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2 de febrero de 2025

Cien años de propaganda tirados a la basura

Daniel Espinosa

Donald Trump exige Groenlandia, el Golfo de México y el Canal de Panamá. Los quiere y no se avergüenza de decirlo abiertamente. Al republicano tampoco le interesa ocultar la naturaleza oligárquica de su recién inaugurado régimen y por eso en su reciente toma de mando sentó en primera fila a tres de los hombres más ricos del planeta: Jeff Bezos, Mark Zuckerberg y Elon Musk, quien luego celebró la investidura con un par de excitados saludos nazis.

Cuando Trump irrumpió en el escenario político hace una década, la mayoría de los magnates de Silicon Valley se mostraron abiertamente en contra de lo que el republicano decía representar. Pero la oposición de estos barones de la tecnología y otros elementos de la élite occidental nunca partió de principios éticos: era un asunto de imagen y retórica.

Lo que descolocaba y llenaba de preocupación a este establishment era la posibilidad de que el republicano desbaratara cien años de propaganda diseñada para disfrazar su imperialismo y sus saqueos como “promoción de la democracia”. Trump sería el imperio sin máscaras. La farsa más costosa y mejor organizada de la historia se iba al garete.

Con el republicano en la Casa Blanca, el aún poder hegemónico ya no nos doraría la píldora con peroratas sobre libertad y derechos humanos. Occidente tendría que renunciar a toda pretensión de superioridad moral.

Pero la agresividad del flamante inquilino de la Casa Blanca responde a una mezcla de arrogancia y desesperación: es el declive terminal de Estados Unidos expresado en una gran pataleta.

El megalómano de la melena rubia y su banda de ultrarricos –herederos de un poder político global amasado por hombres mucho más capaces que ellos– quieren hacerle creer al mundo que el declive estadounidense responde a la supuesta costumbre de despilfarrar dinero en “proteger a sus aliados” y garantizar el “orden internacional”.

Tonterías. El dinero que EE. UU. aporta a instituciones como la OTAN siempre ha servido a los objetivos del imperialismo, no a la protección de sus aliados o un supuesto “orden liberal”. Como dice el reconocido analista internacional John Mearsheimer, si Europa no invierte más en la OTAN es, simple y llanamente, porque sus líderes entienden que la “amenaza rusa” es pura propaganda y no un peligro real.  

En su discurso de investidura, Trump revivió el fantasma del “Destino Manifiesto”, la ideología racista que legitimó el exterminio de los indios americanos. Ella sostiene que Estados Unidos es el dueño legítimo de todo nuestro continente y sus recursos naturales. Fue una amenaza abierta contra el “patio trasero” latinoamericano y su soberanía.

Sin embargo, quien le dio el golpe de gracia al “orden internacional basado en reglas” –ese que Trump ya no honrará– no fue el nuevo presidente yanqui sino su antecesor, “Genocide Joe”. Su régimen, facilitador indispensable del genocidio gazatí, le demostró al mundo que una limpieza étnica de corte colonialista aún es posible en el siglo XXI, incluso a vista y paciencia de un mundo conectado a internet. Lo que digan Naciones Unidas y la Corte Penal Internacional les vale dos pepinos.

En los días posteriores a su investidura, Trump se refirió a Gaza como una “ubicación fenomenal”, admirando su posición frente al mar y asegurando que había que limpiar la Franja de palestinos. Su lenguaje –el de los negocios inmobiliarios– delata que, como estadista, el republicano ostenta la sofisticación de un mercachifle. Trump carece de una visión política coherente y su gobierno solo conseguirá confirmarle al mundo que el imperialismo yanqui se encuentra en fase terminal.

La tirria que buena parte de la élite occidental siente hacia Trump es proporcional a los miles de millones invertidos en un aparato de propaganda que surgió durante la Primera Guerra Mundial, cuando Woodrow Wilson creó el Comité para la Información Pública (CIP). El éxito de esta agencia le demostró a la clase propietaria que era posible “fabricar consentimiento”, pues consiguió llevar a una sociedad eminentemente pacifista a participar en una guerra que consideraba foránea y de poco interés nacional.

El éxito de Wilson –a quien el teórico de la comunicación Harold Lasswell llamó “Gran Generalísimo de la Primera Guerra Mundial en el frente propagandístico”– fomentó el desarrollo de la industria de relaciones públicas, que tendría entre sus más altos representantes a varios exfuncionarios del CIP.

Luego de la Primera Guerra Mundial, muchos de ellos –entre quienes destacan Edward Bernays y Ivy Lee– pasarían de vender guerra y fanatismo antigermano a promover el consumo de cigarrillos y pasta dental, empleando toda clase de técnicas de manipulación psicológica para realzar la imagen pública de la gran corporación y sus dueños. Así es como estos propagandistas de guerra se convirtieron en los padres de las relaciones públicas privadas.

