1 de marzo de 2025

El influencer Francisco

Juan Manuel Robles

La hospitalización del Papa Francisco es un anuncio de que el final podría estar cerca (el pontífice tiene 88 años). Y yo que no soy católico ni creyente —y que, de hecho, detesto algunas prácticas del catolicismo, rechazo los temores que nos inocula y considero el laicismo como un valor— me sorprendo pensando en él en estos días, en su estampa, su sonrisa campechana y su voz cálida. Pronto me doy cuenta de que no me pasa solo a mí. En las redes, somos muchos los ateos, no religiosos, católicos renegados que hemos sentido algo similar: la tristeza anticipada por la partida posible.

La pregunta es por qué y cómo. ¿Cómo puede volverse relevante un hombre que representa a un Dios en el que no creo? ¿Cómo puede quedar en la conciencia el mensaje evangelizador de una religión que he descartado?

Tal vez porque Jorge Mario Bergoglio no buscó nunca representar a nadie. Tampoco evangelizar. Es un pontífice que no pontifica. Su poder surge allí.

Creo que lo empecé a mirar con reverencia el 27 de marzo del 2020. Habían pasado dos semanas de la cuarentena por la pandemia del covid-19 (que en el Perú fue absoluta y tremenda). El Papa Francisco salió con su sotana blanca a la plaza de San Pedro en el Vaticano. No había una sola alma, solo una luz tenue en el estrado. El Papa estaba solo, con un asistente, como en la escena de una película distópica. Entonces habló.

«Nos encontramos asustados y perdidos. Como a los discípulos del Evangelio, una tormenta inesperada y furiosa nos tomó con la guardia baja. Nos dimos cuenta de que estábamos en el mismo barco, todos frágiles y desorientados, pero al mismo tiempo importantes y necesarios, llamados a remar todos juntos, necesitados de consolarnos unos a otros. Estamos todos en este barco.»

Mientras líderes religiosos de todo el mundo minimizaban el virus y mostraban su salud como prueba de su cercanía a Dios, o aprovechaban el pánico para vendernos la salvación eterna, el pontífice decidió, en un momento de apocalipsis, no salir a pescar en río revuelto. Nos hablaba usando el “nosotros”, compartiendo la sensación de oscuridad, de incertidumbre, de “un silencio ensordecedor y de un vacío desolador, que paraliza todo a su paso”. Habló —lo recuerdo bien y acabo de confirmarlo— de su convicción de que no podríamos avanzar a ninguna parte si íbamos por nuestra cuenta, la única opción era juntarnos.

Cinco años y centenares de miles de muertos después —incluidos amigos y familiares de amigos—, ese momento resuena con una fuerza tremenda: la fuerza de la verdad y la humildad. Liderazgo espiritual, le llaman.

Los años lo fueron convirtiendo en ícono pop. Y con esa exposición Bergoglio ganó un nuevo tipo de seguidores: aquellos que valoramos al Papa en proporción inversa a la estofa de los críticos rabiosos que le aparecieron, a los fachos que lo hicieron su enemigo (unilateralmente). Javier Milei lo llenó de estiércol. Viniendo de quien viene, es un rosario de condecoraciones que vale la pena repasar. “El imbécil ese que está en Roma, que defiende la justicia social, que sepa que eso es un robo y va contra los mandamientos”. “El Papa es el representante de El Maligno en la Tierra”. “Zurdo hijo de puta que andás pregonando el comunismo por el mundo”.

Bergoglio, divino, lo recibió en el Vaticano, cuando fue a visitarlo luego, ya como presidente. El Papa miró, con esa sonrisa de paciencia tierna, cómo el libertario se comía una a una todas sus palabras.

Cuando en los 70, el arzobispo Arnulfo Romero, que temía por su vida, fue al Vaticano a hablar con el Papa Juan Pablo II sobre la persecución del gobierno de El Salvador contra curas a los que tildaban de “socialistas”, y le contó que incluso mataron a un colega acusándolo de guerrillero, el polaco le preguntó si de verdad era guerrillero. No le dio audiencia. Meses después, mataron a Romero.

No se me ocurre pensar que Francisco sería capaz de una desidia tan grande. Las comparaciones con Juan Pablo II son odiosas, pero para eso estamos. Francisco no tendrá una cantante pop que, llena de sensibilidad, rompa su foto en protesta por el encubrimiento de la iglesia católica a los pederastas (como lo hizo Sinéad O’Connor). Bergoglio ha hecho más por rectificar los legados horrorosos de los curas pedófilos católicos que ningún Papa en la historia.

Recientemente, en Bélgica, el Papa Francisco rompió el protocolo y, refiriéndose a los abusos de sacerdotes católicos en ese país, dijo: “es en la Iglesia donde se han producido esos crímenes y la Iglesia debe sentir vergüenza y pedir perdón”. También ha disuelto el Sodalicio, la secta pituca que abusó de menores en el Perú. Es un Papa que rechaza a los pederastas de una manera tan rotunda como Juan Pablo II rechazaba a los comunistas. Por eso es fácil hacerse fan.

Por supuesto, tampoco se puede esperar milagros de alguien en su posición. El Papa Francisco ha dejado intacta la posición de la iglesia en cuanto al aborto, la eutanasia y el matrimonio de personas del mismo sexo. Pero supo mantener la conversación abierta en temas LGTB. Cuando dijo que ser gay “no es delito”, aclaró días más tarde “pero sí es pecado”. Cuando, hablando sobre la posibilidad de que haya que admitir seminaristas gays, dijo que ya había suficiente aire de “mariconería” en los seminarios, se apuró a disculparse luego. Rechazó la reasignación de género, pero aceptó que personas trans puedan bautizarse y ser padrinos.

En un planeta donde un montón de sociópatas, histriones y cínicos descubrieron que podían abrir la boca para provocar los aplausos inmaduros y atizar el odio —y alimentarse de la reacción de sus opositores—, el Papa Francisco, el primero de la era de las redes sociales, se hizo figura tendiendo la mano, escuchando, hablando con actitud de párroco bueno del barrio. “El dinero es un instrumento de grandeza o de pobreza personal”. “Si vas a dar limosnas, mira a la persona a los ojos y dale la mano”.

Debo confesar —qué palabra— que dudé si escribir sobre el Papa esta vez. Me dije: mejor guárdalo para cuando nos deje, así el texto tendrá más impacto y llegada. Entonces, como en los memes, Francisco me miró juntando los dedos hacia arriba —la pigna argentina—. Así que escribo, escribo ahora mientras en Roma las horas se hacen largas.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 722 año 15, del 28/02/2025

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