5 de octubre de 2024

Perú: Melancolía en las familias

César Hildebrandt

Extraño mi ciudad. Me hace falta el país que se perdió. Me duele el muñón de lo que fuimos.

Pasé mi infancia en Jesús María, que era la clase media andando en la cornisa, y jugábamos a la pelota en la cuadra 16 de Arnaldo Márquez.

Más tarde, en mi etapa de lector cautivo, me iba al bosque de los olivos que estaba a unas cuadras de mi casa y me ponía a engullir páginas y a rumiar lo que creía que era un aprendizaje de lobo solitario.

No echo de menos esas cosas: el tiempo pasa y es implacable la ruina de lo que nos hizo felices.

Lo que me falta es el país defectuoso pero esperanzado que teníamos.

No éramos lo mejor del subcontinente, pero en educación, por ejemplo, nos envidiaban.

Y esa es la clave de la melancolía de mi generación.

Lo que más agrede del Perú actual es el estruendo de la ignorancia.

Donde antes se peleaban Luis Alberto Sánchez y Alberto Ruiz Eldredge hoy disputan un banano Rospigliosi y Bermejo. Donde antes polemizaban Igartua y Moncloa hoy se muerden un periodista de Willax y una fiscal de barro.

Son dos ejemplos insuficientes, lo sé. ¿Bastará entonces recordar las preguntas asnales que formularon tres congresistas para ver si así “incomodaban” al presidente del BCR?

El “socialista” Alfredo Pariona se interesó en saber si a Velarde le preocupaba el bajo crecimiento económico de las zonas rurales.

La cerronista María Agüero se refirió a las medidas que el BCR debería tomar para impedir el deterioro del poder adquisitivo de los sectores populares, dando a entender que esa capacidad de compra podía dañarse “por la estabilidad de los precios”.

Y Wilson Quispe, de Juntos por el Perú-Voces del Pueblo, arremetió directamente preguntando esto: “¿Cuáles han sido las obligaciones legales o iniciativas del BCR para buscar apoyar el empleo dentro de la población?”

Si no son delincuentes, son estúpidos. Y a veces son ambas cosas. Y todos son congresistas, padres de esta patria vejada.

Pero la huelga general de neuronas, el alarido de la ignorancia, la vanidad del no saber, la suntuosa exhibición de la miseria intelectual no sólo están en el Congreso.

Están en todas partes y abundan en los medios de comunicación, en los escritos oficiales, en los alegatos judiciales y fiscales, en la argumentación de los proyectos de ley, en los despachos de los reporteros televisivos, en el farfullar de la radio.

Me avergüenza el país que somos hoy.

Y me avergüenza más el país que fingimos ser: el que está cerca de la OCDE, el que marcha hacia el desarrollo, el que saldrá adelante con la agroexportación y la minería.

Un país no es una colección de cordilleras ni una suma de llanuras polimetálicas. Un país no es un montón de cifras. Un país es también una comunidad de intereses, un norte moral, unos principios surgidos del contrato social.

Aprendí con los años y los escarmientos que los países más vivibles son los que fomentaron el crecimiento de sus clases medias, con todo lo que eso, desde el punto de vista educacional, supone. Esa es una apuesta cultural de largo plazo.

En el Perú hemos hecho todo lo posible por hostilizar a la mesocracia. Y por derribar, o desfigurar hasta la caricatura, la meritocracia.

El gran problema añadido es que la ignorancia y la corrupción son amantes. Ningún público es más soñado por la corrupción que aquel que no distingue lo importante de lo superfluo. Nada es más embaucable que alguien secuestrado por el analfabetismo funcional.

El gobierno de Boluarte tiene explicación y linaje. Viene de Castillo, que es un omiso a la inteligencia. Y Castillo surge del miedo a Keiko, que es la corrupción en carne viva.

Boluarte es lo que quedaba en el pozo.

Tiempos atrás,  Andrés Townsend y Armando Villanueva peleaban por el liderazgo del Apra. Era la época en que Javier Diez Canseco y Alfonso Barrantes no se podían ver cuando del rumbo de la izquierda se trataba. Fue el momento en que Pablo Macera desacreditaba las reformas de los militares y grababa unas largas conversaciones con Jorge Basadre. Y el SUTEP, sin Derrama, luchaba por los suyos, mientras Luis Bedoya Reyes y Roberto Ramírez del Villar libraban batallas ilustradas por el conservadorismo.

Extraño ese país.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 703 año 14, del 04/10/2024

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