8 de marzo de 2024

El Perú como un atoro

César Hildebrandt

El Congreso del hampa produjo su mitosis.

Ahora tendremos un parlamento de diputados y un recinto “pensante” de senadores.

El problema es que no hay partidos políticos –queda el zombismo del Apra, una gotera de agua sucia de Acción Popular, la banda armada del fujimorismo– y es por eso que ambas cámaras volverán a llenarse de gentuza.

La inteligencia huye de la política, la gente de bien hace arcadas cuando le hablan de los Acuña y los Luna y las gárgolas del alanismo enmascarado.

La política en el Perú se ha convertido en esta fetidez. Y ahora tendremos dos cámaras de sinvergüenzas vendiendo sus votos y canjeando su impunidad con alguna fiscal salida del arroyo.

Encima, los forajidos de la actualidad podrán reciclarse si obtienen los votos necesarios porque la reelección inmediata también se ha consagrado.

Cuando escribía estas líneas el Congreso de los delincuentes se aprestaba a desmontar la Junta Nacional de Justicia con miras a controlar el sistema de la judicatura y los órganos electorales como la ONPE y el RENIEC. Para el Jurado Nacional de Elecciones tienen preparada otra trampa. El asunto es asegurarse el 2026 por las buenas o por las malas.

Mientras tanto, el señor Alberto Otárola tiene que dejar el escenario después de un audio porno en el que braguetea su papel de jefe imaginario de Recursos Humanos de alguna entidad (pública o privada, no importa). Y después de la vergüenza y de su renuncia obligada, sale con descaro a lanzar mensajes extorsivos y a decirle a la derecha que está disponible para cualquier eventualidad. Como por ejemplo, ocultar cadáveres. Su currículum vitae así lo dice.

La indecencia nunca fue tan exhibicionista en este país carcomido. Nunca asistimos con tan cobarde resignación a la destrucción de las instituciones y a la difuminación de la separación de poderes. Nunca hemos sido, como ciudadanos, tan poca cosa.

¿O sí?

¿Acaso no lo fuimos con Leguía, que corrompió el país hasta que un milico burro lo golpeó desde Arequipa?

¿No lo fuimos con Odría, que quiso matar a Haya de la Torre y lo mantuvo cinco años asilado en una embajada?

¿No lo fuimos con Velasco, que quiso ser un Robespierre mangache?

¿No lo fuimos, recientemente, con el fujimorismo purulento que, desde 1995, creó una maquinaria cuyo único propósito era permanecer en el poder para saquear el Estado y servir al líder y a quienes lo rodeaban?

Sí, es cierto, pero esta vez es peor.

Leguía tenía una visión de país, un concepto del desarrollo, una manera de entender nuestras relaciones internacionales. Era la burguesía bilingüe y en acción.

Odría, que fue la respuesta feroz a la agitación todavía marxistoide del Apra, fue el cachaco de los agroexportadores pero también el promotor de nuevos derechos laborales y de una infraestructura educacional que no puede subestimarse.

Velasco hizo la reforma agraria que el Apra había prometido, abrió compuertas del ascenso social y se enfrentó a una oligarquía que terminó venciéndolo. Pero nadie puede decir que Velasco no tenía un propósito y una idea clara de cómo arrebatarle banderas a la izquierda comunista.

Y al Fujimori de su primer periodo no se le puede negar lo hecho en relación al manejo económico y a la lucha contra el senderismo.

Pero la señora Boluarte no habría sido ni la secretaria de la PCM de ningún gobierno. Sus intereses terminan donde acaba su apéndice nasal y su programa consiste en durar todo lo que pueda.

No hay perspectiva alguna de país en este gobierno escuálido secuestrado por el fujimorismo y su morralla. Un Congreso ilegítimo chalequea a un Ejecutivo repudiado. Cuarenta y nueve muertes costó asustar a la gente. Esa es la descripción policiaca de la política peruana.

Ahora la señora Boluarte se desprende de su excitado primer ministro y nombra a otro guardaespaldas en su reemplazo.

El señor Adrianzén encarna el humalismo más perfecto: es nada tirando para lo mismo, es el fantasma de cualquier ópera, es el botones con traje de comandante. Me atrevo a decir que el señor Adrianzén no existe.

El mensaje del “cambio de gabinete” es muy claro: seguiremos haciendo lo que nos da la gana –es decir, muy poco– mientras el Congreso lo permita.

¿Y los pobres, los de las ollas comunes, los barridos del mapa en las operaciones de desalojo? ¿Y la clase media que se esfuerza por seguir en esa franja y ve amenazada su condición por la recesión? ¿Y los emprendedores que viven con las justas y no tienen tiempo ni siquiera para indignarse?

¿Esos no cuentan?

No, no cuentan. El Perú es un atoro amarronado que Sedapal no puede remediar. Es Boluarte defendiendo a su hermano, es la derecha que festeja su éxito, es la izquierda que se tragó el cianuro. Es Fujimori en el Jockey Plaza anunciando lo que sucederá. Es el país que sería fácil no amar.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 676 año 14, del 08/03/2024

https://www.hildebrandtensustrece.com/

No hay comentarios: