia para adivinar qué pasó con ellos.

De acuerdo con otro detractor, Noam Chomsky, la Casa Blanca de Gerald Ford –con Kissinger de secretario de Estado– dio luz verde para la invasión de Timor Oriental por parte del ejército indonesio. El 90% del armamento utilizado había sido proveído por EE.UU. Ambos personajes, Ford y Kissinger, visitaron Yakarta, la capital indonesia, en la víspera de la masacre.

Kissinger también sería uno de los responsables de la expulsión y relocalización de los habitantes del archipiélago de Chagos, en el Océano Índico. EE.UU. quería tener una base militar en esas islas, pero una inoportuna población indígena había tenido la pésima idea de hacer de ella su hogar (desde siempre). Lo hecho contra los chagosianos involucra genocidio, por supuesto. Otra raya más al tigre.

Este es un cuento de dos humanidades: para una, minoritaria y muy poderosa, Kissinger es un estadista descollante, un merecido Nobel de la paz y un gran estratega geopolítico. Para la otra es un temerario criminal de guerra, un genocida impune y un digno representante de eso que los poderosos llaman “realpolitik”.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 638 año 14, del 02/06/2023, p13

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19 de mayo de 2023

Perú: El cáncer conservador

Daniel Espinosa

Dicen que no hay mal que por bien no venga y, aunque el costo ha sido demasiado alto, los recientes y numerosos crímenes de lesa humanidad del Estado peruano y su posterior encubrimiento –tan torpe como sus excusas para las masacres que desean ocultar– han obligado a los sectores más rancios y antidemocráticos del país, el segmento ultraconservador y los “remanentes” del fujimorismo noventero, a mostrar su horrible cara.

En esta columna (“Régimen híbrido”, 3/3/23) denunciamos lo que la policía había hecho el último 9 de febrero en Apurímac, donde un grupo de patrulleros persiguió a un camión lleno de manifestantes que regresaban a sus localidades, lo emboscó y disparó a mansalva contra la carrocería, asesinando a nuestro compatriota Denilson Huaraca, estudiante de 23 años, e hiriendo a varios más. Quien comandaba esta “operación” –que, como también señalamos entonces, se parece más a un golpe de la mafia o el narco, que a una redada policial– fue el “remanente” del fujimorismo noventero Luis Jesús Flores Solís (no conozco su alias), ex-GEIN y exagente de inteligencia del Ministerio del Interior, ese despacho siempre tan amigo de la embajada estadounidense y su subversión internacional.

La carca conservadora nos quiere hacer creer que, si acaso Denilson Huaraca y los que viajaban con él –que iban inermes y jamás opusieron resistencia–, se habían manifestado violentamente, entonces merecían morir baleados por un comando de policías corruptos y remanentes fujimontesinistas al servicio de esta fugaz toma de poder conservadora. Esa es la táctica: atarantarnos y confundirnos, aprovechando la ignorancia masiva, para que olvidemos que vivimos en un Estado de derecho en el cual el supuesto criminal no es ajusticiado sumariamente, sino juzgado por una corte imparcial y de iguales. Iguales, esa palabra tan detestable para el conservadurismo.

Ahora que ellos y sus crímenes son visibles, que su hipocresía es patente y que todos sus esfuerzos parecen encaminados a destruir nuestro Estado de derecho, los peruanos que valoramos la democracia (no somos todos, desgraciadamente), podemos decirles: hasta aquí nomás, vayan a recrear el medioevo a sus casas. Así separamos la paja del trigo.

Y debemos aclarar que la idea de una izquierda “conservadora” es un oxímoron. Solo podría ser el invento de angurrientos y advenedizos que, buscando réditos políticos, se disfrazan de lo que consideran que les granjeará más votos. El carácter antidemocrático del conservadurismo –que en un orden político moderno y republicano no tiene otra alternativa que disfrazarse de democrático– debería enseñarse en los colegios. El asunto no podría ser más sencillo: el concepto de igualdad entre los seres humanos, tan fundamental en democracia, sencillamente no va con el conservador, que ha basado buena parte de su identidad y visión de sí mismo y la sociedad en la muy placentera idea de que él, y su tribu, son los depositarios de las costumbres correctas, de la procedencia social correcta, de la forma de vestir y hablar correctas y, en muchas ocasiones –pues casi todos los racistas del mundo se declaran conservadores–, hasta del color de piel correcto.

