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19 de agosto de 2025

Perú: Negociemos por el uso de la Inteligencia Artificial

Pedro Francke

"Nuestros datos hoy tienen un valor, que podría servirnos para enfrentar retos como la salud pública, la educación, la seguridad ciudadana o el transporte urbano"

La economía mundial se viene transformando en torno al avance de las tecnologías de información y comunicaciones y la Inteligencia Artificial (IA). Su impacto en América Latina apenas lo estamos viendo. Acá un análisis, buscando que los grandes temas entren al debate electoral.

Para quienes pensamos estrategias de desarrollo económico, la discusión predominante en América Latina ha resaltado la desindustrialización de la región en los últimos 20 años y la necesidad de revertir esta tendencia. Este es un tema reiterado por la CEPAL (Comisión Económica para América Latina) y ahora relacionado al predominio que ha adquirido China en la producción manufacturera en el mundo. Pero debemos tener en cuenta que en las últimas décadas en la economía mundial ha habido una tendencia de largo plazo de crecimiento más acelerado de los servicios y del empleo en ese sector, mientras la manufactura, con la robótica, genera cada vez menos puestos de trabajo. Este cambio está reforzado ahora por el avance de las Tecnologías de la Información y Comunicaciones (TIC) y ahora en una nueva ola de cambios con la Inteligencia Artificial. En este desarrollo tecnológico mundial, el liderazgo global está en disputa entre Estados Unidos y China.

En América Latina ningún país está disputando la punta tecnológica, dejemos de lado cualquier pretensión al respecto. Somos de los que, con debilidades y problemas, apenas somos consumidores. Pero su aplicación tiene un impacto en el aumento de productividad y mejora de calidad en la atención al usuario que es significativo en sectores como educación, salud, servicios del gobierno, finanzas y comercio. En nuestra región se han difundido mucho las compras y pagos digitales: hoy por internet pedimos un taxi, contratamos un alojamiento y compramos de un catálogo amplio de productos, lo que nos facilita cubrir diversas necesidades y hacer las transacciones en menos tiempo. Pero hay muchas más oportunidades. Por ejemplo, en la educación superior y la investigación hoy casi toda conferencia académica se trasmite por internet, el acceso a artículos académicos es inmediato, se hacen clases y cursos virtuales con mucha facilidad, etcétera. Eso significa la posibilidad de llegar a muchos más en el momento o dejando una conferencia o discusión grabada, aprovechando así una economía de escala enorme pero que requiere una adecuación y mayor trabajo inicial. Además, la IA tiene otra potencialidad, permitiendo generar con facilidad productos diversos orientados a públicos distintos. En salud también hay enormes posibilidades de aplicación para un alcance mucho mayor de servicios de diagnóstico especializados, trasmisión inmediata de historias clínicas, interconsultas, acceso rápido a nuevos conocimientos, etc.

Sin embargo, esta situación también amenaza al mundo y a América Latina con dos grandes problemas. Uno es que este avance en la tecnología tiende a ser concentrado en enormes empresas, aumentando su poder monopólico. Pongo un ejemplo nacional: el sistema de pagos digitales de más uso es del banco privado más grande del Perú y tiene, como estas tecnologías suelen tener, un enorme poder de red: como muchos están conectados a él, quienes quieren empezar a tener un sistema de pagos digital usan ese mismo porque es el más difundido. Igual que en el origen de la telefonía privada, se va configurando un monopolio natural. Así, el oligopolio bancario que ya está altamente concentrado en Perú mantiene un spread alto y obtiene ganancias excepcionales y ha reforzado su poder con esta tecnología. Mientras tanto, las pequeñas empresas y microempresas que compiten con dificultad, donde trabaja la mayor parte de la población en la informalidad, se van quedando más atrás sin un apoyo del Estado. Es decir, se agrava la desigualdad.

El segundo gran problema es que muchas de estas plataformas de servicios que usamos son internacionales. Por ejemplo, yo uso Google Maps para optimizar mis traslados, pero mis datos se los apropia la transnacional Alphabet, que luego los va a aprovechar para mandarme avisos personalizados. El dominio de estas grandes empresas mundiales en los servicios basados en esta nueva tecnología es enorme. El valor que en consecuencia han adquirido estas empresas en la bolsa internacional hoy es una cosa descomunal, dados el tamaño del mercado y la fuerza que adquiere la propaganda. América Latina es objeto de este proceso global donde la información es adueñada y explotada por estas grandes corporaciones y, sin embargo, carecemos de regulaciones y propuestas estratégicas en función de nuestro desarrollo: algunos países han avanzado algo pero al respecto el Perú está en nada. Simplemente somos arrastrados a este nuevo sistema dominado por las megaempresas de información que explotan nuestros datos privados. Una vez más se refuerza nuestra dependencia.

En la lucha por regular la IA y el uso de nuestros datos privados, hay que ser conscientes de las condiciones internacionales bajo las cuales podemos aprovechar estas nuevas tecnologías de mejor manera. En América Latina el poder lo tienen las grandes empresas de Estados Unidos (con la excepción notable de TikTok), mientras China tiene WeChat o Tencent, que casi no han penetrado en nuestra región. Pero entre ambas potencias la disputa está abierta. Estados Unidos la está enfrentando con medidas como la prohibición de Huawei en su territorio, las intentonas de sacar del camino a TikTok y las restricciones a las ventas de procesadores de alta capacidad a China. En la competencia por dominar la IA, China ha respondido con DeepSeek y con una negociación dura frente a Trump.

La situación de declive del poder hegemónico estadounidense nos puede dar algunos espacios, pero la clave es tener una estrategia propia y políticas soberanas para nuestro desarrollo nacional. Nuestros datos hoy tienen un valor, que podría servirnos para enfrentar retos como la salud pública, la educación, la seguridad ciudadana o el transporte urbano. No debiéramos regalarlos sino buscar su mejor uso en el interés nacional y una negociación inteligente es clave para lograrlo.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 745 año 16, del 15/08/2025

https://www.hildebrandtensustrece.com/

22 de julio de 2025

Perú: Canguros y candidatos

Patricia del Río

Las primeras elecciones en tiempos de IA nos colocan la valla más alta

Vaya que vivimos en tiempos de inteligencia artificial. Desde que se lanzó ChatGPT en noviembre de 2022 hasta hoy, el avance de la tecnología ha sido vertiginoso: lo usan los escolares para hacer sus tareas, los marketeros para sus campañas, los periodistas para sus notas, los bancos para detectar fraudes, los médicos para afinar sus diagnósticos… y la lista sigue. Según diversos estudios hechos en nuestro país, el 57 % de los trabajadores peruanos ya utiliza la IA en sus labores diarias, y el 99 % de quienes la usan opina que les facilita el trabajo. El mundo ha cambiado, y llegará el momento en que ni siquiera podremos recordar cómo vivíamos antes de esta herramienta. Mientras tanto, estamos en un periodo de adaptación y reconocimiento que no es siempre fácil. Por ejemplo, uno de los grandes retos que nos impone el avance diario de la IA es saber cuán confiable es lo que tenemos frente a nuestros ojos.

Hace como un mes, por ejemplo, se viralizó un video en el que una mujer discutía con el personal de una aerolínea porque no la dejaban embarcar con un canguro. En el video, que me llegó varias veces por distintos medios, la mujer argumentaba que debían dejarla subir porque el canguro era su animal de apoyo emocional. La situación era bizarra, pero el realismo del video hacía pensar que se trataba de un hecho verídico y debo confesar que por un momento casi me lo creí. Pero cuando investigué un poquito, caí en cuenta de que había sido creado con inteligencia artificial. Lo que más me sorprendió, sin embargo, fue la cantidad de personas a las que escuché narrar la anécdota como si fuera real. No se habían enterado de que se trataba de un video falso, hecho en broma por alguien con ganas de tomarle el pulso a la credulidad ajena.

¿Es grave no poder detectar si lo que vemos realmente ocurrió o existe, o si fue creado por una máquina? Depende. Si se trata de una anécdota graciosa que involucra gatitos, canguros o libélulas, pues, salvo quedar como unos pánfilos por habernos dejado engañar, no pasa nada. Pero ¿qué consecuencias puede traer que creamos imágenes o videos que afecten la honra o la reputación de otras personas? ¿Cómo se va a regular el uso de imágenes falsas diseñadas con el ánimo de dañar o difamar?

En 2026 tendremos una campaña electoral que se anuncia caótica. Lo más probable es que tengamos compitiendo a más de treinta candidatos a la presidencia, cada uno de los cuales arrastrará a 130 candidatos a diputados y 60 a senadores. Serán, además, las primeras elecciones atravesadas de lleno por la inteligencia artificial. En una contienda donde habrá más de cinco mil candidatos buscando un puesto, ¿quién controlará que los videos o fotos que nos lleguen como parte de la campaña sean reales? ¿Cómo sabremos si el candidato de turno realmente no quiso comerse un chicharrón o si se trata de un video trucado? ¿Quién nos advertirá que la escena en la que una candidata presidencial se mete un chape con su archienemigo es falsa? Es cierto que siempre ha existido la posibilidad de alterar imágenes, pero nunca antes había sido tan fácil, tan eficaz, ni tan accesible. Hoy, cualquiera puede hacerlo, y por más que salgan comunicados o el Jurado Nacional de Elecciones imponga sanciones, ya sabemos que desmentir una imagen viral es una tarea titánica.

En tiempos de inteligencia artificial, el verdadero poder no estará solo en quién diga la verdad, sino en quién logre convencer a más gente de que su mentira es cierta.

https://jugo.pe/canguros-y-candidatos/

https://www.leerydifundir.com/2025/07/peru-canguros-candidatos/

 

18 de julio de 2025

Emilio Cafassi

De promesa emancipatoria a jaula algorítmica.

-En el umbral del presente siglo, Uruguay desplegó sobre sus campos, ciudades y costas un audaz y vibrante tapiz digital, soñando con una sociedad trenzada por la inclusión tecnológica. Hoy, el tejido se deshilacha entre las manos de monopolios ubicuos y sigilosos. Ceibal encendió pantallas como estrellas en las manos infantiles, mientras Ibirapitá devolvió a los ancianos una primavera digital tardía. Aquella audacia se fundó sobre un concepto claro: la tecnología como derecho, no como privilegio. Sin embargo, ya en diciembre pasado, el artículo que escribí en estas páginas, «Uruguay como eslabón fuerte de soberanía digital», advertía sobre la sombra creciente de los monopolios digitales y la progresiva privatización de lo público, que comenzaba a erosionar aquellas promesas iniciales. El sueño de inclusión enfrentaba entonces, y enfrenta más aún hoy, la amenaza de convertirse en una infraestructura capturada por intereses oligopólicos transnacionales. Un llamado de atención para el gobierno progresista, entonces por asumir.

