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15 de diciembre de 2024

Perú: Derechos humanos en emergencia

Ronald Gamarra

Este bienio está marcado por la crisis más grave de la situación de los derechos humanos en nuestro país en las últimas dos décadas. El anterior momento crítico, qué duda cabe, lo vivimos y padecimos bajo el gobierno dictatorial de Alberto Fujimori y su cómplice Vladimiro Montesinos. No es coincidencia, por tanto, que la actual crisis de los derechos humanos coincida con el poder que ejerce actualmente la facción fujimorista como eje de la alianza corrupta que, desde el Congreso, domina y avasalla la política del país, con la presidencia de Dina Boluarte reducida a la condición de una mayordomía dedicada a servir al milímetro todos los desvaríos y alucinaciones de los mandones de la plaza Bolívar.

El fujimorismo ha demostrado que no aprendió nada, ni lamentó nada, ni reconoce ningún error de la experiencia de su gobierno de 1990 al 2000. Queda demostrado plenamente que siguen siendo la misma facción de vocación dictatorial, autoritaria, arbitraria y sobre todo corrupta, que se aprovecha del Estado y el poder para servirse y enriquecerse, atropellando las normas básicas de la democracia, el Estado de derecho y la normatividad internacional sobre derechos fundamentales. El fujimorismo no ha cambiado en lo esencial con respecto a lo que era durante la década en que gobernó. Las esperanzas de algunos en la posibilidad de un fujimorismo “democrático” se han demostrado infundadas, particularmente desde el 2016 y sobre todo en el último bienio.

Hay que destacar la habilidad maniobrera y la capacidad trapacera del fujimorismo para articular una alianza reaccionaria y convertirse en el eje motor de dicho pacto, al mismo tiempo que se pone de perfil para no aparecer, en lo posible, como un partido de gobierno. Por lo demás, la ultraderecha pone lo suyo, asumiendo el activo rol conservador que le sale tan natural y acorde con sus prejuicios y complejos clasistas y raciales. El fujimorismo y la ultraderecha son, también, muy pragmáticos y por ello han cooptado a su tinglado de poder a Dina Boluarte y a Vladimir Cerrón, a quienes les dan las migajas que les corresponde, básicamente tolerarlos en el poder hasta el momento en que decidan deshacerse de ellos.

Así, tenemos ahora un país cuyas élites poderosas quieren que cada día se parezca más a lo que fue la dictadura de Fujimori y Montesinos y dan, en consecuencia, grandes pasos en esa dirección. Pero ¿Cómo llegamos a esto?

Lo primero fue meter bala. Y no dudaron en hacerlo al imponer a Dina Boluarte como presidenta hasta el 2026, en lugar de convocar de inmediato a elecciones generales, como exige la población. Fue terrible la represión de las manifestaciones populares del sur, en las que 50 personas, incluidos no menos de siete menores de edad, perdieron la vida bajo disparos de las fuerzas policiales y militares efectuados con armas y munición de guerra. Dina Boluarte estuvo al frente de la matazón, pero el Congreso le dio todo su respaldo político y protección hasta el día de hoy. Ese asesinato de decenas de personas que manifestaban y exigían elecciones marca el inicio del pacto y del período de restauración de los 90.

Lo siguiente fue ir, paso por paso, cooptando y ocupando los organismos constitucionales autónomos y ponerlos al servicio de sus designios. Empezaron con la ocupación del Tribunal Constitucional, lograda con la activa colaboración de la gente de Vladimir Cerrón, gracias a quienes lograron un TC compuesto mayoritariamente por conservadores y reaccionarios. Cerrón fue tan servil que ni siquiera puso un tribuno y se limitó a atender sumisamente los deseos del fujimorismo. Lo que sí les dieron fue la Defensoría del Pueblo, que de inmediato se dedicó a torcer y desnaturalizar. Luego fue el ataque obstinado a la Junta Nacional de Justicia para traérsela abajo y apoderarse del organismo que evalúa y sanciona a jueces y fiscales y define a los directivos de los organismos electorales. Y tienen previsto arremeter aún más en esa vía para someter al Ministerio Público y limitar al Poder Judicial.

El paso siguiente fue abrir el camino a la ruptura con el orden internacional que vela por el respeto a los derechos humanos. El eje corrupto de la fujiderecha ha impuesto que el país se encuentre actualmente en situación de abierto desacato frente al Sistema Interamericano de Derechos Humanos y particularmente ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Lo hicieron primero mediante la ilegal excarcelación de Alberto Fujimori, “resucitando” el indulto del 2017 que le acordó Kuczynski y que fue declarado nulo e inaplicable en su momento por la Corte IDH y por la Corte Suprema del Perú. El siguiente paso desaforado lo dieron al decretar una ley anticonstitucional que da impunidad absoluta a los autores de crímenes de lesa humanidad “anteriores al año 2002”. Los maximalistas de la fujiderecha tienen como objetivo final repudiar la Convención Americana de Derechos Humanos y retirar al país de la jurisdicción internacional.

Afortunadamente, nada de esta deriva autoritaria hacia los 90 ha dejado de encontrar resistencia en diferentes sectores. Así, recientemente, el Ministerio Público declaró su oposición institucional a la ley de impunidad de los delitos de lesa humanidad y algunos jueces la han declarado contraria a la Constitución e inaplicable ejerciendo la función de control difuso de la constitucionalidad de las leyes. Así mismo, el Ministerio Público ha anunciado que uno de sus equipos especiales ha identificado a más de 40 policías y militares como responsables de la muerte de no menos de siete menores de edad en las manifestaciones al inicio del régimen de Dina Boluarte. El avance de esta investigación, aún inicial a dos años de la masacre, no se hubiera podido dar si la Fiscalía de la Nación siguiera en manos de Patricia Benavides, miembro activo del pacto corrupto, destituida este mismo año.

Así estamos. Nos hallamos bajo una emergencia de derechos humanos como no vivíamos desde el gobierno de Alberto Fujimori. Las fuerzas políticas que hoy dominan, articuladas por el fujimorismo, nos han puesto en situación de desacato ante el Sistema Interamericano de Derechos Humanos, ante el cual también hay que responder por el asesinato de 50 compatriotas en manifestaciones políticas por elecciones generales, una de las peores masacres de la última década en nuestro continente. Felizmente, la gente está despertando y empezando a moverse y en su momento exigirá cuentas a los actuales mandones. El 91% de desaprobación de Dina Boluarte y el 93% de desaprobación del Congreso marcan la suerte que les espera a los culpables.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 713 año 15, del 13/12/2024

https://www.hildebrandtensustrece.com/


7 de junio de 2024

Perú: Alberkeiko y las otras caras de la DBA

Maritza Espinoza

"El bloque político que hoy disfruta de las mieles del poder gracias a la sumisión de la presidente más impopular de la historia reciente está dando muestras de que se dispara a los pies cada que tiene la oportunidad”.

A pesar de que su cara más visible, que es una repelente fusión, en partes desiguales, de las caras de Alberto y Keiko Fujimori (algo así como un Harvey Dent jaladito y más siniestro, si cabe) llega pujando a un 4,6% de intención de voto según la última encuesta del Instituto de Estudios Peruanos, la ultraderecha peruana todavía cree que puede darse el lujo de ir desunida a las próximas elecciones generales.

“Pero ¿cuándo ha estado unida la DBA, si no es en las trapacerías y cuchipandas que perpetran para imponer sus sucios intereses?”, me inquirirá usted, aguzado lector, y tendrá razón. La ultraderecha peruana —por suerte para la democracia— nunca se ha caracterizado por tener un horizonte común y, llegado el caso, se pelea y subdivide con el mismo entusiasmo que la izquierda peruana en los setenta.

Sin embargo, confieso que me sorprendió un poquito que, esta semana, se diera un cisma en Renovación Mediev… ¡ejem!, Nacional, el partido que lidera nuestro indescriptible alcalde limeño. Durante los últimos años, ese grupo político ha sido un puño con Fuerza Popular y las sobras del resto de la DBA en la defensa de la defenestrada fiscal Patricia Benavides y otras causas igual de oprobiosas que llegué a pensar que tendrían la perspicacia suficiente para mandar un solo candidato.

Pero no. El bloque político que hoy disfruta de las mieles del poder gracias a la sumisión de la presidente más impopular de la historia reciente —aunque, valgan verdades, su 5% todavía supera el 4,6% de los dos Fujimori juntos— está dando muestras de que se dispara a los pies cada que tiene la oportunidad y, desde ya, asoman varias cabezas pigmeas que irán a la pelea presidencial. Aquí un perfil de los principales para que vayamos preparándonos por quién no votar.

No uno, sino dos Fujimori

Así, sin distinguir uno del otro, como si fueran un bicho con dos cabezas, perciben sus potenciales votantes —o sea, ja, ja, ja, ja, ¡cuatro de cada cien peruanos!, perdonen la carcajada— a las dos caras visibles de Fuerza Popular. Es que, sin querer, al ejecutar el indulto trucho de PPK, doña Dina Boluarte dio un tiro mortal a las aspiraciones de Keiko: si antes ella solita era el rostro del fujimorismo, hoy tiene que compartir el “honor” con papi, algo que no le debe hacer nadita de gracia.

Lo cierto es que, con esta nueva cifra, ya ni siquiera es seguro que ella sea la candidata de su movimiento. Si no se sabe cuánto de ese 4,6% le pertenece, puede ocurrir que, de esa ya escasa intención de voto, ella tenga menos del 1% que ostenta el aprismo zombi. ¿Se imaginan al fujimorismo en unas primarias decidiendo quién será su candidato? La sola idea debe hacer que la Señora K se dé de cabezazos y piense en vacar cuanto antes a la inoportuna mucama que creyó que le hacía un favor liberando a su padre.