El conservadurismo, aplicado a la política y en boca de sus propagandistas, es un credo basado en el desprecio por el prójimo y consiste en la creación sistemática de un “otro” como “problema a resolver” y la imposición de un orden al que toda forma de pluralidad o tolerancia resulta tóxica. Cuando el conservadurismo gobierna –casi siempre con trampa, pues el carácter abiertamente canalla de sus bolsonaros solo consigue el voto de otros canallas–, los que han tomado el poder son el miedo y el desprecio por el otro.

La raíz del conservadurismo


Thomas Jefferson, uno de los padres de la patria yanqui, fue un republicano radical (con lo que no me refiero a que estaba firmemente alineado al Partido Republicano de los Bush y Trump, que no existía en sus tiempos como en la forma presente, sino a su pasión por la construcción de una sociedad de iguales). Jefferson pensaba que el antagonismo entre liberales y conservadores –o entre “demócratas y aristócratas”– era connatural al ser humano. Así lo expresó en 1824, en una carta dirigida a un historiador llamado Henry Lee:

“Por su constitución, los hombres se dividen naturalmente en dos partidos: 1. Los que temen y desconfían de la gente y desean quitarle todo su poder para ponerlo en las manos de las clases altas, (y) 2. Los que se identifican con la gente, confían en ella, la atesoran y la consideran la más honesta y segura, por mucho que no sea la más sabia depositaria del interés público. En todos los países existen estos dos partidos, y en todos los (países) donde son libres de pensar, hablar y escribir, se declararán a sí mismos. Llamémoslos, entonces, Liberales y Serviles, Jacobinos y Ultras, Whigs y Tories, Republicanos y Federalistas, o por cualquier otro nombre que nos plazca; son los mismos partidos de siempre y buscan los mismos objetivos…” (tomado de: www.founders.archives.org; la traducción es propia).

Hoy, sin embargo, parece que hemos olvidado o restado importancia a la raigambre profundamente antidemocrática del conservadurismo político, a su naturaleza aristocrática y a su desprecio por las masas, es decir, por el ser humano. El conservador dedicado a la política y la propaganda no se identifica con la humanidad, sino con alguna tribu de personas “mejores”. En la mayoría de conservadores, esta naturaleza que llamamos “aristocrática” no se manifiesta en el sentido de pertenecer a la élite, sino en una deferencia y un servilismo casi instintivos hacia ella.

Jefferson lo tenía muy claro hace 200 años y, en términos fundamentales, la cosa no ha cambiado tanto. “El hombre enfermizo, débil y tímido le teme a la gente, y es Tory (como se les llama a los conservadores británicos) por naturaleza”, le escribiría en 1823 al marqués de Lafayette. La mente conservadora es pequeña, mezquina, y está profundamente asustada. Al conservador le gustaría detener el tiempo, así como obtener seguridades que no existen ni jamás obtendrá; seguridades psicológicas: seguridad para su identidad, su posición social y su intolerante y dogmática visión del mundo.

Y qué mejor ejemplo de esta tara aristocrática que Rafael López Aliaga, quien, con su banalidad, su soberbia y su displicencia, parece comunicarnos al resto, a la chusma, que un tipo como él no necesita preparación de ningún tipo para ser alcalde. Tampoco necesita cuotas visibles de talento o inteligencia, mucho menos virtudes como la honradez o el respeto por el otro. Él es élite natural. Nació alcalde. Sus apellidos suenan a nombre compuesto, a rancia nobleza española, y nos gobierna por derecho. Basta con salir a balbucear algunas sandeces, con aroma a desinfectante, y la gentuza debería darse por bien servida, después de todo, este hombre ejemplar, adinerado, blanco y de buen apellido, ha asumido el noblesse oblige de gobernar sobre las turbas desorientadas, ¡qué suerte la nuestra!

