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19 de julio de 2025

¿DEUS EX MACHINA?

Natalia Sobrevilla

La humanidad que podríamos estar perdiendo ante la omnipresencia de lo digital

La frase en latín del título se refiere a un recurso literario, por el cual el argumento de una historia se soluciona de manera sorprendente gracias a algo que parece venir de ninguna parte. Su origen se encuentra en los teatros de la antigüedad, donde de pronto aparecía en mitad del escenario una máquina que transportaba a un dios que ofrecía una solución al principal problema narrativo. Hoy, de una manera similar, cuando las máquinas parecen tomar control sobre grandes porciones de nuestras vidas, me viene a la cabeza esta referencia al rol protagónico de los aparatos.

Esta semana me la he pasado tratando de lidiar con mi frustración con la tecnología. Primero se echó a perder la internet en casa y pude sobrevivir con los datos de mi teléfono, hasta que lo tuve que actualizar cuando cambié de aparato. Hacerlo sin conexión a internet no fue fácil y solo lo logré gracias a la generosidad de mi hijo, que me prestó su red. Pero, entre una cosa y otra, me distraje, hice algo mal, y perdí casi dos semanas de importantes mensajes de coordinación.

Esto se le sumó a la frustración del día anterior, cuando me enteré de que no quedaba nada dentro de mi computadora de escritorio, la que había dejado de utilizar por varios meses desde que escribo exclusivamente en mi portátil. Estoy segura de que el reinicio de fábrica lo hizo alguien en casa que buscaba ayudarme, pero que, por error, simplemente, vació todo lo que ahí almacenaba y que no estaba copiado a la nube. Por suerte, esa información ya no era mucha, pues desde hace un buen tiempo mi manera de trabajar ha adoptado ciertas previsiones. Y en esas estaba, alistándome a enviarle a mi editor los cambios finales a mi último libro, cuando mi laptop comenzó a parpadear para luego congelarse, y cuando por fin se reinició descubrí, casi aterrada, que no había registrado mi trabajo de ese día y tuve que comenzar el ejercicio ya casi terminado desde cero.

Pensé, por supuesto, en cuánto poder le hemos dado a las máquinas y cómo nos hemos acostumbrado a que silenciosamente ellas hagan las cosas por nosotros. Esa misma mañana había leído un artículo sobre el impacto del uso de la inteligencia artificial en nuestra capacidad cognitiva y de cómo, por ejemplo, antes podíamos retener una serie de números telefónicos en la cabeza y conocer las calles de nuestro entorno con solo apelar a nuestra memoria, habilidades que hemos ido perdiendo desde que tenemos teléfonos “inteligentes”. El autor, Brian Klass, reflexiona sobre lo que pierde una sociedad donde ya no vale la pena pedirles a los alumnos que hagan ensayos académicos porque un número importante de ellos se las arreglará para presentar textos producidos por ChatGPT y similares. Así, durante esta temporada de evaluación en las universidades del hemisferio norte, no he dejado de oír que los ensayos —que por años fueron la base para discernir sobre el desarrollo del pensamiento crítico, eso que realmente evaluamos los profesores universitarios— ya no sirven. Mientras que algunos profesores se decantan por volver a los exámenes, otros ya han optado por pedir ensayos que analicen críticamente lo que produce ChatGPT, pidiéndoles expresamente a sus alumnos que usen la inteligencia artificial para que comprendan sus límites. Que identifiquen citas de autores que no existen, libros que nunca se han escrito, textos supuestamente publicados años antes de que sucedieran los eventos que dicen analizar. Klass, como muchos, se pregunta cuál es el impacto de todo esto en la capacidad de estos jóvenes para pensar.

Sin duda, todos nos vamos a tener que acostumbrar a vivir con esta nueva manera de hacer las cosas. A propósito de esto, una amiga me decía anoche que en la época en que proliferaron las calculadoras, empezaron a rendirse exámenes con ellas y otros sin ellas (casualmente, yo siempre uso la mía hasta para operaciones sencillas, a pesar de que mi profesor de Matemáticas me lo prohibiera específicamente en el colegio). En otras conversaciones que he tenido con personas que trabajan en el mundo de los negocios he oído que ya no necesitan del mismo tipo de apoyo, porque hay muchas tareas que hoy pueden delegarse a asistentes electrónicos, incluso en temas legales o de recursos humanos. Si se le puede preguntar directamente a la máquina, ya no se necesita un intermediario humano que tenga ese conocimiento. Dos preguntas me vienen, entonces, a la cabeza: ¿no será que estos sistemas puedan cometer errores difíciles de identificar a simple vista, pero que pueden ser profundos?  ¿No significará esto mucho menos empleos para la gente?

Para cerrar de manera festiva estos últimos y frustrantes días mediados por la tecnología, anteanoche asistí en Londres al curioso espectáculo de ABBA producido con sus “abbatares”. Éramos centenares y centenares de personas de todas las edades, desde abuelos hasta nietos, que cantábamos y bailábamos entretenidos por unas máquinas que nos presentan una simulación casi real de lo que sería ver a ABBA en sus años de apogeo. Estas entidades eran versiones aparentemente mejoradas de los músicos, de una edad indeterminada, que cantaban, bailaban y tocaban con soltura sus instrumentos, y si bien todos “sabíamos” que no eran ellos, algo de su esencia estaba presente. 

A ratos, estos ABBA automatizados eran acompañados por una banda en vivo, y hacia el final se sumó un coro: fue entonces cuando sentí con mayor profundidad la diferencia entre las máquinas y lo humano. Fue en ese instante cuando pensé que me encontraba en medio de una extraña mezcla de un show de marionetas, un inmenso karaoke en el que todos cantábamos felices, y una película en la que atestiguábamos los años más vitales de esos ídolos. A pesar de estos contrastes, la pasé muy bien, porque —seamos sinceros— es lo más cerca que estaré de ver a ABBA en vivo, quienes no han hecho un concierto desde diciembre de 1982. 

Sin embargo, hasta ahora no me abandona el pensamiento de que esto funcionaba porque alguna vez existió el grupo original. Esas canciones no fueron generadas por una inteligencia artificial: lo que nos conecta a ellas es la humanidad que contienen y, si bien hoy nos las reproducen las máquinas, sin la experiencia de cada uno de esos creadores humanos estas canciones no serían lo que son. Y que esto es lo que podríamos perder si, simplemente, le damos a las máquinas todo el poder de pensar y de realizar tareas por nosotros.

​FUENTE: https://jugo.pe/deus-ex-machina/

18 de julio de 2025

Emilio Cafassi

De promesa emancipatoria a jaula algorítmica.

-En el umbral del presente siglo, Uruguay desplegó sobre sus campos, ciudades y costas un audaz y vibrante tapiz digital, soñando con una sociedad trenzada por la inclusión tecnológica. Hoy, el tejido se deshilacha entre las manos de monopolios ubicuos y sigilosos. Ceibal encendió pantallas como estrellas en las manos infantiles, mientras Ibirapitá devolvió a los ancianos una primavera digital tardía. Aquella audacia se fundó sobre un concepto claro: la tecnología como derecho, no como privilegio. Sin embargo, ya en diciembre pasado, el artículo que escribí en estas páginas, «Uruguay como eslabón fuerte de soberanía digital», advertía sobre la sombra creciente de los monopolios digitales y la progresiva privatización de lo público, que comenzaba a erosionar aquellas promesas iniciales. El sueño de inclusión enfrentaba entonces, y enfrenta más aún hoy, la amenaza de convertirse en una infraestructura capturada por intereses oligopólicos transnacionales. Un llamado de atención para el gobierno progresista, entonces por asumir.

Frente a esta amenaza, surgieron y continúan surgiendo propuestas alternativas desde diversos espacios intelectuales y políticos, entre ellas las formuladas por la “Coalición por la Soberanía Digital Democrática y Ecológica”, colectivo internacional preocupado por la intervención política en torno a la soberanía tecnológica. Este colectivo, impulsado por académicos e intelectuales comprometidos con la democratización tecnológica y la sostenibilidad ecológica, propone iniciativas concretas para recuperar la autonomía ciudadana frente al dominio digital corporativo. Sus propuestas buscan romper las cadenas de un colonialismo digital, devolviendo a la ciudadanía la soberanía sometida de sus territorios virtuales. La construcción de nubes públicas multiestatatales y plataformas digitales democráticas constituye uno de sus ejes fundamentales, buscando emanciparlas del control corporativo que asfixia sus decisiones más íntimas y devolver a las personas el poder sobre sus datos y decisiones. Como sostuve, no se limita solo al ámbito tecnológico digital, sino que propone una integración transversal con la sostenibilidad ambiental. Desde su perspectiva, la transición digital debe caminar junto a una economía circular de protección de los ecosistemas. Es la conjunción indispensable entre lo digital y lo orgánico, entre circuitos electrónicos y ciclos vitales. Este enfoque integrado reafirma que la innovación tecnológica no puede ser un fin en sí mismo, sino un medio para alcanzar un desarrollo consciente y sostenible. Asimismo, la regulación ética de la inteligencia artificial ocupa un lugar destacado en sus propuestas. Esta regulación busca garantizar la transparencia y la equidad en los algoritmos, evitando que se conviertan en nuevas formas de exclusión y discriminación. En consonancia con el Frente Amplio uruguayo, el colectivo subraya la importancia de fomentar competencias STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas) desde la educación inicial, formando así a ciudadanos capaces de ejercer un control informado sobre las tecnologías emergentes.

La noción de soberanía digital, central en estas propuestas, implica también un enfoque internacionalista. Una soberanía que, lejos de encerrarse en fronteras nacionales, se extiende como redes solidarias en resistencia al nuevo imperialismo algorítmico. El colectivo plantea la necesidad de crear redes globales basadas en la cooperación y la solidaridad entre Estados, contrarrestando así la dependencia y la vulnerabilidad frente a los oligopolios tecnológicos. La soberanía digital, desde esta visión, no es un repliegue nacionalista, sino un acto de resistencia global frente a las cadenas invisibles del dominio corporativo.

Finalmente, el colectivo enfatiza la necesidad urgente de desmantelar los monopolios culturales y tecnológicos que sofocan la diversidad y estrangulan el pensamiento crítico ciudadano. Proponen una planificación estratégica a largo plazo, orientada a transformar la matriz productiva mediante tecnologías avanzadas, junto a una recalificación laboral que fomente la justicia social y la equidad. Este conjunto de propuestas busca convertir las infraestructuras digitales en bienes comunes, gestionados democráticamente y enfocados en colocar a las personas y al hacer colectivo en el centro de las decisiones.