Pooorky, Pooorky, ¿nuestro rey?

Quienes lo conocen de cerca, aseguran que, ya en el 2016, don Rafael López Aliaga se juró a sí mismo y a la Virgen mamacita en la que piensa cuando lo aguijonean las oxidadas puntas de su silicio “opusdeiano”, que un día sería presidente, costara lo que le costara. Y por eso está dispuesto, dicen, a gastar lo que sea y pactar con quien sea. Lástima que lo traicione el escorpioncito que lleva dentro y que lo ha hecho anunciar una prematura candidatura al “país de Loreto” que no ha gustado nadita al almirante Montoya (ver más abajo) ni a otros correligionarios suyos que saben que, con el 1,1% que le dan las encuestas de intención de voto, mejor es ir apartándose de él como de una piscina contaminada.

Pero ¿tiene alguna opción López Aliaga? Bueh, soñar no cuesta nada. Él se sigue sintiendo un presidenciable y sí, pues, de los rostros de la DBA que hoy asoman, es el único que ha ganado una elección, la de la Alcaldía de Lima. Tal vez el pobre ni siquiera se da cuenta de que, para sus aspiraciones políticas, eso fue lo peor que le pudo pasar, porque la gente ha podido apreciar, en vivo y en directo, lo mal político (por conflictivo, miope y torpe) y pésimo gestor que es, a tal punto que la imagen de empresario exitoso que vendió en su campaña se terminó de ir al traste.

El almirante de tina

No lo ha dicho públicamente, pero algunos de sus allegados cuentan que, en sus conversas amicales, don Jorge Montoya jura que, como exmilitarote que es, es el único que podría plantarle cara a Antauro Humala. Y tal vez tiene razón. Ambos son fanáticos de la mano dura y uno puede fácilmente imaginar un debate entre los dos, aderezado con ajos y cebollas, prometiendo ríos de sangre para acabar con la delincuencia, con el narcotráfico, con los corruptos, con los ladrones y hasta con los feos, ¡faltaba más!

¿Y sus méritos? Bueno, el almirante tiene una impecable foja de servicios… a Vladimiro Montesinos, pues fue uno de los altos mandos militares que, humildito y puntual, estampó su firma en el acta infame que buscaba respaldar el autogolpe del 5 de abril de 1992 y rechazar las acusaciones de violación de derechos humanos del régimen fujimontesinista. Él dice que solo se trató de un acta de asistencia, pero igual se bancó que un exespía sin ningún rango le largara un rollo sobre lo que es y no es patriotismo. Y, de eso, ningún militar vuelve.

A casi dos años de las elecciones, estos son solo los rostros más visibles de la derecha bruta y achorada rumbo al 2026, pero hay otros personajillos de (todavía) menor monta que también desvarían, probándose fajines presidenciales improvisados con corbatas, pensando en una posible candidatura presidencial. Algunos son tan opacos que bien podrían ser tomados por outsiders y otros tienen visibilidad, pero tan poco prestigio que no entrarían ni como congresistas. De esos se ocupará el tiempo.

https://larepublica.pe/opinion/2024/05/29/alberkeiko-y-las-otras-caras-de-la-dba-por-maritza-espinoza-2078328

10 de marzo de 2024

Perú: ¿Qué nos pasa?

Alberto Vergara

Es importante intentar construir en la esfera pública argumentos que propongan diagnósticos sobre la naturaleza de la crisis peruana. Aquí un intento.

La larga crisis peruana actual –¿o se trata de un equilibrio crítico?– tiene una peculiaridad: no sabemos bien qué nos ocurre. En 1990, por mencionar otra coyuntura difícil, reconocíamos que se debía derrotar a la inflación y al terrorismo. Había divergencias sobre cómo hacerlo, pero no respecto de nuestras dolencias. Hoy, en cambio, casi nada funciona, pero nada ha colapsado. La situación de 1990 asemejaba más a una guerra con enemigos distinguibles; la de hoy se parece a una atrofia inducida por un virus imperceptible. Deambulamos perplejos y sin diagnóstico. Y no hay forma de escapar de la crisis sin uno.

En las últimas semanas han aparecido un par de artículos muy relevantes en El Comercio que buscan responder a la pregunta que da título a este artículo. El historiador Carlos Contreras, en primer lugar, propuso que el Perú sufre una suerte de desbarajuste histórico. El paso del siglo XX al siglo XXI habría estado marcado por una doble transformación: transitamos de una sociedad formal representada por partidos a una sociedad informal con partidos amorfos. Retomando el vocabulario de Luis Alberto Sánchez, dice Contreras, tendríamos un sistema adolescente, con sus consecuentes imperfecciones, desproporcionalidades y exabruptos. Un par de semanas después, Eduardo Dargent comentó críticamente aquella columna. El politólogo señalaba que no sufrimos un impersonal desacople histórico, sino a esforzados actores que trabajan para construir un país cada vez más lumpen. Para sintetizar el intercambio, ambos coincidían en que la representación política es un punto medular de nuestra crisis, pero diferían sobre las razones para esa condición.

Ensayar diagnósticos como estos en la esfera pública –y no solamente en la académica o tecnocrática– es crucial si queremos eventualmente superar esta etapa oscura. Con el ánimo de aportar algo más a la cuestión de qué nos pasa, aquí quisiera salir del ámbito político-representativo. No porque sea uno sin importancia sino porque pienso que sufrimos una crisis que desborda a la política y que está atada a la atrofia del Estado de derecho. Es decir –como desarrollamos con mi colega Rodrigo Barrenechea en un libro que está por salir– lo que ha entrado en crisis severa es la capacidad regulatoria de la ley. No quiere decir que haya desaparecido la ley, significa que ha dejado de ser un activo del bienestar colectivo. Lo que prevalece es la voluntad de atajar o modificar la ley al gusto de algún interés particular. Por eso las aberraciones que observamos en el mundo de la política –y que Dargent señala en su columna– las encontramos también en otras esferas. Cada vez más, el que no burla la ley, no mama. Por eso en el Perú a todo el mundo le interesa el derecho. Y a nadie la justicia.

El Estado de derecho permite la convivencia civilizada. Si la democracia dirime nuestras diferencias cada cinco años, la ley regula nuestras interacciones cada día. Es el lazo público más básico y necesario para cualquier sociedad. Estar todos regidos por un orden legal que nos trata igualitariamente. Sin ley, solo queda la facción. Cada uno con su pañuelo. Después, cada uno con su pistola. Una comunidad de enemigos.

Pues eso somos cada vez más. Ante la convicción creciente de que la ley es inútil para producir bienestar colectivo solo queda la legalidad en tanto personal ganzúa para obtener réditos hoy. El que no le saca la vuelta a la ley perderá ante quien sí lo hace. Se institucionaliza la des-institucionalización. Con lo cual acaba el mediano y largo plazo. Y todo se vuelve incierto. Sin reglas solo existe el presente. Desde esas premisas funciona buena parte del Perú de hoy. Se ha instalado un espíritu de supervivencia y depredación que cabe en unas líneas del maestro Caitro Soto: toro viejo se murió, mañana comemos carne.

Donde se pone el dedo salta la depredación de corto plazo. En el ámbito económico, por ejemplo. Probablemente han visto que ahora hasta Keiko Fujimori fustiga a las farmacias por sus prácticas anticompetitivas. Vale todo. Cada quién prospera como puede, contra quien pueda. Si hay que cabildear para legalizar la depredación amazónica, se hace. Si toca presionar para redefinir a la anchoveta adulta como aquella que tiene ocho centímetros en vez de doce, venga. Si se puede desaparecer el requerimiento de “Certificado de inexistencia de restos arqueológicos” para las construcciones, de una. Ni pasado ni futuro: la comunidad de enemigos solo tiene ojos para el rédito inmediato.

En la política es lo mismo. ¿Cuál fue la primera medida del presidente Castillo? Legalizar su sindicato. De manual, aseguró a los suyos. O el presidente del Congreso que participó de un cambio en la normativa penal que lo beneficiaba directamente. Y los perseguidos por el sistema de justicia lo “reforman”. Y los impopulares políticos modifican leyes para clausurar el ingreso de nuevos competidores o, directamente, para ajusticiar a las autoridades electorales. Han aprendido del Hombre araña: un gran poder viene con una gran tajada.

Pero hay algo más. Una baja adicional es la idea de un prestigio personal que cuidar. O para decirlo de otra manera: ya nada da roche. Una lideresa del feminismo puede protestar contra el machismo del gobierno en la mañana y jurar como ministra en la tarde. Un fraudista puede ser canciller de Castillo. Quienes insultaban a Dina Boluarte ahora trabajan para ella (¿o la presidenta trabaja para ellos?). A fin de cuentas, ¿cuándo más podré ser canciller o congresista, embajador o ministro? Ahora o nunca.

Mal haríamos en creer que solo elites políticas y económicas se comportan así. En realidad, al verlas, la sociedad concluye, con bastante lógica, que quien respeta las normas pierde. Así, se atascan las auxiliares en las carreteras, se riegan clavos para estafar con cambios de llanta o se asalta las vías con vehículos de transporte informal. Una reciente e interesante investigación de Jorge Aragón y Diego Sánchez (La ilegitimidad del poder político en el Perú, IEP, 2023) encuentra que está muy extendida la creencia según la cual la política es una forma de ascenso social. Y donde dice “política” debe leerse la corrupción que esta permite. El mismo estudio asegura que los ciudadanos no tienen interés en políticas redistributivas o en aumentos de impuestos. Sí quieren que el Estado distribuya cosas o servicios, pero no aportar para ellos.  