Resulta sorprendente que, en democracia, el cáncer conservador no sea una corriente periférica y extravagante, como el Ku Kux Klan y otros esperpentos surgidos de esta ideología, que no es otra cosa que un torpe intento de justificar la mezquindad humana. La mejor manera de discutir con un conservador es también la más simple: hay que hacerle entender que preferimos vivir en democracia y que la humanidad es nuestro tesoro.

Toda la humanidad.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 635 año 14, del 12/05/2023, p14

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3 de marzo de 2023

A un año de la invasión rusa

Daniel Espinosa

A la élite occidental representada por la revista británica “The Economist” le preocupa mucho que, de no poder “socorrer” a Ucrania exitosamente: “…incluso los países que consideran censurable la invasión del Sr. Putin podrían concluir que el poder de Occidente está declinando…” (14/2/23). La revista reconoce que solo un tercio de la población mundial vive en países que han condenado la invasión rusa e impuesto las sanciones que la Casa Blanca exige a sus subordinados, que cada vez son menos.

Por su parte, el tradicional vocero no oficial de la CIA en el periodismo mainstream, el “Washington Post”, insiste en un editorial (18/2/23) que cualquier resultado que “premie al Kremlin” significaría un “golpe mortal al principio sobre el cual descansan la estabilidad occidental y la conducta internacional civilizada: que las naciones soberanas no pueden ser invadidas, subyugadas y sometidas a asesinatos en masa con impunidad”.

El poder de Occidente declina, como sugiere “The Economist”, y su propaganda se vuelve cada vez más risible. Pero para Afganistán, Irak, Siria y Yemen, con sus cientos de miles de muertos –las víctimas más recientes de la “conducta internacional civilizada” y su propensión a invadir, subyugar y masacrar–, la broma resulta cruel y de mal gusto.

El “Post” solicita más aliados para una nueva coalición que le plante cara al malvado Kremlin, pues a EE.UU. y a sus vasallos europeos “no les quedaría otra opción que intensificar su apoyo” a Kiev. Por su parte, el envejecido cascarrabias y mitómano que lidera el “mundo libre” –luego de una larga carrera al servicio de Wall Street– acaba de visitar Kiev el pasado lunes 20 para mostrarle su “apoyo inquebrantable”, no tanto a la Ucrania que se desangra y arruina para llevar a cabo los planes urdidos por la RAND Corporation para desgastar a Rusia o producir el ansiado cambio de régimen, sino a las ambiciones del imperio en decadencia.

Por su parte, un columnista del “New York Times” sostiene: “En este aniversario de la guerra, es tiempo para un esfuerzo concertado para persuadir a los americanos sobre una idea única: debemos apoyar a Ucrania todo lo que sea necesario, tanto tiempo como sea necesario, hasta que el ejército ruso sufra una derrota decisiva e inequívoca”. Como hay que persuadir a los americanos –cansados de subvencionar esta nueva aventura de la Casa Blanca– el opinante no olvida recitar el mantra propagandístico de la invasión rusa “no provocada” (19/2/23).

La propaganda de la corporación mediática se vuelve más radical y deshonesta justamente cuando el poder occidental declina y sus furiosos patrones exigen mayor disciplina y posiciones más agresivas. Stalin hubiera envidiado la obediencia de esta prensa, que parece decidida a llevarnos a una nueva guerra mundial. A partir de algunos editoriales y columnas de opinión citados, el analista independiente que edita el blog “Moon of Alabama” opina: “Estados Unidos necesita una estrategia de salida. Reconocer que la única alternativa es la guerra total y la aniquilación nuclear (como sugiere la prensa occidental fuera de control) …es el primer paso para desarrollar una”.