Frente a esta amenaza, surgieron y continúan surgiendo propuestas alternativas desde diversos espacios intelectuales y políticos, entre ellas las formuladas por la “Coalición por la Soberanía Digital Democrática y Ecológica”, colectivo internacional preocupado por la intervención política en torno a la soberanía tecnológica. Este colectivo, impulsado por académicos e intelectuales comprometidos con la democratización tecnológica y la sostenibilidad ecológica, propone iniciativas concretas para recuperar la autonomía ciudadana frente al dominio digital corporativo. Sus propuestas buscan romper las cadenas de un colonialismo digital, devolviendo a la ciudadanía la soberanía sometida de sus territorios virtuales. La construcción de nubes públicas multiestatatales y plataformas digitales democráticas constituye uno de sus ejes fundamentales, buscando emanciparlas del control corporativo que asfixia sus decisiones más íntimas y devolver a las personas el poder sobre sus datos y decisiones. Como sostuve, no se limita solo al ámbito tecnológico digital, sino que propone una integración transversal con la sostenibilidad ambiental. Desde su perspectiva, la transición digital debe caminar junto a una economía circular de protección de los ecosistemas. Es la conjunción indispensable entre lo digital y lo orgánico, entre circuitos electrónicos y ciclos vitales. Este enfoque integrado reafirma que la innovación tecnológica no puede ser un fin en sí mismo, sino un medio para alcanzar un desarrollo consciente y sostenible. Asimismo, la regulación ética de la inteligencia artificial ocupa un lugar destacado en sus propuestas. Esta regulación busca garantizar la transparencia y la equidad en los algoritmos, evitando que se conviertan en nuevas formas de exclusión y discriminación. En consonancia con el Frente Amplio uruguayo, el colectivo subraya la importancia de fomentar competencias STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas) desde la educación inicial, formando así a ciudadanos capaces de ejercer un control informado sobre las tecnologías emergentes.

La noción de soberanía digital, central en estas propuestas, implica también un enfoque internacionalista. Una soberanía que, lejos de encerrarse en fronteras nacionales, se extiende como redes solidarias en resistencia al nuevo imperialismo algorítmico. El colectivo plantea la necesidad de crear redes globales basadas en la cooperación y la solidaridad entre Estados, contrarrestando así la dependencia y la vulnerabilidad frente a los oligopolios tecnológicos. La soberanía digital, desde esta visión, no es un repliegue nacionalista, sino un acto de resistencia global frente a las cadenas invisibles del dominio corporativo.

Finalmente, el colectivo enfatiza la necesidad urgente de desmantelar los monopolios culturales y tecnológicos que sofocan la diversidad y estrangulan el pensamiento crítico ciudadano. Proponen una planificación estratégica a largo plazo, orientada a transformar la matriz productiva mediante tecnologías avanzadas, junto a una recalificación laboral que fomente la justicia social y la equidad. Este conjunto de propuestas busca convertir las infraestructuras digitales en bienes comunes, gestionados democráticamente y enfocados en colocar a las personas y al hacer colectivo en el centro de las decisiones.

En paralelo con estas propuestas, Yanis Varoufakis ofrece un juego metafórico que resulta elocuentemente denunciatorio sobre el contexto actual, acuñando el término tecnofeudalismo para describir el nuevo orden que rige nuestras vidas digitales. El tecnofeudalismo convierte al usuario en campesino digital, obligado a sembrar datos, cultivando sus interacciones para que los señores algorítmicos recojan cosechas permanentes de vigilancia y beneficios. Me referí a él en el trabajo de la semana pasada señalando que estas plataformas no producen mercancías en el sentido tradicional, sino que monopolizan territorios digitales desde donde extraen rentas continuas. El concepto tradicional de mercado se diluye frente a una realidad dominada por el acceso restringido y la apropiación continua de valor, no desde el trabajo asalariado, sino desde los gestos mínimos de nuestra existencia conectada. Extremando su tesis en una analogía forzada entre la tierra y las plataformas del ciberespacio, sostiene que el capitalismo ha muerto, no reemplazado por una revolución democrática, sino devorado por una lógica feudal renovada por la tecnología. En este tecnofeudalismo, la explotación ya no es meramente laboral, sino existencial, del mismo modo en que lo concibe el autonomismo italiano o la corriente del capitalismo cognitivo, entre otras. Para el economista griego, el usuario digital, lejos de ser un ciudadano libre, se ha convertido en un siervo atrapado en plataformas controladas por señores invisibles que monopolizan el acceso y cobran rentas sobre cada movimiento digital. Entiendo la potencia de esta narrativa como énfasis crítico, sin por ello comprarle la lápida al capitalismo, ni abrazar la resurrección feudal en clave binaria. El uso impreciso de los conceptos de renta, ganancia y plusvalía o la identificación del ciberespacio con la tierra, sirven solo como subrayado y alarma, sin necesario correlato teórico en mi opinión.

Varoufakis no se limita a señalar este sombrío panorama, sino que propone alternativas radicales y concretas para superarlo. Entre sus propuestas figura la creación de empresas democratizadas, en las cuales cada empleado posee voz y voto sobre decisiones fundamentales. Sugiere también establecer Asambleas Nacionales de Ciudadanos, elegidas al azar, para deliberar sobre legislación, recuperando así la esencia democrática perdida. La socialización del capital digital y la reapropiación democrática de las infraestructuras tecnológicas también forman parte central de sus propuestas, apuntando hacia un socialismo democrático digital, una tecnodemocracia que devuelva la soberanía a las personas sobre su vida digital.

Incluso la descripción del usuario tecnofeudal de Varoufakis, entregado a su propio vasallaje por el atractivo de uso de las plataformas, entregando toda su vitalidad, no está excluido de superar barreras mercantiles a fin de acceder a su placer formatizado. Cada vez más, las plataformas cobran por accesos iniciales o posteriormente diferenciales para su utilización. Es evidente en las de streaming o video on demand como Netflix, Amazon, Disney, HBO, Paramount, Spotify, las aplicaciones de respaldo y procesamiento en la nube y hasta las diversas date apps con sus upgrades premium. El “free trial” se contrapone cada vez más con la suscripción monetaria dando lugar a una suerte de “versionismo” recurrente, que transforma cada derecho en un abono y cada clic en una tasa encubierta.

El modelo está llegando a la inteligencia artificial donde tengo desde hace algo menos de un mes algunas experiencias extravagantes, que no hacen más que ratificar la necesidad de articular procesos de resistencia a la monopolización como en los ejemplos mencionados, que apuntan a la construcción colectiva de nubes, redes y plataformas públicas. Decidí suscribirme a la versión “plus” de ChatGpt de la empresa Openai, a fin de dialogar oralmente desde el celular en otras lenguas y en la laptop realizar traducciones, verificaciones de posibles errores sintácticos de textos y la escritura de líneas de código de scripts en lenguaje Python a partir de instrucciones simples. Nada más, ya que mi experiencia y la de colegas en el uso de esta herramienta como buscador de información, no solo no es recomendable, sino muy peligrosa, ya que inventa datos, lo que en la jerga se llama alucinar. Cualquier lector puede experimentar pidiéndole su propia biografía y resultará ser un autor de textos, un músico, artista variado, deportista o profesional diverso.

A partir de una confusión sobre el débito de la suscripción, fui derivado a un recóndito y esquivo formulario que llevó tiempo encontrar sin respuesta alguna. Ante insistencias, dialogando con la propia plataforma, conseguí el mail de support. Presenté mi queja en español y obtuve respuesta en inglés. No tengo inconveniente en leer en esa lengua, pero interrogué inmediatamente por qué si lo que mejor hace la plataforma es traducir, no se traduce a sí misma. La respuesta fue que el sistema solo devuelve en inglés. No hace falta ser inteligente, artificial o naturalmente, para advertir que es un dispositivo de poder desestimulante de quejas e interacciones, al menos para una proporción importante de usuarios no angloparlantes. Entiende mi idioma materno en el que escribo ahora como si fuese un lujo secundario, una mera cortesía circunstancial que podía ser ignorada por capricho algorítmico. Responder en inglés a un reclamo hecho en español revela no solo desprecio, sino la imposición imperial de una lengua dominante que ignora sistemáticamente la diversidad cultural, no por razones técnicas, ya que es su principal capacidad. Este gesto, lejos de un simple error, desnuda una prepotencia cultural y lingüística disfrazada de eficiencia digital. Consulté si tenía posibilidad de dialogar en inglés con algún humano (las firmas van variando nombres) con previsible respuesta: “no way”.

Desde entonces, lejos de recrear la promesa de conversación fluida derivó en un inquietante laberinto de restricciones arbitrarias y exigencias monetarias encubiertas bajo la apariencia técnica de un servicio más avanzado. Desde el momento en que emergieron alertas insistentes, recordando a cada paso la necesidad de adherirse a una modalidad pro la plataforma reveló su verdadera naturaleza: una extorsión sutil disfrazada de recomendación amigable. Aparecen constantemente mensajes coercitivos, estableciendo límites arbitrarios al número de respuestas posibles como recordatorio explícito del chantaje: o se acepta pagar más, o se enfrenta una reducción severa y repentina en la calidad y continuidad del servicio, amparada en decisiones opacas tomadas desde la comodidad anónima de un algoritmo inescrutable. El resultado es la erosión progresiva de la confianza, el desgaste emocional de enfrentar barreras innecesarias y una profunda desilusión con un sistema que, tras prometer ampliar horizontes, termina imponiendo restricciones inexplicadas o recomendando estériles reseteos, navegadores alternativos, eliminación de cookies y cachés, sin excluir la invocación a alguna plegaria algorítmica en vano.

La crítica hacia ChatGPT es también la crítica hacia el propio modelo tecnológico contemporáneo: una promesa brillante que, si no se reapropia socialmente para la emancipación social, rápidamente se convierte en práctica coercitiva, mercantilización y discriminación sutil o desembozada, condenando al usuario a aceptar la imposición económica, la apropiación de datos o la exclusión comunicacional como primer síntoma.

El último intercambio fue al sostener que antes de hacer las pruebas en mi laptop quería saber si mi suscripción plus de 20 dólares mensuales tiene límites en materia de cantidad de consultas, tiempo o lo que fuera y que, los tenga o no, expongan los términos y condiciones del contrato. La respuesta, que traduzco aquí con su auxilio fue: “Agradezco su interés en obtener una explicación clara sobre los límites de uso de ChatGPT Plus y cómo se comunican. Tenga la seguridad de que puedo aclararle este punto. Los límites de nuestro modelo GPT 4.5 varían en función de varios factores y no hay un número fijo documentado debido a la fluctuación de la demanda. Aunque los usuarios gratuitos no tienen acceso a GPT 4.5, los usuarios Plus, Pro, Team y Enterprise acceden a este modelo a diario. Para mantener una experiencia fluida para todos los usuarios, las suscripciones pueden incluir límites de uso, como límites de mensajes, que pueden variar en función de las condiciones del sistema y los periodos de alta demanda. Espero que esto le ayude. Si necesita algo más, no dude en ponerse en contacto con nosotros”.

