César Hildebrandt
"El prontuario de la CIA en materia de tráfico de drogas es largo y nutrido"
Cuando Nicaragua era “un peligro” y había que negociar con Irán a ver si así Hezbolá liberaba a algunos rehenes en el Líbano, Ronald Reagan autorizó dos operativos de lo más importantes: que Estados Unidos le vendiera clandestinamente armas a los iraníes –que estaban oficialmente impedidos de recibir armamento después del derrocamiento del Sha– y que la CIA se metiera en una masiva venta de drogas dentro de los Estados Unidos. Con ambos fondos, el surgido de las armas y la cocaína, la contra nicaragüense sería financiada y tendría en jaque al gobierno entonces izquierdista del Frente Sandinista de Liberación Nacional.
Irán liberó, en efecto, algunos rehenes. Y la contra obtuvo hasta decenas de millones de dólares en fondos para compra de armamento, instrucción de su guerrilla, operaciones de sabotaje y golpes contra la infraestructura eléctrica y agrícola de Nicaragua.
Todo un negocio redondo. Toda una exitosa podredumbre. Todo yanqui hasta la médula. Todo imperialismo sin escrúpulos.
Como ustedes recordarán, aquello se llamó el escándalo Irán-Contras. Y como muchos de ustedes habrán de saber, hubo una comisión del Congreso estadounidense por la que desfilaron un par de consejeros de seguridad del presidente (John Poindexter y Robert McFarlane), el malamente célebre teniente coronel Oliver North, director del Consejo Nacional de Seguridad, y hasta el mismísimo presidente de los libres mercados y los ningunos sindicatos: Ronald Reagan. El jefe de la CIA, William Casey, se salvó de los interrogatorios porque murió antes de que las sesiones empezaran (1987). Las conclusiones de aquella investigación oficial fueron duras: el trasiego de armas a Irán y el espantoso asunto de las drogas no se habrían dado si Reagan hubiese vigilado más de cerca a sus subordinados. Salvaron a Reagan, como era de esperar, pero no pudieron evitar salpicarlo.
La sanción, en todo caso, no duró mucho. En 1992 George H. W. Bush indultó a quienes habían sido condenados: Elliott Abrams, Duane R. Clarridge, Alan Fiers, Clair George, Robert McFarlane y Caspar Weinberger. La operación lavado de reputaciones se había completado otra vez.
Cuatro años después, en 1996, el reconocido periodista Gary Webb publicó, con la colaboración de sus colegas Georg Hodel y Leonore Delgado, una serie de artículos en el diario “San Jose Mercury News”. En ellos, tras un año de investigación, se demostraba que la participación de la CIA en el tráfico de drogas dentro de los Estados Unidos había sido mucho más grave de lo que se había supuesto originalmente.
Hubo una gran presión sobre el periódico que publicó esos artículos, que fueron la materia prima del libro “Dark Alliance”. Fue de tal magnitud ese chantaje desatado desde “las más altas esferas”, que el editor del diario, Jerome Ceppos, llegó a admitir que lo escrito por Webb “tenía deficiencias de redacción, edición y producción”, aunque “la historia tenía razón en muchos puntos importantes”.
Webb fue una víctima más de una campaña de descrédito, pero jamás se retractó de lo que había escrito. En el año 2004, su cuerpo fue hallado en casa con dos balas en la cabeza. La policía, sí señor, declaró que se trataba de un suicidio.
Con el tiempo, Webb ha sido reivindicado. En medios como “The Washington Post” y “Esquire” se han escrito notas valorando su trabajo y su coraje.
Y ahora, además, se sabe, por documentos que fueron revelándose a lo largo de estos últimos años, que el prontuario de la CIA en materia de tráfico de drogas es largo y nutrido.
La CIA recompensó a Hedayat Eslaminia, uno de sus agentes en el Irán del Sha, permitiéndole que traficara heroína en San Francisco. Un señor de las drogas hondureño –Juan Matta Ballesteros– fue simultáneamente agente de la CIA y patrón de la compañía aérea “Setco”, activa en la entrega de suministros a la contra que se entrenaba en Honduras. ¿Y no se hizo acaso una película biográfica sobre Adler Berriman Seal, alias Barry Seal, agente de la CIA e introductor en los Estados Unidos de cocaína procedente del cartel de Medellín? ¿Y podemos ignorar que Gulbudin Hekmatiar, uno de los muhaidines que luchaban contra la invasión soviética de Afganistán, tuvo el pleno apoyo de la CIA a pesar de ser uno de los jefes del tráfico internacional de heroína?
¿Y no fue Manuel Antonio Noriega, narco público y notorio, aliado de los Estados Unidos y dador de ayuda militar a la contra nicaragüense? Su carácter de socio de la Casa Blanca se terminó cuando un avión cargado de coca fue derribado por el sandinismo gobernante y en la nave, tripulada por Eugene Hasenfus, se halló documentación que probaba la sucia conexión de Noriega con la CIA y el tamaño de algunas de las operaciones encubiertas que la agencia realizaba en la región. Por eso cayó “cara de piña”, después de una invasión brutal que se presentó como una “guerra contra las drogas”.
Ahora, cuando Trump ha convertido a los Estados Unidos en una tragicomedia peligrosa –la Ópera de dos centavos sobre un barril de pólvora–, llegan los navíos de la redención a amenazar a Maduro, que es, en todo caso, el Noriega del 2025. Llegan los navíos del imperio liderado por un patán y se hunde una supuesta narcolancha con once tripulantes y sale Trump a jactarse de la épica jornada y a decir que el tráfico de drogas caribeño tiene las horas contadas. Y yo me caigo de la risa.
Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 748 año 16, del 05/09/2025
https://www.hildebrandtensustrece.com/
No hay comentarios:
Publicar un comentario