No somos tan optimistas. Sin embargo, sí se han dado algunas muestras de que EE.UU. y su alter ego, la OTAN, podrían recular en su guerra subsidiaria contra Rusia. El pasado 13 de febrero y contradiciendo las recientes declaraciones hechas en Kiev por el mismo Joe Biden, su administración señaló que “no existían garantías de futuro apoyo” para Ucrania. El general Mark Milley, jefe del Comando Conjunto estadounidense, dijo que sería “muy, muy difícil que, (durante) este año, Ucrania saque a Rusia del territorio ocupado”, y agregó que la guerra probablemente terminaría en la “mesa de negociaciones… sin que Ucrania o Rusia logren sus objetivos militares”.

Alemania subyugada

Las recientes investigaciones de Seymour Hersh sobre el sabotaje de los gasoductos Nord Stream, y el alucinante silencio (o deshonesto rechazo) de la prensa estadounidense y europea con respecto a lo revelado, han puesto en relieve el grado de subordinación de Alemania al (des)orden internacional estadounidense.

Pongámosle algo de historia: el barón de Ismay, primer Secretario General de la OTAN, señaló en la década del ’50 del siglo pasado que esta organización se creó para “mantener fuera a la Unión Soviética, adentro a los americanos y abajo a los alemanes”. Tenía sentido luego de la Segunda Guerra Mundial y la locura del nazismo recién derrotado. Pero está posición de cara a Alemania iría mucho más allá. Ya en nuestro siglo, el analista geopolítico George Friedman aseguraría que “para EE.UU., el miedo primordial es el acoplamiento de la tecnología y capitales alemanes con los recursos naturales y mano de obra rusos”.

¿Imperialismo ruso?

De acuerdo con el prestigioso analista político John Mearsheimer, la propaganda referente al supuesto imperialismo de Vladimir Putin comenzó en 2014. En una interesante entrevista ofrecida a fines de noviembre de 2022 a la publicación digital “Unherd”, el también especialista en relaciones internacionales señaló que no existe evidencia de que el actual líder ruso tuviera intenciones de expandir sus dominios a los países de la ex Unión Soviética, como sugiere la rabiosa propaganda del “New York Times” y otros medios de la prensa corporativa.

En un artículo del pasado 19 de febrero –en el que el “Times” concede que este año de guerra no ha hecho más que cimentar la posición de Putin en Rusia–, el medio neoyorquino insiste en la supuesta mentalidad “paranoica e imperialista” que habría conducido al Kremlin a invadir Ucrania. La mentira va más allá, pues los reporteros del diario “récord” también aseguran que Rusia habría tenido la intención de “tomar control de Ucrania”, es decir, adueñarse de ella en toda su extensión. Mearsheimer dice que esta noción es insostenible: ningún ejército intentaría hacerse de un país europeo con 190 mil soldados (y Ucrania es el más extenso de todos). Para ilustrar su punto, señaló que en 1939 la Alemania nazi invadió Polonia con 1.5 millones de soldados.

Con respecto a una pronta resolución de la guerra, Mearsheimer considera que “estamos jodidos” (we are screwed, en su idioma materno). Poner a una potencia nuclear como Rusia contra las cuerdas –como exige la gran prensa– podría significar nada más y nada menos que un suicidio colectivo (y radioactivo, dicho sea de paso). Sin embargo, en el actual conflicto, “el retroceso (parece estar) fuera de discusión tanto para Rusia como para Occidente”, que ve cualquier solución diplomática como una suerte de rendición.

El hecho de que Rusia sea una potencia nuclear no parece importarle demasiado al neoconservadurismo occidental y su “Proyecto para un nuevo siglo americano”, que desearía tener carta blanca para arruinar y doblegar a Rusia tal como lo viene haciendo con varias naciones del Medio Oriente. Como señaló el periodista estadounidense Robert Parry (fallecido en 2018), Ucrania ya era considerada el “premio mayor” por neoconservadores como Carl Gershman (presidente de la NED) en 2013, cuando señaló que dicha nación era el “paso intermedio” para derrocar a Putin. Un año después escucharíamos a otra “neocon”, Victoria Nuland, mandando al diablo a la Unión Europea (fuck the EU, en su idioma materno) por no compartir su agresiva posición de cara a Ucrania.

