Ronald Gamarra
"Para ser ministro en el cogobierno de Dina y el pacto corrupto hay que ser o parecer tonto rematado"
Al momento de cerrar este artículo, hay cuatro mociones de censura planteadas contra el ministro del Interior, el impresentable José Santiváñez. Está la proposición original, entregada hace muchas semanas por la congresista Susel Paredes, que muy pocos querían firmar, y hay otras tres iniciativas elaboradas apuradamente por quienes apenas hace unos días lo apoyaban cerradamente y consideraban inadmisible ya no digamos censurarlo, sino ni siquiera interpelarlo, es decir, llamarlo a responder un cuestionario sobre su desempeño. Al ministroll no se le toca ni con el pétalo de una flor, era la consigna de Dina, Acuña, Porky, Keiko y Cerrón, su atento servidor. Por eso, hay que sospechar que la presentación de tantas mociones de censura a la hora nona, y por la costra que lo banca desde que asumió el cargo, es una burda maniobra para que finalmente no se apruebe ninguna. Hoy, que es fin de semana y usted lee este semanario, ya sabrá qué ocurrió. Pero a estas alturas, eso es lo de menos.
Lo importante es lo que va quedando claro en el camino. En primer lugar, que para tener un puesto en el actual cogobierno de Dina y el pacto corrupto, el requisito más importante es la carencia de escrúpulos, el comportamiento cómplice. Como dijo el propio Santiváñez en un audio hoy en manos del Ministerio Público: para llegar todo vale. El ministro ya no es el responsable de un sector del gobierno, que desarrolla, pero a la vez limita el poder del presidente de la república, pues este no puede disponer nada sin su refrendo. La persona que requiere este cogobierno es básicamente un alcahuete, un mequetrefe. Un individuo dispuesto a todo: a encubrir las infracciones, tropelías, desvergüenzas y hasta las fechorías de quien le dio el puesto y el fajín. Con la decisión y las habilidades para torcer la justicia y las instituciones, según los intereses de los potentados que lo respaldan. Y si hay una entidad que cumple su trabajo, pero molesta a sus amigotes poderosos, disolverla y desaparecerla, como ocurrió, por ejemplo, con la Diviac.
En segundo lugar, que para ser ministro de Dina hay que ser básicamente un sobón. Un adulón. Un lamebotas. Un sujeto despojado de dignidad y honor. Adiós a la personalidad que debía exhibir el ministro para representar a su sector y aplicar una política pública con la debida prestancia, con lealtad a la presidencia, pero también con la capacidad y la integridad para renunciar, si acaso hay desencuentro o disenso. Hoy los ministros se dedican a cantarle alabanzas, sea cual fuere la circunstancia. Ninguno se estremece ante las revelaciones documentadas que la asedian un día sí y el otro también. Ellos están ahí, armados de escobillones para limpiarle el paso. Para negar lo que todos vemos. Porque, además, chamba es chamba, y la plata es buena si solo te exigen servir a los amigotes y proteger a Dina pase lo que pase.
Tan importante como lo anterior es estar dispuesto a entrar en componendas y arreglos ilegales, alentando y armando negociados al más alto nivel para repartir los recursos del erario entre los secuaces del gobierno y el congreso, y las empresas que estos favorecen o representan, sus familiares, partidarios y cómplices. Los ministerios están atravesados por densas redes de saqueo del dinero público que empobrecen cada día más al pueblo y determinan la pésima calidad de la obra pública. Los ministros ignoran absolutamente de qué se ocupa y cuál es la misión de su cartera, pero cuántos de ellos se han convertido en diestros administradores de la coima y las coimisiones. El enriquecimiento ilícito es una característica que el régimen actual está llevando con celeridad a un nivel de campeonato, sin igual en la región latinoamericana. Basta ver cómo vamos en los reportes internacionales sobre transparencia y corrupción, donde siempre estuvimos mal, pero la caída de los últimos años es exponencial. ¿Dónde estás, Demartini? ¿Cuándo reapareces, Fredy Hinojosa?
Más allá de lo dicho, para ser ministro en el cogobierno de Dina y el pacto corrupto hay que ser o parecer tonto rematado. Porque se escucha cada rebuzno en boca de cualquier cacaseno con fajín de ministro. ¿O será que tanto confían en la paciencia, el aburrimiento o la fatiga de la gente, que creen que ya nadie repara en sus sandeces? Las declaraciones de los ministros son un festival de la risa, pero de la risa con rabia porque está en juego la vida y el bienestar de toda la nación. En estos días se ha destacado con gran ventaja Morgan Quero, defendiendo a su jefa con los argumentos más ridículos, insistiendo en que las cirugías plásticas de Dina no fueron por veleidad estética sino por urgencia de salud, y afirmando que su sector, el de la educación pública nada menos, está a la vanguardia en el continente. El pobre vive en una realidad paralela propiciada, quizás, por el consumo exagerado de alguna sustancia. O porque simplemente es un tonto de capirote. Porque salir a decir que todo el gabinete está con Santiváñez, como un solo hombre, y todos con la presidenta, es lo más necio que se puede hacer en política hasta para defender a un impresentable.
¿Quieres ser ministro ahora? Pues ya conoces los requisitos. Sólo basta asumirlos. Todo depende del respeto que cada quien tenga por sí mismo. Lo triste para el Perú es comprobar, cada vez que hay necesidad de cambiar de ministro, cuántos son los aspirantes a ceñirse el fajín y convertirse en el nuevo adulón inescrupuloso coimero y cacaseno del gabinete ministerial. Candidatos siempre habrá de sobra, de manera que si finalmente ven la conveniencia de sustituir a quien les ha servido tan bien y en lo que más necesitan y les gusta, como Santiváñez, pronto encontrarán a otro de la misma calaña.
Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 725 año 15, del 21/03/2025
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