En paralelo con estas propuestas, Yanis Varoufakis ofrece un juego metafórico que resulta elocuentemente denunciatorio sobre el contexto actual, acuñando el término tecnofeudalismo para describir el nuevo orden que rige nuestras vidas digitales. El tecnofeudalismo convierte al usuario en campesino digital, obligado a sembrar datos, cultivando sus interacciones para que los señores algorítmicos recojan cosechas permanentes de vigilancia y beneficios. Me referí a él en el trabajo de la semana pasada señalando que estas plataformas no producen mercancías en el sentido tradicional, sino que monopolizan territorios digitales desde donde extraen rentas continuas. El concepto tradicional de mercado se diluye frente a una realidad dominada por el acceso restringido y la apropiación continua de valor, no desde el trabajo asalariado, sino desde los gestos mínimos de nuestra existencia conectada. Extremando su tesis en una analogía forzada entre la tierra y las plataformas del ciberespacio, sostiene que el capitalismo ha muerto, no reemplazado por una revolución democrática, sino devorado por una lógica feudal renovada por la tecnología. En este tecnofeudalismo, la explotación ya no es meramente laboral, sino existencial, del mismo modo en que lo concibe el autonomismo italiano o la corriente del capitalismo cognitivo, entre otras. Para el economista griego, el usuario digital, lejos de ser un ciudadano libre, se ha convertido en un siervo atrapado en plataformas controladas por señores invisibles que monopolizan el acceso y cobran rentas sobre cada movimiento digital. Entiendo la potencia de esta narrativa como énfasis crítico, sin por ello comprarle la lápida al capitalismo, ni abrazar la resurrección feudal en clave binaria. El uso impreciso de los conceptos de renta, ganancia y plusvalía o la identificación del ciberespacio con la tierra, sirven solo como subrayado y alarma, sin necesario correlato teórico en mi opinión.

Varoufakis no se limita a señalar este sombrío panorama, sino que propone alternativas radicales y concretas para superarlo. Entre sus propuestas figura la creación de empresas democratizadas, en las cuales cada empleado posee voz y voto sobre decisiones fundamentales. Sugiere también establecer Asambleas Nacionales de Ciudadanos, elegidas al azar, para deliberar sobre legislación, recuperando así la esencia democrática perdida. La socialización del capital digital y la reapropiación democrática de las infraestructuras tecnológicas también forman parte central de sus propuestas, apuntando hacia un socialismo democrático digital, una tecnodemocracia que devuelva la soberanía a las personas sobre su vida digital.

Incluso la descripción del usuario tecnofeudal de Varoufakis, entregado a su propio vasallaje por el atractivo de uso de las plataformas, entregando toda su vitalidad, no está excluido de superar barreras mercantiles a fin de acceder a su placer formatizado. Cada vez más, las plataformas cobran por accesos iniciales o posteriormente diferenciales para su utilización. Es evidente en las de streaming o video on demand como Netflix, Amazon, Disney, HBO, Paramount, Spotify, las aplicaciones de respaldo y procesamiento en la nube y hasta las diversas date apps con sus upgrades premium. El “free trial” se contrapone cada vez más con la suscripción monetaria dando lugar a una suerte de “versionismo” recurrente, que transforma cada derecho en un abono y cada clic en una tasa encubierta.

El modelo está llegando a la inteligencia artificial donde tengo desde hace algo menos de un mes algunas experiencias extravagantes, que no hacen más que ratificar la necesidad de articular procesos de resistencia a la monopolización como en los ejemplos mencionados, que apuntan a la construcción colectiva de nubes, redes y plataformas públicas. Decidí suscribirme a la versión “plus” de ChatGpt de la empresa Openai, a fin de dialogar oralmente desde el celular en otras lenguas y en la laptop realizar traducciones, verificaciones de posibles errores sintácticos de textos y la escritura de líneas de código de scripts en lenguaje Python a partir de instrucciones simples. Nada más, ya que mi experiencia y la de colegas en el uso de esta herramienta como buscador de información, no solo no es recomendable, sino muy peligrosa, ya que inventa datos, lo que en la jerga se llama alucinar. Cualquier lector puede experimentar pidiéndole su propia biografía y resultará ser un autor de textos, un músico, artista variado, deportista o profesional diverso.

A partir de una confusión sobre el débito de la suscripción, fui derivado a un recóndito y esquivo formulario que llevó tiempo encontrar sin respuesta alguna. Ante insistencias, dialogando con la propia plataforma, conseguí el mail de support. Presenté mi queja en español y obtuve respuesta en inglés. No tengo inconveniente en leer en esa lengua, pero interrogué inmediatamente por qué si lo que mejor hace la plataforma es traducir, no se traduce a sí misma. La respuesta fue que el sistema solo devuelve en inglés. No hace falta ser inteligente, artificial o naturalmente, para advertir que es un dispositivo de poder desestimulante de quejas e interacciones, al menos para una proporción importante de usuarios no angloparlantes. Entiende mi idioma materno en el que escribo ahora como si fuese un lujo secundario, una mera cortesía circunstancial que podía ser ignorada por capricho algorítmico. Responder en inglés a un reclamo hecho en español revela no solo desprecio, sino la imposición imperial de una lengua dominante que ignora sistemáticamente la diversidad cultural, no por razones técnicas, ya que es su principal capacidad. Este gesto, lejos de un simple error, desnuda una prepotencia cultural y lingüística disfrazada de eficiencia digital. Consulté si tenía posibilidad de dialogar en inglés con algún humano (las firmas van variando nombres) con previsible respuesta: “no way”.

Desde entonces, lejos de recrear la promesa de conversación fluida derivó en un inquietante laberinto de restricciones arbitrarias y exigencias monetarias encubiertas bajo la apariencia técnica de un servicio más avanzado. Desde el momento en que emergieron alertas insistentes, recordando a cada paso la necesidad de adherirse a una modalidad pro la plataforma reveló su verdadera naturaleza: una extorsión sutil disfrazada de recomendación amigable. Aparecen constantemente mensajes coercitivos, estableciendo límites arbitrarios al número de respuestas posibles como recordatorio explícito del chantaje: o se acepta pagar más, o se enfrenta una reducción severa y repentina en la calidad y continuidad del servicio, amparada en decisiones opacas tomadas desde la comodidad anónima de un algoritmo inescrutable. El resultado es la erosión progresiva de la confianza, el desgaste emocional de enfrentar barreras innecesarias y una profunda desilusión con un sistema que, tras prometer ampliar horizontes, termina imponiendo restricciones inexplicadas o recomendando estériles reseteos, navegadores alternativos, eliminación de cookies y cachés, sin excluir la invocación a alguna plegaria algorítmica en vano.

La crítica hacia ChatGPT es también la crítica hacia el propio modelo tecnológico contemporáneo: una promesa brillante que, si no se reapropia socialmente para la emancipación social, rápidamente se convierte en práctica coercitiva, mercantilización y discriminación sutil o desembozada, condenando al usuario a aceptar la imposición económica, la apropiación de datos o la exclusión comunicacional como primer síntoma.

El último intercambio fue al sostener que antes de hacer las pruebas en mi laptop quería saber si mi suscripción plus de 20 dólares mensuales tiene límites en materia de cantidad de consultas, tiempo o lo que fuera y que, los tenga o no, expongan los términos y condiciones del contrato. La respuesta, que traduzco aquí con su auxilio fue: “Agradezco su interés en obtener una explicación clara sobre los límites de uso de ChatGPT Plus y cómo se comunican. Tenga la seguridad de que puedo aclararle este punto. Los límites de nuestro modelo GPT 4.5 varían en función de varios factores y no hay un número fijo documentado debido a la fluctuación de la demanda. Aunque los usuarios gratuitos no tienen acceso a GPT 4.5, los usuarios Plus, Pro, Team y Enterprise acceden a este modelo a diario. Para mantener una experiencia fluida para todos los usuarios, las suscripciones pueden incluir límites de uso, como límites de mensajes, que pueden variar en función de las condiciones del sistema y los periodos de alta demanda. Espero que esto le ayude. Si necesita algo más, no dude en ponerse en contacto con nosotros”.

La inteligencia artificial, lejos de emancipar, reproduce la más antigua de las formas de opresión humana: el chantaje disfrazado de progreso, la coacción envuelta en amabilidad algorítmica. Al igual que en los locales de feria donde el valor de la compra otorga más o menos chances para una rifa, Openai propone suscribirse a las fluctuaciones de demanda, variaciones de sistema, o tan solo recibir presiones para escalar en la tarifa. Así, la inteligencia artificial, lejos de ser la vanguardia de una nueva ilustración, se desliza como disfraz amable del viejo vasallaje: cobrar por preguntar, pagar por existir, rendirse al algoritmo. Nada artificial, sino la más humana y analógica de las vivezas, maquillada con silicio: extorsión pura.

Emilio Cafassi, Profesor Titular e Investigador de la Universidad de Buenos Aires. cafassi@uba.ar

S​e publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes. 

https://www.leerydifundir.com/2025/07/inteligencia-extorsion-artificial/

18 de marzo de 2025

Las luchas sociales en época de banalización digital

Marcelo Colussi

Cómo combatir al capitalismo en tiempos de redes sociales

- Los tiempos actuales definitivamente no son de revolución, de avance de las luchas populares, en ninguna parte del mundo. El sistema capitalista o, dicho de otro modo: la derecha, por todos lados ha podido neutralizar al campo popular y a las izquierdas. La idea de cambio social que se levantaba décadas atrás parece hoy condenada al museo.

- La desintegración del campo socialista europeo y el paso a mecanismos de mercado en China hacia fines del siglo pasado significaron un golpe para quienes buscaban el socialismo. Transcurridas ya casi cuatro décadas de esos acontecimientos, en ningún punto del planeta se ven claramente los caminos para colapsar al sistema capitalista.

- Lo anterior no significa que esta guerra político-económica y social esté terminada. Las luchas sociales siguen siendo un motor que dinamiza la historia. La cuestión planteada es si, viendo cómo va el mundo, es posible pensar en un modelo post-capitalista. Hay quien dice que hoy es más fácil que termine el mundo, por la contaminación global o por la posible guerra nuclear, a que termine el capitalismo.

- Desaparecido el campo socialista de Europa, que definitivamente era un referente y un sostén en las luchas por el cambio social, para las izquierdas no hay donde apoyarse. China, con su peculiar socialismo de mercado, no cumple el papel que tiempo atrás cumplía la Unión Soviética, apoyando procesos revolucionarios en el Tercer Mundo. Sus planes a largo plazo (por ejemplo: la Nueva Ruta de la Seda, los BRICS+, o planificaciones internas para el siglo XXII) no representan, al menos en principio, vías socialistas inmediatas para los pueblos del mundo.

- Encontrar esos nuevos caminos encaminados a la transformación económico-política y social para todas las fuerzas que se dicen de izquierda, en cualquier parte del globo, se está haciendo cuesta arriba. Los anteriores movimientos revolucionarios de vía armada se han transformado en partidos políticos, sin mayor incidencia en sus escenarios locales. Si, eventualmente, llegar al Ejecutivo, no pueden pasar de discursos “políticamente correctos”, pero sin posibilidad real de transformar lo que buscaron años atrás con las armas.