Así –y con la ayudita de este “periodismo”– es como llegamos a la desesperada situación geopolítica en la que nos encontramos.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 624 año 13, del 24/02/2023, p19

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18 de diciembre de 2022

Perú: Candados

Daniel Espinosa

Esa furiosa defensora de sus propios intereses que es Patricia Chirinos, dignísima representante de un Congreso detestado por casi 9 de cada 10 peruanos, señaló hace unos días que no se puede llamar a nuevas elecciones sin antes poner “candados” en las instituciones electorales. Casi no necesita traducción: no habrá elecciones hasta que las mafias que dominan el Perú se aseguren de instalar instituciones electorales que se dobleguen ante su presión o sus coimas, acusando fraudes inexistentes y poniendo en el poder a la familia Fujimori o algo parecido.

La claridad y el descaro con los que Chirinos expuso los deseos de la corrupción política dominante también nos habla de qué tan alejados de la realidad se encuentran estos poderes. A nadie le resulta tolerable verse a sí mismo como vil, como despreciable, como enemigo del país al que, mal que bien o con los dedos cruzados, juró servir. De la mano del autobombo y el mutuo espaldarazo, los miembros de las repudiadas mafias congresales se engañan unos a otros diciéndose que no podrían ser otra cosa que probos y sacrificados servidores de la ciudadanía peruana.

Otro tanto sucede con la prensa corporativa. En la burbuja en la que viven sus representantes, sus opinantes, sus famosos presentadores de noticias, sus editores y directores, la patética presidencia de Pedro Castillo fue radicalmente distinta a todo lo que tuvimos a lo largo de la historia del país. Antes no existía esta mezcla de corrupción e ineptitud, sueñan. Por eso es que “La República” publicó, justo antes del golpe de Castillo, en su primera plana: “Renuncie señor Castillo”. En su mundo, eso es periodismo. En su burbuja, la situación del Perú con Castillo era tan particular, tan sui generis, que parecía justo dedicarle tal primera plana, ¡pero jamás se les habría pasado por la cabeza dedicarle tal mensaje a Alan García!

Y hablando de ineptitud y corrupción, recordémosle al Perú atorado en el siglo XX –a todos esos señorones que se rehúsan a retirarse y darles espacio a las nuevas generaciones– que la ineptitud y la corrupción han sido la identidad y la naturaleza de las élites peruanas desde que tenemos memoria. Así que no se apuren tanto en denostar de un campesino sin brújula, sesos ni moral, pues él tiene mucho de su propia hechura.  

“El Comercio” celebra mientras varios sectores del país arden y otros empiezan a levantarse. El recién estrenado “gabinete tecnocrático” ante el cual aplauden les permite soñar con continuismo y statu quo. Con su tradicional miopía, la élite considera viable detener el tiempo y volver a montarse en el caballo muerto del capitalismo neoliberal para recorrer otro lustro o incluso otra década. Es imposible.

Si lo logra será a balazos, con escolta policial y unas Fuerzas Armadas operando al estilo brasileño, con generales saliendo en televisión para amenazar a todo poder no alineado y una prensa corporativa apañándolos. Los dueños del Perú tuvieron varios lustros para operar, ellos mismos, un cambio conveniente para su dominio tradicional, pero su incapacidad intelectual y su soberbia no lo permitieron. Su debilidad de casta separada, minoritaria y racista, los obligó a subordinarse con fidelidad canina –estilo PPK– al orden neoliberal del Consenso de Washington. Ahora se hunden con él. No hay vuelta al pasado.

