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22 de marzo de 2025

Perú: Cacasenos, alcahuetes, mequetrefes

 

Ronald Gamarra

"Para ser ministro en el cogobierno de Dina y el pacto corrupto hay que ser o parecer tonto rematado"

Al momento de cerrar este artículo, hay cuatro mociones de censura planteadas contra el ministro del Interior, el impresentable José Santiváñez. Está la proposición original, entregada hace muchas semanas por la congresista Susel Paredes, que muy pocos querían firmar, y hay otras tres iniciativas elaboradas apuradamente por quienes apenas hace unos días lo apoyaban cerradamente y consideraban inadmisible ya no digamos censurarlo, sino ni siquiera interpelarlo, es decir, llamarlo a responder un cuestionario sobre su desempeño. Al ministroll no se le toca ni con el pétalo de una flor, era la consigna de Dina, Acuña, Porky, Keiko y Cerrón, su atento servidor. Por eso, hay que sospechar que la presentación de tantas mociones de censura a la hora nona, y por la costra que lo banca desde que asumió el cargo, es una burda maniobra para que finalmente no se apruebe ninguna. Hoy, que es fin de semana y usted lee este semanario, ya sabrá qué ocurrió. Pero a estas alturas, eso es lo de menos.

Lo importante es lo que va quedando claro en el camino. En primer lugar, que para tener un puesto en el actual cogobierno de Dina y el pacto corrupto, el requisito más importante es la carencia de escrúpulos, el comportamiento cómplice. Como dijo el propio Santiváñez en un audio hoy en manos del Ministerio Público: para llegar todo vale. El ministro ya no es el responsable de un sector del gobierno, que desarrolla, pero a la vez limita el poder del presidente de la república, pues este no puede disponer nada sin su refrendo. La persona que requiere este cogobierno es básicamente un alcahuete, un mequetrefe. Un individuo dispuesto a todo: a encubrir las infracciones, tropelías, desvergüenzas y hasta las fechorías de quien le dio el puesto y el fajín. Con la decisión y las habilidades para torcer la justicia y las instituciones, según los intereses de los potentados que lo respaldan. Y si hay una entidad que cumple su trabajo, pero molesta a sus amigotes poderosos, disolverla y desaparecerla, como ocurrió, por ejemplo, con la Diviac.

En segundo lugar, que para ser ministro de Dina hay que ser básicamente un sobón. Un adulón. Un lamebotas. Un sujeto despojado de dignidad y honor. Adiós a la personalidad que debía exhibir el ministro para representar a su sector y aplicar una política pública con la debida prestancia, con lealtad a la presidencia, pero también con la capacidad y la integridad para renunciar, si acaso hay desencuentro o disenso. Hoy los ministros se dedican a cantarle alabanzas, sea cual fuere la circunstancia. Ninguno se estremece ante las revelaciones documentadas que la asedian un día sí y el otro también. Ellos están ahí, armados de escobillones para limpiarle el paso. Para negar lo que todos vemos. Porque, además, chamba es chamba, y la plata es buena si solo te exigen servir a los amigotes y proteger a Dina pase lo que pase.

Tan importante como lo anterior es estar dispuesto a entrar en componendas y arreglos ilegales, alentando y armando negociados al más alto nivel para repartir los recursos del erario entre los secuaces del gobierno y el congreso, y las empresas que estos favorecen o representan, sus familiares, partidarios y cómplices. Los ministerios están atravesados por densas redes de saqueo del dinero público que empobrecen cada día más al pueblo y determinan la pésima calidad de la obra pública. Los ministros ignoran absolutamente de qué se ocupa y cuál es la misión de su cartera, pero cuántos de ellos se han convertido en diestros administradores de la coima y las coimisiones. El enriquecimiento ilícito es una característica que el régimen actual está llevando con celeridad a un nivel de campeonato, sin igual en la región latinoamericana. Basta ver cómo vamos en los reportes internacionales sobre transparencia y corrupción, donde siempre estuvimos mal, pero la caída de los últimos años es exponencial. ¿Dónde estás, Demartini? ¿Cuándo reapareces, Fredy Hinojosa?

Más allá de lo dicho, para ser ministro en el cogobierno de Dina y el pacto corrupto hay que ser o parecer tonto rematado. Porque se escucha cada rebuzno en boca de cualquier cacaseno con fajín de ministro. ¿O será que tanto confían en la paciencia, el aburrimiento o la fatiga de la gente, que creen que ya nadie repara en sus sandeces? Las declaraciones de los ministros son un festival de la risa, pero de la risa con rabia porque está en juego la vida y el bienestar de toda la nación. En estos días se ha destacado con gran ventaja Morgan Quero, defendiendo a su jefa con los argumentos más ridículos, insistiendo en que las cirugías plásticas de Dina no fueron por veleidad estética sino por urgencia de salud, y afirmando que su sector, el de la educación pública nada menos, está a la vanguardia en el continente. El pobre vive en una realidad paralela propiciada, quizás, por el consumo exagerado de alguna sustancia. O porque simplemente es un tonto de capirote. Porque salir a decir que todo el gabinete está con Santiváñez, como un solo hombre, y todos con la presidenta, es lo más necio que se puede hacer en política hasta para defender a un impresentable.

