César HildebrandtJavier Milei odia a los periodistas que le preguntan cosas que no puede responder con insultos. Por eso habla de “ensobrados” a los que les ha llegado la hora.
Argentina, como se sabe, es el país en el que Borges no quiso ser enterrado y en el que un tal Raúl Alfonsín, el presidente que huyó antes de terminar su mandato, no quiso recibir a Julio Cortázar (que, dicho sea de paso, está sepultado en París como ciudadano francés fallecido en 1984).
Esa Argentina, no la de los que se rompen el alma tratando de sobrevivir, no la de muchos de sus notables artistas y escritores, ha encontrado en Milei el compadrito con chaira que los sacará del apuro.
Milei quiere una América Latina llena de las Meloni y los Bukele que le gustan. Milei es el embajador informal de Donald Trump, el hermano putativo de Marco Rubio, el bisnieto del general Julio Argentino Roca, fundador de la república oligárquica. Milei es lo que le pasó a la Argentina cuando el peronismo se convirtió en banda de ladrones.
Entonces, como si de un tango extremo se tratara, vino un loco con una motosierra y fue elegido. Un pueblo sin esperanza optó por una derecha drogada que quiere someterse al dólar, abolir el Banco Central, privatizar todo lo que esté en Registros Públicos y lograr que los jubilados, entre otros, se mueran de hambre para que dejen de molestar con sus vejeces y sus cánceres. Los argentinos, hartos del populismo salteador de caminos, eligieron al hombre cuyo programa, si así puede llamarse, es convertir a la Argentina en una colonia de los Estados Unidos. Se trata de vengarse del Reino Unido, vencedor en las Malvinas, entregándose a la potencia que bien podría interceder en alguna futura negociación. Pero Milei va más allá: quiere una federación internacional de derechas, un frente amplio de momias que termine con la resistencia sindical, las quejas de los expulsados del sistema y la respuesta de quienes conservan algún poder de negociación. Milei es el virrey procaz del globalismo inspirado en la muerte de la sociedad, la extinción de lo público, el dominio de la codicia, la reducción a niveles microscópicos del Estado.
Milei es el fujimorismo que llevó en las suelas de una zapatilla algún peruano migrante. Es el fujimorismo brotado en un potrero de Buenos Aires. Pero a diferencia de la infección multidrogorresistente que aquí padecemos, Milei tiene el mérito de mostrarse como es. No es que sale a la tele a decir que ama a la gente, que lucha por la justicia y que espera el beneficio de las mayorías. Milei no se maquilla: quiere un país que sea aliado de Trump, cómplice de Israel, favorito de la Unión Europea en la versión putón ibérico de Borrell, socio de la ultraderecha emergente. Quiere, vamos, la caverna. Y la quiere grande y ecuménica. Es el Trotsky del mercado. Dice que es anarcoliberal, pero cuando necesita a la policía federal para romper crismas en las manifestaciones, ahí sí que se acuerda de la maquinaria del Estado. Derrotar la inflación dejando sin capacidad de compra a buena parte de la población es algo que podría hacer cualquier contador encarnizado. Mandar apalear a los discapacitados que protestan por la merma en ayudas estatales es ejercer el neoliberalismo con el terno de solapas cruzadas de Al Capone. Y jugarse entero por los poderosos y lo que representan es una práctica tan vieja como la que ejercía Rahab, la prostituta cananea que, en su papel de espía, ayudó a las tropas israelíes a conquistar Jericó y masacrar a sus habitantes.
Milei es la nueva versión de la decrepitud neoliberal. Y políticamente morirá igual que Francisco Real, el Corralero: apuñalado borgianamente por “el hombre de la esquina rosada”.
Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 710 año 15, del 22/11/2024
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