Seamos claros: Pedro Castillo es lo peor que pudo haberle pasado a la izquierda peruana. La violencia irracional que hoy vemos en las calles, sobre todo cuando se ensaña en gente común y corriente, en sus negocios y vehículos, tampoco es conducente al cambio. Cuando la gente demandaba vuelta de página y nuestros vecinos eligieron a Lula da Silva, a Gustavo Petro y a Gabriel Boric, en el Perú votamos a un oportunista sin bandera ideológica ni capacidad, a otro advenedizo no muy distinto de la lacra congresal que hoy alucina con gobernarnos hasta 2024 (otro imposible).

Pero recordemos que el Perú eligió a Castillo para evitar aquello que los amos del Perú, en su soberbia, querían endilgarnos a punta de titulares truchos y terruqueo: a otro Fujimori.

Según sabemos, el Congreso no contaba con los votos necesarios para vacar al entonces presidente. Según se rumorea, al chotano, los servicios de inteligencia ultraconservadores y algunos infiltrados en su propio círculo le tendieron una trampa con el objetivo manifiesto de que rompiera el orden constitucional. (Esto no lo justifica ni disculpa) Y así sería vacado o depuesto con argumentos incontestables. Si hay verdad detrás de estos rumores –que ciertos agentes al servicio del poder le tendieron una trampa a un presidente democráticamente elegido con el fin de que rompa el orden constitucional–, los responsables deberían ser procesados por traición a la patria.

Sin embargo, asumir que la tembladera de Castillo al momento de dar su tragicómico discurso del miércoles 7 de diciembre se debió a que fue “drogado”, es desconocer o negar su patente debilidad de carácter, su medular ineptitud y su apocamiento.

¿Fin del Perú “neoliberal”?

El Perú neoliberal es, en primer lugar, el Perú subordinado, carente de soberanía. El país de siempre, sí, pero bajo un régimen radical de concentración del poder y la riqueza apuntalado por un sofisticado sistema internacional de propaganda. Es el Perú donde no existe la representación política para el hombre de a pie –donde los banqueros compran a los candidatos presidenciales y a la prensa hegemónica con maletas llenas de billete–; es el país donde el pobre “es pobre porque quiere” y sálvese quien pueda.

El Perú neoliberal es este país en el que no se pueden pasar leyes destinadas a mejorar la salud de la población porque eso significaría que algún multimillonario ganaría unos dólares menos. El Perú neoliberal es este país en el que la enfermedad mental del individualismo thatcheriano –que postula que no existe la sociedad, sino solo individuos– reina sobre las mentes. El Perú neoliberal también es el país sin bibliotecas ni cinematecas –que no las tiene y no las desea–; el país idiotizado que todos los días sintoniza la peor de las televisiones, que se envilece admirando el éxito conseguido a cualquier costo, endiosando al sociópata de traje y corbata y admirando a “periodistas” que exigen que se balee a los manifestantes (y no pasa nada).

Finalmente, el Perú neoliberal también es el Perú en el que la izquierda es financiada por USAID, la NED y el criminal internacional George Soros.

BAÑO DE SANGRE

La rabia conservadora enquistada en todos los poderes locales demanda un baño de sangre en las calles de Lima y provincias. Ellos son los candados instalados para que nada cambie nunca. Quieren a las FF.AA. baleando a peruanos que ya definieron como terrucos y criminales. Todos y sin excepción han sido deslegitimados y deshumanizados con ese conveniente mote. El problema es que estas fuerzas, estos intereses dirigidos por hombres del siglo XX –que nada entienden del siglo corriente–, no se dan cuenta de que esta es una guerra que ya no pueden ganar.