- Los planes neoliberales que se viven hoy son una clara demostración de la avanzada del capital sobre la gran masa trabajadora, habiendo hecho perder numerosas conquistas históricas, quitándole la iniciativa a las propuestas transformadoras. En muy buena medida se cooptó la lucha sindical, y la clase trabajadora de todas partes no tiene referentes de lucha claro. Mantener el puesto de trabajo es hoy lo más importante, dado el salvaje capitalismo que se ha impuesto en prácticamente todo el orbe.

- Hoy día ganan más seguidores las iglesias fundamentalistas o las propuestas neofascistas -en el Norte y en el Sur- que un discurso socialista, un discurso que enfatice la contradicción de clases. Influencers con mensajes banales, individualistas y apologizando el consumo hedonista tienen más impacto que el llamado a la organización popular y revolucionaria. Esto último, en todo caso, se presenta como algo anticuado, ya superado.

- El miedo visceral al comunismo que se implantó en los pueblos durante la Guerra Fría, y que continúa al día de hoy, está hondamente establecido, y sin dudas no es fácil de revertir. Ahí, en ese escenario adverso, es que las fuerzas de izquierda deben actuar. Por eso, evidentemente, parecen arar en el desierto.

- La dificultad en cambiar las cosas está en las cabezas, en la ideología, en la despolitización y el giro hacia la derecha que se ha venido dando en estos últimos años. En ese contexto, es válida aquí aquella formulación de “Nuestra ignorancia está planificada por una gran sabiduría” (Raúl Scalabrini Ortiz).

- Como válvula de escape, el sistema permite ciertas reivindicaciones, sin la menor duda importantes: lucha contra el patriarcado, contra cualquier tipo de discriminación (étnica, cultural, por identidad sexual, etc.), en defensa del medio ambiente sano-, pero siempre separadas una de otra, con lo que no tocan al sistema en su conjunto, dejando el factor de explotación económica siempre de lado. A lo sumo, como discurso “políticamente correcto” -lo que se dice en el marco de la cooperación internacional y las tecno-burocracias que la sustentan- se impone luchar “contra la pobreza”, pero no contra las causas que la provocan: la injusticia estructural. La idea de lucha de clases ha ido quedando fuera de circulación.

- La cultura oenegista ha ganado a numerosos cuadros de izquierda, y eso va en contra del pensamiento revolucionario. Las luchas puntuales, muy justas sin duda, pero separadas unas de otra, contribuyen al “divide y vencerás”, que la derecha ha sabido implementar.

- El sistema capitalista, salvo algunos puntos del planeta (países de América del Norte y Europa Occidental, o Japón en el Extremo Oriente), ha podido solucionar, al menos en parte, los grandes y acuciantes problemas de la humanidad: hambre, exclusión, pobreza, ignorancia. Pero ello solo para algunos pocos países. La pobreza generalizada en el planeta continúa, así como las guerras y el desastre ecológico, lo cual toca a la humanidad completa. Sus contradicciones hacen agua por todos lados. Sobra comida en el mundo, y sin embargo muchísima gente muere de hambre. La gran pregunta es: ¿se lo puede derrotar, se puede ir más allá de él?

- La derecha ha ido socavando el discurso de izquierda, borrando sus ideales, impulsando un visceral discurso anticomunista que, haciendo profundos “lavados de cabeza” en las poblaciones, permite ganar elecciones a candidatos de ultraderecha con posiciones neonazis, curiosamente con amplio apoyo popular. Eso tiene nombre y apellido: Guerra de Cuarta Generación. La guerra mediático-psicológica-ideológica es un hecho innegable, muy bien hecha por la derecha, desarrollada con alta tecnología de psicología social, de semiótica, de manejo poblacional.

- Si bien la estructura económica es la base que determina nuestra posición social, y también sigue siendo cierto lo dicho por Marx y Engels en relación a que “Es el ser social el que determina la consciencia y no al revés”, la derecha ha sabido darle una importancia capital a esa superestructura ideológico-cultural, transformándola en un importantísimo campo de batalla de la lucha de clases. De ahí que, en el actual capitalismo cada vez más hiper tecnológico y digital, es en ese ámbito -la formación de la consciencia- donde es claro que las posiciones pro-sistema se han impuesto y han ganado la batalla.

- La juventud sigue siendo un importantísimo fermento de cambio, de crítica y de lucha social, de compromiso con las transformaciones; pero a la juventud actual -en todas partes del mundo por igual- se la ha llevado a no tener compromiso más que con el consumismo hedonista, con la respuesta rápida, con el “sálvese quien pueda” individualista, egocéntrico. En los países del Sur (Latinoamérica, África, zonas de Asia) la migración se ve como un camino para “zafar”, para huir de situaciones de agobio económico. Incluso se ha ido imponiendo el placer pasajero de las drogas como importantísimo distractor, como otra forma de huida (la difusión enorme de las drogas también tiene nombre y apellido: Operación encubierta CHAOS de la CIA, en la década de los 60 del pasado siglo). La idea de revolución, de comunismo, de lucha de clases, le parece incomprensible a los y las jóvenes, lejana, incluso absurda. La lectura analítica, crítica y sopesada, ha sido reemplazada por la imagen, por el inmediatismo de la velocidad con que se “obliga” a vivir hoy día.

- Las contradicciones sociales siguen estando, la lucha de clases, siempre al rojo vivo. Esa guerra (“guerra de clases” dijo un multimillonario de Wall Street como Warren Buffett) no ha terminado, aunque se intente convertir a los trabajadores en “colaboradores”. El capitalismo tiene 700 años de haber nacido, desde la Liga de Hansen, pasando luego por el Renacimiento italiano y la invasión a América, para ser dominante globalmente hoy, siglo XXI; las revoluciones socialistas no llegan a 100. El capitalismo no puede resolver -aunque quisiera- los acuciantes problemas de la humanidad (hambre, exclusión, ignorancia, falta de satisfactores básicos). Las experiencias socialistas, si bien la derecha las muestra como fracasos, sí lo logran (se terminó con el hambre y la ignorancia), aunque se presente a la Venezuela actual (que no es precisamente socialista en el sentido pleno de la palabra) como la expresión palmaria de esa derrota, al tiempo que se habla del “fracaso” del proceso cubano, pero obviando los más de 60 años de inmisericorde bloqueo.

- “Las bombas [del capitalismo] podrán terminar con los hambrientos, con los enfermos y con los ignorantes, pero no con el hambre, con las enfermedades y con la ignorancia”, dijo Fidel Castro. Para que un 15% de la humanidad viva decorosamente (y pueda estar leyendo este texto ahora, a través de un portento de la tecnología como es el internet), el otro 85% pasa enormes penurias. ¿Habrá que cambiar de modelo entonces?

- Todo lo anterior no es una expresión de derrotismo, de resignada aceptación de una realidad inmodificable: es la constatación de cómo estamos, del estado actual del mundo, hecha con el más descarnado realismo y con actitud crítica. Si bien el campo popular está mal, maniatado, muy bien amordazado con la banalidad comunicacional impuesta (“El mal gusto está de moda”, dijo Pablo Milanés), la historia no ha terminado, sino que sigue moviéndose. Si la clase dominante se defiende tanto, pero tanto y tan monumentalmente, es porque sabe que, tarde o temprano, los condenados de la Tierra en algún momento abrirán los ojos. Dicho en clave hegeliana: “El amo, aunque no lo deje ver explícitamente, tiembla aterrorizado delante del esclavo porque sabe que, en forma inexorable, tiene sus días contados”.

Blog del autor: https://mcolussi.blogspot.com/

Se publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

5 de septiembre de 2024

Telegram, Musk y la ciberguerra

Jorge Elbaum

La conflictividad global está atravesada por factores económicos, comerciales y bélicos que tienen a las plataformas, las redes sociales, la Inteligencia Artificial (IA), los satélites y los cables de fibra óptica submarina como elementos claves que definen los espacios soberanos, el espionaje y la capacidad para influir, condicionar y determinar formatos cognitivos y conductas sociales.

Los analistas militares denominan a la constelación estructural que le da soporte a Internet como el C4ISR, sigla con la que se hace referencia a las actividades de comando, control, comunicaciones, inteligencia, vigilancia y reconocimiento. La geopolítica actual es inseparable de la dotación de información y manipulación que posee la ciberesfera. Esta constatación ha generado la ampliación de los espacios de operatividad de las fuerzas armadas, sumándose la ciberdefensa al ejército, la marina y la aeronáutica.

La detención del fundador y CEO de la red social Telegram Pavel Durov (foto) se inscribe en el control de esta dimensión cada vez más relevante del poder global. Uno de sus orígenes se vincula con la guerra que llevan a cabo los 32 países de la OTAN contra la Federación Rusa. Una segunda causa se relaciona con la capacidad que posee Telegram para sortear a los aparatos de inteligencia del G7. La plataforma de Durov fundada en 2013 cuenta en la actualidad con mil millones de usuarios, un soporte de mensajería cifrada que no pudo ser penetrado por la OTAN y múltiples protocolos criptográficos que los integrantes de la plataforma se han negado a compartir.

El caso Pavel Durov se inscribe en la ofensiva de occidente para limitar la independencia y la autonomía de lo que no pueden controlar. Los antecedentes de Julian Assange (WikiLeaks), del analista Edward Snowden (refugiado en la Federación Rusa, luego de difundir documentos de inteligencia), y de Meng Wanzhou, ejecutiva de Huawei detenida en Canadá durante más de dos años, exhiben el malestar de quienes no aceptan la pluralidad de los dispositivos, plataformas y redes que no pueden monitorear.

Durov fue acusado por el Centro de Lucha contra la Delincuencia Digital (C3N) y de la Oficina Nacional de Lucha contra el Fraude (ONAF), por no moderar los contenidos. La imputación de la justicia está caratulada como “complicidad en la administración de una plataforma en línea por permitir una transacción ilícita, en banda organizada”. Entre los otros delitos imputados, figura el rechazo a cooperar con las autoridades en las intercepciones autorizadas por la legislación francesa. La imputación, en síntesis, se vincula con la negativa de Durov a violar la confidencialidad comprometida a los usuarios de la plataforma.

Aunque Durov fue liberado bajo control judicial, y se le prohibió abandonar el país, sus defensores dejaron trascender que podría dejar de ser acusado si colaborara con las autoridades de inteligencia y accediera a compartir los códigos criptográficos que permitirían acceder a los mensajes privados, sobre todos a los relacionados con la guerra entre de la OTAN contra Moscú. Telegram se ha convertido en una fuente fundamental de información y es utilizado por las tropas rusas para difundir posicionamiento y videos de las batallas que generan desánimo entre los combatientes de Kiev. Telegram se ha convertido en una aplicación donde se entabla “una batalla virtual» que es utilizada para hacer geolocalizaciones de tropas y organización de comando por parte de analistas rusos agrupados en el canal de Telegram denominado Rybar.

