8 de noviembre de 2025

Perú: Golpistas terroristas

Juan Manuel Robles

"Observen que el goce al alucinar una incursión armada coincide con el estreno de la película Chavín de Huántar"

Que los individuos que hoy tienen capturado el poder en el Perú —incluido el títere Jerí— sean personas muy limitadas no quiere decir que no sepan bien lo que hacen cuando usan ciertos términos. Eso es lo maravilloso de la propaganda: no necesitas luminarias para esparcir ideas repitiendo ciertas palabras gruesas. Es una cuestión de poder, no un ajedrez comunicacional. No es casual que en estos últimos días el terruqueo haya escalado un nuevo peldaño: oímos con frecuencia la palabra “terrorista” asociada a golpista, como si un concepto estuviera asociado al otro, como si una acusación fuera la consecuencia natural de la otra. Habiendo pasado toda la campaña del 2021 y el breve gobierno de Castillo acusándolo de “Sombrero luminoso”, desempolvando partes policiales y declaraciones de cuarenta años atrás para sostener que aquel gobierno era una ramificación subversiva, el paso siguiente no es tan difícil. Es Sendero el que quiso dar un golpe de Estado, ¿no se dan cuenta?

Es una manera burda pero efectiva de engordar una acusación de rebelión que cada vez se aligera más. No solo porque se vuelve evidente que los jueces hacen malabares para encontrar delitos graves en un golpe que nunca se dio, sino que, aun en el escenario de que existiera intención de tomar autoritariamente el poder total, el tiempo le va dando la razón a Castillo, al menos en parte. Porque al ver este parlamento y cuánto se ha empoderado en estos años uno desea que algo, cualquier cosa, los hubiera detenido. Es decir: por un lado, a Castillo es difícil armarle una causa judicial grave —que lo encarcele muchos años— sin caer en el exceso y la persecución política; y, por otro lado, nadie en la calle lo va a condenar, porque nadie puede reprochar seriamente haber querido darle una patada en el trasero a Patricia Chirinos y compañía.

¿Qué se hace entonces? Se apela a la vieja confiable. El terrorismo. Un discurso que no tiene pierde porque siempre llega con chantaje (si no estás con nosotros, estás con ellos). Ya aparecen columnas —en pasquines que bailan al ritmo de Keiko y la banda congresal— en que se revive la idea de que Castillo metió a Sendero Luminoso y al MRTA al gobierno. Ya saben; eso de los ministros “terroristas”: Íber Maraví (partes policiales de hace cuarenta años, obtenidos bajo tortura), Guido Bellido (un comentario en un post de Facebook mostrando cierta humanidad hacia Edith Lagos, senderista que murió a los 19 años). Héctor Béjar, el terruco de la vieja guardia. Y claro, Guillermo Bermejo, el Che que tenía planeado un atentado contra el embajador de Estados Unidos “con un balón de gas y pólvora”.

Astutamente, se juntan los nombres para dar la idea de red y simultaneidad. Se apela a los espacios físicos, sagrados, de las instituciones, haciéndonos ver que estos fueron tomados, o peor, ultrajados. “Castillo metió a Sendero a Palacio”, dice un analista. ¡Hemos tenido un terrorista en el Palacio Legislativo!, dice otro opinólogo. ¡Tuvimos consejo de ministros con dos terrucos! Nadie apela a la lógica para darse cuenta de que esas personas hacía años que tenían una vida política lejana de todo radicalismo. Al contrario, se usa los casos no para criticar presuntas manchas en la hoja de vida sino para afirmar que actuaban coordinadamente, como una célula subversiva. Como infiltrados esperando la orden para dinamitar el Estado desde adentro, en una extraña evolución del Pensamiento Gonzalo.

La publicitada condena por “terrorismo” a Guillermo Bermejo les ha ayudado a revivir toda esa narrativa. En este sentido, el excongresista no es solo todo lo que dice la fiscalía. Es la confirmación de la conspiración de Perú Libre para tomar el Estado. Es el primero en caer, ya vendrán los otros. A las organizaciones políticas que defienden a Bermejo se les dice: cuidado que también podemos acusarlos de terroristas a ustedes. “Partidos filoterroristas deberían ser eliminados de cara a las elecciones del 2026”, declara un exministro en “Expreso”. Menciona que hacerlo es válido y muy importante, porque hace tres años estuvimos en peligro: Sendero Luminoso casi toma el poder.

Así llegamos al pedido de asilo de Betssy Chávez, quien era primera ministra de Pedro Castillo cuando el expresidente quiso dar un golpe (un golpe que evitaría la vacancia injusta que le iba a propinar un Congreso sin escrúpulos y con ansias de tener el camino libre para ir tomando las instituciones). Es evidente que la sentencia de Chávez está redactada de antemano y que la justicia del Perú no le ofrecía un proceso con garantías mínimas, considerando además que le extendieron la prisión preventiva de manera ilegal y denunció maltratos en la cárcel. México no ha dudado en darle protección.

La dureza con la que se fustiga a Chávez confirma este mundo imaginario que nos quieren imponer. Con ella, hay licencia para la violencia verbal y eso debería decirnos algo. Chávez nunca fue una de las funcionarias o congresistas que la prensa vinculó con el terrorismo, pero a estas alturas —alturas simbólicas— se le trata exactamente como si fuera eso, una terruca. Una subversiva escondida en una guarida. Otra vez el discurso de los espacios tomados. Congresistas como Ed Málaga Trillo y Ernesto Bustamante —que jamás le dijeron golpista al golpista y ladrón de Fujimori— dicen que el Perú debe seguir el ejemplo de Ecuador y mandar un comando a que entre a la embajada por la fuerza y saque a Chávez. Málaga dice que se justifica entrar en una sede diplomática extranjera en casos extremos: “si hay golpistas o terroristas”. “Hay que entrar y extraerla”, añade Bustamante. Observen que el goce al alucinar una incursión armada coincide con el estreno de la película Chavín de Huántar, que recrea el rescate de la casa del embajador del Japón con agradecimiento al Ejército en los créditos. Hay que hacer como esos comandos, se dice. Sacarla de los pelos. Los terrucos no se van a salir con la suya.

Son tiempos de aplastar los emblemas, de restaurar, de generar el mayor escarmiento para que nadie en el futuro piense en hacer tonterías. Esto va más allá de Betssy Chávez, por supuesto. El Perú se va convirtiendo en un país con presos políticos y perseguidos que tienen que pedir asilo y salir al exilio, además de candidatos que son encarcelados por “terrorismo” —sin ser terroristas— para sacarlos de la carrera electoral (con la amenaza de proscribir también a quienes salgan a defenderlos). No sé si un Estado autoritario —donde el abuso por motivos políticos es la norma— sea el destino que nos espera, pero sí sé que todos esos regímenes comienzan así.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 757 año 16, del 07/11/2025

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