Ahora, el Perú percibe claramente todos estos candados. Percibe que no hay cambio posible a través del voto y otros mecanismos democráticos. Todo lo que no sea del agrado del poder será destruido. Estos candados son la prensa conservadora de “El Comercio” y RPP, un Congreso comprado por las grandes corporaciones e intereses ilegales ligados al narcotráfico y unas FF.AA. ultraconservadoras y sus servicios de inteligencia, listos para el psicosocial y la infiltración cada vez que el tambaleante y caduco sistema lo exija.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 616 año 13, del 16/12/2022, p13

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12 de diciembre de 2022

Perú: Ni en su agonía se reformarán

Daniel Espinosa

En su apreciación del rol de la prensa, el reciente informe de la Organización de Estados Americanos (OEA) sobre el Perú ha sido un jalón de orejas que el establishment mediático ha sentido como una franca traición. Las indignadas réplicas de “El Comercio” y “Perú21”, así como el comunicado del Instituto Prensa y Sociedad (IPYS), demuestran, una vez más, que la prensa corporativa y sus anexos son impermeables a toda crítica.

Esa es una de sus grandes debilidades y una de las causas del progresivo desplome de su credibilidad e influencia a través de las últimas décadas. ¡Ojalá sigan así! La única forma de cambiar sustantivamente nuestra sociedad pasa, primero que nada, por liberarnos de este lastre. Pero la cubertura de teflón que caracteriza a la gran prensa tiene una explicación lógica y una clara razón de ser. No se debe a la pura cerrazón, a la soberbia de sus directores o a su supina ineptitud.

Como hemos señalado más de una vez, la prensa corporativa –mainstream o tradicional– es, en realidad, un aparato de propaganda. En ese sentido, toda posible corrección de su accionar no irá en la dirección de mejorar su calidad periodística, tampoco tendrá el objetivo de reafirmar su rol democrático; en su lugar, cualquier posible modificación a su funcionamiento siempre buscará afinar su capacidad para la manipulación de masas, siempre buscará mayor efectividad en la “fabricación del consentimiento”.

Por eso no puede aceptar críticas a su trabajo periodístico, mucho menos incorporarlas a su trabajo y reformarse. Hacer buen periodismo no es su finalidad. Por eso esta prensa está condenada a morir, ¡y está muy bien que así sea! Que sus obedientes representantes no lo vean –que tipos como Augusto Álvarez Rodrich, experto en imponer las preferencias del dueño sobre los reporteros, sean considerados buenos periodistas, que se la crean cada vez que reciben un premio del mediocre Colegio de Periodistas– es lo de menos. Pásenles una copia de “Los guardianes de la libertad” (la versión en castellano de “Manufacturing Consent: The Political Economy of Mass Media”, obra publicada en 1988 por Noam Chomsky y Edward Herman) y ellos no la leerán. ¡No lo harán porque la consiguiente disonancia cognitiva les podría producir un derrame cerebral!

Si el periodista al servicio de la corporación osara acercarse a las decenas de obras y estudios que hacen crítica alturada de los medios masivos tradicionales y su periodismo, el sentido más elemental de honestidad los obligaría a denunciar el rol propagandístico de sus empleadores y terminarían perdiendo su trabajo. Evitan esta crítica deliberadamente e incluso las facultades de periodismo hacen su parte a la hora de promover esta ignorancia conveniente.

¿Qué dijo la OEA y qué contestó la prensa agonizante? Al leer las respuestas, queda claro que el gran pecado de esta organización interamericana al servicio de los poderes tradicionales (al respecto, vea los excelentes informes de Mark Weisbrot y su equipo del Center for Economic and Policy Research sobre cómo la OEA participó activamente en el golpe de Estado contra el gobierno de Bolivia, en 2019, o sobre su rol en un fraude electoral en Haití, en 2000, por citar dos ejemplos) consistió, simple y llanamente, en reproducir las opiniones sobre la gran prensa peruana de personas ajenas a la gran prensa peruana, que domina la discusión cuidándose muy bien de ser todo menos plural.

La OEA señaló que “los medios de comunicación se encuentran concentrados en pocas manos y han sido cuestionados por varios de los entrevistados por carecer de objetividad, llegando a sostener que no son veraces, y que en algunos casos hasta son desestabilizadores”. También señaló que la prensa tiene libertad “para informar o desinformar sin ningún tipo de censura”, realidad que comprobaremos en los últimos párrafos de este texto con los ejemplos relacionados a Gilberto Hume y su trabajo para el Grupo El Comercio.