Por eso el candidato Pedro Castillo y otros van de plaza en plaza prometiendo la destrucción de la ATU, SUNEDU o del Tribunal Constitucional. Y por eso también quien finalmente consigue destruir todo aquello es el gobierno de su vicepresidenta Boluarte. La degradada continuidad. Si un Estado es percibido como ineficiente, corrupto y arbitrario, la natural reacción es desear su desactivación.

En síntesis, estamos ante una espiral anti-Estado de derecho que va engullendo a la sociedad. No completamente, pero avanza sin pausa. La encontramos en la derecha y en la izquierda, arriba y abajo, en la política, pero también en la sociedad, el Estado y el mercado. Como ocurre con las polarizaciones políticas, estas dinámicas arrastran a los individuos, aunque no lo quieran. Como en las corridas bancarias, llega un punto en que debes optar entre hundir al sistema o quedarte sin ahorros.

Ante esta situación se abren dos preguntas. La primera es ¿por qué sucede esto? Hay muchas respuestas posibles. Aquí aventuro un par: la erosión de la legitimidad de nuestras instituciones y el fin del crecimiento económico. De un lado, la ciudadanía ha dejado de creer que el entramado institucional refleje un interés nacional o produzca bien común. Es decir, la ciudadanía no percibe que el orden institucional esté justificado. Se le acata por miedo a la sanción o se le saca la vuelta. Carece de legitimidad. No hay confianza en que el sistema vaya a producir mejoras.

Hace tres años una encuesta encontró que 44% de los jóvenes quería irse del país. Hace cinco meses aumentó a 60%. Tanto en 2022 como en 2023 más de 400 mil peruanos migraron; esto es más del doble que en cualquier otro año. Y no solo quieren irse los más apremiados. En el colegio Markham, probablemente el más caro del país, hasta el 2018, 50% de los alumnos que hacían el programa internacional se quedaba a hacer la universidad en el Perú; de la promoción del 2021 solo se quedó el 6.3% (no tengo datos de los años posteriores, pero debe ser aún más bajo). Se trata de una crisis de confianza muy severa en el país y en sus instituciones.

Esto se combina con el fin del crecimiento económico. Esto, evidentemente, no es independiente de la erosión del Estado de derecho, pero produce sus propias urgencias y radicaliza las decisiones desde el corto plazo. El 2023 la economía decreció 0.5% y no hay indicios para creer que retomaremos un crecimiento importante en los próximos años. Si no habrá mucho por repartir, algo habrá que arranchar. Es más probable que consigas ganancias alquilando congresistas que te eximan de impuestos que incrementando la productividad de tu empresa. O es más probable que llegues a fin de mes como minero informal que buscando ese trabajo formal que no existe.

Y nos queda la segunda pregunta: ¿puede revertirse la espiral en que estamos metidos? En un mes lo conversamos.

https://larepublica.pe/opinion/2024/03/03/que-nos-pasa-por-alberto-vergara-111720

4 de marzo de 2024

Perú: “Perú21” con Antauro

Juan Manuel Robles

Antauro Humala no es el candidato que el país se merece pero sí el que la derecha se ha ganado. Por bruta y achorada. Pudieron dejar que Pedro Castillo, el último outsider de arraigo popular, implosione solo, con su ineficiencia y su poco brillo, sus funcionarios turbios y su indecisión patológica. En cambio, decidieron boicotear a ese señor desde todos los frentes —hoy es claro que el golpe que Castillo intentó dar fue un último recurso frente a una conspiración artera para destituirlo, con complicidad militar— y lo que han dejado, entre sus electores, no es la sensación de que no se debe votar por “populistas” que generan crisis, sino de que el establishment corrigió el voto a la mala. Esos electores no han “aprendido” que no se debe seguir a outsiders bocazas de esos que llenan plazas con discursos incendiarios. Nada que ver. Se han quedado con más ganas.  

Ganas no de un programa o una hoja de ruta o una ideología (esas cosas hoy son palabras huecas), sino de un candidato que incomode y joda a los poderosos, a Lima moderna, a la clase política. No hay que perder de vista que esos electores encuentran un disfrute catártico, cada cinco años, en provocar pánico e histeria. En eso consiste la victoria, la “fiesta democrática”: en mandar a magnates a revisarse la presión (o el corazón), hacer que señoras privilegiadas organicen colectas para los arenales llenas de condescendencia aterrada —y culpa—, que empresarios miedosos pongan spots apocalípticos en los canales y paneles gigantes. Y eso es todo. Ya nadie vota con ilusión en el futuro; lo único real es ese goce de ver cómo un banquero manda a publicar carátulas desesperadas contra el Anticristo elegido, como quien machuca frenéticamente el botón de disparar en el callejón sin salida de un videojuego de zombis.
 
Hablando de carátulas, justamente, empezó la campaña en “Perú21”, el diario de la paranoia anticomunista. La derecha se merece a Antauro Humala en segunda vuelta porque sigue repitiendo la receta del terror. Es 2024, han pasado casi veinte años desde que encumbraron a Ollanta Humala retratándolo como un monstruo (y hasta lo vincularon con el narcotráfico dos días antes de las elecciones, penosamente), pero no aprenden. No entienden que las masas son como lebreles sagaces que huelen el miedo. Esa atención desmedida, esa satanización, esa alocución de señores notables con cara de alerta sísmica, solo provocará el crecimiento en las encuestas del bienamado.
 
Y ya empezaron. Como dijo Marco Sifuentes, parece que se lo hubieran propuesto: hacer subir a Antauro de 7 a 20 por ciento.

Solo que esta vez será peor. Porque hay una sensación de caos e impunidad como regla. Un sálvese quien pueda amoral comparable, salvando las distancias, al de fines de los ochenta. “Un exconvicto en campaña”, titula “Perú21”. Pero todos saben en qué país vivimos: el de los exconvictos y el de los que no pisaron la cárcel porque se pusieron las pilas, porque negociaron con la fiscalía, porque consiguieron mucho poder en pleno proceso judicial y pudieron arreglar. Fujimori acaba de salir y se ríe de sus crímenes. Incluso los partidarios del indulto saben que esa liberación tiene que ver con la correlación de fuerzas políticas y no con la justicia.
 
La coalición que gobierna hoy se queja de Antauro y alguno hasta culpa a un funcionario del Jurado Nacional de Elecciones por permitir la inscripción de su partido. Me da risa. Eso les pasa por equilibristas: se la pasan haciendo leyes que dejan fuera de las contiendas políticas a personas con ciertos antecedentes penales, pero con el cuidado suficiente para que no les afecte a ellos mismos. Son políticos que se ganan el aplauso fácil prohibiendo a condenados por terrorismo que cumplieron su pena, pero no se atreverían a poner más controles, no vayan a quedarse sin cuadros. Pues en el trance se les escapan cosas. Se les escapó Antauro.
 
Ahí va el etnocacerista, un ciudadano que saldó sus cuentas con la justicia por un hecho que hoy se menciona como acto de terrorismo pero que, en 2006, el muy mesurado Javier Valle Riestra defendía en voz alta, argumentando que Antauro había cometido un “delito político” (no uno común) y que las muertes de policías no podían considerarse “asesinato” sino resultado del combate. Sea como fuere, hemos tenido a un militar procesado por una masacre (terrorismo de Estado del peor) como presidente del Congreso. Los que bravuconamente hicieron eso posible, deben recordar ahora que la permisividad, a veces, te rebota en la cara.
 
Como dije antes en esta columna, a Antauro solo le basta convencer al electorado que es independiente de la izquierda para conseguir crecer en las preferencias, y por ahí, saltar a los primeros lugares. Es el único prototipo de hombre de acción, a lo Bukele, a la vista. Su marca lleva a la locura en un momento de caos y de respuestas que no aparecen. Es una locura avezada que se ve infinitamente más genuina que la del bocazas López Aliaga, cuya alcaldía lo está quemando con rapidez.
 
La derecha, en tanto, no aprende y sigue tolerando la idea de que Keiko Fujimori sea la candidata de la unidad, en la otra esquina.
 
Pues modestamente les digo que lo único que puede salvar a la derecha  de esta situación es financiar la candidatura de Ollanta Humala (con la limpiada judicial que eso implique). Conseguirían un dramón internacional por la lucha fratricida (algo potente incluso para los estándares peruanos), una inmejorable fuente de secretos domésticos, y tendrían alguna chance de que gane el hermano hoy moderado, que tan bien cuidó el MEF, el BCR y el bendito modelo.
 
Pero, claro, la derecha no es capaz de verlo. Quieren usar un plan mucho más potente y fulminante: ametrallar con portadas a Antauro vía “Perú21” y otros diarios, dominicales, noticieros. Revivir Unidades de Investigación y demolerlo. Invertir en publicidad y hacer que el Perú ame a Keiko Fujimori, para que así consiga una victoria fácil, o, en último caso, que gane cómodamente en una segunda vuelta. Suerte con eso.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 675 año 14, del 01/03/2024

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1 de octubre de 2023

Perú: La derecha y los libros

César Hildebrandt

Me paso los días buscando un libro. Tiene pasta negra, es grueso como un adobe, es el libro de memorias de Arthur Koestler. Y a pesar de su volumen, del espesor intimidante de sus páginas, no lo encuentro. Me obsesiono y una furia con zarpas me tienta a preguntarme por qué yo –maniaco del orden, prusiano de las rutinas, creyente de que algo fuera de su sitio es un desafío al cosmos– no sé dónde pongo los libros que más quiero.

