César Hildebrandt
"Me dan risa los cubanófilos peruvianos que se mueren por una beca en los Estados Unidos"
Vladimir Cerrón se ha ofrecido para mejorar la condición cerebral de un suboficial de la PNP caído mientras hacía labores de limpieza en una comisaría de miseria.
Noble propuesta la de este neurocirujano que quiso sanar al Perú aplicando la terapia de Fidel Castro: una sola prensa, un solo partido, una sola voluntad colosal fundando el paraíso de la eterna igualdad.
Pero un día se cayó un muro en Berlín y se cayeron las franquicias de Moscú en el este de Europa y se cayó el Kremlin mismo en una sucesión gravitatoria de desplomes, y entonces Cuba dejó de recibir las propinas que necesitaba y llegó la verdad con cara de impío contador. Llegó el demandante y mandó parar.
Pobre pueblo cubano, tan próximo y tan entrañable. No se merecía lo que le ha tocado, del mismo modo que tampoco merecía la Cuba de los casinos y la dictadura de Batista. Pero anunciar la creación del nuevo hombre, sacrificar a tres generaciones en el empeño y terminar volviendo a las viejas indigencias y a la desesperación amordazada de los de abajo es todo un desastre social, político y moral. Que el imperialismo yanqui y su bloqueo tengan algo que ver con este escenario, no exime al sectarismo comunista de su responsabilidad. Cuba es un museo de cera donde todos caminan de puntillas.
Me dan risa los cubanófilos peruvianos que se mueren por una beca en los Estados Unidos, que darían todo por una cátedra en la universidad más pichiruchi del medio oeste (aunque sea), que siguen esperando la consagración de sus novelas ilegibles, pero que no dudan en firmar textos pro Cuba, pro Venezuela o pro Nicaragua. Si eso es la izquierda para ellos, que no se extrañen que en las elecciones del 2026 un Kast de estos lares, un Porky sin ictus, arrase con los votos. Porque es ley: cuando la izquierda es estúpida, la derecha usa la ganzúa.
Cerrón quiere intervenir gratuitamente un cerebro dañado. Más le valdría explicarnos cómo es que un hombre venido de La Habana terminó arropando a un profe de tercera que supuso que Palacio era un bazar y a una señora de Apurímac que era –y se notaba– la suma de todas las traiciones. Más le valdría explicarnos cómo es que, terminada la aventura palaciega, acabó pactando con el fujimorismo podrido para aprobar leyes que beneficiaban a pandillas.
A Cerrón, en suma, habría que encargarle que abriera el cerebro de la izquierda peruana y descubriera cuál es la naturaleza de ese mal que le impide entender qué pasó en la Unión Soviética, qué pasa en China o en Vietnam, qué pasará con ese momiaje intelectual progre que no acepta que el mundo cambió. Esa izquierda vintage libra batallas que ya se perdieron mientras huye de las que debería enfrentar. Y el resultado anecdótico, por citar un ejemplo, es que el abogado de Bermejo, no Alanoca –la síntesis del sur rebelde–, es el candidato más relevante de la izquierda.
El mundo es una ciénaga. Y la izquierda es más necesaria que nunca. Esa izquierda renacida está en la flota humanitaria que quiso llegar a Gaza, en los movimientos globales que abogan por desvincular el crecimiento de la economía de los propósitos de felicidad del ser humano, en la prédica verde, en la lucha contra la obscena concentración de la riqueza, en la preocupación por los efectos laborales de la inteligencia artificial, en el combate en contra del imperialismo y el colonialismo (el norteamericano y el europeo), en la defensa con reservas de una Federación Rusa que fue provocada sistemáticamente por el lado más sombrío de la OTAN. El agua, las farmacéuticas mundiales, el intento de privatizar el espacio, la asimetría tenaz del comercio, el uso criminal de la fuerza (como en el caso actual de Trump haciendo de orca imperial en el Caribe): la agenda de la izquierda es tan vasta y decisiva que no exageramos al decir que la civilización depende de ella.
A la izquierda peruana, sin embargo, se le rayó el disco. Es como si Rolando Breña Pantoja siguiera oculto huyendo de Velasco, como si algún perito en rayos de Albania siguiera dando instrucciones incendiarias, como si Fidel le preguntara inmortalmente a Camilo Cienfuegos si iba a bien. Como si Javier Heraud no hubiese muerto en vano. Como si la imagen de Mariátegui no hubiese sido manoseada masacradoramente por Guzmán.
Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 759 año 16, del 21/11/2025
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