La inteligencia artificial, lejos de emancipar, reproduce la más antigua de las formas de opresión humana: el chantaje disfrazado de progreso, la coacción envuelta en amabilidad algorítmica. Al igual que en los locales de feria donde el valor de la compra otorga más o menos chances para una rifa, Openai propone suscribirse a las fluctuaciones de demanda, variaciones de sistema, o tan solo recibir presiones para escalar en la tarifa. Así, la inteligencia artificial, lejos de ser la vanguardia de una nueva ilustración, se desliza como disfraz amable del viejo vasallaje: cobrar por preguntar, pagar por existir, rendirse al algoritmo. Nada artificial, sino la más humana y analógica de las vivezas, maquillada con silicio: extorsión pura.

Emilio Cafassi, Profesor Titular e Investigador de la Universidad de Buenos Aires. cafassi@uba.ar

S​e publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes. 

https://www.leerydifundir.com/2025/07/inteligencia-extorsion-artificial/

8 de junio de 2025

Riesgos sociales de la nueva era creativa

Sergio Ferrari

​Lo que hasta ayer fue pura ciencia ficción, ahora es realidad cotidiana. Máquinas y programas que crean contenidos propios y que amenazan millones de puestos de trabajo.

Uno de cada cuatro trabajos en el mundo se ve expuesto a la inteligencia artificial generativa (IAGen). Así lo revela un reciente estudio conjunto realizado por expertos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y el Instituto Nacional de Investigación de Polonia (NASK). Publicado los últimos días de mayo como Generative AI and Jobs: A Refined Global Index of Occupational Exposure (La IA generativa y los empleos: un índice global actualizado de exposición ocupacional), https://www.ilo.org/publications/generative-ai-and-jobs-2025-update,este estudio incorpora un nuevo índice global sobre el impacto negativo que esta revolucionaria forma de “inteligencia” puede representar para las fuentes de trabajo. Y les ofrece a los dirigentes de cada país una herramienta importante para anticipar y gestionar dicho impacto, el cual ya está afectando dramáticamente a vastos sectores en todo el mundo.

¿Qué es la IA generativa?

A diferencia de la inteligencia artificial tradicional (AI), que se concentra en el análisis y la clasificación de información, este nuevo fenómeno aprovecha todas las herramientas de aquella, pero para crear contenidos totalmente nuevos.

Estos contenidos pueden ser textos, imágenes, videos, códigos, música o diseños que hasta ahora solo podían ser producidos por la mente humana. Como lo señala la Escuela Superior de Audiovisuales The Core, de Madrid, “su presencia se está haciendo sentir en todos lados: desde el entretenimiento y la moda, hasta el marketing y el desarrollo de software”. Por otra parte, y fundamentalmente, “está revolucionando el mundo de una manera que hasta hace poco parecía sacada de la ciencia ficción. Ya no se trata solo de que las máquinas analicen datos, ahora también pueden crear contenido, como si tuvieran creatividad propia”.

Lo significativo de todo esto, puntualiza The Core, es cómo la IA generativa está modificando “la forma en que trabajamos, creamos e innovamos”, ya que promueve “empresas más ágiles, diseñadores con nuevas herramientas en sus manos y programadores que ahora tienen un copiloto inteligente ayudándolos a construir más rápido y mejor”. Por esa razón, concluye, “la IA generativa no solo está transformando industrias; está dando forma a una nueva era creativa”. Maneja patrones y grandes volúmenes de datos, los cuales, manipulados creativamente, le permiten generar resultados que parecen creados por humanos, aunque son totalmente artificiales. Se trata de una tecnología que ha evolucionado rápidamente y que se integra cada vez más en herramientas cotidianas.

Sin embargo, no siempre los procesos más rápidos y la mayor agilidad productiva se corresponden con mejoras en las condiciones sociales y laborales, como observa The Core. Puede verse, por ejemplo, por el impacto de los cajeros automáticos en los supermercados, máquinas que implican pérdidas crecientes de trabajo para las personas que hasta hace poco se encargaban de esa tarea. Lo mismo ocurre con los sistemas inteligentes de traducción, un golpe mortal para intérpretes y traductores. En la industria gráfica, el avance de sofisticados programas de diseño está liquidando casi completamente aun las versiones más avanzadas de tipografía e imprenta. Prácticamente ya no queda ninguna actividad humana a salvo de esta nueva dinámica.

Trabajos: riesgos y desafíos

El estudio de la OIT incorpora un nuevo índice, lo que constituye un hecho relevante. Ese índice representa la evaluación global más detallada lograda hasta la fecha sobre cómo la IA generativa puede llegar a remodelar el mundo del trabajo. El mismo ofrece una visión única -y matizada- de cómo podría transformar el empleo en los distintos países. Para ello logra combinar los datos de cerca de 30.000 tareas ocupacionales con validación de expertos, puntuación asistida por IA y microdatos armonizados de la OIT. https://www.ilo.org/publications/generative-ai-and-jobs-2025-update.

Al presentar el estudio, Paweł Gmyrek, autor principal del mismo afirmó que se va más allá de la simple teoría para construir una herramienta basada en empleos reales. Gmyrek, que forma parte de la OIT desde 2008, es doctor en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la Universidad de Ginebra (Suiza) y tiene un máster de la Escuela de Economía de Varsovia (Polonia). Combinando la perspectiva humana, la revisión de expertos y modelos de IA generativa, se creó un método replicable que puede ayudar a los países a evaluar riesgos y responder con mayor precisión.

La Escuela Superior de Audiovisuales de España que reconoce los aportes de la inteligencia artificial advierte también sobre eventuales riesgos y peligros. Y alerta sobre los desafíos éticos, de seguridad y sociales ligados a la IA generativa.

Entre esos riesgos, enumera los deepfakes: vídeos hiperrealistas generados por IA que hacen parecer que alguien dijo o hizo algo que nunca ocurrió. Se utilizan en campañas de desinformación, fraudes o incluso chantajes, y representan una amenaza para la confianza pública y la seguridad individual.

La IAGen puede también facilitar el phishing avanzado, técnica que permite crear correos electrónicos falsos muy convincentes y que un ciberdelincuente envía a un usuario simulando ser una entidad legítima (red social, banco, institución pública, etc.) con el objetivo de robarle información privada, imputarle un cargo económico o infectar el dispositivo. Además, puede utilizarse para difundir noticias falsas o manipular contenido con fines maliciosos.

Métodos todos de más en más empleados en los últimos años en campañas electorales y en la vida política en general para desacreditar un candidato contendiente o una fuerza rival. Formas tan generalizadas de manipulación digital que pueden llegar a amenazar el sentido mismo de la democracia.

Complementariamente, coincidiendo con el estudio de la OIT, la Escuela Superior de Audiovisuales señala como no menos relevante el impacto que tiene la IA en el cambio acelerado del panorama laboral. Aunque crea nuevos empleos y aumenta la productividad, también reemplaza tareas humanas en áreas muy diversas como redacción, diseño y programación.

En el plano medioambiental, cada día son más los estudios que prueban el impacto nocivo del uso de la inteligencia artificial para la salud del planeta. La Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP) afirma “hay un lado negativo en la explosión de tecnologías de IA y su infraestructura asociada”, como lo demuestran los resultados de diversas investigaciones. Y la UNEP puntualiza: “La proliferación de centros de datos que albergan servidores de IA produce desechos de equipos eléctricos y electrónicos. Además, consumen grandes cantidades de agua, que cada vez escasea en muchos lugares. Dependen de minerales críticos y elementos raros, que a menudo se extraen de forma insostenible. Y utilizan cantidades masivas de electricidad, lo que emite más gases de efecto invernadero que calientan el planeta” https://www.unep.org/es/noticias-y-reportajes/reportajes/la-ia-plantea-problemas-ambientales-esto-es-lo-que-el-mundo-puede.

El rol del Estado

El impacto de la IA generativa variará significativamente entre regiones geográficas y sectores, dependiendo de tres factores principales: las limitaciones tecnológicas de cada país, sus carencias de infraestructuras productivas y sus déficits de competencia, es decir, sus dificultades para la formación de personal humano. Políticas neoliberales extremas en muchas partes del mundo acentúan el impacto negativo de dichos factores.

El estudio de OIT-NASK además anticipa que los trabajos administrativos serán los más expuestos debido a que, al menos teóricamente, muchas de sus tareas específicas se pueden automatizar. Lo mismo podría ocurrir con empleos en los sectores de medios de comunicación, software y finanzas.

En este nuevo panorama que se perfila de una manera irreversible, las políticas que guíen las transiciones digitales serán clave cuando se trate de saber hasta qué punto los trabajadores podrán permanecer en ocupaciones que se están transformando debido a la IA generativa, y cómo dicha transformación afectará la calidad del empleo. La OIT insta a gobiernos, organizaciones de empleadores y sindicatos a participar en un diálogo social para diseñar estrategias proactivas e inclusivas que mejoren la productividad y la calidad del empleo, especialmente en los sectores más expuestos a la IAGen. 

En definitiva, el mayor o menor impacto negativo de esta nueva dinámica científica y social sobre el bienestar de la comunidad humana dependerá de la voluntad política de sus dirigentes y de los Estados para legislar adecuadamente, establecer límites y clarificar lo que se puede permitir, o no. El problema se agudiza allí donde el Estado es débil o está ausente o es destruido por una dirigencia que lo niega o que lo considera un enemigo a combatir.

Se publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

3 de abril de 2025

Perú: Una visión estratégica, por favor

Pedro Fra​ncke

"El Perú debe sacarse la mirada distorsionada del modelo neoliberal"

Durante casi cuatro décadas la economía mundial estuvo regida por las leyes del hiperglobalismo neoliberal: libre comercio internacional y de flujo de capitales, mandatados por la Organización Mundial del Comercio –OMC– y los TLC, Tratados de Libre Comercio. En este periodo el Perú retornó a un modelo exportador de materias primas bajo la primacía de la minería, que redundó en desindustrialización y bajo crecimiento. China, en cambio, aprovechó la oportunidad para crecer aceleradamente en base a un despegue manufacturero asombroso hasta convertirse en la primera economía del mundo. Otra enorme diferencia entre Latinoamérica y China ha sido la tecnológica. De este lado del Pacífico se apostaba por que todo lo resolviera la inversión extranjera, con unos pocos grupos nacionales corriendo la ola de las nuevas tecnologías para reforzar posiciones monopólicas. China aprovechó para apropiarse de todo el conocimiento técnico de los países desarrollados e invirtió fuerte hasta constituir una dinámica poderosa de innovación.