Antes de llegar al aeropuerto de París-Le Bourget, proveniente de Azerbaiyán, Durov estuvo dos días en Bakú, lugar al cual también viajó Vladimir Putin. Los servicios de inteligencia de la OTAN sugirieron que el CEO de Telegram se había reunido con el líder ruso. Según el vocero del Kremlin Dmitri Peskov, no existieron contactos entre ambos. Luego de la detención, Moscú denunció que Emmanuel Macron –aliado a Volodymir Zelensky– pretendía “intimidar” a Durov con el objeto de controlar las claves de la red social. Por su parte, la Defensora del Pueblo de Rusia, Tatiana Moskalkova, acusó a París de detener a Pavel con el fin de clausurar la plataforma para que la información se derive a plataformas en las que la OTAN puede interferir.

El tema fundamental de la disputa, que tiene a Telegram como parte de la disputa, es la soberanía. El globalismo otantista busca imponer su lógica de doble rasero. Lo que no controla para ser ilegal, peligroso o subversivo. Pero si algún país ajeno a su vigilancia pretende controlar su constelación de C4ISR, pasa de forma inmediata a convertirse en un cómplice del terrorismo internacional. En los últimos años, Turquía ha exigido que las redes sociales tengan ejecutivos locales basados en el país, demanda que ha sido rechazada por las grandes plataformas.

El último 17 de agosto, Elon Musk informó que X cerrará sus oficinas en San Pablo dada la exigencia del juez de la Corte Suprema Alexandre de Moraes para que nombre un representante legal en el país. El plazo otorgado al socio político de Donald Trump venció el último jueves y este viernes el juez ordenó la suspensión inmediata de la red social en Brasil. Las ciber-batallas que tienen como núcleo la competencia por el control cognitivo serán un vector de la conflictividad global en las próximas décadas.

Fuente: https://www.pagina12.com.ar/763764-telegram-musk-y-la-ciberguerra

7 de enero de 2024

Internet en manos de mastodontes

Sergio Ferrari

Más teléfonos celulares y más conexiones de internet. Sin embargo, el sueño de un planeta conectado al servicio de todas y todos parece irrealizable.

La brecha digital separa regiones y grupos etarios en una realidad global en la que tres de cada cuatro personas mayores de diez años poseen un teléfono celular. Sin embargo, solo un 65% logra acceder a la red (https://news.un.org/es/story/2023/12/1526712).

En septiembre pasado la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT) informó que 2.600 millones de personas, alrededor de un tercio de la población mundial, todavía en 2023 carecen de acceso a internet. Según swissinfo.ch, la principal plataforma helvética de información, esta cifra supone una ligera reducción con respecto a los 2.700 millones el año anterior. En ambos casos, se trata aproximadamente de la mitad de los 5.400 millones que ya se encuentran conectadas –“El mayor número de personas con acceso en la historia”. Sin embargo, a pesar de este logro, las tendencias actuales no garantizan el objetivo de una conectividad «universal y significativa» para el año 2030 (https://www.swissinfo.ch/spa/brecha-digital_onu-advierte-que-un-tercio-de-la-poblaci%C3%B3n-mundial-permanece-sin-acceso-a-internet-en-2023/48806528).

A fines de noviembre, la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT), la organización de las Naciones Unidas dedicada al tema, comentó que “los últimos datos sobre conectividad mundial muestran un crecimiento, aunque persisten las brechas”. El análisis del tráfico de internet y la cobertura de red 5G, la más veloz de uso doméstico, dejan al descubierto las marcadas diferencias entre los países de ingresos altos y los de ingresos bajos (https://www.itu.int/es/mediacentre/Pages/PR-2023-11-27-facts-and-figures-measuring-digital-development.aspx).

Según Hechos y Cifras, la publicación de referencia de la UIT, el “progreso constante pero desigual en el ámbito de la conectividad mundial a través de internet” confirma la realidad de desigualdades significativas a nivel global.

En su análisis pionero del uso de datos de internet, la UIT comprobó que en 2022 los servicios de banda ancha fija (la que predomina en las oficinas y los hogares) representaron más del 80% del tráfico mundial, superando con creces las redes de banda ancha móvil. En los países de bajos ingresos, y debido a los elevados precios y la falta de infraestructura, la población solo cuenta con un abono de banda ancha fija por cada 100 personas.

Los costos siguen siendo un obstáculo importante a la conectividad y un factor fundamental de esta brecha digital mundial. En las economías de bajos ingresos, el precio medio de un abono básico de banda ancha móvil representa el 8,6% del salario medio, mientras que en los países de altos ingresos tan sólo el 0.4%. En otras palabras: aproximadamente 22 veces más caro.  

Tráfico de internet: revelador de desigualdades

Por otra parte, según el informe de la UIT, en los países “pobres” el número de personas conectadas a la red no solo es menor; también utilizan menos datos, “por lo que no están aprovechando plenamente el potencial de la conectividad o los beneficios de la transformación digital”.

Hechos y Cifras 2023 subraya que esta desigualdad global también se verifica en el uso de la red telefónica móvil 5G, lanzada en 2019, y que en el presente cubre casi un 40% de la población mundial. Sin embargo, y al igual que lo que sucede con el tráfico de datos de internet, mientras que en los países de ingresos altos abarca un 89% de la población, en los países de bajos ingresos es prácticamente inexistente. En gran parte de los países de menos recursos, la red móvil 3G, mucho menos potente que la 5G, suele ser el único medio para conectarse telefónicamente y acceder a internet. La situación se agrava cuando se considera que la red 3G no es suficiente para acceder a todas las ventajas de la tecnología digital, como los diagnósticos médicos a distancia o el aprendizaje en línea. En cuanto al servicio 4G, aun cuando sigue ofreciendo una vía efectiva para la conectividad, solo llega al 39% de la población en los países de ingresos bajos.

Fractura regional profunda

Los 5.400 millones que utilizan internet ejemplifican un mapa propio de las grandes desigualdades geográficas. En Europa, la Comunidad de Estados Independientes (9 de los que fueron parte de la Unión Soviética) y las Américas, alrededor del 90% de la población tiene acceso al internet. Porcentaje que se reduce a menos del 70% en los Estados Árabes, Asia y el Pacífico. Y que cae abruptamente a tan solo un 37% en África.

Las diferencias de acceso no solo dependen de características regionales, sino también de género y edad. A nivel global, el 70% de los hombres utilizan internet, frente al 65% de las mujeres (en ambos casos, estos porcentajes suponen un leve aumento con respecto a 2022).

Por otra parte, los jóvenes están más conectados que el resto de la población. En 2023, el 79% de las personas entre los 15 y los 24 años utilizó internet, aproximadamente 14 puntos porcentuales más que el resto de la población. Por último, el 81% de la población urbana tiene acceso, aproximadamente 1,6 veces más que la población en áreas rurales.

Más allá de porcentajes y cifras

Mientras que la UIT le da seguimiento al desarrollo técnico de la conectividad mundial, la Conferencia Internacional sobre Teoría y Práctica de la Gobernanza Electrónica (International Conference on Theory and Practice of Electronic Governance, o ICEGOV), promueve la reflexión conceptual de fondo para avanzar hacia un conocimiento digital equitativo e inclusivo (https://www.icegov.org).

En septiembre pasado, el Programa Información para Todos de la UNESCO (PIPT) y el Centro Regional de Estudios sobre el Desarrollo de la Sociedad de la Información (Cetic.br|NIC.br), con el apoyo de la oficina de la UNESCO en Montevideo, organizaron conjuntamente una mesa redonda y un taller en Belo Horizonte, Brasil, en el marco de la ICEGOV 2023. El tema central de estos eventos simultáneos fue la necesidad de políticas basadas en evidencia para cultivar una sociedad del conocimiento digital equitativa e inclusiva, con especial atención a la región de América Latina y el Caribe (https://www.unesco.org/es/articles/avanzando-en-la-gobernanza-digital-mediante-politicas-basadas-en-evidencia-en-america-latina-y-el).

En octubre de 2024 la ICEGOV realizará su próxima conferencia internacional, esta vez en África del Sur, bajo el título “Confianza y gobernanza digital ética para el mundo que queremos”. La misma será parte de un proceso de reflexión que en los últimos 16 años ya ha promovido encuentros similares en 13 países en todos los continentes.

Iniciativas y procesos en marcha que, si bien enriquecen la reflexión, siempre se confrontan con realidades condicionantes muy concretas, como el monopolio del tráfico global de internet. En 2022, según la Revista Byte TI, más de la mitad (56%) de este tráfico estuvo en manos de seis gigantes tecnológicos: Google, Facebook, Netflix, Amazon, Microsoft y Apple (https://revistabyte.es/actualidad-it/las-6-empresas-flujo-de-internet/). El blog especializado Cloudflare señaló que, a fines de 2023, y a pesar del decline en popularidad de Netflix, esta lista se ha expandido a diez debido a la incorporación de otros cinco gigantes: TikTok, YouTube, AWS, Instagram, e iCloud.

Dicha concentración es alarmante, y no solo por la cantidad de información en tan pocas manos. También por la enorme diversidad de sectores donde impera, ya que prácticamente abarca todas las categorías más críticas y relevantes de servicios en línea: desde la IAgenerativa (en plena expansión tras el lanzamiento de ChatGPT en noviembre de 2022) hasta las redes sociales, pasando por el comercio electrónico, la transmisión de video, noticias, mensajería, metaverso y videojuegos, así como servicios financieros y de criptomonedas (https://blog.cloudflare.com/radar-2023-year-in-review-internet-services-es-es).

De esta rápida radiografía surgen dos constataciones: el volumen fundamental y el control de internet está en manos de un puñado de grandes empresas transnacionales (en su mayoría, monopólicas), las cuales controlan un abanico de actividades tan esenciales como decisivas para el funcionamiento diario de la humanidad, con énfasis en productos rentables. Por consiguiente, la brecha digital se corresponde con una forma de organizar la arquitectura económico-financiera mundial. De ahí, también, un punto de tensión irresoluble: ¿en qué medida se puede imaginar un internet (y un mundo digital) equitativo e inclusivo, esencial incluso para la educación y la formación humana, si es controlado por actores monopólicos con sus propias lógicas y objetivos de rendimiento empresarial?

Se publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

22 de febrero de 2022

Por qué internet no salvará los pueblos

Sergio Andrés Cabello

Durante las últimas décadas, se han ido presentando acciones y medidas contra la despoblación del medio rural español.

Se ha hecho hincapié en el empleo. Se ha incidido en que era necesario crear nuevos trabajos y diversificar las actividades. Sin embargo, muchos trabajadores se desplazaban al medio rural mientras residían en ciudades pequeñas y medianas, gracias en parte a las mejoras de las comunicaciones.

