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24 de septiembre de 2021

Perú: Manual para hacer mártires

Isaac Bigio

Los romanos sostenían que para agradar al pueblo hay que darle pan y circo. ¿Y ahora qué le podemos dar a los peruanos en su bicentenario de la independencia? Como los precios de los alimentos y el dólar han subido y en el distrito más poblado del país no hay agua, ¿por qué entonces no ofrecer un gran circo? Como no hemos podido hacer un gran pasacalle de más de un millón de personas por nuestra independencia (debido a la pandemia y al impasse electoral y gubernamental), bien podríamos inspirarnos en el ejemplo de los césares. Ellos solían contentar a sus ciudadanos llenando coliseos donde muchedumbres se deleitaban viendo cómo los leones se devoraban vivos a los cristianos y a otras personas acusadas de atentar contra el Estado o ser una suerte de terroristas.    

Y ahora el gran circo sangriento que tenemos es qué hacer con los restos de quien ha sido sindicado como “el peor genocida de nuestra historia”.  La propuesta es que su cadáver no sea entregado a cualquier miembro de su familia (en este caso su viuda, a quien no le permitieron visitar a su marido cuando estaba agonizando o poder reconocer su cuerpo sin vida), sino que sea incinerado y sus cenizas arrojadas al océano. Estos planteamientos han ganado portadas de los principales diarios, y hay una competencia entre quienes sugieren otras formas aun más crueles.

¿Cuándo en nuestra milenaria historia se ha denegado entregar el cadáver de un terrorista a su familia y se ha quemado a este para ser echado al mar? ¿Y qué democracia occidental ha hecho eso con un terrorista muerto tras haber purgado cárcel durante 29 años?

¡No importa! ¡En nuestro bicentenario tenemos que crear un gran aporte a nuestra sociedad y al mundo!

OLVIDOS

En medio de ello prácticamente nadie se ha acordado que al día siguiente de la muerte de Guzmán se ha cumplido el bicentenario del asesinato de un gran héroe de nuestra independencia. El 12 de septiembre de 1821 fue ejecutado José de Antepara, quien nació en Guayaquil (ciudad que llegó a ser parte del virreinato peruano), y que en octubre de 1820 fue uno de los gestores de su república (la misma que antecedió a la independencia de Lima y dejaba abiertas las posibilidades para que la actual mayor metrópolis ecuatoriana se hubiese quedado en el Perú). Antepara fundó en Londres el primer periódico pro independencia hispanoamericana y murió defendiendo la causa de la independencia peruana que había sido proclamada 45 días antes de su asesinato. Pocos se han acordado que este 15 de septiembre por primera vez en la historia hay cinco repúblicas que conmemoran su independencia ante España. A esa poca importancia ante la gesta de nuestros hermanos centroamericanos sigue la de casi ignorar que el 27 de septiembre el país hispano más poblado (México) recuerda el bicentenario de la consolidación de su independencia.

Tampoco le venimos prestando atención al hecho de que el 20 de septiembre entramos a la recta final hacia el bicentenario de nuestra primera asamblea constituyente, la misma que, según Jorge Basadre, marca el inicio de nuestra república.

¿Por qué no mostrar las imágenes del muerto y de su cremación al mundo?

Varios congresistas han pedido ver el cadáver o las fotos suyas, y ¿por qué no mostrar estas a todo el mundo? ¿Qué les parece filmar cuando a Abimael lo lleven a un horno, lo cremen, luego lo transporten a un avión o un barco, y de allí lo tiren al mar?

Incluso hay quienes han sugerido que antes de incinerarlo lo dinamiten. A fin de cuentas, ¿acaso él no fue una “bestia” cuyos seguidores hicieron explotar a la izquierdista María Elena Moyano (a quien tanto veía en muchas marchas y eventos) después de haberla acribillado?  

Los norteamericanos tiraron el cadáver de Osama bin Laden al océano sin previamente destruirlo. Nosotros, por supuesto, debemos demostrar que somos más duros que EE.UU. ¿Tal vez si Washington hubiese previamente cremado a sus correligionarios talibanes, estos no hubiesen recapturado luego todo Afganistán, al cual la OTAN invadió dos décadas atrás, precisamente, para acabar con estos terroristas?

¿Y qué les parece si hacemos que el cadáver de este “demonio” sea entregado a nuestras pirañas (para fomentar el turismo y el ecosistema amazónicos) o a alguna variedad de tiburones cuya caza indiscriminada pueda poner a su especie en jaque? ¿Y por qué decir que eso es inhumano si nosotros somos aún uno de los pocos países donde son populares las corridas de toros o las peleas de gallos en las cuales mueren muchos animales, mientras que con esta práctica no matamos a nadie y, más bien, damos de comer a seres acuáticos?