Simultáneamente a este desarrollo primario-exportador minero, un nuevo sector creció fuertemente en Perú las últimas décadas: la agroexportación. Productos frescos para el consumo como arándanos, uvas, paltas (avocados), mangos, mandarinas, café y cacao. La agroexportación se ha concentrado en grandes latifundistas, pero también ha alcanzado un sector aún reducido de pequeños y medianos productores. Genera empleo, pero de muy mala calidad y con mucho abuso, y mantiene exoneraciones tributarias que hoy pretenden mantenerse gracias a un poderoso lobby.

Esta evolución económica ha generado dos problemas centrales en Perú. Por un lado, un muy escaso nivel de empleo formal con derechos (algunitos nomás ya que a quien hace un sindicato lo despiden), y una amplia mayoría de informales, microempresas y trabajadores independientes de baja productividad y bajos ingresos. Por otro lado, un Estado raquítico, con una presión tributaria que no llega a 15% del PBI, incapaz de brindar seguridad, educación, salud pública o infraestructura suficiente. Ambos generan una gran desigualdad y se conjugan en una crisis del Estado-nación. Hoy no solamente tenemos un gobierno totalmente ilegítimo sino que enfrentamos un problema de mayor calado, ya que la desigualdad, ineficacia estatal e ilegitimidad de la democracia han generado una explosión crítica de inseguridad ciudadana y bandas criminales.

Estando el Perú, y buena parte de Latinoamérica, en medio de nuestra propia crisis, EE.UU. ha dejado de lado toda pretensión de “libre comercio”. Busca frenar a China, arrebatar recursos estratégicos y forzar políticas de su interés sobre los menos poderosos que están geográficamente cerca. Hoy Trump expresa intereses imperiales muy claramente, la democracia no le importa ni en su propio país y menos afuera, no respeta las leyes internacionales y busca imponerse abiertamente por la fuerza. Para el Perú son graves sus amenazas de subir aranceles a productos agropecuarios. Tendría poco sentido que Trump incluya los productos peruanos porque se trata de alimentos en los que EE.UU. no llega a autoabastecerse, en especial durante el invierno, que es cuando el Perú concentra sus exportaciones. Pero la sinrazón es algo que puede suceder de la mano de Donald Trump.

Siendo urgente para nuestra economía una política frente a los riesgos, es importante una mirada a mediano y largo plazo. La transición energética mundial nos da oportunidades: cobre a buen precio internacional y demanda por energías sostenibles para las que tenemos buenas condiciones. Pero hasta el momento no le estamos sacando provecho. Ni siquiera hacemos que la minería tribute lo justo ante precios de los metales por la estratósfera. El Perú debe sacarse la mirada distorsionada del modelo neoliberal y tener visión estratégica. Desde luego que para eso se requiere que como país tengamos primero una estrategia de modernización económica y que nuestros recursos los aprovechemos para nuestro desarrollo en vez de estarlos rematando sin ton ni son. El desarrollo y diversificación productiva y el avance tecnológico, la defensa de nuestra industria y agro, y la inversión en buenas infraestructuras sin robo de por medio, deben entrar en la agenda. Es en ese sentido que debemos reorientar nuestras relaciones con China mientras mantenemos una postura necesariamente defensiva antes las posibles agresiones de los Estados Unidos.

El otro gran tema que ya nos toca las puertas es la Inteligencia Artificial (IA).  La IA genera oportunidades de aumento de la productividad de manera amplia, y para las pymes y la agricultura –sectores claves que brindan sustento a la mayor parte de las familias peruanas– puede mejorar las actividades de promoción de tecnologías y mejoras en la gestión de negocios. Por otro lado, hay el riesgo de que con la IA se sustituyan trabajadores en servicios que generan empleos, como los “call centers”. La tecnología debe ser regulada para orientarla hacia los objetivos sociales. Para el Estado y su relación con la ciudadanía, servicios claves como educación y salud pueden avanzar mucho en calidad con ayuda de la Inteligencia Artificial y gran parte de la administración pública podría mejorar su atención al público. La IA también genera riesgos a la democracia: empodera a quienes controlan las redes sociales y permite generar deepfakes. También acá hay fuerte conflicto entre Estados Unidos y China. El veto de Estados Unidos a Huawei y a TikTok, las prohibiciones de que empresas de EE.UU. vendan microchips de alta potencia y la respuesta de China con DeepSeek son claras muestras de ello.

La Inteligencia Artificial va a afectar las economías, la sociedad, la política y la seguridad nacional. El conflicto China-EE.UU. en este ámbito es una ola creciente que golpeará nuestras costas y debemos aprovecharlo en nuestro favor. Una estrategia soberana es indispensable al respecto, incluyendo una regulación del uso de los datos que cotidianamente regalamos a los nuevos monopolios mundiales de esta era de la información.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 726 año 15, del 28/03/2025

https://www.hildebrandtensustrece.com/

https://www.leerydifundir.com/2025/04/peru-una-vision-estrategica-favor/

18 de marzo de 2025

Las luchas sociales en época de banalización digital

Marcelo Colussi

Cómo combatir al capitalismo en tiempos de redes sociales

- Los tiempos actuales definitivamente no son de revolución, de avance de las luchas populares, en ninguna parte del mundo. El sistema capitalista o, dicho de otro modo: la derecha, por todos lados ha podido neutralizar al campo popular y a las izquierdas. La idea de cambio social que se levantaba décadas atrás parece hoy condenada al museo.

- La desintegración del campo socialista europeo y el paso a mecanismos de mercado en China hacia fines del siglo pasado significaron un golpe para quienes buscaban el socialismo. Transcurridas ya casi cuatro décadas de esos acontecimientos, en ningún punto del planeta se ven claramente los caminos para colapsar al sistema capitalista.

- Lo anterior no significa que esta guerra político-económica y social esté terminada. Las luchas sociales siguen siendo un motor que dinamiza la historia. La cuestión planteada es si, viendo cómo va el mundo, es posible pensar en un modelo post-capitalista. Hay quien dice que hoy es más fácil que termine el mundo, por la contaminación global o por la posible guerra nuclear, a que termine el capitalismo.

- Desaparecido el campo socialista de Europa, que definitivamente era un referente y un sostén en las luchas por el cambio social, para las izquierdas no hay donde apoyarse. China, con su peculiar socialismo de mercado, no cumple el papel que tiempo atrás cumplía la Unión Soviética, apoyando procesos revolucionarios en el Tercer Mundo. Sus planes a largo plazo (por ejemplo: la Nueva Ruta de la Seda, los BRICS+, o planificaciones internas para el siglo XXII) no representan, al menos en principio, vías socialistas inmediatas para los pueblos del mundo.

- Encontrar esos nuevos caminos encaminados a la transformación económico-política y social para todas las fuerzas que se dicen de izquierda, en cualquier parte del globo, se está haciendo cuesta arriba. Los anteriores movimientos revolucionarios de vía armada se han transformado en partidos políticos, sin mayor incidencia en sus escenarios locales. Si, eventualmente, llegar al Ejecutivo, no pueden pasar de discursos “políticamente correctos”, pero sin posibilidad real de transformar lo que buscaron años atrás con las armas.

- Los planes neoliberales que se viven hoy son una clara demostración de la avanzada del capital sobre la gran masa trabajadora, habiendo hecho perder numerosas conquistas históricas, quitándole la iniciativa a las propuestas transformadoras. En muy buena medida se cooptó la lucha sindical, y la clase trabajadora de todas partes no tiene referentes de lucha claro. Mantener el puesto de trabajo es hoy lo más importante, dado el salvaje capitalismo que se ha impuesto en prácticamente todo el orbe.

- Hoy día ganan más seguidores las iglesias fundamentalistas o las propuestas neofascistas -en el Norte y en el Sur- que un discurso socialista, un discurso que enfatice la contradicción de clases. Influencers con mensajes banales, individualistas y apologizando el consumo hedonista tienen más impacto que el llamado a la organización popular y revolucionaria. Esto último, en todo caso, se presenta como algo anticuado, ya superado.

- El miedo visceral al comunismo que se implantó en los pueblos durante la Guerra Fría, y que continúa al día de hoy, está hondamente establecido, y sin dudas no es fácil de revertir. Ahí, en ese escenario adverso, es que las fuerzas de izquierda deben actuar. Por eso, evidentemente, parecen arar en el desierto.

- La dificultad en cambiar las cosas está en las cabezas, en la ideología, en la despolitización y el giro hacia la derecha que se ha venido dando en estos últimos años. En ese contexto, es válida aquí aquella formulación de “Nuestra ignorancia está planificada por una gran sabiduría” (Raúl Scalabrini Ortiz).

- Como válvula de escape, el sistema permite ciertas reivindicaciones, sin la menor duda importantes: lucha contra el patriarcado, contra cualquier tipo de discriminación (étnica, cultural, por identidad sexual, etc.), en defensa del medio ambiente sano-, pero siempre separadas una de otra, con lo que no tocan al sistema en su conjunto, dejando el factor de explotación económica siempre de lado. A lo sumo, como discurso “políticamente correcto” -lo que se dice en el marco de la cooperación internacional y las tecno-burocracias que la sustentan- se impone luchar “contra la pobreza”, pero no contra las causas que la provocan: la injusticia estructural. La idea de lucha de clases ha ido quedando fuera de circulación.

- La cultura oenegista ha ganado a numerosos cuadros de izquierda, y eso va en contra del pensamiento revolucionario. Las luchas puntuales, muy justas sin duda, pero separadas unas de otra, contribuyen al “divide y vencerás”, que la derecha ha sabido implementar.

- El sistema capitalista, salvo algunos puntos del planeta (países de América del Norte y Europa Occidental, o Japón en el Extremo Oriente), ha podido solucionar, al menos en parte, los grandes y acuciantes problemas de la humanidad: hambre, exclusión, pobreza, ignorancia. Pero ello solo para algunos pocos países. La pobreza generalizada en el planeta continúa, así como las guerras y el desastre ecológico, lo cual toca a la humanidad completa. Sus contradicciones hacen agua por todos lados. Sobra comida en el mundo, y sin embargo muchísima gente muere de hambre. La gran pregunta es: ¿se lo puede derrotar, se puede ir más allá de él?