Se insistió en que era necesaria la ampliación de la cartera de servicios públicos para atraer y fijar población, hecho indiscutible. Pero, de nuevo, estas medidas, que pueden ser mejorables, no han frenado la despoblación.

Uno de los momentos más interesantes en este sentido llegó con el turismo rural. Era una vía que apostaba por la diversificación de las actividades económicas y productivas, en un contexto de transformación del propio sector turístico. Pero el turismo tampoco fue la solución a pesar de su importancia en la generación de empleo y en la puesta en valor del territorio, entre otros aspectos.

LA BRECHA DIGITAL EN EL MUNDO RURAL

En la actualidad, la digitalización es una de las líneas centrales entre las medidas para frenar la despoblación y revertir la situación del medio rural.

Ya antes de la pandemia de covid-19 se hacía hincapié en que una de las principales debilidades de no pocos pueblos era la baja calidad de la conectividad a internet, la inexistencia de banda ancha e, incluso, la imposibilidad de acceso a la red. Las causas fundamentales eran la accesibilidad y las dificultades del terreno de esas zonas. De esta forma, personas, familias y actividades que podrían estar interesadas en establecerse en el medio rural, no lo harían en parte por esta cuestión.

Sin embargo, no debe perderse de vista que hay una trascendencia mayor en esta situación ya que se generan escenarios de desigualdad vinculados al acceso y uso de internet. Las noticias sobre municipios sin acceso a internet o con graves dificultades han estado presentes en los medios de comunicación. La imagen más frecuente era la de la búsqueda de puntos concretos donde llegase la cobertura de la señal.

INTERNET, ¿LA SOLUCIÓN DEFINITIVA?

Planes y estrategias, desde Europa hasta las Comunidades Autónomas, incidían en superar la brecha de acceso a las telecomunicaciones que lastraba las posibilidades del medio rural.

La pandemia de la covid-19 se presentó como una oportunidad para captar teletrabajadores en estas zonas. Pero, de nuevo, regresamos a ese “solucionismo” que podemos extrapolar a lo que anteriormente había ocurrido con el turismo, con los servicios y con el empleo. Es decir, se vuelve a pensar y a transmitir que, a través de una acción específica y sencilla, se va a resolver un problema complejo y en el que intervienen numerosos factores y variables.

Que internet llegue a todos los lugares en igualdad de condiciones y con calidad es un derecho. No estamos hablando de un capricho. Al contrario, es una necesidad.

El cierre de centros educativos en el comienzo de la pandemia mostró un escenario que se puede extrapolar, en parte, al medio rural. Por una parte, se constató la importancia y potencialidad de internet en dicha situación. Pero, por otra parte, se evidenció que no solo había brechas de uso sino que persistían las de acceso, parte de las cuales se creían superadas. Además, una de las enseñanzas más importantes que se puede extraer de esa situación es la necesidad de no caer en el citado “solucionismo” tecnológico, ya que había más factores que no se habían tenido en cuenta.

LA DIGITALIZACIÓN NO ES SUFICIENTE

En el caso del medio rural y el acceso a internet, debe partirse de ese derecho ya señalado. Es una cuestión ya no de igualdad sino de equidad. Pero, hay que evitar caer en visiones simplistas y reduccionistas sobre esta realidad. Es decir, por el hecho de que los pueblos cuenten con mejores conexiones a internet no se va a producir un cambio de tendencia. Ayudará, obviamente, y será un valor a tener en cuenta, ya que las dificultades de conectividad puede que no supongan un factor desmotivador para ir al medio rural. Y esto se puede aplicar tanto para residir como para desarrollar una actividad.

Sin embargo, esta medida debería ir acompañada de otras más estructurales y que no se van a dar en el corto plazo. Una de ellas es compleja ya que atañe al cambio de valores y mentalidades. Es decir, que aumente el número de personas que quieran residir en el medio rural. Pero para ello deben también generar actividades productivas o que las existentes, especialmente en el caso del sector primario, no estén sujetas a los condicionantes actuales. Sin estos cambios, entre otros, por mucho que mejore la conectividad y digitalización de los pueblos no será suficiente para reducir o revertir la despoblación.

Además, también tendrán que tenerse en consideración las consecuencias no queridas de la digitalización. Ya hemos señalado las brechas de acceso y de uso, intensificadas en el caso del medio rural, ya que cuenta con una población envejecida.

Hay dos ejemplos claros de este proceso: la digitalización de trámites de las Administraciones públicas y la situación de los bancos. De hecho, esta última ha tomado relevancia en los últimos meses en el medio urbano, pero en el medio rural el problema viene de atrás con el cierre de numerosas oficinas e incluso de cajeros automáticos.

Además, la forma de afrontar la digitalización en estas zonas también mostrará el tipo de medio rural que se quiere construir. Es decir, si se apuesta por la atracción de teletrabajadores, de empleos cualificados, no cabe duda que la accesibilidad a internet es imprescindible. Pero, por otra parte, se generará un medio rural que tendrá poco que ver con la vinculación al sector primario, por ejemplo. Además, en el medio rural actual conviven diferentes formas de estar y trabajar.

Por lo tanto, internet es una necesidad para el medio rural, una oportunidad para sumar valor añadido a estas zonas. Es una cuestión de derechos, de igualdad y de equidad, garantizando la accesibilidad y la conectividad. Pero internet únicamente y por sí mismo no puede solucionar la despoblación. Ni internet ni ningún otro factor o actuación en solitario, y mucho menos a través de visiones cortoplacistas.

La digitalización tiene sus impactos positivos en la vida de los individuos y en las actividades productivas. Permite una conectividad que puede facilitar el acceso a determinados servicios, venta de productos, difusión de la oferta turística, etc. Pero también cuenta con sus riesgos, como son la generación de nuevas brechas y desigualdades, o el hecho de que en internet se compite de forma global. Es un gran desafío que precisa de diagnósticos certeros, de evaluaciones y de altas dosis de realismo, evitando caer en esos “solucionismos” que tantas expectativas no cumplidas han generado.

Sergio Andrés Cabello. Profesor de Sociología, Universidad de La Rioja

2 de noviembre de 2021

El Gran Hermano nos vigila y el espionaje electrónico invade nuestras vidas

Thalif Deen

La novela británica 1984, de George Orwell, caracterizaba una sociedad distópica en la que las personas tenían restringido el pensamiento independiente y eran víctimas de una vigilancia constante.

Publicada en 1949, la obra se planteaba como una profecía futurista con un tema de fondo: “El Gran Hermano te vigila”, algo que parece estar haciéndose realidad en 2021.

Ahora parece que vivimos en el ambiente de “1984”, donde todos nuestros movimientos son controlados esta vez por cámaras de vigilancia colocadas en las calles de las grandes ciudades como Nueva York, en las autopistas, en los parques públicos, en el metro, en los centros comerciales y en los aparcamientos, violando la privacidad personal y los derechos civiles.

Un artículo publicado en The New York Times (TNYT) en septiembre, destaca que el Departamento de Policía de Nueva York ha continuado con su vigilancia masiva e ininterrumpida,  desde que comenzó a hacerla sistemática tras los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 en el World Trade Centre de Nueva York.

Según el diario neoyorquino, los residentes en la metrópoli realizan su vida cotidiana mientras  conviven habitualmente –y la mayoría inadvertidamente- con herramientas de vigilancia digital, como programas de reconocimiento facial, lectores de matrículas o furgonetas móviles de rayos X que pueden ver a través de las puertas de los automóviles.

Además, drones de vigilancia sobrevuelan las manifestaciones masivas y los manifestantes dicen haber sido interrogados por agentes antiterroristas después de las marchas.

Pero Estados Unidos no está solo en esta emulación de la distopia orwelliana.

Quizá se esté convirtiendo en un fenómeno mundial a medida que la vigilancia electrónica se extiende por todos los continentes, sean los países del Norte industrial o del Sur global.

Según un nuevo estudio de la Red Africana de Derechos Digitales, publicado el jueves 21, los gobiernos de seis países africanos -Egipto, Kenia, Nigeria, Senegal, Sudáfrica y Sudán- están llevando a cabo una vigilancia masiva y las leyes vigentes no protegen los derechos legales de los ciudadanos ante ese espionaje.

El estudio, descrito como la primera comparación sistemática de las leyes de vigilancia en África, llega en un momento en que aumenta la preocupación por la proliferación de la vigilancia digital a medida que las tecnologías se vuelven más sofisticadas y más intrusivas en la vida de la población.

Muchos gobiernos han ampliado sus facultades de vigilancia y acceso a los datos personales durante la pandemia de la covid-19, señala el estudio.

La Red Africana de Derechos Digitales aglutina a 30 activistas, analistas y académicos de 12 países africanos centrados en el estudio de la ciudadanía digital, la vigilancia y la desinformación, y forma parte del Instituto de Estudios para el Desarrollo (IDS, en inglés), un grupo con liderazgo mundial en la reflexión sobre investigación y política.

Tony Roberts, investigador del IDS, con sede en Londres, y coautor del informe, afirma que los Estados necesitan poderes de vigilancia para prevenir atrocidades terroristas, pero que, para ser coherentes con los derechos humanos, dichos poderes deben estar estrechamente orientados a los delitos más graves, utilizarse cuando sea estrictamente necesario y ser proporcionales a las necesidades.

Señala que los ciudadanos deben ser más conscientes de sus derechos a la intimidad y de las actividades de vigilancia emprendidas por sus gobiernos. La legislación puede ser útil para definir controles y equilibrios que protejan los derechos de los ciudadanos y proporcionen transparencia.

“Pero la sociedad civil necesita la capacidad de controlar las prácticas de vigilancia y hacer que el gobierno rinda cuentas ante la ley”, subrayó en una entrevista con IPS.

El especialista aseguró que esa vigilancia promovida por los gobiernos no es solo algo de Estados Unidos y otro grupo de países, sino que “la vigilancia estatal de los ciudadanos está aumentando en Europa occidental”.

Señaló que las tecnologías digitales han facilitado y abaratado la vigilancia de los ciudadanos por parte de los Estados. Antes se necesitaba todo un equipo de personas para vigilar un objetivo, intervenir las líneas telefónicas, grabar, transcribir y analizar los datos de un solo objetivo.

“Ahora, las búsquedas en Internet y en las comunicaciones móviles están automatizadas mediante inteligencia artificial (IA) y algoritmos”, destacó Roberts.

En ese sentido, consideró que el escándalo de Cambridge Analytics mostró cómo la vigilancia de las redes sociales es utilizada por los partidos políticos en Reino Unido o Estados Unidos.

“Las revelaciones de Edward Snowden mostraron cómo los gobiernos de Europa occidental y Estados Unidos realizan sistemáticamente una vigilancia masiva de los ciudadanos. El caso del programa espía (israelí) Pegasus mostró cómo los Estados utilizan programas maliciosos para espiar al presidente francés, a los líderes de la oposición, a los jueces y a los periodistas”, añadió.