Un amigo en mi Facebook propuso que las cenizas de Guzmán sean echadas a una cloaca. ¡Qué idea tan interesante! ¡Por qué no hacemos algo mejor que lo que hacen en la tierra catalana del virrey Amat!

El 11 de septiembre, fecha en la que murió Abimael Guzmán, los catalanes celebran con multitudes su día nacional. Ellos se distinguen de todos los pueblos del mundo en sus costumbres de poner sus regalos de navidad debajo de un tronco con forma de duende risueño al que los chicos le golpean diciendo “caga, tío; caga, tío” y este “defeca” sus obsequios.  

¿Qué les parece si para mostrar nuestro asco por ese “innombrable” y para, además, recolectar dinero, no vendemos mil pildoritas conteniendo sus cenizas y a mil dólares cada una? ¿Y a todos los que la adquieren se les hace firmar un compromiso para que todos al mismo tiempo la tiren a sus respectivos desagües y para ello cada uno lo filme y haya una competencia en las redes sociales sobre quiénes la lancen con mayor originalidad y desprecio?

¡BÁRBARO!

Sin embargo, todas esas medidas podrían no ser del agrado de una congresista fujimorista, quien no quisiera que nuestro territorio o mar queden contaminados con una pizca de sus restos. Ella, Rosangella Barbarán, ha tenido una idea bárbara para evitar que el terrorista Guzmán pudiese tener una tumba donde se le pudiesen dejar rosas. Ella no solo apoya que los restos de ese bárbaro sean cremados y echados al océano, sino que pide que se lo haga fuera de las 200 millas peruanas para no contaminar al mar de Grau.

Pero ¿y qué pasaría si las cenizas del catalogado como el “mayor genocida de nuestra historia” terminan en nuestro territorio, ya sea como efecto de las corrientes marinas, del agua evaporada que nos llegue en forma de neblina, garúa o lluvias, de que algunos organismos se alimenten de estas y acaben siendo devorados por peces que entren a nuestras 200 millas o que terminen en barcos pesqueros que luego vendan sus productos en nuestros mercados? ¿Cómo podríamos evitar que algunas nauseabundas partículas recicladas de tal monstruo pudiesen acabar en un cebichito? ¿Cómo los antiguos integrantes o socios del Chimpún Callao podrían estar seguros de no estar ingiriendo ni una pizca de los desechos del referido Satanás en cualquier choro a la chalaca que se les sirviera? Y si ninguno de estos asquerosos restos cayese en nuestra tierra, ¿por qué contaminar el mayor océano del planeta, a la pesca de ultramar y a otros pueblos?

¿Qué les parece si planteamos una propuesta aún más genial y, como dirían los argentinos, más bárbara? ¿Por qué no lanzamos las cenizas de “la bestia” al espacio extraterrestre para así no contaminar a nuestro planeta? Y, para descartar la más infinitesimal posibilidad de que algunas de estas pudiesen ser absorbidas por la gravedad terrestre, ¿por qué no las ponemos en un cohete que acabe en el sol donde serían desintegradas para siempre a miles de grados de temperatura?

¡INCINERAR A TODOS!

Y al congresista Montoya se le ha montado una idea aun mejor. Hay que aprobar una ley para que todos los acusados por terrorismo sean incinerados. El jefe de su partido, López Aliaga, se proclama como el más creyente líder peruano, pues no solo milita en el Opus Dei sino que es casto y se flagela a diario para honrar a Dios. Y si la Biblia dice que los cuerpos de los muertos (incluso de los peores criminales) deben ser entregados a sus deudos y que todos deben ser sepultados, entonces, ¿por qué no plantear una enmienda no solo a la ley peruana sino también a los santos evangelios?

¿Y la incineración de terroristas también se daría cuando muera el último exdictador militar vivo que tenemos? O ¿tal vez se haría una excepción con Morales Bermúdez (a quien una corte italiana ha condenado a cadena perpetua por terrorismo de Estado), porque él firmó junto a Montoya una carta pidiendo un golpe militar para evitar que Castillo llegue a la presidencia? ¿Y esa ley se aplicaría a Montesinos y Fujimori, a quienes él sirvió en la Marina? ¿O acaso no es terrorismo haber creado el destacamento Colina, haber torturado hasta matar a estudiantes y maestros de La Cantuta, haber ejecutado la masacre de Barrios Altos o haber dinamitado el Banco de la Nación (asesinando a sus propios policías y personal) en el primer día de la patria de este milenio (aquel en el cual Fujimori juramentaba en su tercer mandato) para echarle la culpa a sus opositores?