- La derecha ha ido socavando el discurso de izquierda, borrando sus ideales, impulsando un visceral discurso anticomunista que, haciendo profundos “lavados de cabeza” en las poblaciones, permite ganar elecciones a candidatos de ultraderecha con posiciones neonazis, curiosamente con amplio apoyo popular. Eso tiene nombre y apellido: Guerra de Cuarta Generación. La guerra mediático-psicológica-ideológica es un hecho innegable, muy bien hecha por la derecha, desarrollada con alta tecnología de psicología social, de semiótica, de manejo poblacional.

- Si bien la estructura económica es la base que determina nuestra posición social, y también sigue siendo cierto lo dicho por Marx y Engels en relación a que “Es el ser social el que determina la consciencia y no al revés”, la derecha ha sabido darle una importancia capital a esa superestructura ideológico-cultural, transformándola en un importantísimo campo de batalla de la lucha de clases. De ahí que, en el actual capitalismo cada vez más hiper tecnológico y digital, es en ese ámbito -la formación de la consciencia- donde es claro que las posiciones pro-sistema se han impuesto y han ganado la batalla.

- La juventud sigue siendo un importantísimo fermento de cambio, de crítica y de lucha social, de compromiso con las transformaciones; pero a la juventud actual -en todas partes del mundo por igual- se la ha llevado a no tener compromiso más que con el consumismo hedonista, con la respuesta rápida, con el “sálvese quien pueda” individualista, egocéntrico. En los países del Sur (Latinoamérica, África, zonas de Asia) la migración se ve como un camino para “zafar”, para huir de situaciones de agobio económico. Incluso se ha ido imponiendo el placer pasajero de las drogas como importantísimo distractor, como otra forma de huida (la difusión enorme de las drogas también tiene nombre y apellido: Operación encubierta CHAOS de la CIA, en la década de los 60 del pasado siglo). La idea de revolución, de comunismo, de lucha de clases, le parece incomprensible a los y las jóvenes, lejana, incluso absurda. La lectura analítica, crítica y sopesada, ha sido reemplazada por la imagen, por el inmediatismo de la velocidad con que se “obliga” a vivir hoy día.

- Las contradicciones sociales siguen estando, la lucha de clases, siempre al rojo vivo. Esa guerra (“guerra de clases” dijo un multimillonario de Wall Street como Warren Buffett) no ha terminado, aunque se intente convertir a los trabajadores en “colaboradores”. El capitalismo tiene 700 años de haber nacido, desde la Liga de Hansen, pasando luego por el Renacimiento italiano y la invasión a América, para ser dominante globalmente hoy, siglo XXI; las revoluciones socialistas no llegan a 100. El capitalismo no puede resolver -aunque quisiera- los acuciantes problemas de la humanidad (hambre, exclusión, ignorancia, falta de satisfactores básicos). Las experiencias socialistas, si bien la derecha las muestra como fracasos, sí lo logran (se terminó con el hambre y la ignorancia), aunque se presente a la Venezuela actual (que no es precisamente socialista en el sentido pleno de la palabra) como la expresión palmaria de esa derrota, al tiempo que se habla del “fracaso” del proceso cubano, pero obviando los más de 60 años de inmisericorde bloqueo.

- “Las bombas [del capitalismo] podrán terminar con los hambrientos, con los enfermos y con los ignorantes, pero no con el hambre, con las enfermedades y con la ignorancia”, dijo Fidel Castro. Para que un 15% de la humanidad viva decorosamente (y pueda estar leyendo este texto ahora, a través de un portento de la tecnología como es el internet), el otro 85% pasa enormes penurias. ¿Habrá que cambiar de modelo entonces?

- Todo lo anterior no es una expresión de derrotismo, de resignada aceptación de una realidad inmodificable: es la constatación de cómo estamos, del estado actual del mundo, hecha con el más descarnado realismo y con actitud crítica. Si bien el campo popular está mal, maniatado, muy bien amordazado con la banalidad comunicacional impuesta (“El mal gusto está de moda”, dijo Pablo Milanés), la historia no ha terminado, sino que sigue moviéndose. Si la clase dominante se defiende tanto, pero tanto y tan monumentalmente, es porque sabe que, tarde o temprano, los condenados de la Tierra en algún momento abrirán los ojos. Dicho en clave hegeliana: “El amo, aunque no lo deje ver explícitamente, tiembla aterrorizado delante del esclavo porque sabe que, en forma inexorable, tiene sus días contados”.

Blog del autor: https://mcolussi.blogspot.com/

Se publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

11 de marzo de 2025

Los algoritmos como instrumentos de dominación imperialista

Jair de Souza

Es innegable que ha habido cambios profundos en las formas en que las potencias imperialistas han ido imponiendo su dominación sobre los pueblos de las naciones a ellas sometidas.

Si bien el factor determinante de una conquista territorial sigue siendo el poderío militar inmensamente superior con el que cuentan para lograr el sometimiento de los países víctimas, se han producido grandes transformaciones en los instrumentos utilizados cuando el propósito es ejercer la dominación y aprovecharse de manera continua de los recursos naturales y del trabajo.

Como es históricamente sabido, es posible efectuar la ocupación de otra nación, o llevar a cabo la destrucción de sus estructuras básicas, sólo por medio de la fuerza militar bruta. Sin embargo, para ejercer un proceso de saqueo a largo plazo, es imperativo que los dominadores puedan obtener la adhesión voluntaria a su proyecto de al menos una porción significativa e influyente del grupo del pueblo dominado.

Y es en relación con el proceso que busca ganar el consentimiento y el apoyo de ciertos sectores de las naciones subyugadas que se han observado verdaderas metamorfosis, especialmente en las últimas décadas.

A lo largo de los últimos dos siglos, el papel predominante para la formación política de una capa social afín a las fuerzas imperialistas ha ido pasando de los órganos de la prensa escrita (periódicos y revistas), a los órganos audiofónicos (radio) y televisivos, hasta llegar al momento presente, en el que se destacan los medios digitales de comunicación, que operan a través de internet.

En las fases de predominio de los medios impresos, audiofónicos y televisivos, la principal dificultad para los sectores nacional-patrióticos de la población, especialmente los del campo popular, estuvo representada por la casi imposibilidad de contar con los recursos para financiar las estructuras operativas que permitieran la difusión de sus mensajes a fin de llegar a un número significativo de receptores. con el fin de formar una fuerte corriente de opinión. Sólo los dueños de grandes fortunas estaban en condiciones de poseer y operar periódicos de alta circulación, estaciones de radio y canales de televisión. Por ello, divulgarle al público lo que se pensaba era algo restringido a un pequeño número de personas.

La gran paradoja de esta nueva etapa es que, si bien la posibilidad de emitir mensajes y ponerlos a disposición de casi todo el mundo ha dejado de ser algo dependiente de grandes recursos, requiriendo casi exclusivamente la posesión de un simple teléfono móvil, nunca antes en la historia reciente habíamos tenido tantas dificultades para hacer llegar nuestros pensamientos al público en general.

Esta aparente contradicción se debe a las nuevas características que prevalecen en la comunicación pública de nuestros días. A diferencia de lo que ocurría hasta hace poco, hoy en día, la cuestión central no está relacionada con la capacidad de crear, elaborar y llevar al público los mensajes. Lo que tenemos ahora es una cierta inversión del proceso tradicional. En el campo de la comunicación, ya no son los productos los que recorren el mercado en busca de sus compradores. De hecho, en la etapa en la que nos encontramos, son los consumidores los que son conducidos a los productos (mensajes), y no al revés.

Debido al fenómeno reportado en el párrafo anterior, la hegemonía del proceso de comunicación ha pasado a ser ejercida por quienes efectivamente cuentan con los instrumentos que les permiten saber qué personas deben ser dirigidas a qué productos. Es en medio de esta circunstancia que el últimamente tan popular término «algoritmo» ha pasado a primer plano. Porque, de hecho, quienes controlan los algoritmos también terminan controlando la esencia de la comunicación. Y al controlar la comunicación, se adquieren todos los requisitos para dominar las bases del funcionamiento de una determinada sociedad.

Al igual que en Brasil y en la mayoría de los países subordinados a la influencia política y económica estadounidense, dichos algoritmos están bajo el control casi exclusivo de las grandes corporaciones mediáticas con sede en el extranjero, especialmente en los Estados Unidos. Como resultado, las principales decisiones con respecto a nuestras vidas concretas y nuestro futuro dependen del comportamiento que las llamadas corporaciones «bigtech» decidan tener en relación con los datos algorítmicos que poseen.

Por lo tanto, comprender el significado de los algoritmos y cómo se utilizan en detrimento de las poblaciones de los países sometidos al poder imperialista resulta ser una condición sine qua non para llevar adelante la lucha necesaria para poner fin al actual estado de dependencia en el que nos encontramos, y apuntar a la construcción de una sociedad de nuevo tipo.

A partir de ahora, es posible vislumbrar la necesidad de poner fin al control oligopólico de nuestros datos sociales por parte de grupos corporativos extranjeros. Así, tengo la impresión de que la lucha por la creación de centros de datos controlados y gestionados democráticamente por nuestras instituciones públicas es una de las demandas más relevantes que el campo popular debería abrazar.

Para que entendamos mejor cómo operan los algoritmos contra los gobiernos malquistos por el centro imperialista estadounidense, les recomiendo que le echen un vistazo al video La Dictadura del Algoritmo, el que considero emblemático en cuanto a esta temática. Está disponible en: https://youtu.be/b2BhOW7nksI

Texto publicado originalmente en portugués en: https://www.brasil247.com/blog/os-algoritmos-como-instrumentos-da-dominacao-imperialista

Se publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

15 de febrero de 2025

De la hegemonía al pragmatismo: China y la IA

Alejandro Marcó del Pont

Si la competencia es un juego lineal, China, con su ingenio y sus vastos recursos podría tener una ventaja casi insuperable

Tras la muerte del rey de Frigia, un reino ubicado en lo que hoy es Turquía, el oráculo predijo que el próximo monarca sería un hombre que llegaría a la ciudad en un carro tirado por bueyes. Un día, un campesino llamado Gordias, acompañado de su esposa, entró en la ciudad en su carreta. Los frigios, al ver cumplida la profecía, lo proclamaron rey.

En agradecimiento a los dioses, Gordias dedicó su carro a Zeus en el templo de la ciudad de Gordion y ató el yugo con un nudo tan complejo que no se veía dónde comenzaba ni terminaba la cuerda. Según la profecía, quien lograra desatarlo conquistaría Asia. Siglos después, en el 333 a.C., Alejandro Magno llegó a Gordion durante su campaña para someter al Imperio Persa. Al conocer la profecía, intentó desatar el nudo, pero, al no encontrar el modo, tomó su espada y lo cortó de un solo golpe.

