Patricia del Río
Si acosan sexualmente a la presidenta de México, ¿se entiende el peligro para el resto?
Martes 4 de noviembre, mediodía. La presidenta de México, Claudia Sheinbaum, salió del Palacio Nacional hacia las oficinas de la Secretaría de Educación Pública, en el centro de la capital. Tenía que caminar unos 500 metros. Como en otras ocasiones, la mandataria fue rodeada por personas que se acercaban a saludarla o tomarse fotografías. Ella, que cultiva una imagen de cercanía con la ciudadanía, se detuvo a conversar, escoltada por su equipo de seguridad. De pronto, un hombre aprovechó la aglomeración para acercarse por detrás, demasiado cerca, demasiado intimidante. Luego intentó besarle el cuello y, no contento con eso, la rodeó con los brazos y le manoseó los pechos.
Las imágenes son indignantes. La presidenta, que estaba concentrada en atender a la gente, luce desconcertada, sin entender lo que acaba de ocurrirle. Algunos testigos reaccionan con rechazo, pero nadie detiene al agresor. Nadie lo enfrenta.
A eso lo llamamos acoso sexual callejero, un término que describe actos de connotación sexual en espacios públicos: comentarios ofensivos, silbidos, miradas lascivas, tocamientos, persecución o exhibicionismo. No conozco a una sola mujer que no lo haya sufrido al menos una vez. Hasta hace poco, este tipo de comportamientos se consideraban simples “piropos”, gestos de “galantería” o libertades que se tomaban los hombre que debíamos tolerar. Nuestras caras de miedo no importaban. A nadie le interesaba que subiéramos a los buses muertas de asco sabiendo que alguien se nos pegaría más de la cuenta, que nos tocarían sin poder identificar al mañoso.
Hoy sabemos que no se trata de anécdotas ni de exageraciones. Nueve de cada diez mujeres en Lima y Callao han sido víctimas de acoso sexual en espacios públicos, según la Municipalidad de Lima. Y los datos oficiales confirman la gravedad del problema: el Ministerio de la Mujer atendió 257 casos de acoso sexual callejero solo entre enero y julio de 2024, el 96 % de ellos contra mujeres, y más de la mitad de las víctimas eran menores de edad. No es una rareza latinoamericana: a nivel mundial, el 65 % de las mujeres ha sufrido acoso callejero, de acuerdo con la ONG Stop Street Harassment.
Por eso, seguimos caminando con miedo. Antes de salir, muchas mujeres revisan qué ropa ponerse, eligen rutas más seguras para desplazarse, evitan las horas punta, no transitan por calles oscuras. Si un hombre nos mira con lascivia, cruzamos la vereda. En un taxi, preferimos sentarnos detrás del piloto y con los seguros desbloqueados, por si tenemos que huir. Son precauciones automáticas, aprendidas casi sin darnos cuenta. Forman parte de nuestra educación emocional, de ese instinto de supervivencia que hemos debido incorporar para movernos en un mundo que no fue pensado para nosotras.
Y lo peor es que esta realidad no mejora. Vivimos tiempos en que los derechos conquistados por las mujeres retroceden: gobiernos conservadores de todo el mundo eliminan el enfoque de género en las escuelas, restringen el derecho al aborto, reducen presupuestos de programas para la igualdad e, incluso, cierran ministerios de la mujer. Lo hacen en nombre de una supuesta “igualdad” entre hombres y mujeres que no se debe contaminar con medidas que nos privilegien a nosotras.
La pregunta es: ¿somos iguales, realmente? ¿Ocupamos el espacio público del mismo modo? ¿Gozamos de los mismos derechos y beneficios? Está claro que no. Las mujeres seguimos saliendo a la calle como quien entra en una jungla: alertas, tensas, listas para escapar. Le pasó a la presidenta de México, le pasa cada día a millones de mujeres anónimas. Y mientras no se entienda que el acoso no es un gesto inocente, sino una forma de violencia, nos seguirá pasando a todas.
Fuente: https://jugo.pe/acoso-callejero-mujeres/?_gl=1*jxubn8*_ga*MjEwMjMzNzc1OC4xNzYyOTAxODE5*_ga_YW51KEZ9LB*czE3NjI5MDE4MTgkbzEkZzAkdDE3NjI5MDE4MTgkajYwJGwwJGgw

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