Al final del segundo día de búsqueda, lo encuentro en un estante que había revisado dos veces. Es como si hubiera tomado un sedante, como si el mundo en ruinas, que era el mío hasta el momento del hallazgo, se recompusiera.

Arthur Koestler me fascinó desde el día en que supe de él gracias a un libro sobre la guerra civil española. Koestler, nacido en Hungría en 1905, fue para mí el más ilustre excomunista que haya escrito sobre su desilusión. Y sus memorias son, en muchos sentidos, las del siglo XX entero, un mural homenaje a esas décadas de devoción por la utopía, la locura y la crueldad.

Tomo el libro y empiezo a releerlo. La calma vuelve. El placer de imaginar el rostro del padre de Koestler cuando decide fabricar el primer “jabón radiactivo” de uso personal es el viejo goce de la lectura. ¿Ese padre entre chiflado y genial fue decisivo para que Koestler se volviera, muy pronto, el rebelde crónico que fue toda su vida? ¿O más importante fue esa madre migrañosa y fantasmal que supo llevar con dignidad las peripecias de la familia?

Las palabras nos abren mundos, nos sitúan en andenes de estaciones que jamás veremos, nos mojan en aguaceros ajenos, nos rompen el corazón como si fuéramos nosotros los desdichados de la narración. Gracias a las palabras viajamos sin visa y conocemos a gente de hace siglos y devoramos banquetes a los que no nos habrían invitado.

Pienso cuánto les debo a los libros y mi respuesta es que todo. Lo poco que pude hacer, lo poquísimo que hice, no habría sido posible sin ellos. El menú venenoso de mi país no pudo matarme porque supe, desde el comienzo, cuál era el antídoto. Si aceptas que por tu sangre sólo circule la prensa boba, la tele de la lobotomía, el debate de las miserias, la radio de los maletines, entonces necesitarás la diálisis de una biblioteca.

Eso es algo que la derecha, analfabeta funcional, jamás entenderá. Ella, cuando es ilustrada, procede de un recetario minúsculo. Cree que en Hobbes está el Génesis, en Hayek el Éxodo y en Friedman el Nuevo Testamento. Para ella, la zarza ardió en Chicago University y Dios creó no el paraíso sino de frente la United Fruit.

Cuando es iletrada –me refiero al 99% de sus miembros– la derecha aúlla sus simplezas: los caviares son los adversarios ancestrales, el comunismo está al acecho, el fujimorismo es el orden encarnado, los pobres son sospechosos, la cholería no debe salir de la loseta asignada, el mundo está bien tal como está.

La derecha no aspira a nada sino a darle coartadas a la codicia. La derecha no sueña con un mundo mejor porque está convencida de que el actual fue creado para ser disfrutado por los que se esforzaron. La derecha es el absolutismo monárquico con elecciones aparentes cada cierto tiempo. Elecciones que deben ser un homenaje a la continuidad, a la cacofonía del sacro imperio del orden y el progreso.

Si lees, dudas. Si lees, los dogmas se desploman y los grises bailan ante tus ojos. Los libros nutren la incertidumbre, que es el comienzo de la honestidad.

Yo no sé cómo será el mundo al que aspiramos los inconformes planetarios. Lo que sé es que este mundo actual es insoportable. La tierra gime por él, la gente lo padece, los ricos lo quieren presentar como si fuera la eternidad. Estamos ante un colapso civilizatorio y los grandes privilegiados pretenden negarlo todo.

El capitalismo hizo mucho por el progreso de la humanidad. Eso es cierto. Pero habría que estar loco para apostar por él en estas circunstancias. Porque, dejémonos de cuentos, el capitalismo consiste también en que cuando viene una plaga y la gente se muere con los pulmones deshechos, los fabricantes de oxígeno decuplican el precio del producto. A eso se reduce la manita académica del señor Smith. Un sistema tan perverso ha sido invencible porque, sencillamente, interpreta la vileza de la que es capaz el ser humano. Lo que pasa es que el finito planeta Tierra está harto de quienes lo perforan y trajinan. La teoría del progreso resultó un fiasco. El capitalismo y su darwinismo social tienen los años contados. Un nuevo y mundial contrato sobre recursos y pertenencias está a la vuelta de la historia. O es eso o será el suicidio de una especie que se creyó la mar de inteligente y que, sin embargo, no supo cuáles eran sus límites.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 655 año 14, del 29/09/2023, p16

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19 de mayo de 2023

Perú: El cáncer conservador

Daniel Espinosa

Dicen que no hay mal que por bien no venga y, aunque el costo ha sido demasiado alto, los recientes y numerosos crímenes de lesa humanidad del Estado peruano y su posterior encubrimiento –tan torpe como sus excusas para las masacres que desean ocultar– han obligado a los sectores más rancios y antidemocráticos del país, el segmento ultraconservador y los “remanentes” del fujimorismo noventero, a mostrar su horrible cara.

En esta columna (“Régimen híbrido”, 3/3/23) denunciamos lo que la policía había hecho el último 9 de febrero en Apurímac, donde un grupo de patrulleros persiguió a un camión lleno de manifestantes que regresaban a sus localidades, lo emboscó y disparó a mansalva contra la carrocería, asesinando a nuestro compatriota Denilson Huaraca, estudiante de 23 años, e hiriendo a varios más. Quien comandaba esta “operación” –que, como también señalamos entonces, se parece más a un golpe de la mafia o el narco, que a una redada policial– fue el “remanente” del fujimorismo noventero Luis Jesús Flores Solís (no conozco su alias), ex-GEIN y exagente de inteligencia del Ministerio del Interior, ese despacho siempre tan amigo de la embajada estadounidense y su subversión internacional.

La carca conservadora nos quiere hacer creer que, si acaso Denilson Huaraca y los que viajaban con él –que iban inermes y jamás opusieron resistencia–, se habían manifestado violentamente, entonces merecían morir baleados por un comando de policías corruptos y remanentes fujimontesinistas al servicio de esta fugaz toma de poder conservadora. Esa es la táctica: atarantarnos y confundirnos, aprovechando la ignorancia masiva, para que olvidemos que vivimos en un Estado de derecho en el cual el supuesto criminal no es ajusticiado sumariamente, sino juzgado por una corte imparcial y de iguales. Iguales, esa palabra tan detestable para el conservadurismo.

Ahora que ellos y sus crímenes son visibles, que su hipocresía es patente y que todos sus esfuerzos parecen encaminados a destruir nuestro Estado de derecho, los peruanos que valoramos la democracia (no somos todos, desgraciadamente), podemos decirles: hasta aquí nomás, vayan a recrear el medioevo a sus casas. Así separamos la paja del trigo.

Y debemos aclarar que la idea de una izquierda “conservadora” es un oxímoron. Solo podría ser el invento de angurrientos y advenedizos que, buscando réditos políticos, se disfrazan de lo que consideran que les granjeará más votos. El carácter antidemocrático del conservadurismo –que en un orden político moderno y republicano no tiene otra alternativa que disfrazarse de democrático– debería enseñarse en los colegios. El asunto no podría ser más sencillo: el concepto de igualdad entre los seres humanos, tan fundamental en democracia, sencillamente no va con el conservador, que ha basado buena parte de su identidad y visión de sí mismo y la sociedad en la muy placentera idea de que él, y su tribu, son los depositarios de las costumbres correctas, de la procedencia social correcta, de la forma de vestir y hablar correctas y, en muchas ocasiones –pues casi todos los racistas del mundo se declaran conservadores–, hasta del color de piel correcto.

El conservadurismo, aplicado a la política y en boca de sus propagandistas, es un credo basado en el desprecio por el prójimo y consiste en la creación sistemática de un “otro” como “problema a resolver” y la imposición de un orden al que toda forma de pluralidad o tolerancia resulta tóxica. Cuando el conservadurismo gobierna –casi siempre con trampa, pues el carácter abiertamente canalla de sus bolsonaros solo consigue el voto de otros canallas–, los que han tomado el poder son el miedo y el desprecio por el otro.

La raíz del conservadurismo


Thomas Jefferson, uno de los padres de la patria yanqui, fue un republicano radical (con lo que no me refiero a que estaba firmemente alineado al Partido Republicano de los Bush y Trump, que no existía en sus tiempos como en la forma presente, sino a su pasión por la construcción de una sociedad de iguales). Jefferson pensaba que el antagonismo entre liberales y conservadores –o entre “demócratas y aristócratas”– era connatural al ser humano. Así lo expresó en 1824, en una carta dirigida a un historiador llamado Henry Lee:

“Por su constitución, los hombres se dividen naturalmente en dos partidos: 1. Los que temen y desconfían de la gente y desean quitarle todo su poder para ponerlo en las manos de las clases altas, (y) 2. Los que se identifican con la gente, confían en ella, la atesoran y la consideran la más honesta y segura, por mucho que no sea la más sabia depositaria del interés público. En todos los países existen estos dos partidos, y en todos los (países) donde son libres de pensar, hablar y escribir, se declararán a sí mismos. Llamémoslos, entonces, Liberales y Serviles, Jacobinos y Ultras, Whigs y Tories, Republicanos y Federalistas, o por cualquier otro nombre que nos plazca; son los mismos partidos de siempre y buscan los mismos objetivos…” (tomado de: www.founders.archives.org; la traducción es propia).