Aunque muchas de las técnicas propagandísticas que dominaron el siglo XX han sido adjudicadas a Goebbels y a los nazis, lo cierto es que Hitler atribuyó la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial a “las victorias ideológicas de las agencias de propaganda británicas y estadounidenses” (Noam Chomsky, “A Few Words on Independence Day”, http://chomsky.info).

Preocupados por este precedente, los nazis hicieron suyas las lecciones aprendidas por Bernays –e incluso reclutaron a Ivy Lee, quien viajó a Alemania para ponerse al servicio del industrial y colaborador nazi I. G. Farben–, aplicando sus conocimientos a su propia propaganda fascista.

Ochenta años más tarde, cuando la CIA se inventó lo de la “intromisión rusa” en las elecciones de 2016 –una supuesta operación del Kremlin para beneficiar a Trump– lo que estaba haciendo era proteger décadas de campañas propagandísticas y lavado de cerebros.

Sabían que el bocazas neoyorquino no respetaría el guion, tirando por la borda el costoso montaje que sostiene la supremacía estadounidense.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 718 año 15, del 31/01/2025

https://www.hildebrandtensustrece.com/

20 de enero de 2025

No es Trump, idiota, es un proyecto

Alejandro Marcó del Pont

Los cuchillos están a la caza del patrimonio

El 20 de enero, con la asunción de Donald Trump al poder, se pondrá en marcha la recalibración de las prioridades de política exterior de Estados Unidos y la ejecución de objetivos estratégicos nacionales e internacionales más amplios. Esta transición no se trata de un liderazgo excéntrico ni de decisiones erráticas, sino de la ejecución de un proyecto político de largo alcance.

Para algunos defensores del realismo político, la llegada de Trump al poder es un cambio bienvenido, ya que prioriza una política exterior pragmática donde la máxima de «la paz a través de la fuerza» predomina sobre el moralismo ideológico. Sin embargo, para los internacionalistas liberales, la agenda del «Hagamos a Estados Unidos grande otra vez» genera temores legítimos de que las alianzas multilaterales, el comercio global y los compromisos climáticos sean relegados o directamente desmantelados.

En este contexto, emerge un plan clave que da forma al trumpismo como un fenómeno más amplio que la figura del expresidente: el Proyecto 2025, impulsado por la Heritage Foundation, uno de los think tanks más influyentes del movimiento conservador. Este proyecto es mucho más que un conjunto de recomendaciones políticas. Se trata de una hoja de ruta ambiciosa y radical para reconfigurar el Gobierno federal de Estados Unidos bajo una agenda conservadora, nacionalista y desregulatoria.

Aunque no existen pruebas públicas de una conexión explícita entre el Proyecto 2025 y lo que algunos llaman el «Deep State», es evidente que grandes corporaciones y actores económicos estratégicos están alineados con esta agenda, promoviendo políticas que priorizan sus intereses financieros y económicos. Estas organizaciones operan tras bambalinas, influenciando las decisiones políticas a través de financiamiento de campañas, presión legislativa y difusión de ideas en los medios.

El Proyecto 2025 es un enfoque estructurado para rediseñar el Gobierno federal estadounidense y garantizar que cualquier Administración republicana entrante pueda implementar reformas rápidas y profundas desde el primer día en el poder. No es una simple transición de gobierno, sino un plan estratégico para transformar permanentemente la burocracia federal, asegurando que las instituciones del Estado funcionen como herramientas eficientes para la agenda conservadora.

Este plan se inspira en precedentes históricos, como las reformas implementadas por Ronald Reagan en los años 80, cuando se impulsó la desregulación de la economía y se promovieron los valores tradicionales. Sin embargo, el Proyecto 2025 va mucho más allá: amplifica esas reformas para enfrentar los desafíos contemporáneos y reconfigurar el papel de Estados Unidos en un mundo multipolar.

Los elementos fundamentales del Proyecto 2025 son: reorganización del Gobierno federal reduciendo el tamaño del Estado y delegando competencias al sector privado, desregulación masiva, es decir, derogar regulaciones en sectores clave como medio ambiente, energía, educación y tecnología, bajo el argumento de fomentar la «libertad económica». Control ideológico a través de redes sociales, a las cuales ya adhirieron X, Facebook, Instagram eliminando el sistema de verificación de datos. Reforma energética y climática, políticas sociales que trasformen la educación, entre otras. Frenar avances en temas como el aborto, la igualdad de género y los derechos LGBTQ+, regresando a un enfoque basado en «valores familiares tradicionales». En cuanto a la inmigración, endurecer las políticas fronterizas y reforzar la deportación de inmigrantes indocumentados, priorizando la construcción de infraestructura fronteriza, como el muro con México.