Mientras tanto, la División de Inteligencia de la Policía de Nueva York, rediseñada en 2002 para enfrentarse a las operaciones del grupo islamista Al Qaeda, utiliza ahora tácticas antiterroristas para luchar contra la violencia de las bandas y la delincuencia callejera en Nueva York.

Según TNYT, el Departamento de Policía ha invertido recursos en la ampliación de sus capacidades de vigilancia. El presupuesto de la división de inteligencia y antiterrorismo se ha cuadruplicado con creces, gastando más de 3000 millones de dólares desde 2006, y más a través de fuentes de financiación difíciles de cuantificar, incluidas las subvenciones federales y la secreta Fundación Policial, una organización sin ánimo de lucro que canaliza el dinero y los equipos hacia el departamento a través de benefactores y donantes.

Funcionarios y exfuncionarios de la policía afirman que estas herramientas han sido eficaces para frustrar docenas de atentados. Y el departamento tiene la obligación, dicen, de reutilizar sus herramientas antiterroristas para la lucha diaria contra el crimen, dijo TNYT.

Donna Lieberman, directora ejecutiva de la Unión de Libertades Civiles de Nueva York, dijo al diario que su organización ya estaba preocupada por la vigilancia policial sigilosa en la década de los 90. Ya poco antes de los ataques, su organización  había trazado un mapa de todas las cámaras que pudo encontrar en la ciudad. En retrospectiva, reconoció, fue una labor ingenua.

“Hicimos un mapa, y teníamos puntos, teníamos chinchetas en ese momento donde había cámaras. Y cuando lo hicimos, había un par de miles”, dijo Lieberman.  “Repetimos la encuesta en algún momento después del 11-S, y había demasiadas cámaras para contarlas”, añadió.

Mientras tanto, el nuevo informe también identifica a Egipto y Sudán como los países en los que los derechos de los ciudadanos a la privacidad estaban menos protegidos. Esto se debe a una combinación de protecciones legales débiles, una sociedad civil débil para pedir cuentas al Estado y una mayor inversión estatal o gubernamental en tecnologías de vigilancia.

Por el contrario, a pesar de que el gobierno de Sudáfrica también viola la ley de privacidad, la determinada sociedad civil del país, los tribunales independientes y los medios de comunicación obligan con éxito al gobierno a mejorar su ley y sus prácticas de vigilancia.

En general, la investigación identificó seis factores que significan que las leyes de vigilancia existentes no protegen los derechos de privacidad de los ciudadanos en cada uno de los seis países analizados:
  • La introducción de nuevas leyes que amplían los poderes de vigilancia del Estado,
  • la falta de precisión jurídica y de garantías de privacidad en la legislación sobre vigilancia,
  • el aumento de la oferta de nuevas tecnologías de vigilancia que facilitan la vigilancia ilegítima,
  • los organismos estatales que llevan a cabo regularmente actividades de vigilancia al margen de lo permitido por la ley,
  • la actual impunidad de quienes cometen actos ilegítimos de vigilancia,
  • la debilidad de la sociedad civil, incapaz de hacer que el Estado rinda cuentas ante la ley.
Roberts dijo a IPS que el aumento de la vigilancia es una violación de los derechos civiles, concretamente del derecho a la intimidad.

“Vivía en Londres cuando tenía la mayor densidad de cámaras de seguridad del mundo. Ahora Seúl, París y Boston ostentan ese dudoso récord. Y Nueva York se está poniendo al día rápidamente”, afirmó.

A su juicio,  las pruebas indican que los barrios con población negra están más vigilados que los de población blanca. El problema se agrava cuando la tecnología de reconocimiento facial se combina con la cámara de vídeovigilancia y se vincula a las bases de datos de identidad para llevar a cabo una vigilancia invasiva generalizada.

“La privacidad es un derecho fundamental garantizado por la ley. Toda vigilancia es una violación de esos derechos civiles”, sentenció Roberts.

Y añadió: “Otorgamos a la policía la capacidad legal de llevar a cabo una vigilancia estrecha y limitada de los delincuentes más graves».

«Sin embargo, cualquier otra forma de vigilancia no consentida (con consentimiento previo) viola los derechos fundamentales y la vigilancia masiva de ciudadanos no acusados de ningún delito nunca está justificada en el derecho interno ni en el derecho internacional de los derechos humanos”, remarcó.

Tampoco es inevitable.

En la ciudad estadounidense de Los Ángeles, por ejemplo, la prevalencia de las cámaras de vídeovigilancia es relativamente baja y la tecnología de reconocimiento facial está prohibida, recordó Roberts.

11 de octubre de 2021

Un mundo sin facebook

Malek Dudakov

El imperio digital de Mark Zuckerberg acaba de sufrir su peor catástrofe técnica en los últimos 13 años. Las plataformas de Facebook, Instagram y WhatsApp no estuvieron disponibles durante varias horas, al parecer por un problema en el código que todas ellas comparten y que estaba relacionado con el enrutamiento de las propias páginas, lo que provocó un cierre global de todas ellas.

Facebook había sufrido algo parecido en el 2008, cuando no estuvo disponible durante 24 horas. Sin embargo, en ese momento contaba con solamente 80 millones de usuarios, mientras que ahora tiene al menos 3.000 millones de clientes registrados, de los cuales cientos de millones son usuarios activos de las redes sociales.

Este golpe al imperio de Mark Zuckerberg tiene como telón de fondo una lucha encarnizada sobre el futuro de los monopolios digitales. Muchos políticos estadounidenses – tanto de derechas como de izquierdas – piden que se siga el ejemplo de Teddy Roosevelt, que luchó duramente contra los monopolios del petróleo.

Por el contrario, existen otras voces –neoliberales – que siguen glorificando el apogeo de las corporaciones. Resulta irónico que ayer aparecía un ensayo en las páginas de Bloomberg que llamaba directamente a que los monopolios digitales tuvieron asientos en la ONU en igualdad de condiciones a los que tienen los Estados soberanos.

El capital producido por Microsoft es superior al PIB de muchos países como, por ejemplo, Brasil, mientras que empresas como Walmart poseen más empleados que toda la población de Botsuana. Incluso existen encuestas que señalan que los ejecutivos de varias empresas occidentales son considerados de forma más positiva que muchos políticos. Al parecer, se ha empezado a considerar que los tecnócratas del mundo empresarial son mucho más decentes que los demagogos actuales, especialmente en un contexto de crisis institucionales e incesantes guerras culturales.

Después de lo que sucedió hoy puede que por ahora se olviden de pedir su asiento en la ONU, ya que la prioridad para Facebook era volver a poner en línea su sistema de comunicación. Estas fallas experimentadas por el servicio de la Babilonia digital solo causarán que los gigantes de la informática, ya bastantes golpeados por el aumento de la censura on line, sean mucho más vulnerables frente a decisiones políticas que busquen regular sus operaciones o que planteen la división de sus empresas en entidades más pequeñas.

Todos los que creían en la publicidad de un “futuro brillante” liderado por la inteligencia artificial acaban de experimentar lo que sucede cuando le confías tu subjetividad a un servidor en la nube y te das cuenta de repente que el “emperador está desnudo”.


Traducido del ruso por Juan Gabriel Caro Rivera

6 de octubre de 2021

Seis horas sin Whatsapp, Facebook ni Instagram

Enrique Amestoy

¿Qué significa que nuestras actividades, que nuestra vida dependa tanto de un monopolio global de comunicación como Instagram, Whatsapp y su propietario, Facebook?

El 55% de la población mundial es usuaria de Redes Sociales Digitales (RSD). Si bien el top ten varía por grupo etáreo o región, Facebook, Instagram, Twitter y Whatsapp son las más utlizadas. Semrush, software que permite analizar Internet, estima que a diario se comunicacan por WhatsApp más de 1.350 millones de personas. A enero del 2021, la firma Statista hizo público que Facebook cuenta con más de 2.800 millones de usuarios, de los cuales aproximadamente el 15% reside en los Estados Unidos y el 4.7% (algo más de 130 millones) reside en Brasil. También Statista indicó, a enero del 2021, que WhatsApp era utilizado por 2.000 millones de personas, el 25.7% de la población mundial. El sitio Kinsta da cuenta de que Facebook genera aproximadamente 4 millones de gigabytes diarios de contenidos y recibe 8.000 millones de visitas diarias. Se estima que más del 90% de los adultos en Uruguay utiliza WhatsApp. Según información revelada recientemente, más del 40% de los jóvenes menores de 22 años en los Estados Unidos utilizan Instagram.

El lunes 4 de octubre WhatsApp, Facebook e Instagram dejaron de funcionar por aproximadamente 6 horas en el mundo entero. Dicho de otra forma: la cuarta parte de la población mundial quedó, de forma repentina, incomunicada. Tengamos en cuenta que WhatsApp es utlizada no solo para enviar mensajes sino también es una importante herramienta de comunicación en las plataformas comerciales y de contacto con el cliente, de empresas de todos los rubros: bancos, hospitales, restaurantes o servicios de radio taxi, dependen de la herramienta para poder funcionar.

En el caso de la mensajería instantánea es relativamente simple buscar otra alternativa: puede utilizarse Telegram (a enero del 2021 contaba con 500 millones de usuarios a nivel mundial), Signal, las diferentes herramientas de chat de Twitter, TicTok, u otras aplicaciones. Incluso SMS.
Son muchos los países en los que las empresas de telefonía ofrecen WhatsApp sin costo o sin uso de datos móviles. No así el resto de las herramientas o aplicaciones. Sin dudas el tener que pagar por enviar un texto, una foto o un mensaje de audio, hace que muchos usuarios se vean impedidos de hacerlo. Se refuerza, sin duda alguna, el poder de la empresa de Mark Zukerberg a nivel global.

Se hizo público que en solo dos horas, el propietario de Facebook, Instagram y WhatsApp perdió, por la baja de las acciones en el entorno del 5%, unos 7.000 millones de dólares (el equivalente a 14 millones de salarios mínimos de Uruguay). CNN en español informó que por éste hecho, Zuckerberg ha quedado fuera del top cinco de las personas mas ricas del mundo. Cifras difíciles de dimensionar, sin dudas. Tanto más cuando pensamos que ninguno de los 2.800 millones de usuarios paga un solo peso por concepto de utilización de Facebook, Instagram o WhatsApp. ¿Sabe usted cómo obtiene el dinero este imperio de las comunicaciones globales?

Casualmente el fallo informático coincide con una de las semanas más complicadas para Facebook. A los documentos internos de la empresa, que desde hace varios meses ha ido revelando “The Wall Street Journal”, aportados por “Sean” (nombre utilizado por Jeff Horwitz, el periodista que ha publicado los materiales, para proteger a su informante), se sumó la presentación en público de “Sean” en uno de los programas de mayor audiencia de la cadena CBS. Se trata de Frances Haugen ingeniera informática de 37 años y que fuese empleada de Facebook entre 2019 y 2021.