Desde entonces, la expresión «cortar el nudo gordiano» simboliza la capacidad de resolver un problema complejo mediante un enfoque audaz y poco convencional. Algo similar ha ocurrido con el desarrollo de la inteligencia artificial en China: un desafío tecnológico que Estados Unidos intentó bloquear, pero que Pekín resolvió de manera innovadora.

Crear un sistema de inteligencia artificial (IA) propio era un reto estratégico para China, especialmente ante las restricciones impuestas por Estados Unidos en el acceso a microchips avanzados. Washington creía que, al monopolizar la producción y desarrollo de estos componentes, paralizaría el avance tecnológico de China. Sin embargo, Pekín encontró soluciones alternativas, demostrando que, incluso en una posición de aparente debilidad, la innovación puede abrir caminos inesperados.

Esta lección debería servir como advertencia para el Sur Global. Si China logró sortear las restricciones estadounidenses con estrategias propias, cualquier país que enfrente intentos de monopolización en áreas estratégicas —ya sea en tecnología, comercio o incluso en el uso del dólar— puede encontrar soluciones similares si apuesta por la creatividad y el desarrollo autónomo.

Estados Unidos puede seguir innovando y afirmar que su tecnología es superior, pero su ventaja nunca es absoluta, como el caso DeepSeek. Con el tiempo, cualquier innovación puede ser replicada, y la relación precio-rendimiento terminará inclinando la balanza a favor de quienes logren producir a menor costo.

China ha perfeccionado el modelo japonés Kaizen, basado en mejoras incrementales y marginales de tecnologías existentes. Este concepto, que en su origen estaba limitado a la manufactura y la gestión empresarial, ha sido expandido por China a nivel nacional, aplicándolo a su industria, educación, infraestructura y política económica.

El país gradúa anualmente a cuatro millones de ingenieros, casi más que el resto del mundo combinado, y cuenta con una economía semiplanificada capaz de concentrar recursos en objetivos estratégicos. Esta capacidad de adaptación y aprendizaje continuo le permite avanzar en áreas clave como la inteligencia artificial y los semiconductores.

Para China, lograr la autonomía tecnológica es crucial. Reducir la dependencia de las importaciones de chips y otras tecnologías avanzadas —especialmente de EE.UU. y sus aliados como Taiwán, Corea del Sur y Japón— es una cuestión de seguridad nacional y de consolidación de su liderazgo global.

Este enfrentamiento por la supremacía tecnológica no solo redefine la relación entre Washington y Pekín, sino que también está reconfigurando el orden global, con implicaciones geopolíticas de largo alcance.

La competencia entre EE.UU. y China en el ámbito tecnológico es solo una de las muchas tensiones que enfrenta la potencia norteamericana. Otra, igualmente crucial, es el debate sobre la inmigración, particularmente la de la comunidad latina a la que hay que darle una solución de ingenio.

Según la investigadora Ana Teresa Ramírez, directora de la organización Donor Collaborative, la contribución de los latinos al PIB estadounidense asciende a 3.6 billones de dólares. Si esta comunidad fuera un país independiente, sería la quinta economía más grande del mundo, superando a naciones como Reino Unido, Francia, Italia y Canadá.

Los latinos, además de representar el segundo grupo poblacional más grande del país con 37 millones de personas, contribuyen fiscalmente con más de 305 mil millones de dólares anuales en impuestos, salud, seguridad social, vivienda y consumo. Crean más del 50% de los nuevos negocios en EE.UU., y según cifras del Departamento de Comercio adquieren cerca del 50% de las viviendas nuevas en el país. Según el departamento de Trabajo, se estima que en la próxima década el 78% de la nueva fuerza de trabajo será latina.

Ante estos datos, las deportaciones masivas no solo resultan ineficaces, sino que también afectan negativamente a la economía estadounidense. El discurso sobre la inmigración en EE.UU. no solo es un tema político, sino también narrativo y estético. Diego Ruzzarín, filósofo digital y conferencista, señala que el uso del lenguaje y la imagen en las deportaciones refuerza el relato de una visión negativa de los migrantes.

Por ejemplo, cuando un avión de la Fuerza Aérea de EE.UU. transporta a deportados esposados, las imágenes refuerzan la idea de que son delincuentes. En contraste, Colombia ha implementado una estrategia diferente: enviar aviones de su Comando Aéreo de Transporte Militar para repatriar a sus ciudadanos, desarmando así la narrativa criminalizante.

Este cambio simbólico puede parecer menor, pero tiene un impacto en la percepción pública. No se trata solo de migrantes indocumentados; se trata de ciudadanos que no han completado un trámite administrativo para trabajar en EE.UU., no son delincuentes. Esta, a pesar de ser una decisión en inferioridad, es una medida imaginativa que despedaza el relato de inmigrantes delincuentes.

Fuente: https://eltabanoeconomista.wordpress.com/2025/02/05/de-la-hegemonia-al-pragmatismo-china-y-la-ia/

28 de enero de 2025

Inteligencia artificial: ¿Motor de progreso o herramienta de colonización?

Enrique Amestoy

La inteligencia artificial (IA) es un concepto que ha evolucionado considerablemente desde su origen en 1956, cuando John McCarthy acuñó el término durante la Conferencia de Dartmouth. Su propuesta inicial era simular la inteligencia humana en máquinas, pero con el paso del tiempo la IA se ha convertido en algo mucho más amplio y transformador. Hoy en día la IA no solo sugiere canciones o productos, sino que se ha infiltrado en áreas clave de nuestras vidas, como la medicina, el transporte, la educación y la publicidad, jugando un papel crucial en la toma de decisiones personales, empresariales y gubernamentales con capacidad de modelar nuestro entorno e influir en nuestra toma de decisiones.

En este contexto, Latinoamérica se encuentra en una encrucijada: participar activamente en la construcción de su futuro digital o convertirse en un simple receptor de tecnologías desarrolladas en el extranjero. Este es un dilema histórico, en el que el control de la tecnología será crucial para determinar el equilibrio de poder global. La creciente centralización del poder tecnológico plantea una nueva forma de colonización: lo que algunos analistas, como el filósofo Miguel Benasayag, denominan colonización algorítmica. Esta colonización no es física, como las anteriores, pero sí tiene el potencial de subyugar a los pueblos a través de la manipulación de datos, algoritmos y plataformas tecnológicas que configuran sus economías, sus políticas e incluso su identidad cultural. En términos ideológicos, el economista Claudio Scaletta denomina la etapa actual del capitalismo como imperialismo tecnológico.

La IA no es una competencia entre tecnologías, sino la lucha por el control de los datos, los algoritmos y la infraestructura que sustentan las grandes plataformas tecnológicas. Estados Unidos y China libran una encarnizada batalla por la supremacía en este campo. Esta guerra tecnológica es una extensión de la competencia geopolítica, en la que los avances en IA se ven como una forma de garantizar la hegemonía global. El impacto de esta lucha es colosal, tanto para las economías nacionales como para los sistemas políticos globales. Con inversiones millonarias, ambos países se enfrentan en una guerra fría tecnológica que afecta áreas como la infraestructura 5G (en la disputa Google-Huawei) o la industria de los vehículos eléctricos (el reciente impuesto del 100 por ciento sobre los autos eléctricos de China para beneficiar a Tesla). Empresas tecnológicas como Google, Amazon y Microsoft invierten sumas que superan el PBI de muchos países y sin duda lideran la carrera.

Latinoamérica, con limitadas inversiones en investigación y desarrollo (I+D) y una infraestructura tecnológica desigual, está en clara desventaja frente a estas potencias. Esta dependencia de tecnologías extranjeras no solo amenaza la competitividad económica de la región, sino que también pone en riesgo la privacidad de las personas y la preservación de nuestra identidad cultural. Al depender de plataformas de IA, motores de búsqueda y redes sociales controladas por actores externos, nos convertimos en consumidores pasivos de información y poco a poco perdemos el control sobre nuestras decisiones. Los procesos electorales a nivel global ya se ven influidos por los sesgos de estas plataformas, como se evidenció en la participación de Elon Musk con X (ex-Twitter) en apoyo a Donald Trump.

En el caso de Estados Unidos, las grandes corporaciones como Amazon, Google, Microsoft y Tesla han destinado miles de millones de dólares a la investigación y desarrollo de la IA. Por ejemplo, Microsoft invirtió 24.500 millones de dólares en I+D en 2022, según publicó la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI) en 2024. Además, Microsoft ha invertido 10.000 millones de dólares en 2023 en la empresa OpenAI, desarrolladora de ChatGPT. Esto le asegura el uso de GPT-3 y posteriores en todos sus sistemas, como Copilot u Office. Sumas exorbitantes e inalcanzables para empresas que deseen competir en este mercado. Sin embargo, algunas lo intentan. Tal es el caso de la start-up alemana Aleph Alpha, que ha logrado recaudar apenas 500 millones de euros en financiación. Pese a la enorme disparidad en inversión, son varios los que ven a Aleph Alpha como la única empresa europea con capacidades para competir con los gigantes de Estados Unidos y de China.

China, por su parte, ha adoptado también una estrategia agresiva en su desarrollo de IA. Empresas como Baidu, Alibaba y Tencent están a la vanguardia de esta carrera tecnológica y China se ha establecido un objetivo ambicioso: convertirse en el líder mundial en IA para 2030. Sin embargo, de forma paradójica, mientras Estados Unidos intenta limitar el acceso de China a ciertas tecnologías, empresas como Microsoft han contribuido activamente al desarrollo de la industria tecnológica china, como lo demuestra el papel fundamental de Microsoft Research Asia en la incubación de la moderna industria de IA en China. Esto evidencia que, a pesar de la rivalidad de las potencias hegemónicas, las interacciones económicas entre ellas son mucho más complejas y por momentos las corporaciones se posicionan como los reales dueños de la pelota a nivel global.

Europa intenta no quedar atrás, consciente de que posiblemente ya no podrá ponerse a la par de Estados Unidos y de China en desarrollo tecnológico. Quizá por ello es que la estrategia de la Unión Europea se ha centrado fuertemente en la legislación y también en el apoyo a proyectos de pequeñas empresas que puedan crear IA con sesgo europeo, como el caso de Aleph Alpha. La start-up alemana dice tener desarrollos sofisticados, del nivel de OpenAI, pero no centra su desarrollo en el usuario final, sino en gobiernos y grandes corporaciones. Uno de sus últimos movimientos ha sido una alianza estratégica con la estadounidense Hewlett Packard Enterprise. Es que para toda empresa que quiera jugar en las grandes ligas es vital asegurar el acceso a hardware de alta calidad para su centro de datos; aspecto crucial para tener suficiente potencia de la GPU (chips de procesamiento gráfico en placas de video), el bien más preciado para el futuro de la IA generativa. Los analistas Patel y Nishball hablan de «pobres en GPU» o «ricos en GPU» en relación con el acceso o no a la capacidad de procesamiento. Esta capacidad es limitada, por cierto, y tiene en la estadounidense Nvidia casi que el único jugador. Este, a su vez, articula gran parte de su producción con el gigante TSMC (Taiwan Semiconductor Manufacturing Company). También la generación de energía es determinante en tanto los centros de datos son inmensos consumidores de electricidad.