La política exterior promoverá una política exterior de «América primero», enfocada en reducir la participación de Estados Unidos en conflictos internacionales, renegociar acuerdos comerciales y priorizar los intereses nacionales. Limitar los fondos destinados a alianzas multilaterales como la OTAN y los compromisos climáticos internacionales.

Para esto hay un plan de transición gubernamental con un manual operativo detallado con pasos prácticos para implementar estos cambios desde el primer día de una Administración republicana, acelerando la sustitución de funcionarios clave en el Gobierno federal. El manual no solo contempla los primeros días de gobierno sino también una estrategia sostenida para consolidar las reformas durante todo el mandato presidencial.

Este enfoque priorizaría una redefinición del papel de Estados Unidos en el mundo, basada en una combinación de pragmatismo económico, aislacionismo selectivo y un intento de reposicionar estratégicamente el poder estadounidense en regiones clave. Aun así, El Proyecto 2025 no sería posible sin el apoyo y financiamiento de corporaciones influyentes que buscan beneficiarse directamente de estas políticas. Estas empresas, que operan en sectores clave como la energía, la tecnología y las finanzas, son las grandes ganadoras de este proyecto.

Entre los actores corporativos más relevantes se encuentran:

– Koch Industries, una de las mayores corporaciones privadas del mundo, controlada por la familia Koch, que ha sido un pilar fundamental en la promoción de políticas de desregulación energética y ambiental.

– ExxonMobil y Chevron, que se benefician de la eliminación de restricciones ambientales y la explotación de recursos en regiones estratégicas como el Ártico (Groenlandia) y Venezuela.

– Rio Tinto y Freeport-McMoRan, empresas mineras interesadas en tierras raras y minerales estratégicos, especialmente en Groenlandia y Canadá, dos regiones ricas en estos recursos.

– Amazon Web Services (AWS) y Microsoft, que controlan una gran parte de la infraestructura de almacenamiento de datos del Gobierno estadounidense y se benefician de la digitalización y modernización de los sistemas estatales.

Además, think tanks como la Heritage Foundation, que lidera el Proyecto 2025, y otros organismos como la Federalist Society, juegan un papel clave en el diseño y promoción de estas políticas.

Uno de los aspectos más preocupantes del Proyecto 2025 es su impacto geoestratégico en regiones clave del mundo. Las políticas promovidas por esta agenda conservadora no solo buscan reforzar el poder económico y militar de Estados Unidos, sino también reposicionar estratégicamente su influencia en regiones con alta importancia geopolítica y económica.

Las cuatro regiones mencionadas en el plan —Groenlandia, Panamá, Canadá y Taiwán— tienen algo en común: el desafío de China como rival estratégico de Estados Unidos.

– Groenlandia representa un interés geopolítico por sus vastos recursos minerales y su posición estratégica en el Ártico.

– El Canal de Panamá sigue siendo un punto clave en el comercio global, y su control es fundamental para la seguridad marítima estadounidense.

– Canadá, pese a ser un aliado tradicional, ha generado tensiones comerciales que se exacerbarían bajo una política proteccionista como la que propone el Proyecto 2025.

– Taiwán, por su rol en la disputa de poder con China, es un eje clave de la política exterior estadounidense.

El Proyecto 2025 plantea una estrategia para consolidar la hegemonía estadounidense en estas regiones mediante alianzas selectivas, proteccionismo económico y un enfoque militarista, todo bajo una agenda nacionalista y conservadora.

Pensar que el fenómeno Trump es un accidente o producto de su personalidad excéntrica es un error de análisis. Lo que está en juego es un proyecto político y económico bien estructurado, que busca redefinir el papel de Estados Unidos en el mundo y consolidar el poder de ciertas élites económicas.

El Proyecto 2025 no es un simple manual de gobierno, es una hoja de ruta para una transformación radical y permanente de las instituciones estadounidenses. El verdadero poder detrás de este proyecto no radica en Trump como individuo, sino en las corporaciones, think tanks y actores económicos que lo impulsan. Beneficios directos de políticas conservadoras del Proyecto 2025 son: desregulación ambiental y energética; reforma fiscal y reducción de impuestos corporativos; apoyo al desarrollo de combustibles fósiles; política comercial favorable; renegociaciones de acuerdos como el T-MEC (Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá) aseguran términos más favorables para exportaciones energéticas y productos manufacturados.

¿Realmente creen que esto es solo Trump?

Fuente: https://eltabanoeconomista.wordpress.com/2025/01/15/no-es-trump-idiota-es-un-proyecto/