En la entrevista Haugen hizo fuertes declaraciones, las que motivaron la caída del precio de las acciones de Facebook. “Había constantes conflictos de interés entre lo que es bueno para el público y lo que es bueno para Facebook”, dijo Haugen en su entrevista con la CBS. “Facebook siempre escogía optimizar su propio interés, ganar más dinero”, citó El País de España.

En la entrevista Haugen señaló que Facebook es consciente de que Instagram es “tóxica para muchas adolescentes”. Cosa que también declarará ante el Congreso de los Estados Unidos. Un estudio interno llevado adelante por la firma en 2020 develó que el 32% de las jóvenes indicaban que cuando se sentían mal con su cuerpo, “Instagram les hacía sentir peor”.

Haugen, que abandonara la firma en mayo de éste año, ha dicho “He visto varias redes por dentro y Facebook es sustancialmente peor”. Antes de Facebook, Haugen trabajó en Google y en Pinterest.

Haugen declarará este martes 5 de octubre ante el Congreso de los Estados Unidos sobre sus experiencias en la firma. “Tuve que llevarme suficiente material para que nadie pudiera cuestionar que esto es real”, dijo en el programa de CBS. Ya hay quienes advierten que el escándalo será mucho mayor que el que se provocara cuando se hizo pública la utilización de datos colectados por Facebook por parte de Cambridge Analitica, para incidir en la intención del voto en el Reino Unido por el BREXIT y posteriormente en las elecciones de los Estados Unidos a favor de Donald Trump.

27 de agosto de 2020

¿Y si Trump no se marcha?

Ilustración: Daniel Greenfeld para The Intercept

Frances Fox Piven , Deepak Bhargava

Los acontecimientos en Charlottesville, Lafayette Square y Portland han mostrado al país que el presidente Donald Trump está preparado para hacer cuanto sea necesario con tal de mantenerse en el poder, incluido abrazar a los supremacistas blancos militantes y utilizar a las tropas federales para lanzar gases lacrimógenos y arrestar a manifestantes pacíficos. Su lesiva propuesta de posponer las elecciones no es la verdadera amenaza para la democracia. Ha declarado abiertamente que puede no aceptar los resultados de las elecciones en una entrevista televisada a nivel nacional en Fox News. Trump tiene muchas herramientas a su disposición para robar las elecciones si pierde, muchas de las cuales ya está poniendo en marcha. ¿Se le puede parar? Creemos que sí, pero solo si la mayoría de los estadounidenses están dispuestos a depositar su confianza en el poder del pueblo, en lugar de en los tribunales, las normas y las élites, para salvar la democracia.

Es imposible ignorar la evidencia del riesgo a que nos enfrentamos. Trump está cuestionando la legitimidad de unas elecciones que van a depender de las papeletas de votación por correo, a pesar de que él mismo ha elegido ese sistema para votar. Ha amenazado con retener los fondos de los estados que intentan facilitar el voto de las personas y está destruyendo el Servicio Postal estadounidense, los cuales son esenciales, especialmente en una pandemia. Sus aliados republicanos en todo el país han estado aprobando leyes de identificación de votantes, purgando las listas de votantes y recortando el número de lugares de votación en las áreas urbanas, obligando a la gente a hacer fila durante horas para ejercer su derecho al voto. Esta es una guerra contra los votantes que se decantan por los demócratas, específicamente contra los negros, los latinos, los asiático-americanos, los nativos estadounidenses, los inmigrantes naturalizados, los pobres y los jóvenes. Ya hemos visto en Georgia y Wisconsin cómo se desarrollan estas tácticas el día de las elecciones.

La administración de Trump ha restado importancia a la interferencia extranjera en las elecciones que la benefician. Ha prestado ayuda a grupos nacionalistas blancos, y el Partido Republicano ha designado 50.000 “observadores electorales” para intimidar a los votantes minoritarios el día de las elecciones. Esta será la primera elección desde 1980 durante la cual el Comité Nacional Republicano no estará vinculado a un decreto de acuerdo extrajudicial a nivel federal que prohibía los intentos de “seguridad en el voto” cuyo propósito real era intimidar y privar de sus derechos a los votantes minoritarios. Hablemos claramente: Trump y los republicanos están tratando ya de robar las elecciones.

Si todas estas argucias fracasan y Trump acaba perdiendo, la mayoría de la gente da por sentado que su única opción es admitir la derrota e irse, especialmente si pierde por un gran margen. Pero imaginemos cómo podrían ir las cosas después del día de las elecciones. Los nuevos procedimientos de votación implementados en respuesta a la covid-19 harán que estas elecciones sean diferentes para muchos votantes; también retrasarán el recuento de votos hasta mucho después del 3 de noviembre. Nueva York aún estaba contando votos más de un mes después de sus elecciones primarias del 23 de junio. La mayoría de la gente espera un “cambio azul”, lo que significa que Trump puede ir por delante en el recuento de votos emitidos en las papeletas electorales, pero que los votos enviados por correo se inclinarán por los demócratas. Trump está ya gritando fraude sin tener absolutamente prueba alguna y podría utilizar los días posteriores a las elecciones para avivar la histeria, la ira y la violencia entre sus partidarios.

Sospechamos que, para robar las elecciones, adaptará el manual estándar de los autoritarios en todas partes: arrojará dudas sobre los resultados de las elecciones presentando numerosas demandas y lanzando investigaciones federales y estatales coordinadas, incluida la interferencia extranjera; pedirá a grupos paramilitares que intimiden a los funcionarios electorales e instiguen la violencia; confiará en las redes sociales marginales para generar rumores imposibles de rastrear, y en Fox News para amplificar estos mensajes como hechos creando un clima de confusión y caos. Podría pedirle al Departamento de Justicia y al Departamento de Seguridad Nacional, que ahora ha convertido en armas contra la democracia, que se desplieguen en las grandes ciudades de los estados indecisos para detener el recuento de votos o confiscar las papeletas. Si todo esto lo hace bien, podrá sacar soldados a las calles, inflamar a sus bases y convencer a millones de personas de que le están robando las elecciones. Esto crearía la condición que anulara la voluntad de los votantes.

¿Cuál es su juego final? Según la Constitución, las legislaturas estatales deciden cómo designar a los compromisarios o miembros del Colegio Electoral. Todas han optado por apoyarse en el voto popular. Pero, ¿podría crear una justificación falsa para recuperar este poder? Las legislaturas de todos los estados muy disputados este otoño (Michigan, Wisconsin, Pensilvania, Arizona, Florida y Carolina del Norte) están controladas por los republicanos. Trump podría argumentar que no deben contarse las papeletas enviadas por correo y pedir a los poderes legislativos que designen electores diferentes de los elegidos por los compromisarios. Esto sería antidemocrático e ilegal; es difícil concebir cómo justifica un cambio de reglas para nombrar compromisarios después de las elecciones. Pero lo han contemplado antes: la legislatura republicana de Florida consideró seriamente hacer precisamente eso en 2000 antes de que finalmente interviniera la Corte Suprema.

Todo este caos orquestado podría evitar que los compromisarios emitan sus votos tal y como se requiere el 14 de diciembre, o permitir que Trump obtenga una lista competitiva de compromisarios enviados al Congreso desde los estados. De cualquier manera, habrá aplazado nuestras elecciones hasta enero, cuando el nuevo Congreso se reúna para decidir el resultado. En este punto, las reglas sobre cómo resolver las disputas no están claras y podrían regirse por una ley mal redactada aprobada en 1887. Si ninguno de los candidatos recibe la mayoría de los votos del Colegio Electoral, la Enmienda 12 de la Constitución permite que la Cámara de Representantes elija al presidente. Puede que piensen que son buenas noticias, pero las reglas en este caso otorgan un voto a cada delegación estatal, por lo que la única congresista republicana de Wyoming tiene el mismo poder que los 52 miembros de la delegación abrumadoramente demócrata de California. En estos momentos los republicanos controlan la mayoría de las delegaciones estatales a pesar de que los demócratas controlan la cámara.

Esto está lejos de ser una lista exhaustiva de lo que podría salir mal en los 78 tensos días entre el día de las elecciones y la toma de posesión. Los expertos han considerado los mecanismos de nuestro endeble orden constitucional que un posible autócrata podría utilizar para desafiar la voluntad del pueblo y las disposiciones que podrían frenar tal usurpación. Resulta que nuestra democracia se basa más en un conjunto de normas inestables que en reglas inviolables. Por tanto, las posibilidades para poder ejecutar jugarretas malignas son innumerables.

¿Qué debemos estar preparados para hacer si Trump cuestiona la legitimidad de los resultados electorales y no acepta la derrota? Podemos aprender lo que no debemos hacer de las desastrosas elecciones de 2000 en las que George W. Bush perdió Florida y, por lo tanto, las elecciones eran para Al Gore, pero Bush terminó tomando la Casa Blanca de todos modos. Los republicanos movilizaron la “revuelta de los Brooks Brothers” de jóvenes blancos del personal de campaña, muchos de ellos desde D.C., para protestar por el recuento y crear una atmósfera de intimidación y caos. Los demócratas vacilaron, no movilizaron a nadie y siguieron las reglas del Marqués de Queensberry. Confiaron ingenuamente en los tribunales y en los funcionarios electorales locales para validar la victoria de Gore. El resultado final de esta patética estrategia demócrata no fue solo una victoria de Bush, sino la guerra de Iraq, la respuesta racista e inepta ante el huracán Katrina y billones de dólares en recortes de impuestos para los ricos.

Si Trump no acepta la derrota, vamos a enfrentarnos exactamente al mismo dilema esta vez. La campaña de Joe Biden está reclutando abogados, no organizadores, y el propio Biden ha expresado una confianza inapropiada en que el ejército “escoltará [a Trump] desde la Casa Blanca con gran rapidez» el Día de la Inauguración. Los operativos del Partido Demócrata, los tipos de buen gobierno, un ejército de abogados constitucionales y otros   autoproclamados expertos nos instarán a no “politizar” el proceso, a esperar pacientemente y hablar sobre el “Estado de derecho”, a no “prejuzgar los resultados”, en definitiva: a confiar en el proceso y en los tribunales, a que nos quedemos en casa y dejemos que los chicos inteligentes de D.C. resuelvan las cosas en nuestro nombre.

