17 de marzo de 2024

Perú: SEGUNDA RESPUESTA A UN SUPUESTO LIBERAL

Natalia Sobrevilla

Otra aclaración de conceptos en una especie de articulismo epistolar

La semana pasada mi artículo sirvió para responderle al atento lector Miguel Calderón —que espero que se suscriba pronto a esta plataforma, porque le encanta comentar fervorosamente mis artículos y los de Roxana Barrantes— y su respuesta a mi respuesta esta vez me ha incitado casi epistolarmente al diálogo porque, por más que le moleste que me defina como liberal por el mero hecho de que me importan los derechos humanos, aquí explicaré por qué lo seguiré haciendo. (Es cierto que, más bien, que en el siglo XIX se me hubiera llamado ‘progresista’, porque habría estado en contra de la esclavitud y la servidumbre, y hubiera combatido junto con las feministas de la primera generación, como Flora Tristán, a favor de los derechos de los trabajadores y de las mujeres).

El liberalismo, que se originó en el siglo XVIII y se comenzó a utilizar a inicios del XIX como nombre para un movimiento político durante las Cortes de Cádiz, históricamente ha sido muy tolerante con la desigualdad. Fue justamente por ello que los llamados progresistas —una vertiente dentro del liberalismo— se fueron acercando cada vez más al socialismo, como el de la Unión Obrera de la mencionada Flora Tristán. Con la Revolución de 1848, cuando aparecen las banderas rojas que hasta ahora aterran a los conservadores, las divisiones entre los liberales, progresistas, radicales y socialistas se profundizaron y tomaron rumbos distintos en la segunda mitad del siglo XIX hasta llegar a decantarse en posiciones enfrentadas en el siglo XX.

Pero volviendo al siglo XIX peruano, fueron los liberales de la primera generación los que crearon, con todos sus problemas, el sistema representativo de la República, y fueron los de la segunda generación —con el apoyo de los progresistas y de los radicales— los que lideraron las campañas por la abolición de la esclavitud y del tributo indígena, llegando a pelear una guerra civil entre 1853 y 1855 en busca de que todos fuesen iguales ante la ley. Y si bien es cierto que sus intenciones fueron buenas, no llevaron a buen puerto, ya que la abolición de ambas instituciones no hizo más que profundizar las diferencias económicas. Por un lado, quienes habían sido esclavizados tuvieron que seguir trabajando por nada, o casi nada, mientras que sus antiguos amos recibieron generosas compensaciones por su liberación; y, por el otro, los indígenas fueron perdiendo el control de sus tierras, pues, al no ser protegidas por el Estado, las fueron vendiendo de a pocos y esto llevó a la creación de los latifundios.

A mediados del siglo XIX el liberalismo peruano, con el apoyo de los progresistas y radicales, aspiraba a la igualdad de todos ante la ley, pero no logró más que preservar e incluso empeorar las diferencias económicas. Hacia finales de siglo el liberalismo fue mutando cada vez más, influenciado por las ideas del cientificismo social y las teorías de la diferencia racial que llevó a que en 1896 se limitara el acceso al voto solo a los hombres que sabían leer y escribir. Hasta ese momento la legislación electoral peruana, de Cádiz en adelante, había permitido que todos los hombres que no se encontraban en una situación de servidumbre pudieran votar. Por esto lucharon los liberales, quienes defendieron el derecho al voto de los analfabetos durante los primeros tres cuartos del siglo XIX, frente a los conservadores que siempre lo quisieron limitar.

Pero volvamos a la respuesta del lector Miguel Calderón, quien insiste que en el corazón del liberalismo está “la propiedad privada, de ella deriva el libre mercado como librecambismo”. Ahí me temo que no podemos estar de acuerdo ya que, si bien la propiedad privada importa, no es a mi juicio el concepto central del liberalismo, sino la libertad y la igualdad. Me llama mucho la atención cuando dice que (sic) “tampoco debe caer en el relativismo simplón de hoy en día, en que cualquiera que no sea conservador, sería liberal (así, un socialista podría ser liberal, o el abortista, o llamar liberal a quien se acuesta con medio mundo), nada de estas cosas tiene que ver con el liberalismo”. Allí nuestras discrepancias se acentúan, justamente, porque para mí importa la libertad de una mujer de decidir sobre su cuerpo o de interrumpir o no un embarazo. El derecho al aborto es netamente un principio liberal, al igual que la libertad sexual de decidir con quién quiera acostarse, si con medio mundo o no.

Los siguientes párrafos de la respuesta del señor Calderón son tan delirantes que no merecen respuesta, pues me acusa de una letanía de cosas que parecen sacadas de un panfleto para atentos lectores del diario Expreso o de televidentes de Willax. Quien quiera entretenerse puede entrar a mirarlos aquí: allí quedan para ilustrar sus dificultades para mantener un debate alturado y su tendencia a esgrimir ideas alejadas de la realidad.

Su último párrafo, sin embargo, delata el motivo real por el cual se ha ocupado de mi columna por segunda semana consecutiva. Calderón escribe: “Y tu evidente silencio sobre la mafia caviar de Gorriti y fiscales, que han manejado la fiscalía y PJ a su antojo, para proteger a todos los corruptos y delincuentes del caso lavajato durante 8 años y ningún resultado, con todos libres, dice tanto de tu ideología que ni siquiera es necesario que te reconozcas socialista progre, es evidente, pero que digas que eres liberal ya es demasiado”.

Evidentemente, lo que le molesta a él y a quienes han sido secuestrados por ese tipo de sesgo colectivo, es que no me sume al absurdo cargamontón contra Gustavo Gorriti, el periodista que más ha hecho por luchar contra las mafias en el Perú. Lo que queda más claro que el agua, señor Calderón, es que quien no parece ser muy liberal es usted, ya que tiene muy poca estima por la democracia, la pluralidad y que, en verdad, busca apropiarse de un amplio término histórico, el liberalismo, para confundir a la lectoría.

https://jugo.pe/segunda-respuesta-a-un-supuesto-liberal/

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