Hoy, sin embargo, parece que hemos olvidado o restado importancia a la raigambre profundamente antidemocrática del conservadurismo político, a su naturaleza aristocrática y a su desprecio por las masas, es decir, por el ser humano. El conservador dedicado a la política y la propaganda no se identifica con la humanidad, sino con alguna tribu de personas “mejores”. En la mayoría de conservadores, esta naturaleza que llamamos “aristocrática” no se manifiesta en el sentido de pertenecer a la élite, sino en una deferencia y un servilismo casi instintivos hacia ella.

Jefferson lo tenía muy claro hace 200 años y, en términos fundamentales, la cosa no ha cambiado tanto. “El hombre enfermizo, débil y tímido le teme a la gente, y es Tory (como se les llama a los conservadores británicos) por naturaleza”, le escribiría en 1823 al marqués de Lafayette. La mente conservadora es pequeña, mezquina, y está profundamente asustada. Al conservador le gustaría detener el tiempo, así como obtener seguridades que no existen ni jamás obtendrá; seguridades psicológicas: seguridad para su identidad, su posición social y su intolerante y dogmática visión del mundo.

Y qué mejor ejemplo de esta tara aristocrática que Rafael López Aliaga, quien, con su banalidad, su soberbia y su displicencia, parece comunicarnos al resto, a la chusma, que un tipo como él no necesita preparación de ningún tipo para ser alcalde. Tampoco necesita cuotas visibles de talento o inteligencia, mucho menos virtudes como la honradez o el respeto por el otro. Él es élite natural. Nació alcalde. Sus apellidos suenan a nombre compuesto, a rancia nobleza española, y nos gobierna por derecho. Basta con salir a balbucear algunas sandeces, con aroma a desinfectante, y la gentuza debería darse por bien servida, después de todo, este hombre ejemplar, adinerado, blanco y de buen apellido, ha asumido el noblesse oblige de gobernar sobre las turbas desorientadas, ¡qué suerte la nuestra!

Resulta sorprendente que, en democracia, el cáncer conservador no sea una corriente periférica y extravagante, como el Ku Kux Klan y otros esperpentos surgidos de esta ideología, que no es otra cosa que un torpe intento de justificar la mezquindad humana. La mejor manera de discutir con un conservador es también la más simple: hay que hacerle entender que preferimos vivir en democracia y que la humanidad es nuestro tesoro.

Toda la humanidad.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 635 año 14, del 12/05/2023, p14

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31 de marzo de 2023

Perú: Derecha chavetera

Ybrahim Luna

Ahora que un coletazo de la naturaleza nos ha desnudado y ha evidenciado más que nunca nuestras diferencias sociales, es bueno cuestionar el verdadero rol del Ejecutivo con respecto a la nación, y, sobre todo, el papel que la derecha gobernante le quiere asignar: ¿un Estado protagonista y represor o uno pasivo y subsidiario? Y podemos hablar también de los dilemas de una derecha que siempre gobierna sin ganar elecciones, una trinchera llena de máscaras y garrotes que sabe que se le vienen tiempos difíciles si de eludir nuevos Castillos y futuros Antauros se trata.

A diferencia de lo que muchos creen, ni los estropicios del gobierno de Pedro Castillo, con sus casos de corrupción y un golpe de Estado de papel bond, ni la mano dura de su sucesora Dina Boluarte, el sueño de cualquier grupo paramilitar, le harán el camino más fácil a la derecha peruana para llegar al poder el 2026. El suicidio de una izquierda falsamente popular y radical no ha acabado con las esperanzas de la aparición de un caudillo que lo cambie todo a punta de populismo y confrontación. Es un error creer que el camino está allanado para los que hoy, con una increíble desaprobación civil, ostentan un poder tan obsceno.

El odio por todo lo que represente un atentado contra el pueblo se ha acentuado a fuego en las provincias peruanas. La derecha sabe que el gobierno represor y cívico-militar de Boluarte no es la fórmula para mantener el sistema que desea. No se puede gobernar a salto de mata, como creen los fujimoristas. Vale, en este punto, hacer una diferencia entre las derechas que nos gobiernan. Porque una cosa es esa derecha económica, la de las ocho o diez familias más poderosas del país, que tiene como bandera un mercado estable con una democracia de fachada para que el milagro de los monopolios obre a sus anchas; y otra, la derecha chavetera que solemos ver en el Congreso y la televisión, nada ilustrada, católica hasta la inquisición, soez, capaz de hacer los trabajos sucios creyendo que así serán aceptados en el club económico, cosa que nunca ocurrirá. La derecha económica solo quiere vender y ganar, y para eso financia autoridades sumisas, leyes a su antojo y un terreno estable, sin sobresaltos. La derecha chavetera quiere conflicto, vengarse de la izquierda y de los caviares por considerarlos la peor plaga desde Sendero Luminoso y el MRTA, y no le interesa lo bajo que pueda caer ni la rabia en contra que pueda acumular en ese proceso de represión. Una derecha absolutamente bruta.

Una derecha más o menos ilustrada (debe haberla), y alguna vez filosóficamente liberal (al liberalismo lo mató Fujimori con su versión “neo”), debe estar preocupada por la situación actual, y debe sentir vergüenza ajena por las caras visibles que exigen representarla: exmilitares racistas, jóvenes fujimoristas que quemarían El Capital de Karl Marx, creadores y difusores de fake news, ultraconservadores con crucifijo que piden bala para los provincianos, etc. Y la preocupación debe extenderse al futuro inmediato, a las elecciones presidenciales de 2026. Las apuestas por Keiko Fujimori ya fracasaron en tres oportunidades, y con todo el dinero del mundo. Millones de soles al agua cada cinco años.

Y esa preocupación es más real de lo que uno puede creer. Recordemos, si no, la confrontación electoral del año 2016 entre Keiko Fujimori (Fuerza Popular) y Pedro Pablo Kuczynski (Peruanos Por el Kambio). Fue el escenario soñado de nuestra derecha: la hija de un exdictador y un lobista sin límites, además se le había cerrado el paso a un chavismo inexistente y se aseguraba el modelo económico. Pero al final todo fue una pesadilla, porque el lado chavetero que perdió, pero que tuvo buena representación congresal, terminó venciendo al lado técnico de un PPK sin bancada. No importó el indulto bamba al exdictador Alberto Fujimori, el lado keikista había desconocido en la práctica al presidente (a pesar de las palabras de su lideresa), y no paró hasta hacerlo renunciar. Era la derecha populista versus la derecha tecnocrática. Y de esa batalla de hace siete años, es que venimos arrastrando la inestabilidad política que nos hizo elegir a Castillo, y que probablemente nos haga elegir a otro outsider con tal de que no gane el fujimorismo de siempre.

El asunto es que la derecha populista sigue creciendo porque le ha perdido el miedo al ridículo, y ha adoptado la versión trumpista de la que hizo gala Rafael López Aliaga (Renovación Popular) en la campaña pasada. Ahora ya no se esconden los que en nombre de la cruz piden pena de muerte y muerte al comunismo. Ya cruzamos la frontera de lo impresentable. Y ese es otro problema para la derecha. Todas las expresiones antiizquierda querrán un lugar en la contienda. La derecha no sólo llegará fragmentada a las elecciones de 2026 sino excesivamente representada. Hay para todos los gustos y colores, como el economista Hernando de Soto (Avanza País), por ejemplo. Y eso juega en contra de una candidatura unitaria que asegure el 50% +1 luego de la primera fase, porque en la misma derecha hay sectores que ya están hartos de Keiko y quieren un rostro nuevo, como el del millonario Roque Benavides (que tiene simpatías por el APRA).

La derecha ilustrada, pequeñísima isla, sabe que en este escenario no puede alentar una candidatura de centro-derecha, porque sería devorada por una izquierda radical o una derecha populista. Así que, sin protagonismo, el liberalismo moderado debe conformarse con ser un espectador y escribir muy de vez en cuando algún artículo de opinión en el diario “El Comercio”.

Lo que nos hace preguntarnos a muchos: ¿en una hipotética segunda vuelta entre Keiko Fujimori y el millonario minero Roque Benavides, a quién apoyaría la Confiep? Aunque cueste creer, la mayoría del gremio de empresas privadas (de la que Roque fue presidente en dos oportunidades) lo haría por Keiko Fujimori, aún arriesgándose a una nueva derrota. Y es que nuestra derecha mercantil siente que le debe a Alberto Fujimori toda su fortuna y bonanza, además de la pacificación del país y el control de la inflación. No importa de dónde vengan esas fortunas, se lo agradecerán siempre.

24-03-2023

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 628 año 13, del 24/03/2023, p15

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5 de marzo de 2023

Perú: Hasta Washington le pide que se vaya

César Hildebrandt

La derecha peruana idolatra a los Estados Unidos de América, sueña con que sus hijos estudien en esas tierras de promesa y libertad, compra depas en La Florida, cumple el rito pedagógico de llevar a sus niños a Disneylandia, se traga, con palomitas y todo, las aventuras mecatrónicas de Hollywood y, si puede, sueña en inglés y en tecnicolor.

La derecha peruana es yanqui por adopción y haría de marine si fuera necesario. Por eso es que Estados Unidos nos ve como un socio menor siempre leal, un cachorro que apenas come y ladra poco en el patio trasero (PPK dixit).

Cuando Ollanta Humala era un peligro del chavismo cancerígeno, ¿a quién acudió Fernando Rospigliosi para pedir el auxilio de algún desembarco decisivo? Pues a la embajada de los Estados Unidos, donde lo mandaron al diablo porque los gringos serán imperialistas pero no estúpidos y ya sabían que detrás de Humala, el comandante, estaba Cosito, el capitán de hojalata.