Con respecto a la amenaza representada por la concentración de medios, los cuestionados por la OEA expresaron una opinión coincidente con la percepción de la mayoría de los peruanos. En 2014, GfK Pulso Perú halló que el 74% de sus encuestados consideraba que la compra de Epensa por “El Comercio” “afecta la libertad de prensa”.

Al respecto, el IPYS responde que “en ningún momento de la reunión, los miembros del Grupo de Alto Nivel (OEA) nos trasladaron el detalle de estos cuestionamientos, que provienen principalmente del gobierno y del oficialismo”. Puede que alguien del “oficialismo” haya señalado la cuestión, pero el problema de la concentración de medios es reconocido por casi 3 de cada 4 peruanos. Entre otras cosas, el IPYS se queja de que la OEA haya recogido la realidad de la prensa de manera “tan sesgada”. Insistimos, estos medios corporativos y sus instituciones de apoyo, como el IPYS, no están acostumbrados a la pluralidad de opiniones. Cuando son encarados con opiniones que no tienen cabida en sus sesgados reportes, se les cruzan los chicotes.

“Peru21” citó en su defensa a Zuliana Láinez, presidenta de la Asociación Nacional de Periodistas. La señora dice que (la OEA y su equipo) “no citan fuentes”. ¿Cuál es el problema con que hayan mantenido el anonimato de sus informantes? Luego agrega: “Conocemos a las asociaciones con las que se reunieron y no creo que hayan referido que los medios son desestabilizadores”. El asunto, insistimos, no es qué se dice, sino a quién se le da voz. “El Comercio”, en su editorial al respecto, se queja de que, al parecer, “el Grupo de Alto Nivel decidió oír a unos más que a otros al momento de realizar su diagnóstico de la prensa peruana”. Saludamos esa iniciativa: por primera vez, la prensa concentrada no lleva la voz cantante en el debate sobre la prensa concentrada y sus defectos terminales.

¿Qué busca el Ministerio de Colonias?

Dicho todo lo anterior, surge la siguiente pregunta: ¿Por qué la OEA –Ministerio de Colonias de Estados Unidos para su “patio trasero”– le jalaría las orejas a este esencial instrumento de dominación elitista? Justamente porque el aparato de propaganda no debe seguir perdiendo credibilidad. Porque debe aprender a controlarse, debe afinar su puesta en escena y fingir objetividad y pluralidad de manera más convincente. La peruana, pues, podría ser una de las prensas más descaradamente sesgadas y tramposas del continente.

¿Recuerda el lector cuando “Canal N” abrió sus puertas y prestó sus cámaras para que Keiko Fujimori y un par de asesores de su organización criminal le hablaran directamente al Perú sobre un supuesto fraude “en mesa”? No tenían evidencia para sostener nada de lo que decían, pero cierto experimentado mercenario de las comunicaciones –Gilberto Hume– igual les permitió dirigirse al Perú directamente y sin otro intermediario que una cámara de “Canal N”.

Luego vendría el bochornoso incidente del “criptoanalista” de la Marina Arturo Arriarán, presentado al país por Cuarto Poder y sus dos conductores cara de palo de entonces –Mávila Huertas y Mario Ghibellini–, quienes (obviamente) jamás se disculparon. Como confirmó el periodista Diego Salazar, el “criptoanalista” había sido sugerido a Cuarto Poder nada más y nada menos que por el operador fujimorista Carlos Raffo. Cuestionado por Salazar, Hume, director periodístico de Canal 4, respondió lo siguiente:

“¿Cuál es el problema que yo (sic) presenté a un loco que habla locuras? Es divertido ¿Cuál es el problema? Yo no veo, realmente, ningún error en invitar a una persona que de repente resulta un loco. Porque la televisión también es un show”. Este es el tipo de operadores que el poder necesita colocar en los medios. ¡Qué asco!

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 615 año 13, del 09/12/2022, p20


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