La amenaza de la colonización algorítmica

El concepto de colonización algorítmica no es meramente una metáfora, sino una realidad con implicaciones profundas.

Los algoritmos que rigen nuestras plataformas digitales no son neutrales. Al contrario, están diseñados y entrenados según valores, intereses y sesgos específicos de sus creadores. Estos valores son, en su mayoría, de origen angloamericano y reflejan una visión del mundo que no necesariamente es representativa de la diversidad cultural, étnica y social de los países del Sur global. Miguel Benasayag, al hablar de este tipo de colonización, argumenta que los algoritmos no solo son herramientas, son fuerzas activas que modelan el mundo y uniformizan las realidades culturales, sociales y políticas, sin tener en cuenta la complejidad local.

Este fenómeno tiene implicancias directas sobre la autodeterminación de los países. La creciente dependencia de tecnologías extranjeras plantea preguntas sobre cómo se pueden preservar las identidades locales y cómo se puede garantizar que las decisiones tomadas por algoritmos reflejen una pluralidad de perspectivas. Un ejemplo claro de esto son los sesgos que existen en los sistemas de IA utilizados en los procesos electorales. Los algoritmos empleados por plataformas como Facebook, Google y X pueden influir en la opinión pública, exacerbando desigualdades existentes, como las de género, raza o clase. Además, los datos personales que se recogen y procesan sin el consentimiento adecuado pueden ser utilizados para manipular decisiones y comportamientos, agravando la opresión de los pueblos.

También es preocupación de analistas y de gobernantes el potencial uso indebido de la IA. Los riesgos surgen de la posibilidad de que agentes malintencionados utilicen sistemas avanzados de IA para fines dañinos o que incluso los propios sistemas de IA, al actuar de manera autónoma, persigan objetivos contrarios a los intereses humanos. Esto podría manifestarse en forma de ciberataques, desarrollo de tecnologías estratégicas para obtener ventajas competitivas en el ámbito militar o civil, o la manipulación de usuarios a través de técnicas de persuasión o desinformación. La pérdida de empleos por automatización, especialmente en tareas de baja cualificación, la concentración de poder económico en grandes corporaciones de IA, la perpetuación de sesgos en algoritmos y la dificultad para distinguir información verdadera de falsa son algunas de las problemáticas identificadas. Un informe de Goldman Sachs, de 2023, señaló que la IA podría reemplazar el equivalente a 300 millones de empleos de tiempo completo y podría aumentar el valor anual total de los bienes y servicios producidos a nivel mundial en un 7 por ciento.

Regulación de la IA: primeros pasos y desafíos para Latinoamérica

En el ámbito global la regulación de la IA también avanza de forma desigual. En la Unión Europea se ha propuesto la Ley de Inteligencia Artificial, que establece normas claras sobre cómo debe desarrollarse y utilizarse esta tecnología. Esta legislación prohíbe aplicaciones de IA que presenten riesgos inaceptables y exige transparencia y responsabilidad por parte de los proveedores. Europa está tratando de equilibrar el poder de las grandes corporaciones tecnológicas con la protección de los derechos de los ciudadanos y la autonomía política de los Estados miembros. La creación de marcos regulatorios como estos es crucial no solo para proteger a los ciudadanos, sino también para garantizar que la tecnología sea usada de forma ética y responsable.

Sin embargo, en Latinoamérica, el ritmo de la regulación es más lento. Aunque algunos países han comenzado a explorar la regulación de la IA, la región sigue siendo muy dependiente de las tecnologías extranjeras, lo que dificulta la implementación de políticas nacionales autónomas. En Brasil, el Plan de Inteligencia Artificial 2024-2028 establece principios éticos, medidas de capacitación laboral y estrategias para proteger los derechos humanos. Argentina, por su parte, ha iniciado el desarrollo de una ley sobre IA, siguiendo el modelo europeo, mientras que otros países, como Chile y México, también están avanzando en la creación de marcos legales para regular la IA.

Sin embargo, el desafío no es solo técnico o legislativo, sino también económico. La región carece de la infraestructura necesaria para desarrollar IA de manera autónoma. Las brechas en inversión y en capacidades de investigación y desarrollo limitan la posibilidad de que Latinoamérica se convierta en un jugador importante en el campo de la IA. En este sentido, países como Brasil están tratando de seguir el ejemplo de Europa, pero necesitan mucho más apoyo en términos de recursos financieros y humanos.

La brecha de inversión en tecnología: desafío para el Sur global

Uno de los principales desafíos que enfrenta el Sur global en la carrera por la IA es la disparidad en la inversión. Los gigantes tecnológicos de Estados Unidos y China invierten miles de millones de dólares en I+D, superando incluso el PBI total de varios países latinoamericanos. Por ejemplo, la española Statista toma datos de Nasdaq e informa que en 2020 Alphabet (Google) destinó 27.600 millones de dólares a I+D. En el informe de OMPI de 2024 se da cuenta de que la cifra aumentó en 2022 a 39.500 millones de dólares. Según las mismas fuentes, Amazon invirtió 43.000 millones de dólares en I+D en 2020 y esta cifra aumentó a 73.200 millones de dólares en 2022. Huawei, en China, invierte de forma sostenida cerca de 23.000 millones de dólares en iguales períodos.

Esta brecha en la inversión es un reflejo de la desigualdad global en el acceso a recursos tecnológicos. Las grandes potencias tienen el capital necesario para desarrollar tecnologías de punta, mientras que los países del Sur global deben depender de alianzas y colaboraciones con estos actores para acceder a las herramientas y a las plataformas más avanzadas. Además, la falta de infraestructura propia de computación de alto rendimiento y de acceso a componentes clave como las GPU coloca a la región en una posición de enorme desventaja.

En este contexto, iniciativas como la creación de centros de datos regionales, propuesta por el grupo de ciberseguridad del Mercosur del año 2014, o el desarrollo de infraestructura local de telecomunicaciones, como el proyecto Anillo de Fibra Óptica del Sur firmado en marzo de 2012 por los ministros de comunicaciones de los países miembros de Unasur (Unión de Naciones Suramericanas) y en el que participó el Banco Interamericano de Desarrollo con propuestas de financiamiento, adquieren una nueva relevancia. Estas iniciativas no solo tienen un valor estratégico en términos de soberanía tecnológica, sino que también se presentan como una forma de reducir la dependencia de actores externos y fomentar el desarrollo de capacidades locales.

¿Un futuro de progreso o de desigualdad?

La IA tiene el potencial de transformar nuestras sociedades; nadie lo duda. La forma en que se implemente y regule va a determinar si este proceso beneficiará a toda la humanidad o si, por el contrario, exacerbará las desigualdades globales. La clave para asegurar un futuro de progreso radica en la capacidad de los países del Sur global para tomar decisiones soberanas en el ámbito digital. Esto implica desarrollar políticas propias de IA, invertir en infraestructura y fomentar la investigación científica local.

Si Latinoamérica se embarca en la elaboración de políticas propias de IA, no solo protegería su identidad cultural, sino que también tendría la posibilidad de diseñar modelos de desarrollo económico basados en sus necesidades y prioridades locales. Esto podría abrir nuevas oportunidades en áreas como la educación digital, la medicina personalizada y el desarrollo de energías renovables, sectores que podrían ser impulsados por soluciones tecnológicas creadas y controladas de manera independiente.

Tal vez una importante pregunta sea: ¿queremos un futuro en el que la IA sirva como motor de progreso humano o uno en el que las grandes potencias utilicen esta tecnología para consolidar su dominio? Es probable que aún estemos a tiempo de responderla y de actuar en consecuencia.

Se publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

26 de octubre de 2024

IA, la última batalla del cerebro entre explotadores y veneradores del mercado

Alejandro Marcó del Pont

Antes de trabajar en inteligencia artificial, ¿por qué no hacemos algo sobre la estupidez natural? 
(Steve Polyak)

Cuando la Unión Soviética lanzó el primer satélite creado por el hombre, Sputnik, en octubre de 1957, el impacto sobre Estados Unidos fue inmediato y profundo. Más allá de ser un logro, generó una ola de ansiedad en la sociedad estadounidense, que veía reflejada en el satélite una alarmante superioridad tecnológica soviética. Sputnik no solo orbitaba la Tierra, sino que también resonaba en las radios y en el espíritu de un país que temía haber quedado rezagado en la carrera tecnológica y militar.

La respuesta estadounidense no se hizo esperar y fue tan ambiciosa como transformadora. El gobierno no se limitó a pensar en lanzar un satélite propio; decidió apuntar más alto: poner a un hombre en la Luna. Esta idea desató una serie de decisiones estatales que cambiarían el curso de la historia. Se creó la NASA (Administración Nacional de la Aeronáutica y del Espacio), así como la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa, más conocida por su acrónimo (DARPA),se destinaron grandes subvenciones públicas para impulsar la educación en matemáticas y ciencias, acelerando la carrera espacial de manera decisiva. Doce años después, este esfuerzo de un Estado emprendedor que pensó en grande, culminó con Neil Armstrong dejando su huella en la Luna, un momento especial para la humanidad.

Algo parecido sucedió en mayo de 2017 en China, en una lucha sin cuartel entre una de las máquinas más inteligentes del mundo, AlphaGo, respaldada por Google, y el mejor jugador de Go del mundo, Ke Jie. El impacto de perder ante la máquina fue inmediato y devastador tanto para el país como para el jugador, quien permaneció desplomado en su asiento tras el resultado con la IA. Una imagen similar de desconcierto ocurrió cuando el Deep Blue de IBM derrotó al campeón mundial de ajedrez, Garry Kasparov en una partida de 1997 llamada “La última batalla del cerebro”.

Dos meses después de que Ke Jie abandonara la última partida con AlphaGo, ya bautizada como el fantasma en la máquina Go, el gobierno central chino elaboró un ambicioso plan para desarrollar las capacidades de la inteligencia artificial. Instó a una mayor financiación, apoyo político y coordinación nacional para el avance de la IA. Estableció claros parámetros de evaluación para medir el progreso entre 2020 y 2025, y previó que para 2030 China se convertiría en el centro de la innovación global en inteligencia artificial, liderando en teoría, en tecnología y en sus aplicaciones.