La derecha peruana amó a Leguía, que le abrió las puertas y todo lo abrible a los Estados Unidos. Y reverenció a Manuel Prado, que ordenó que en el pabellón checoslovaco de la Feria del Pacífico de Lima se suprimiera la palabra “socialista” que definía a aquella república. El pobre Prado, hijito del traidor y premiado dos veces con la presidencia, no tenía idea de que en Praga en ese tiempo –comienzos de los años 60– ya se cocinaba la conjura liberal que minaría, poco a poco, el imperio soviético de la Europa oriental.

La derecha peruana sueña con Puerto Rico, esa isla binaria que no sabe si hablar en inglés o pedir en castellano cada vez que una desgracia le recuerda su papel de pariente ninguneado. Y no olvidemos los ancestros: hay documentos que prueban que, en plena ocupación chilena del Perú, Francisco García Calderón, que hacía de presidente consentido por el virrey Lynch, le prometió al embajador de los Estados Unidos la cesión permanente de Chimbote para que la gringada construyera allí una base militar.

Pues bien, Washington acaba de decirles a estos súbditos del Pacífico sur que Dina Boluarte debe irse lo más pronto que se pueda.

En efecto, Brian Nichols, subsecretario de Estado para asuntos del hemisferio occidental, ha condenado el intento de golpe de Pedro Castillo, ha calificado como frágil la democracia del Perú, ha recordado que la administración Biden monitorea la situación peruana y ha respaldado abiertamente el adelanto de elecciones. Nichols ha sido explícito: “Esperamos que la presidenta Boluarte y el Congreso puedan llegar a un acuerdo para anticipar las elecciones y que los peruanos puedan confiar en la democracia”.

Nichols no es cualquier funcionario. Es el personaje que más sabe de Latinoamérica en la administración Biden y conoce muy bien el Perú, donde fue cónsul, en 1989, y más tarde embajador (del 2014 al 2017). Entre sus medallas está la Orden del Sol otorgada por nuestra cancillería.

En suma, se trata de un experto que sabe de qué habla y por qué se lanza ahora a decir algo tan drástico. La nueva embajadora estadounidense en Lima debe haberle informado, con encuestas en la mano, qué le espera al Perú si Dina Boluarte sigue cumpliendo el papel de sanguijuela que tanto le place cumplir.

Es bien sencillo: el gobierno de la señora Boluarte, de los generalitos de la Dircote, del fujimorismo infiltrado, del acuñismo prefectural, del Congreso prostituido, del Tribunal Constitucional hecho lenocinio, de los 67 muertos, del Ministerio Público asociado al Ejecutivo, ese gobierno, decimos, no es viable. Nos conduce a la ruina, a la confrontación, al desvarío. Sólo la derecha cree que esto puede durar hasta el 2026. Y sólo la prensa catatónica puede escribir editoriales adulando el orden y el progreso de esta tecnocracia que intenta disimular la vacuidad del régimen.

Estados Unidos lo sabe y lo ha dicho a través del vocero más calificado de su cancillería.

La derecha ha tratado de minimizar el asunto, de ocultarlo, de neutralizarlo con versiones desvaídas. Y hay brutos y achorados que a estas alturas hablan de “la dignidad y la soberanía de las naciones”. ¡Ellos, que rematarían el Perú con martillero y todo si pudieran!

Antes, este columnista sostenía que la señora Boluarte debía renunciar. Ahora digo que tiene que largarse. Eso es lo que le han susurrado, al fin y al cabo y despojándonos de modales diplomáticos, en Washington. La señora Boluarte es insostenible y hasta los que intentaron protegerla activamente empiezan a decírselo abiertamente. Mientras tanto, la señora camina no se sabe dónde con rumbo a ninguna parte. Y el pobre Otárola recién se da cuenta de que es el segundo de nadie.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 625 año 13, del 03/03/2023, p16

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2 de febrero de 2023

Perú: ¿Un giro fascista?

Cecilia Méndez

Las mentiras pueden destruir la democracia”
-Federico Finchelstein

Primero murieron los partidos, luego nos quedamos sin políticos, después sin política, y por último, sin democracia. En menos de dos meses desde que asumió la presidencia, Dina Boluarte tiene en su haber casi medio centenar de muertos a manos de las Fuerzas Armadas y policiales. De seguir en este ritmo, y de no renunciar, como es el cada vez más fuerte clamor popular, podría terminar con 365 muertos en un año.

Solo el hecho de pensarlo es escalofriante. El verla a ella, al premier Otárola y a la mayoría congresal inflexibles en su decisión de aferrarse al poder mientras el país se desangra y se ensaña nuevamente con las mismas poblaciones que más sufrieron la violencia de los años ochenta y comienzos de los noventa —en su mayoría pobres de procedencia rural y quechuahablantes— rebasa lo que una persona en sus cabales intelectuales y emocionales puede aceptar. ¿Cuántos peruanos más deben perder la vida para que opten por la sensatez?

El hecho de que estemos contando muertos en vez de hablar de, por ejemplo, un plan de gobierno, sugiere que el Gobierno ha decidido reemplazar la política con las balas. No tenemos tampoco un equilibrio de poderes porque la condición para que Boluarte asuma la presidencia fue que el Congreso la libere de una investigación en curso, y ahora cogobierna con su ala de ultraderecha. Sin independencia de poderes no hay democracia.

La Fiscalía de la Nación no es garantía de independencia, y tampoco lo es el Tribunal Constitucional. Solo lo son los órganos electorales (y por eso hay un plan en el Congreso para neutralizarlos), y la Defensoría del Pueblo, cuya titular hace un excelente trabajo, pero es interina.

Súmese a ello los actos intimidatorios que ha perpetrado el Gobierno, como la arbitraria y violenta intervención policial en la Universidad Mayor de San Marcos, invadida por 400 agentes y una tanqueta, y donde vejaron y detuvieron a casi 200 estudiantes y huéspedes de diversas regiones que llegaron para aunarse a las marchas; la militarización del país; el estado de emergencia; el bloqueo de carreteras, que es parte del paro.

Las demandas de los manifestantes, más allá de la diversidad de grupos, se resumen en tres puntos que suman cada vez mayor aceptación en la población: la renuncia de Dina Boluarte, elecciones generales adelantadas al 2023 y referéndum para una asamblea constituyente.

Pero ni el Gobierno ni el Congreso ceden y mientras tanto se incrementan la violencia y el control militar del país. Ayer por primera vez ha habido un muerto en las manifestaciones en Lima: Víctor Raúl Santisteban Yacsavilca, de 55 años, originario de Yauyos, quien se aunó a las marchas y terminó fulminado por un impacto de bala en el cráneo. Reportes de testigos anotan que la represión fue especialmente fuerte esa noche.

La periodista Jacqueline Fowks anotó: “La policía disparó anoche a muchas personas a la altura de la cabeza en la manifestación en la av. Abancay”, añadiendo que desde que “empezaron las manifestaciones en Lima que piden adelanto de elecciones, esta noche del sábado #28E el comportamiento de la policía ha sido el más brutal”.

El primer muerto por la represión en Lima cruza una línea que muchos pensaron que el Gobierno no se atrevería a cruzar y presagia un camino todavía más tenebroso. El hecho de que ninguna autoridad salga a declarar prontamente después de que ciudadanos son baleados y brutalmente golpeados por las fuerzas del orden sugiere que la violencia estatal se está normalizando. Igual de preocupantes son los discursos de la presidenta, plagados de falsedades e incoherencias.

Ha llegado a sugerir sin evidencias, que en Puno, donde se cometió la peor masacre (21 personas ejecutadas extrajudicialmente), las muertes se produjeron por “armas artesanales” fabricadas por los propios manifestantes, y ha repetido el ya desmentido argumento de que los manifestantes recibieron armas de Bolivia, en curiosa coincidencia con las noticias falsas esparcidas por los tabloides del grupo El Comercio. Todo ello indica que otra de las víctimas del temible giro que el Gobierno está dando hacia una dictadura autoritaria con tintes fascistas ha sido la verdad.

En su libro A Brief History of Fascist Lies (Una breve historia de las mentiras fascistas) (University of California Press, 2020), el historiador Federico Finchelstein sostiene que “históricamente las mentiras han sido el punto de partida de las políticas antidemocráticas”. Recuerda, asimismo, que si bien para la filósofa Hannah Arendt, la política siempre ha tenido una relación tensa con la verdad, en el fascismo “la resolución de esa tensión implica la destrucción de la política. La mentira organizada define al fascismo”.

Por ello, en estos momentos en que ya se han perdido tantas vidas, es imperativo que los medios de mayor llegada a la población dejen de tergiversar los hechos e informen equilibradamente, sin disfrazar la violencia de la represión que se ha llevado la vida de casi cincuenta peruanos. Porque somos miles quienes seguimos los acontecimientos en vivo gracias a las tecnologías digitales y podemos corroborar cómo dichos medios desinforman, o simplemente mienten. No sea que cuando se decidan a hacerlo sea algo tarde y la violencia ya esté tocando sus puertas.

Por último, es imperativo dejar de estigmatizar a los manifestantes como “terroristas”, término que con frecuencia suele recaer más en las poblaciones campesinas que paradójicamente sufrieron más la violencia de los ochenta y noventa.

