Natalia Sobrevilla
¿Por qué gobiernos “liberales” quieren prohibir el derecho de nuestros adolescentes a leer con criterio propio?
La semana pasada estuve en el Hay Festival de Arequipa, el evento que junta a lectores, escritores, pensadores y buenos curiosos durante cuatro días, y en el que las conversaciones bien planteadas toman completo protagonismo. Los temas cubren la literatura, por supuesto, pero también la economía, la actualidad, el arte, el cine, la historia, la gastronomía. La lista es tan larga como los participantes.
En esta ciudad colonial peruana —de donde proviene la familia de mi madre— , varios de los autores llevan también su palabra a colegios y cárceles, y se desarrolla también una edición joven y otra para niños: la ciudad vibra con los encuentros entre quienes escribimos y quienes leemos, llenándonos de energía, ideas y voluntad de seguir haciendo lo que nos gusta, reconfortados al saber que las conversaciones se expanden.
Nada más necesario en estos tiempos oscuros, donde las prohibiciones y censuras de libros se hacen una vez más patentes. No se trata únicamente de fatwas, como la que provocó el ataque que ha sufrido Salman Rushdie, quien estuvo en el Hay de Arequipa de 2018 junto a Mario Vargas Llosa. Penosamente, las prohibiciones de libros se siguen expandiendo. En los Estados Unidos, tristemente, ya no es novedad que los libros dejen de circular en las escuelas debido a prohibiciones en estados como Texas o la Florida. En total, solo en 2024 se han prohibido unos 10.000 títulos en escuelas de ese país.
Pero la tendencia no se queda allí, y esta semana el gobierno de Javier Milei en la Argentina ha buscado prohibir en las escuelas la lectura del libro de Dolores Reyes, Cometierra, aduciendo que su contenido sexual es inaceptable. Esto, a pesar de que el libro solo es leído por alumnos mayores de 16 años y de que su tema central es el feminicidio y el abuso a las mujeres. Esta semana, además, la vicepresidenta Victoria Villarruel encabezó un acto en el Senado de ese país en contra de la llamada Educación Sexual Integral (ESI). Ella considera que estos programas sexualizan a los menores, cuando más bien los estudios muestran que el 80 % de las denuncias de abuso se hacen precisamente después de haber tenido acceso a esos programas de ESI.
La paradoja está en que los gobiernos de Trump y Milei se autoproclaman liberales, pero abogan por la restricción del acceso a la lectura. Algunos piensan que no es tan grave, ya que no se trata de prohibiciones absolutas o censuras, ya que simplemente se está sacando libros del currículo escolar. No obstante, los riesgos son altos, ya que es desde ese espacio que se va viendo la idea de sociedad que proyectan. Se alejan estos libros de los niños y de los jóvenes porque se perciben como peligrosos. Y fue justamente basada en este ángulo que Irene Vallejo nos recordó la semana pasada —también en Arequipa— que los libros se han censurado históricamente porque son poderosos, ya que pueden llevar a un cambio en la manera de pensar.
En la conversación que Magally Alegre y yo compartimos con ella sobre la importancia de los archivos nacionales y la necesidad de mantener acceso a ellos, Irene nos recordó la gran novela de Ray Bradbury, Fahrenheit 451, en la que los bomberos encargados de quemar los libros son vistos como el gran enemigo y los miembros de la resistencia se aprenden los volúmenes de memoria para mantenerlos vivos. Mi madre estaba entre el público y ambas sonreímos, pues esta fue la primera novela adulta que leí cuando tenía unos doce años, una vez que tuve que faltar a la escuela por una fiebre: ella me la alcanzó al notar que me había quedado sin nada que leer.
Los libros nos salvan, y la lectura nos permite conocer mundos que de otra forma no podríamos imaginar. Nos acercan a realidades que a primera vista pueden parecer muy lejanas, pero que quizás no lo son tanto. Por ejemplo, en este Hay Festival también tuve la oportunidad de compartir escenario con Abdulrazak Gurnah, el nobel de Literatura de 2021, con quien tuve la suerte de trabajar en la Universidad de Kent. Fue una excusa para leer algunas de sus novelas, algo que tenía pendiente y que recomiendo mucho: su escritura es luminosa, y nos lleva a situaciones que de otra forma quizás nos serían difíciles de interiorizar, pero que aun así reconocemos.
Paraíso, quizás la más conocida de sus novelas, nos narra la vida de Yussuf, un niño de diez años que se ve empeñado como empleado de un supuesto tío para pagar la deuda de su padre. En ese libro vamos descubriendo junto al niño la injusticia del mundo en que se mueve y, a pesar de ello, también las posibilidades de encontrar la belleza y la solidaridad en una situación tan abyecta. Y ya que las lecturas siempre se encadenan con otras, es necesario nombrar ahora un libro recién publicado que el peruano Marcel Velázquez presentó en el mismo festival.
En Cuerpos Vulnerados, el crítico y autor sanmarquino nos recuerda la práctica en el Perú de traer “cholitos” para trabajar con familias en las ciudades. El pretexto era que de esta manera se les podía “civilizar” o “educar”, debido a que la situación de las familias de esos niños era muy precaria. El hecho de que menores de edad tuvieran que ser sirvientes nos recuerda de manera directa la experiencia de Yussuf en Paraíso. Ambos libros, desde otras orillas del mundo y desde perspectivas muy diversas —una desde el ensayo, la otra desde la ficción—, nos recuerdan la vulnerabilidad de la infancia y cómo la única manera de defender a muchos ante el abuso es a través de la denuncia. Algo que los buenos libros saben hacer muy bien.
Que los gobiernos quieran decidir qué es lo que pueden o no deben leer los niños y adolescentes preocupa porque, justamente, los libros que se están eligiendo prohibir pueden darles acceso a entender situaciones de peligro en las que pueden encontrarse.
No nos queda más que seguir luchando por el derecho a la lectura desde todos los foros posibles. Este rincón es uno de ellos, y si usted también está de acuerdo, no dude en compartirlo..
https://jugo.pe/arequipa-y-comer-tierra/
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