Tenemos que ignorar esos consejos y salir a la calle. Hemos pasado cuatro años horrendos en los que nuestras alabadas instituciones no han logrado que Trump rinda cuentas, sobre todo al no haberle condenado en el Senado después de que la Cámara le sometiera a impeachment. El Partido Republicano y Fox News se han divorciado tanto de las reglas formales como de las normas no escritas que limitaban el comportamiento irresponsable del poder ejecutivo. Durante la crisis de salud pública, el presidente y muchos líderes republicanos han mostrado desprecio por la verdad y están más que dispuestos a avivar las llamas de extravagantes teorías de la conspiración. No hay razón para creer que existan normas que limiten a este presidente, que probablemente tendrá que enfrentarse a un proceso penal cuando deje el cargo. Sus compañeros republicanos han tenido cuatro años para refrenarlo y han optado por no hacerlo. Y si creen que la Corte Suprema de John Roberts nos salvará, piénsenlo de nuevo: a pesar de toda la atención prestada a algunas victorias inesperadas de los liberales, la Corte falló cuatro veces distintas en este período en contra del derecho al voto.

Si bien las instituciones, las normas y las élites nos han fallado, existen abundantes evidencias de que las protestas masivas producen cambios. Vivimos en una época dorada para los movimientos sociales. Más recientemente, el Movimiento por las Vidas Negras cambió la forma en que los blancos consideran la vigilancia policial en Estados Unidos, impulsó  demandas audaces en la agenda y está produciendo cambios sustanciales, aunque hasta ahora insuficientes, en las políticas. El movimiento por los derechos de los inmigrantes respondió con protestas masivas ante la prohibición de entrada a los  musulmanes y al enjaulamiento de niños en la frontera que obligaron a un reconocimiento nacional de estas crueles políticas. Los trabajadores, a menudo fuera de las estructuras sindicales, han salido a las calles en cifras extraordinarias, desde la Lucha por los 15 dólares hasta las huelgas de maestros y las movilizaciones de empleados de Amazon y de trabajadores esenciales. Han obtenido grandes aumentos salariales y han mejorado sus condiciones laborales. El movimiento Occupy reintrodujo el problema de la oligarquía económica en el debate político. Las candidaturas presidenciales de Bernie Sanders y Elizabeth Warren fueron impulsadas por esta visión del movimiento y empujaron al Partido Demócrata hacia la izquierda. Y los grupos de “resistencia” que se movilizaron a principios de los años de Trump -la Marcha de las Mujeres, Indivisible y otros- han construido una memoria muscular entre millones de personas de lo que es participar en un activismo sostenido. Lo más alentador es que estos movimientos han reclutado a millones de nuevos seguidores. Juntos, estos grupos juntos proporcionan una poderosa base social desde la cual impugnar la usurpación del poder planeada por el presidente.

Y los movimientos tienen una influencia sustancial en dos ámbitos decisivos: la política y la economía. En la política, el Partido Demócrata depende de los votantes aliados con estos movimientos. Si el partido decide jugar fuerte, puede evitar que Trump robe las elecciones. En este momento, los demócratas pueden insistir en la financiación de elecciones libres y justas, así como del Servicio Postal, y asegurarse de que los sistemas electorales locales tengan los recursos y los sistemas necesarios para adaptarse al aumento de las papeletas de votos por correo. Y cuando Trump intente robar las elecciones después del 3 de noviembre, los demócratas deben controlar las mansiones de los gobernadores en Michigan, Carolina del Norte, Pensilvania y Wisconsin. Si las legislaturas republicanas en estos estados intentan anular la voluntad del pueblo, los gobernadores pueden rechazarlo y enviar un recuento legítimo de votos electorales al Congreso. Asimismo, después de las elecciones, los miembros demócratas en la Cámara y el Senado podrán ejercer su propia influencia.

Conseguir que los demócratas utilicen todo su poder no será fácil. Va a ser necesario un movimiento de masas a una escala que aún no hemos visto, y la movilización deberá mantenerse durante semanas y posiblemente meses. Será preciso ejercer una intensa presión por parte de millones de personas -que rivalice con la intensidad de la base de Trump- a fin de endurecer la columna vertebral de los líderes demócratas nacionales y estatales.

Los comunicadores profesionales, tecnócratas y abogados de gran parte del Partido Demócrata dominante y algunos en los medios de comunicación se horrorizarán con este llamamiento a un levantamiento masivo no violento en respuesta al robo de una elección. A nivel cultural, los profesionales, la gente de clase media que ocupa esos roles creen que la experiencia y el buen juicio, no las protestas masivas, son lo que da frutos. Han aprendido en sus propias vidas que el debate racional, el seguimiento de reglas y la evitación de conflictos les ayudan a ascender. Desafortunadamente, estos rasgos y comportamientos no funcionan contra los autócratas. Políticamente, el Partido Demócrata, durante 30 años, ha triangulado, eludido y capitulado ante sus despiadados oponentes, y dado que sus líderes son de esa generación anterior, educados para esconderse, no van a adaptarse con rapidez ahora. El establishment liberal dentro de Beltway abogará por un análisis sobrio, mensajes moderados, seguimiento de los procedimientos y, sobre todo… por esperar. Debemos prepararnos para desafiar esas pusilánimes panaceas universales tanto como nos preparamos para el robo planeado de las elecciones por Trump. Superar la complacencia, la incredulidad desenfrenada de que “podría suceder aquí” y la fe absurda en las normas, los tribunales y las élites pueden ser nuestros mayores desafíos.

Otro objetivo clave del movimiento debería ser obligar a las élites corporativas y republicanas a romper con Trump. Para ello habría que presionarles para que respondan a una pregunta sencilla: ¿Es mayor el precio de mantener a Trump en el poder que el precio de permitir que Biden asuma la presidencia? A decir verdad, Biden no debería asustar a las élites. Ha simpatizado con su agenda en todo, desde la bancarrota hasta el comercio, y se ha resistido a políticas como Medicare for All. Pero Trump ha aportado la desregulación, recortes de impuestos y un enorme número de jueces para los principales distritos electorales de la derecha. Tal vez, hasta hace poco, le ha ido muy bien en la cifra de resultados. Por lo tanto, las protestas deberán ser no solo bulliciosas y performativas, sino también arriesgar las ganancias. Deberíamos planificar y fomentar formas de acción masiva como paros laborales, boicots de consumidores y huelgas de alquileres dirigidos contra la clase corporativa. Nuestro mensaje debe ser claro: si te mantienes al margen y permites que Trump robe las elecciones, amenazaremos tus beneficios. Lo único que obligaría a los titanes corporativos y a sus lacayos políticos en el Partido Republicano a abandonar a Trump sería una crisis, no una crisis de conciencia sino de rentabilidad

Si Trump roba las elecciones, un amplio frente unido tendrá que hacer que el país sea ingobernable y que el régimen reinante sea ilegítimo, a pesar de los riesgos que pueda implicar. Podemos aprender la lección y el coraje de otros países del mundo donde los autócratas han tratado de robar las elecciones. Podemos llevar a cabo nuestra propia Revolución Naranja pacífica. Para hacerlo necesitaremos fomentar la desobediencia civil masiva y desafiar a las autoridades a que tengan que arrestar a cientos de miles de personas día tras día. Si una elección ilegítima da lugar a un desorden civil que no puede reprimirse fácilmente, las élites corporativas y políticas se moverán para deshacerse de Trump a fin de proteger sus intereses.

Para evitar que Trump robe las elecciones, debemos actuar ya. Los líderes del movimiento deben discutir estos escenarios con sus miembros y planificar la acción inmediatamente para la noche de las elecciones y más allá. También podemos ir más allá de las burbujas progresistas y hablar con otras personas de buena voluntad, funcionarios locales electos, funcionarios públicos, miembros de las fuerzas de seguridad y líderes religiosos y cívicos, que probablemente estén dispuestos a correr riesgos que nunca antes habían considerado si son conscientes de todo lo que está en juego y se les invita respetuosamente a participar. Miles de personas más deberían ser entrenadas en métodos de desobediencia civil no violenta; esta sería la manera correcta de honrar y llevar adelante la tradición del difunto John Lewis, quien nos ordenó meternos en problemas, pero en “buenos problemas, en problemas necesarios” en respuesta ante la injusticia. Las organizaciones deben crear fondos de fianza y contratar abogados. Todos los que trabajan para derrotar a Trump deben redoblar sus esfuerzos, concentrándose en movilizar a los votantes de color (un deslizamiento de tierra debilita la mano de Trump) y también estar preparados para mantener al personal y los voluntarios hasta el mediodía del 20 de enero. Los grupos de base en estados clave deben recibir apoyo con recursos humanos y financieros adicionales, ya que todos dependemos de ellos para poder mantener la lucha después del día de las elecciones. Todos los días, las personas pueden hacer planes como trabajadores, inquilinos y consumidores para organizarse y prepararse para hacer uso de su influencia económica en los días y semanas posteriores al día de las elecciones, a fin de cortar la fuente de ganancias de los facilitadores corporativos de Trump. También podemos organizar ayuda mutua, aprovechando el auge de esos esfuerzos durante la pandemia, para apoyar a las personas que asuman esos riesgos, muchas de las cuales se enfrentan ya a grandes dificultades.

Confiamos en que lo peor no sobrevenga este otoño. Si el establishment llega a la conclusión de que Trump es una amenaza para ellos y para el resto de nosotros, es posible que aún se unan para encontrar una vía para sacar a Trump del camino y hacer que respete los resultados. Pero no debemos cometer el error fatal de subestimar a Trump o, lo que es más importante, a sus partidarios y la vasta infraestructura alineada detrás de él. Trump no viajó a Estados Unidos desde otro planeta; hay millones de personas que están impulsando este giro autoritario, y son actores independientes que es poco probable que se retiren. Si no creen en la covid-19 ni en la necesidad de utilizar mascarillas, y confían en medicinas que no han sido probadas, ¿qué hará que alguien piense que Trump perdió las elecciones? Fox News y todo el aparato de las redes sociales de derechas son vehículos formidables para la movilización y la coordinación. Quizás lo más inquietante es que algunos agentes de la ley locales han demostrado estar en connivencia con esa maquinaria de la derecha.

Por lo tanto, debemos prepararnos ahora para responder, psicológica y estratégicamente, a algo parecido a un golpe. Estos son escenarios oscuros pero plausibles, y sería mejor enfrentarlos que evitarlos. El peor de todos los resultados posibles sería que un amplio frente unido de fuerzas anti-Trump sea sorprendido en las 72 horas posteriores al día de las elecciones, aturdido por su descaro y astucia. Debemos sentar las bases ahora para el tipo de acción de masas que defienda la democracia y desaloje a ese ser despreciable, racista y aspirante a autoritario de la Casa Blanca. Al hacerlo, nos recordaremos a nosotros mismos que la democracia estadounidense no es un conjunto de instituciones o reglas o un evento que ocurre una vez cada cuatro años; es lo que la gente común hace para participar y dar forma a la vida de nuestro país.

Frances Fox Piven. Profesora emérita de ciencias política y sociología Graduate Center de Cuny, Universidad de la ciudad de Nueva York.

Deepak Bhargava. Profesor de estudios urbanos en la School of Labor and Urban Studies de Cuny, Universidad de la ciudad de Nueva York.