Considerando que otro de los ingredientes del fascismo es la polarización de la sociedad en dos campos y la construcción de un enemigo interno con características raciales o “étnicas” específicas, al que solo cabe matar, el terruqueo puede ser solo la antesala de las balas. Solo un compromiso sincero con la democracia puede evitar más violencia. Pero eso no podrá suceder sin ganar primero la batalla de la verdad.

https://larepublica.pe/opinion/2023/01/30/giro-fascista-cecilia-mendez-71753

29 de enero de 2023

Perú: Quizá la historia

César Hildebrandt

Aburre mi país.

No se renueva.

Hace 200 años que presenta la misma comedia en el mismo teatro de maderas quejumbrosas.

¿Cree alguien que Dina Boluarte está haciendo algo original?

Es el viejo guión de la derecha.

La ancestral derecha de toda la vida.

El asunto es que nada cambie. Los elencos pueden renovarse, pero el argumento sigue siendo el del tiempo congelado, las castas inmóviles, los abismos eternos.

La derecha perdió la guerra decisiva con Chile pero ganó siempre la que libró contra el cambio social. No importaba que fueras Castilla, Pardo, Piérola, Cáceres, Billinghurst, Haya o Belaunde: terminabas tu vida sirviendo a los que cortaban el jamón. No importa cuánto te movieras: la derecha te amansaba, te dopaba, te emasculaba dulcemente y terminabas dando órdenes ambiguas desde un sarcófago.

La historia del Perú es un pozo y una noria chirriante.

Ver y escuchar a Dina Boluarte es asistir a una clase maestra de ignorancia y estupidez.

La señora cree que las balas dum-dum se fabrican artesanalmente y quiere hacernos creer, después de ser convencida por algún esbirro de la Dircote, que los muertos de las protestas se dispararon entre ellos y que los emisarios de Evo Morales combatieron, con sus ponchos rojos, en Juliaca. Esta damita quizá ignore que si alguien invadió Bolivia alguna vez, ese fue el cusqueño Agustín Gamarra, porfiado en su intento de tragarse el país inventado por Bolívar y muerto en la batalla de Ingavi en 1841.

Dice esta pobre mujer que Puno no es el Perú, como si ella estuviera hablando en nombre del país. No, señora. Usted habla en nombre de la derecha que la desprecia y la usa. Puno es el Perú en la medida en que es una región desatendida desde siempre. En la semilla del resentimiento nacional está el gen de la discriminación y el ninguneo.

Dice usted que Pedro Castillo es un corrupto, pero usted lo defendía cuando algunos medios insistíamos en que su presidente era un ladrón de medianas aspiraciones. No tuvo usted el coraje de renunciar ni siquiera al ministerio que ocupó y no se refirió a su predecesor sino cuando varios gobiernos demandaron su liberación.

Daba usted, señora presidenta, una imagen triste. La de alguien que, habiendo saboreado el poder, decide vender su alma al diablo con tal de continuar. Pero esa imagen de conversa oportunista ha cambiado. En su presentación ante la prensa extranjera ha dado usted una imagen de persona sin escrúpulos, de alguien que es capaz de mentir vertebralmente. Hay en usted ahora, señora Boluarte, un aura de crimen por venir, de trama sucia, de negación de lo evidente. No es usted sólo rehén de la derecha sino que se ha vuelto eco malicioso de esa policía fujimorista que traza la agenda y decide que San Marcos es una trinchera del senderismo.

Peor todavía: gracias a usted y a sus múltiples anuencias, el fujimorismo derrotado por tercera vez el 2021 gobierna el 2023. No sólo el fujimorismo: los representantes de la derecha más proclive al fascismo la aplauden, señora presidenta. Y la prensa del siglo XIX, los comercios de todos los colores, dice en sus papiros que usted representa el orden, la civilización y la democracia.

La derecha canceló a Billinghurst y llamó socialista a su mandato. Domó a Haya y lo encumbró cuando lo vio sin dientes. Maldijo y saboteó a Velasco. Enredó en nubes de nada al primer y al segundo Belaunde. Tentó y pudrió al primer García y danzó con los lobos del segundo. Antes había hecho civilista a Piérola, catatónico a Cáceres, guanero a Castilla, reaccionario a Leguía, consecuente a Prado, diezmado a Toledo, muñequeado a Humala.

Que Pedro Castillo haya sido un breve forajido no significa que hoy nos deba gobernar la peor derecha de los últimos años. La lección es que todo hiede, que todos deben largarse cuanto antes y que debemos ensayar otros nombres, otros modelos, desafíos distintos. La señora Boluarte es un Pedro Castillo borrado con el liquid paper de “El Comercio”. Es María Delgado de Odría, la señora que regalaba máquinas de coser mientras los soplones de Esparza cazaban a los apristas.

En los años 60 la derecha llamó comunista a Belaunde. Hoy tiene un problema más complicado: debe terruquear a medio país para llenarse de argumentos. Quizá estemos asistiendo a un reacomodo sísmico de las fuerzas sociales y políticas. Tal vez estemos frente a la versión criolla de una revolución surgida de tanta inútil espera. Una revolución sin Capetos ni Versalles pero con mucha bronca vieja y un montón de jacobinos con piedras en la mano. Quizá estemos haciendo historia sin saberlo.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 620 año 13, del 27/01/2023, p16

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10 de diciembre de 2022

Pedro Castillo: un suicidio político televisado

Mariana Álvarez Orellana

Lo que se produjo en Perú fue un golpe de estado parlamentario con apoyo militar que destituyó al maestro rural y sindicalista Pedro Castillo, detenido y trasladado a un cuartel en Lima, para que asumiera el cargo la vicepresidenta Dina Boluarte, traicionando el mandato popular al sumarse el golpismo.

Castillo transitó un año y medio de su gobierno bajo la presión de la derecha, la ultraderecha y los medios que buscó permanentemente su salida y debilitado por las serias falencias de su gobierno, el abandono de las propuestas de cambio que despertaron muchas esperanzas en el pueblo, reiteradas muestras de inoperancia, cuestionados nombramientos y escándalos de corrupción, el mandatario anunció una decisión inconstitucional, lo que precipitó su salida.

Castillo ha tenido una presidencia convulsionada. Desde un inicio enfrentó los intentos de la derecha parlamentaria, bloque en el cual ha predominado la ultraderecha, para destituirlo. Este fue el cuarto intento de la derecha para sacarlo de la presidencia antes que Castillo decidiera dar un golpe contra el Congreso, intentando cerrarlo en una decisión inconstitucional que fracasó.

Antes de este tercer pedido de destitución, la oposición parlamentaria le abrió a Castillo otro juicio político, en este caso por traición a la patria. Una acusación absurda, sin fundamento, basada en una declaración periodística del mandatario en la que expresó su simpatía con la demanda de Bolivia de una salida al mar y habló de la posibilidad de un referéndum para consultar a los peruanos si respaldan esa demanda, lo que nunca se llevó a la práctica.

A pesar de lo insólito de esta acusación, una comisión parlamentaria la aprobó en primera instancia, pero el Tribunal Constitucional anuló ese proceso señalando que no tenía sustento. Otra maniobra en el Congreso para sacar a Castillo fue aprobar hace unos días una norma que permite “suspender” al presidente por incapacidad temporal con 66 votos en lugar de los 87 necesarios para la destitución.

En ese contexto de acoso de la derecha, y de serios problemas y debilidades de su gobierno, y denuncias de corrupción en su contra, Castillo apostó por contraatacar anunciando el cierre del Congreso -con lo que cayó en el golpismo que le criticaba a la derecha- pero se quedó solo y ha terminado detenido.

El Consejo Permanente de la OEA celebró en Washington una sesión extraordinaria, en la que su secretario general, Luis Almagro, llamó al diálogo y tildó de “una alteración del orden constitucional” las acciones de Castillo. Posteriormente, reconocieron a la abogada Dina Boluarte como nueva presidenta.

El embajador de Bolivia ante la OEA, Héctor Arce Zaconeta, expresó que “si bien es rechazable y condenable cualquier ataque a un gobierno popular, también es rechazable e inaceptable cualquier intento de quebrar el orden constitucional”. Dijo que lo ocurrido deja dos temas para analizar, uno de ellos que hubo una “constante conspiración” y “rechazo a un gobierno de extracción popular”.

El portavoz del Departamento de Estado estadounidense, Ned Price, pidió defender la democracia e indicó que “seguirá de cerca los acontecimientos” que vayan ocurriendo en el país y que su país “actuará de acuerdo a los deseos y aspiraciones del pueblo peruano”.

Los errores y el acoso permanente

El máximo error de Castillo, su suicidio político televisado, fue patear el tablero de la democracia, pero la apuesta le falló y fuedestituido y apresado, acosado por una derecha que buscaba destituirlo y debilitado por las falencias de su gobierno y las denuncias de corrupción en su contra.

Fue remplazado por la vicepresidenta Dina Boluarte, ahora la primera mujer en asumir la presidencia en la historia del Perú. Al asumir, Boluarte pidió una tregua y anunció un gobierno de unidad nacional con participación de “todas las fuerzas políticas”. Poco después que el Congreso hubiera destituido a Castillo con 101 votos a favor, solamente 6 en contra y 10 abstenciones, por haber intentado el cierre inconstitucional del Congreso, lo que fue calificado como un intento de golpe de Estado.

Hubo manifestaciones, no muy concurridas, a favor y en contra de Castillo. Se dieron enfrentamientos entre ambos grupos. Manifestantes pidieron que se vayan el Congreso y la recién juramentada presidenta y se convoque a elecciones generales adelantadas.

El miércoles, en un sorpresivo mensaje al país dado por televisión, Castillo anunció el cierre inconstitucional del Congreso. Lo hizo tres horas antes del inicio de la sesión parlamentaria en la que se iba a debatir y votar una moción para destituirlopor “incapacidad moral permanente” por denuncias de supuesta corrupción que están en investigación.

