15 de noviembre de 2024

Un muy largo camino por recorrer

Natalia Sobrevilla

Una hipótesis sobre el machismo en las recientes elecciones estadounidenses

Esta semana ha sido agotadora para los interesados en la política internacional, como suelen ser las que coinciden con unas elecciones tan trascendentales como las de los Estados Unidos. Quienes nos dedicamos compulsivamente a seguir los avatares electorales, cada año ya tenemos mapeados los estados de ese país que están en juego, las posibilidades de los colegios electorales, así como lo que dicen las encuestas y los especialistas. Este año, a pesar de la trascendencia de este combate entre los demócratas y republicanos, me encontré un poco apática la noche del martes, quizás porque intuía que la noche no sería larga y que Donald J. Trump se impondría sin demasiada dificultad sobre Kamala Harris.

Vi los resultados junto a mis padres, demócratas de carné, desde que en el año 2000 mi madre se hiciera ciudadana estadounidense con la única ambición de votar por Al Gore ya que desde los años 80 es una convencida ambientalista. Quizás el famoso conteo y reconteo de la Florida de entonces sea demasiado lejano para muchos, pero el martes por la noche ella sentía una creciente incomodidad ante un posible segundo periodo del millonario devenido en político que piensa que las protecciones al medio ambiente son inútiles.

A mí, en cambio, me recordó la noche del 2 de noviembre de 2004 que viví en la Universidad de Yale con los estudiantes y profesores de Ciencia Política. A pesar de mis más de ocho meses de embarazo pasé la noche en blanco, siguiendo cada estado en disputa y viendo con creciente horror que George W. Bush era elegido con todas las de la ley y con amplia mayoría. Ya nadie podría decir que había llegado a la Casa Blanca de chiripa. Algo semejante sucede esta vez con Trump: ha ganado no solo los colegios electorales, sino también el voto popular, el Senado y la Cámara de Representantes. Su poder será completo, ya que incluso la Corte Suprema está controlada por quienes lo apoyan.

Todo lo anterior ocurre a pesar de haber llevado a cabo una campaña caracterizada por la negatividad, donde ha amenazado a sus opositores con querer destruirlos, advirtiendo que habrá deportaciones masivas de inmigrantes ilegales, a quienes además responsabiliza hasta de comer perros y gatos. Ha sido elegido, aparentemente, sin tomar en cuenta que un juzgado lo ha encontrado culpable y su sentencia se debe dictar en los próximos días. Es una vez más presidente, aún cuando sus seguidores tomaron el Capitolio el 6 de enero de 2021 y destruyeron mucho de lo que encontraron a su paso y de que atacaron a legisladores demócratas. Nada de eso le ha importado a gran parte del electorado, que ha salido masivamente a votar por él. ¿Qué pasa con sus votantes? Claramente, no consideran que ninguno de estos hechos sea determinante y están en todo su derecho de apoyar a quien consideran que mejor los representa. La democracia es así y la elección ha sido, sin lugar de dudas, de los republicanos.

En las próximas semanas veremos esbozar muchas explicaciones de por qué se dieron estos resultados; sin embargo, aquí compartiré algo de lo que me parece que ocurrió el martes. Toda elección americana es un referéndum sobre la capacidad del partido en el poder y, en este caso, los demócratas con Joe Biden no han sido percibidos como exitosos. Hace muchos años, en otra elección, se acuñó la frase it’s the economy, stupid, y este año es sin duda parte de la explicación. Muchos sienten en sus bolsillos que hace cuatro años estaban mejor que ahora, y que la inflación ha crecido de manera acelerada. Esta es además una tendencia mundial.

El presidente saliente es visto como ineficaz y su edad le ha pasado factura, a pesar de solo ser dos años mayor que Trump, quien se ha convertido en el hombre de mayor edad en llegar a la Casa Blanca. La situación fue tal, y sus apariciones como un anciano desorientado preocuparon tanto a sus correligionarios que, en el mes de julio, Biden se vio obligado a renunciar a una posible reelección para dejarle el camino abierto a su vicepresidenta, Kamala Harris, quien muy rápidamente consiguió el apoyo de la mayoría del partido y logró recaudar millones de dólares en muy poco tiempo. Inicialmente tuvo un gran rebote en las encuestas, pero desde hacía por lo menos un mes sus posibilidades de ganar se hicieron cada vez menores. Las encuestas presentaban un empate técnico, con el apoyo casi absoluto de las personas de las ciudades por Harris y las del campo por Trump.

¿Era realmente posible que una mujer de ascendencia afroamericana y de la India fuera elegida presidenta de los Estados Unidos? Ahora queda claro que no, y eso me preocupaba desde el inicio. En un país racista y machista como los Estados Unidos, me parecía una fantasía. Durante las últimas semanas hablé mucho sobre ello con mi padre, quien llegó a Boston en 1959 como médico para hacer una residencia en un hospital universitario. En ese momento, el único lugar que ocupaban las mujeres afroamericanas era el de enfermeras —las menos— y como personal de limpieza —la mayoría—. No había una sola que fuera médico, o siquiera del personal administrativo. Cuando viví en New Haven hace veinte años el panorama no había cambiado demasiado: no conocí casi a ninguna académica afroamericana, las mujeres de esa ascendencia seguían ocupando principalmente las posiciones de limpieza, y las pocas alumnas afroamericanas que tuve en el curso que dictaba sobre raza y etnicidad en América Latina me contaban de las dificultades que vivían allí a pesar de ser estudiantes en una universidad de elite.

Trump ha sido elegido las dos veces que compitió contra una mujer, y cuando lo tuvo que hacer contra un hombre fue derrotado. Fue eso, o fue la pandemia lo que llevó a que Biden se impusiera, es imposible de saberlo. Lo que sí queda claro al ver los resultados es que los hombres han votado mayoritariamente por Trump: no solo los blancos y los mayores, sino también los jóvenes, los latinos, e incluso los de ascendencia afroamericana. Creo que, como en México, sólo habrá una presidenta mujer cuando las candidatas de ambos partidos sean mujeres. Es una triste realidad, pero de momento, queda mucho camino que recorrer.

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