16 de octubre de 2024

Perú: Contra el terruqueo y la censura

Juan Manuel Robles

Qué bueno que por todas partes se alce la voz en apoyo a Walter y Julio Humala, del Dúo Arguedas, quienes fueron impedidos de ingresar al Gran Teatro Nacional para un concierto en el que iban a participar y en el que eran —según varios de los asistentes— la atracción estelar. Simplemente, les negaron la entrada en la puerta cuando llegaron con sus instrumentos, a pesar de tratarse de un show en regla, anunciado con meses de anticipación y autorizado por las entidades competentes. Al momento de escribir estas líneas, el gobierno no se ha pronunciado sobre el hecho, pero la única explicación posible es la censura: Walter Humala no oculta su rechazo a Dina Boluarte; de hecho, fue partícipe de las manifestaciones contra ella luego de la caída de Castillo, y su canción “Me duele mi país” acompañó las marchas. Es fácil suponer que la mandataria no quiso exponerse a un nuevo bochorno en el Gran Teatro Nacional, como ya ocurrió en el Festival de Cine.

A mí me parece terrible todo acto de censura, pero creo que este es especialmente deplorable y significativo. Porque en un país que se nos llena de pesadillas cotidianas cada noche, donde las extorsiones acaban en asesinatos todos los días, donde la zozobra impone su dominio, todavía queda la humanidad de personas que se congregan con el propósito de ver a un gran músico exponiendo su arte. Y de pronto esas personas tienen que perderse el espectáculo debido a una mandataria asustada por el “terrorismo de imagen”.

En esas cosas anda concentrado el gobierno de Dina. Esos operativos —un agente de seguridad en la entrada haciendo uso de la fuerza— sí funcionan con precisión de reloj.

Walter Humala es uno de los cantautores ayacuchanos más importantes de los últimos tiempos, un referente fundamental del folclor andino, con una trayectoria que traspasa fronteras. Es también un hombre con un pasado contestatario y un compromiso político que lo ha metido en los problemas en que se mete cualquier persona con consciencia social en el Perú: ser terruqueado. Pero lo suyo fue serio. Nadie como este artista para dar cuenta de la triste realidad de la persecución por ideas. Si tuviéramos un Estado civilizado, la televisión pública le haría una entrevista a Walter Humala para que explique a los jóvenes qué quiere decir terruqueo y por qué no es un chiste. Al contrario, es algo que arruina tu existencia, o parte de ella.

Humala fue detenido dos veces, en 1983 y 1991, y en ambos casos los cargos se desestimaron. Tuvo que salir al exilio entre 1993 y 1994. En 1996, de vuelta en el Perú, fue injustamente encarcelado y se las arregló para enviar las letras de las canciones escritas en su celda y lanzar un disco (Walter Humala en voces de Wayra). El conflicto armado terminó, pero no el acoso hacia él. En 2014 fue detenido como parte del operativo Perseo. Para quienes no lo saben, Perseo fue una incursión armada de agentes policiales para detener a gente por pertenecer o simpatizar con Movadef, el movimiento que pedía una amnistía para Abimael Guzmán (de modo similar al fujimorismo que, en esa misma época, buscaba liberar vía indulto a su cabecilla preso). Ni entonces ni antes a Walter Humala se le encontró nada. Salió en libertad al poco tiempo.

Por supuesto que ser simpatizante del Movadef es controversial y criticable. Pero serlo no implica ser terrorista (de hecho, Movadef no está implicada en ningún atentado o ejecución). En todo caso, esa filiación no puede ser excusa para censurar a un músico a minutos de su presentación confirmada, vejándolo a él y a sus seguidores. El Perú es un país donde mucha gente buena está dispuesta a callar frente al hecho de que se dé muerte civil a un encausado por terrorismo, donde nadie critica que se despida a alguien solo por haber firmado el planillón de Movadef quince años atrás. Pero creo que este hecho, ocurrido en una de esas noches en que Lima se llena de disparos, muestra lo burda que es esta práctica y lo inútil que resulta para la lucha contra la inseguridad.

Hay algo llamativo en todo esto. El Jefe del Estado Mayor de la Policía, en esta ciudad que se desangra, es Óscar Arriola. Se trata de uno de los policías que dirigió Perseo, la operación que detuvo injustamente a personas como Walter Humala. Arriola, que por años ha sido un terruquero empedernido (estuvo detrás de la investigación a la obra teatral La Cautiva), tiene hoy a su cargo la seguridad de la ciudad. ¿Cómo le va? ¿Qué hace este efectivo valiente, este corajudo defensor de la ley, este hombre que en pleno 2022 nos decía “o estás con nosotros o estás con ellos” (por los terroristas)? Pues la respuesta la vemos en los noticieros, en los diarios llenos de sangre, en las declaraciones estúpidas del propio Arriola, que culpa a los choferes por no denunciar las extorsiones (con lo confiable que es la PNP) o sale a decir que solo somos más inseguros que El Salvador. ¿Qué fue del terruquero gallito? La respuesta también está en las fotos de Arriola con Chibolín, de cuya red parece haberse beneficiado. Me resulta fascinante pensar a este hombre, que metió presa a gente usando diagramas con redes intrincadísimas, tratando de zafarse de una foto tan directa y contundente.

Los disparos dentro de las combis, debido a la incompetencia del poder, y la censura de un artista, debido al abuso del poder, deberían ser un mensaje: alguien no está haciendo bien su trabajo. Alguien quiere seguir tomándonos de idiotas.

El crimen florece en medio del desgobierno. Los delincuentes huelen el vacío de autoridad moral, se fortalecen cuando no hay referentes éticos para la ciudadanía, cuando los cupos no solo los ponen ellos sino también los tombos. En todo el Perú crecen las voces que entienden que luchar contra el crimen en la calle requiere luchar contra el crimen en las altas instancias. Tal vez sea una buena ocasión de abrir los ojos, replantear prioridades y rechazar al unísono la persecución terruquera, para denunciarla por inmoral y obsoleta.

Está visto que los policías que obligaron a echarse de bruces a campesinos —que solo buscaban manifestarse—, acusándolos de senderistas y sembrándoles armas, no tienen nada que aportar a nuestra seguridad. Intervienen obras de teatro, talleres universitarios de Marx y a artistas con guitarra, pero frente a las bandas el aplomo se les va. Es tiempo de dejar atrás ciertos estigmas paranoicos. Que no usen ese miedo viejo para tapar su inacción, su incompetencia y su dudosa moral.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 704 año 14, del 11/10/2024

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