¿Quieres ser ministro ahora? Pues ya conoces los requisitos. Sólo basta asumirlos. Todo depende del respeto que cada quien tenga por sí mismo. Lo triste para el Perú es comprobar, cada vez que hay necesidad de cambiar de ministro, cuántos son los aspirantes a ceñirse el fajín y convertirse en el nuevo adulón inescrupuloso coimero y cacaseno del gabinete ministerial. Candidatos siempre habrá de sobra, de manera que si finalmente ven la conveniencia de sustituir a quien les ha servido tan bien y en lo que más necesitan y les gusta, como Santiváñez, pronto encontrarán a otro de la misma calaña.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 725 año 15, del 21/03/2025

https://www.hildebrandtensustrece.com/

14 de febrero de 2025

Perú: Mismamente

César Hildebrandt

Se activan las quebradas. Cada año es lo mismo.

Cada año vienen las lluvias altoandinas.

Cada año hay torrenteras, familias asustadas en orillas de ríos crecidos, ruidos de agua furiosa.

Y cada año, los canales de TV repiten la ceremonia cubriendo la noticia y preguntando lo obvio mientras describen lo que las cámaras muestran sin necesidad de verborrea.

Todos los años es lo mismo. El Perú es mismamente igual.

¿No podemos prever?

No. Eso requiere inversiones, científicos al día, ingenieros que no se presten a sobreprecios, gobiernos regionales que no roben.

Eso es demasiado pedir para un país que acepta que un congreso de hampones y una presidenta reducidora de alhajas y con hermano prófugo dominen la escena.

Las lluvias del diluvio serían bendición si hace cien años hubiéramos empezado a construir las obras que nos permitieran guardar en reservorios una buena parte de esa demasía.

Pero no lo hicimos.

Cuando el guano nos sobraba, nos entretuvimos en comprar ferrocarriles que fueron precozmente inútiles. Después, nos dedicamos a lo nuestro: el mercantilismo con apellido, las obras públicas con adendas, el reparto de cargos, la lotería de las embajadas, las compras directas, el copamiento de las instituciones, la construcción de ese paradójico autoritarismo que termina fomentando la anarquía.

Es decir, lo de ahora. Mismamente.

Caen los lodos como todos los años. Y todos los años de los últimos años caen los lodos de gobiernos como este, que es réplica del gran terremoto fujimorista de los 90: la destrucción ingenieril de la dignidad ciudadana, la fabricación de manadas, el control metastásico de todos los poderes, el descrédito de la buena fe, la prostitución del concepto de democracia. Fujimori se montó sobre las ruinas de un país roto por el terrorismo y la inflación y creó un Estado de emergencia que tuvo vocación de permanencia.

Es cierto que Boluarte no es tan eficaz y que hoy salen por allí, felizmente, autoridades que deciden enfrentar la embestida. Pero el modelo es el mismo que concibió Fujimori: la república andina de Manchukuo en la que cualquier pobre diablo se sentía par de Puyi, el emperador títere.

Esta quietud fatal del Perú obliga a politólogos y columnistas, como el que suscribe, a repetirse, a reincidir en el lado sombreado, a cansarse (y cansar) describiendo un paisaje inmóvil. La película del Perú se atascó en el proyector, se paralizó en un fotograma, y los críticos que estamos en la sala fingimos que la función continúa.

No hay película. Somos un país interrumpido.

Eso es lo que la naturaleza nos recuerda cada verano.

Y eso es lo que la política nos saca en cara cada día.

No hay un solo congresista actual que le hubiese cargado el maletín a quienes enaltecieron la función parlamentaria con sus discursos, su historia personal, sus libros, el peso de su personalidad. Es que Waldemar Cerrón reemplazó a Javier Diez Canseco. Es que a Mario Polar lo sustituyó un almirante que navega en mares viejos. Es que el sitio de Valle Riestra lo ocupa hoy alguien que perdió la gramática en un tumulto. Pero no sólo es el congreso del hampa. Es que el lugar de Luis Bedoya lo ocupa un chanchito ferroviario. Es que al difunto Manuel Dammert lo reemplaza un zombi de Patria Roja. Es que en vez de Manuel D’Ornellas tenemos a Willax.

¿Cómo es que llegamos a elegir pericotes en vez de parlamentarios? ¿Cómo es que los noticieros parecen conducidos por tarados? ¿Cómo es que buena parte de la prensa escrita es papel manchado y sin talento?

Elija su respuesta, pero por lo menos hágase las preguntas que lo sitúen ante el espejo.

Y lo peor no es lo que hemos pasado. Lo más agudo de la crisis nacional que vivimos puede ocurrir el 2026. ¿Volveremos a optar por carne de presidio, cómicos de la legua, vendedores de sebo de culebra, fujimoristas tatuados?

Me temo que sí.

Mi esperanza, sin embargo, es que surja en el camino alguien que nos proponga rehacernos y que nos diga la verdad: no saldremos del coma histórico mientras repitamos la fórmula del desastre. Y esa fórmula odiosa es la del desorden esencial, la picaresca generalizada, la meritocracia olvidada, la democracia quinquenal, el privatismo pirata, el descentralismo entendido como repartija, las instituciones débiles, la ilegalidad como mecanismo paralelo. Mismamente.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 720 año 15, del 14/02/2025

https://www.hildebrandtensustrece.com/