Con el cierre del Congreso, Castillo también anunció el inicio de un “gobierno de emergencia excepcional”, declaró en “reorganización” el Poder Judicial y la Fiscalía de la Nación que lo investigan y anunció la convocatoria a una Asamblea Constituyente en un plazo de nueve meses. Decretó un toque de queda desde la diez de la noche, que no se llegó a aplicar.

Recordó los reiterados intentos de la mayoría parlamentaria de derecha de destituirloy aseguró que se le imputan delitos sin pruebas. Acusó a la oposición de derecha de intentar instaurar una “dictadura parlamentaria”. Hoy le espera un proceso penal por intentar dar un golpe de Estado, un delito que tiene una pena de entre 10 y 20 años.El gobierno de México le ha ofrecido asilo.

Todos los gobiernos regionales reclamaron el respeto al estado de derecho y las instituciones democráticas. Tanto el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador como el boliviano Luis Arce destacaron el papel jugado por «las élites económicas y políticas que desde el comienzo de la presidencia de Castillo mantuvieron un ambiente de confrontación y hostilidad hasta llevarlo a tomar decisiones que le han servido a sus adversarios para consumar su destitución».

La Fiscalía de la Nación empezó una investigación preliminar por «rebelión y conspiración» contra el sindicalista docente destituido, quien fue trasladado a la cárcel de Barbadillo donde cumple sus 25 años de pena el exdictador-genocida Alberto Fujimori.

Lo que resulta inexplicable cómo Castillo se lanzó a anunciar el cierre del Congresosin tener respaldo para sostener esa decisión. Se quedó solo inmediatamente después de hacer ese anuncio.Sus ministros comenzaron a renunciar uno tras otro denunciando que rechazaban lo que calificaron como un golpe de Estado. La incertidumbre política se mantuvo por una hora y se disipó cuando los militares se pronunciaron anunciando que no obedecerían la decisión de Castillo de cerrar el Congreso.

Boluarte, la nueva presidenta de 60 años, era poco conocida en el ambiente político hasta que llegó a la vicepresidencia de la mano con Castillo. Ha sido militante de Perú Libre (PL), el partido que llevó a Castillo al gobierno, pero hace unos meses fue expulsada.

Asume la presidencia sin tener un partido que la apoye, sin una bancada parlamentaria, enfrentada al que era su partido y con una derecha que ya ha demostrado estar dispuesta a todo para defender sus intereses subalternos. El clamor de la calle sigue siendo el mismo que hace casi dos décadas: que se vayan todos.

Mariana Álvarez Orellana. Antropóloga, docente e investigadora peruana, analista asociada al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)

5 de diciembre de 2022

Perú: Los malditos de El Olivar

Juan Manuel Robles

No puedo evitar una risa perversa al saber que cayó, en un operativo policial bastante aparatoso, el alcalde de San Isidro, Augusto Cáceres, por presunta corrupción y contratos irregulares. Y me río porque ese señor fue el mismo que, en un arranque de imbecilidad que le dio cinco minutos de fama, declaró “persona no grata” al presidente Pedro Castillo, aduciendo las mismas cosas que dice Willax, el canal de las fakenews. Esa declaración, por supuesto, tenía un tufillo clasista y racista, como todo lo que se dice contra Castillo desde el golpismo: en estos años ningún alcalde distrital ha declarado persona no grata a Alan García, por ejemplo, el presidente más corrupto de la historia del Perú —en reñida pelea con Fujimori—. Los municipios no se andan fijando en las cuentas bancarias de los presidentes, o sus offshores en paraísos fiscales. Menos los burgomaestres de San Isidro; imagínense con cuántos vecinos ilustres tendrían que chocar. Pero con Castillo se permiten todos los disparates y dislates, con matonería y disfraces de burro al por mayor.

Hay algo de justicia poética en la escena: la Policía entrando como en una secuencia de Código 7. El alcalde en short y pantuflas. Los oficiales bautizando a la red como Los ecológicos (aunque Los malditos del Olivar quedaría mejor). Al sujeto que decía que declaraba persona no grata a Castillo por ser parte de una “presunta organización criminal” se lo lleva un uniformado. Minutos después habla el abogado, quien no es otro que Aurelio Pastor, joya aprista que estuvo preso por corrupción, con audio y cochinada.

¿Habrá aquí algo de venganza? No importa. La imagen es bella y son pocas las estampas así que nos trae la actualidad.

Y yo que pasé mi adolescencia y juventud en Corpac, el San Isidro “pobre” con calles absurdamente curvas, me he puesto a recordar a los alcaldes del distrito, esos señores respetables, discretos, distantes. La verdad, apenas si nos enterábamos quién estaba en el cargo. En el barrio —que mis tías siempre se esforzaron en llamar “urbanización”— nunca llegaban las mejoras de los grandes olivares, de las avenidas con ínfulas de camino real. Recuerdo vagamente a Gastón Barúa: como eran los noventa, a todo el mundo le pareció genial que regalara el subsuelo de ciertos parques a Los Portales, para hacer estacionamientos, solucionando el asunto de los gases internos con chimeneas pintorescas como ductos en los Teletubbies. Tiempo después vino Jorge Salmón: como era publicista, las motos del Serenazgo del distrito, con una bonita luz ámbar parpadeante, no se llamaron “patrulla motorizada” o algo así, sino “escuadrón Luciérnaga”. Salmón iba a reelegirse, pero postuló el papá de Christian Meier. El galán de telenovelas decidió apoyar a su padre en el programa de Jaime Bayly, y denunció en vivo a Salmón por un escándalo: los parques de San Isidro tenían “agua con caca”. Ganó Meier.

Sí, esas eran las discusiones ediles en San Isidro, first world problems que desde nuestra urbanización casi surquillana veíamos sin que nos afectara. De hecho, es el negociado de mantenimiento de áreas verdes, además de otros asuntos turbios con árboles, lo que ha comprometido al alcalde actual.

No sé quién fue el que, años después, remodeló la calle Dasso. El caso es que se llevaron los faroles viejos y los trajeron justo a unas cuadras de mi casa, al estacionamiento de Parque Sur donde por esos meses habían inaugurado un Starbucks. Esas luminarias descartadas llegaron una noche en un camión y recibimos los saldos como los niños pobres reciben lo que los ricos ya no quieren: fascinados. La bonanza por el precio de los minerales había llegado, con un chorreo de farolitos.

En algún momento llegó la oportunidad de votar por lo más cercano a la “izquierda” que ha habido en las elecciones municipales del distrito. ¿Cómo pasó ese milagro? La otra opción era Madeleine Osterling, del partido de Keiko. Manuel Velarde no era de izquierda: postulaba por el PPC. Pero tenía ideas ecológicas y progresistas sobre el uso del espacio público y en poco tiempo se volvió, en la percepción de una parte del distrito, casi un terrorista. Fue un gusto votar por él. Como Velarde era cejón, en la campaña repartieron cejitas que en casa todos nos pusimos. Así nos libramos del peligro keikista de Osterling, que amenazaba con cubrir la Vía Expresa para hacer un parque.

Velarde provocó, con el paso de las semanas, algo que lo enaltece: el odio de los viejos rancios de San Isidro. Su idea de dar más espacio a los peatones fue vista con inquietud. A pocas cuadras de mi casa, el espacio de estacionamiento donde está el hotel New Corpac fue tapado para convertirse en una placita. Mis tías caminaban un día por el recién inaugurado espacio, ahora totalmente peatonal, cuando en eso Manuel Velarde pasó en bicicleta. Se bajó para saludarlas. Era casi una escena europea. Qué señor tan correcto. Qué civilizado todo.

Pero no era la actitud general en Corpac. El San Isidro más pobre rechazaba más a Velarde que el San Isidro del abolengo y las casonas. Lo de siempre: lo rechazaban por rojo, como una forma de reafirmar la sanisidrinidad. Velarde en bicicleta se volvió sospechoso: no te metas con los autos del Perú emprendedor. Así, mis vecinos defendieron a muerte la playa de estacionamiento de Parque Sur, ante la posibilidad de que se convirtiera en plaza abierta (como había ocurrido con otras). Firmaron cartas. Contrataron abogados.

Decían las malas lenguas que a Velarde no le disgustaba la idea de convertir el golf de San Isidro en un parque (un plan que por cierto, ya está proyectado hace décadas). No fue reelegido, por supuesto. Al final de su mandato, muchos lo odiaban. Lo primero que hizo su sucesor fue anular el sistema de bicicletas de alquiler, que Velarde había dejado listo.

El sucesor era Augusto Cáceres. “No permitiremos la corrupción. Se debe investigar hasta las últimas consecuencias, caiga quien caiga”, dijo  atacando a Velarde, muy feliz de dejar a los ciclistas tirando cintura.

Qué ironía verlo ahora así, en short y pantuflas con los policías escoltándolo.

No sé por qué he recordado todo eso al ver al señor alcalde intervenido en un sofá que parece un homenaje a la salita del SIN. Será que también en los distritos privilegiados se ve la involución de la política, la polarización, el agotamiento de las razones (hoy un Velarde sería imposible, incluso un Salmón; en cambio, ganó como si nada Nancy Vizurraga, de la ultraderecha de Renovación Popular). Será que me dio nostalgia; será que eso, la nostalgia, se está volviendo nuestro refugio, porque íntimamente uno sospecha que es lo único que quedará cuando este país termine de incendiarse por las guerritas.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 614 año 13, del 02/12/2022, p12


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