Este recorrido, fantásticamente descrito en el libro “Superpotencias de la Inteligencia artificial” dejó, tras los impactos detallados en los tres primeros párrafos de este escrito, un ejército de fantasmas que se evitan de manera intencional. El Estado, el mercado, el comercio, el consumo, las pérdidas laborales por la inteligencia artificial, la producción, la plusvalía, los modelos de acumulación y la pelea por las tecnologías en el mundo, entre otros.

Comencemos con los mercados y el Estado, donde se encuentra una mirada distorsionada del neoliberalismo. Como explica Fernando Escalante Gonzalbo en su Historia mínima del neoliberalismo, “El programa neoliberal, contra lo que imaginan algunos críticos, y contra lo que proclaman algunos propagandistas, no pretende eliminar al Estado, ni reducirlo a su mínima expresión, sino transformarlo, de modo que sirva para sostener y expandir la lógica del mercado. O sea que los neoliberales necesitan un nuevo Estado, a veces un Estado más fuerte, pero con otros fines”.

El eje central de esta idea resulta de la convicción de que el mercado no es un hecho natural, que no surge de manera espontánea ni se sostiene por sí solo, sino que tiene que ser creado, apuntalado, defendido por el Estado. En resumen, el mercado es un sistema cuidadosamente construido y regulado, tal como Polanyi expone en La gran transformación. Del mismo modo, la inteligencia artificial es también un producto de la intervención humana, cuya evolución depende de cómo el Estado y las empresas moldean y regulan su desarrollo.

Por qué nos importa entonces que el Estado invente los mercados, más allá de quien se lo apropia. Porque el mercado es fundamentalmente un mecanismo para procesar información, que sintetiza mediante el sistema de precios, qué quieren los consumidores, qué se puede producir, cuánto cuesta producirlo. El mercado, según los neoliberales, ofrece la única solución eficiente para los problemas económicos. La competencia, por su parte, permite que los precios se ajusten automáticamente, y a la vez garantiza que se hará el mejor uso posible de los recursos. Lo central en este relato es que el mercado trabaja recolectando información de la misma manera que la IA, por eso es importante que los Estados dominen la información y que, para el sector privado, como veremos, su potestad resulte central.

Primero aclaremos lo mejor posible que es y cómo trabaja la inteligencia artificial para saber si puede desplazar o no a los trabajadores de diferentes áreas. La IA es un campo de la informática que se enfoca en crear sistemas capaces de realizar tareas que normalmente requieren inteligencia humana, como el reconocimiento de patrones, la toma de decisiones, el aprendizaje y la adaptación.

Hay dos opciones para lograrlo, sobre las que no ahondaremos demasiado. El primero y más antiguo de los sistemas es el enfoque basado en reglas. Este intentará establecer pautas del tipo “si-entonces” para ayudar al programa a tomar una decisión: “Si hay dos formas triangulares encima de una forma circular, entonces probablemente haya un gato en la imagen”. En cambio, el según tipo, vigente en la actualidad, “el enfoque de redes neuronales”, alimentaría el programa con millones de fotos de muestra etiquetadas como “gato” o “no gato”, dejando que el programa descubra por sí mismo qué características de los millones de imágenes se relacionaban de forma más estrecha con la etiqueta “gato”. Las diferencias entre ambos enfoques se advierten en cómo abordan un problema simple: identificar si hay un gato en una foto.

Los algoritmos son el corazón de la IA. Son conjuntos de instrucciones que permiten a las máquinas aprender de los datos y tomar decisiones o realizar predicciones. En IA, los algoritmos procesan grandes volúmenes de datos para identificar patrones y relaciones que no son evidentes a simple vista. Son recolectores de datos, como los mercados.

Lo importante sería determinar “¿quién proporciona los datos?”, quién abastece a este infinito cúmulo de información que la IA procesará. Los datos son proporcionados por una combinación de empresas, gobiernos, dispositivos tecnológicos y, por, sobre todo, los usuarios. La colaboración entre estas fuentes permite que los algoritmos funcionen de manera efectiva, ofreciendo soluciones precisas en tiempo real. Es decir, si alguien está preocupado por perder su trabajo y está en redes sociales, le está brindando datos al algoritmo para que asimile información.

Ahora pondremos atención a dos cuestiones básicas y elementales del artículo. La pérdida del trabajo con la inteligencia artificial y sus consecuencias, así como la necesidad de componentes clave de la economía digital en caso de sustitución laboral por IA. Estos son los componentes de ciberseguridad: las billeteras móviles y los métodos de autenticación biométrica. Esta idea está basada en la necesidad de que la seguridad digital aumente a medida que más personas se vuelquen a trabajos y servicios basados en plataformas tecnológicas. La economía digital, con sus innovaciones en pagos y seguridad, será fundamental para castigar o beneficiar a los usuarios, como veremos.

La pérdida laboral por el advenimiento de nuevas tecnologías no es una primicia para la humanidad, “el ludismo” es un ejemplo previo, un movimiento encabezado por artesanos ingleses en el siglo XIX, que protestaron entre los años 1811 y 1816 contra las nuevas máquinas que los remplazaban en el trabajo. Su reacción fue destruirlas. En la actualidad la idea de que la IA podría eliminar muchos trabajos plantea varias cuestiones sobre cómo funcionaría un mundo sin empleo tradicional y qué consecuencias tendría para una estructura económica basada en el trabajo, los consumidores y la acumulación de capital.

En el sistema capitalista, el trabajo humano es una de las principales fuentes de plusvalía, un concepto económico que se refiere al valor creado por los trabajadores que es apropiado por los capitalistas como ganancia. En un esquema básico, los trabajadores venden su trabajo a cambio de un salario. Los capitalistas compran ese trabajo para producir bienes o servicios que se venden en el mercado. La diferencia entre lo que los trabajadores reciben en salario y el valor que generan los capitalistas se conoce como plusvalía, la ganancia de los capitalistas.

En este contexto, el sistema se sostiene porque los trabajadores reciben salarios que luego utilizan para comprar bienes y servicios. En resumen, la explotación de la mano de obra es lo que genera plusvalía y permite la acumulación de capital. La IA tiene el potencial de automatizar tareas en múltiples sectores, lo que podría llevar a la desaparición de muchos empleos, especialmente aquellos que son rutinarios, repetitivos, o provocar una destrucción masiva de empleos en sectores como la manufactura, el transporte, el comercio y los servicios financieros, entre otros, pero tiene un talón de Aquiles: la IA no puede comprar.

En un mundo sin empleo, donde la IA realiza la mayor parte de las tareas productivas, pero no consume, varias dinámicas sociales y económicas cambiarían. La crucial sería la desconexión entre producción, trabajo humano y consumo. Si la producción de bienes y servicios depende principalmente de máquinas y algoritmos, el trabajo humano dejaría de ser el principal insumo en la economía y el generador de acumulación. Esto genera una serie de preguntas:

¿De dónde provendrá la plusvalía? Si la plusvalía se genera tradicionalmente a partir del trabajo humano, y este desaparece o disminuye, la lógica del capitalismo podría quedar en entredicho.
¿Cómo funcionarán los mercados sin compradores? En la medida en que los trabajadores dependen de salarios para consumir, un sistema automatizado donde los humanos no trabajen podría generar una disminución del consumo, lo que afectaría la capacidad de los capitalistas de generar ganancias.

En un mundo sin trabajo, una posible solución sería la implementación de una renta básica universal, un ingreso garantizado para todas las personas, independientemente de si trabajan o no, que tiene mucha tela para cortar. En caso de implementarse este sistema, comenzaría a entenderse de manera más clara la preocupación, que es válida, por la seguridad digital para compras virtuales con monederos digitales y métodos de autenticación biométrica, como las huellas dactilares, reconocimiento facial, reconocimiento de iris, de voz y otras tecnologías, pasando a ser un componente de disciplinamiento para este reseteo de la economía digital. Veamos esto con algo de detalle.

La primera en dar señales del aspecto negativo de la ciberseguridad fue la viceprimera ministra canadiense, Chrystia Freeland. Durante la pandemia, los camioneros canadienses protestaron contra el pasaporte COVID bloqueando el tránsito y los suministros de ingreso a los EE.UU. Esta señora advirtió, sin orden judicial alguna, que congelaría las cuentas bancarias y suspendería el seguro de vehículos de los camioneros que continuaran formando bloqueos en protesta por los mandatos de vacunas, es decir, la anulación de gastos con billeteras virtuales. Amenazas parecidas realizaron en la Argentina la ministra de Capital Humano Sandra Pettovello y la ministra de seguridad Patricia Bullrich, aduciendo que les quitará la asistencia social a todos aquellos beneficiarios que salgan a protestar. “El que corta la calle, no cobra”.

Este tipo de medidas disciplinarias podría volverse común en un futuro donde la economía esté más profundamente integrada con plataformas digitales y la autenticación biométrica. La dependencia de estos sistemas plantea preguntas inquietantes sobre la libertad y la vigilancia en un mundo altamente automatizado y controlado por algoritmos.

Un ingreso garantizado a todas las personas, independientemente de si trabajan o no con una cuenta bancaria donde se deposita la Renta Básica, de la cual depende cualquier método de autenticación biométrica, desde billeteras virtuales a huellas dactilares para el consumo, es una tentación de disciplinar a los receptores de estas ayudas sociales, como lo demostraron reciente y abiertamente los ministros argentinos.

La llegada de la IA y la automatización masiva plantea un reto importante para la estructura actual de la sociedad basada en el trabajo y la explotación de la mano de obra para generar plusvalía. Las soluciones no son simples, más aún con un capitalismo ultra concentrador del ingreso. Lo que sí queda claro es que la producción y la productividad pueden aumentar con la IA, pero si no se cobra, no se compra.

En definitiva, la llegada de la IA no solo desafía los paradigmas laborales y económicos, sino que también nos enfrenta a un posible futuro en el que el control de los datos se convierte en la nueva forma de poder. Si bien la tecnología promete eficiencia y progreso, los gobiernos y las corporaciones deberán decidir si priorizan la equidad y la protección social, o si caerán en un tecnofeudalismo donde el trabajo humano se vuelva obsoleto. Como sugiere el economista griego Yanis Varoufakis, el futuro del capitalismo puede estar en juego, y la IA podría ser el factor que acelere su transformación hacia un sistema completamente nuevo. “Los señores feudales son los propietarios de lo que llama «capital de la nube», y los demás hemos vuelto a ser siervos, como en el Medievo.”

https://eltabanoeconomista.wordpress.com/2024/10/13/ia-la-ultima-batalla-del-cerebro-entre-explotadores-y-veneradores-del-mercado/