¿Y por qué esperar a que los terroristas se mueran para incinerarlos? Tener a tantos en prisión generan muchos gastos, ¿no sería mejor quemarlos vivos a todos, así como antes hacían muchos católicos durante la edad media? ¿No sería mejor que se reactive el otro palacio que está en la plaza del Congreso, es decir el de la Inquisición? Y si alguien se opone o aparece leyendo un libro, un artículo o una nota en el Internet escrita por “Gonzalo”, ¿por qué no aplicarle la misma pena?

¿INCINERAR LOS RESTOS DE PIZARRO?

Mientras muchos medios acusan a Guzmán de ser el peor genocida de nuestra historia, cualquier historiador serio podrá demostrar que los peores genocidios y exterminios de pueblos se dieron durante la conquista, cuando más del 90 % de los peruanos originarios murieron y desaparecieron nacionalidades, lenguas y civilizaciones enteras (algunas sin dejar rastros). Nosotros, hasta ahora no podemos leer los quipus ni hay nadie que conozca el idioma original de los incas (el puquina).

Y mientras a Guzmán se le embellece con dicho título, aún seguimos hablando del palacio y el damero de Pizarro, teniendo una estatua de él al pie del Rímac y mostrando sus restos en nuestra principal catedral (la cual es a él a quien le da prioridad). ¿Y si queremos incinerar los restos de Guzmán, por qué no hacer lo mismo con los de Pizarro, mientras que se decreta erradicar todas las estatuas y nombres de calles o lugares públicos que se hayan dado en honor a genocidas y esclavistas de negros e indígenas?  

¿Acaso las democracias de España, Reino Unido o Israel, que han tenido o tienen un historial de conflictos armados, han postulado la quema de terroristas tras haber muerto? ¿Por qué Israel entrega los cadáveres de muchos palestinos a sus deudos y no lanza misiles cuando hay entierros masivos de militantes del Hamas muertos por sus acciones, los mismos que son escoltados por uniformados palestinos armados que gritan que hay que acabar con Israel? ¿Es acaso por debilidad o es porque saben que ello es echar gasolina al fuego?

CICLO DE VENDETTAS

Y, a estas alturas, uno debe preguntarse, cuál es la mejor salida para que el Perú se aleje de ese ciclo de vendettas sangrientas que caracterizó al docenio de “guerra popular” (1980-1992) impulsado por el autoproclamado “Presidente Gonzalo”.

Cuando Alan García decidió matar a alrededor de 300 presos senderistas en tres penales (muchos de ellos rendidos y desarmados), él pensaba que era la “solución final”, pero el senderismo sacó provecho de ello. Con su lema “la sangre derramada no apaga sino irriga”, su movimiento se expandió y se hizo más fanático y despiadado. Luego de ello hasta él tuvo que reconocer la capacidad de mística de los gonzalistas y recomendar a los apristas que sigan tal ejemplo.      

Pese a todo lo que se le pueda criticar a Fujimori y a Montesinos, ambos tuvieron la suficiente astucia de no matar ni maltratar físicamente a Guzmán y dejar que él se case con su pareja y número dos del PCP-SL, Elena Yparraguirre. Si le hubiesen acribillado, su imagen se hubiera vuelto un símbolo que hubiese impulsado más violencia. Al hacer algunas concesiones a su situación penitenciaria lograron que Guzmán, al año siguiente de su captura, pida a sus obedientes huestes que dejen las armas, firmen la paz y busquen la actividad legal, cosa que han hecho desde hace más de un cuarto de siglo.

No es cierto que Fujimori no quería negociar con el terrorismo, pues hizo ello y vendió miles de armas a las FARC. El propio Montesinos le escribió de puño y letra una carta a Guzmán pidiéndole que en el 2016 sus seguidores apoyasen la candidatura de Keiko Fujimori, la misma que entonces hablaba de poder aceptar a terroristas arrepentidos.

Montesinos sabe del ejemplo del boliviano “camarada Rolando”, que inició su guerra popular maoísta en el sudeste de su país una década antes de que el “camarada Gonzalo” hiciera lo mismo. Tras su derrota, el Partido Comunista Marxista Leninista de Bolivia creó su propio MOVADEF para intervenir en las elecciones. Este se llamó Frente Revolucionario de Izquierda (FRI), el cual acabó cogobernando con la derecha y postulando como su candidato presidencial al neoliberal Carlos Mesa, quien sería el principal rival del Movimiento Al Socialismo (MAS) en las últimas dos presidenciales (2019 y 2020). El propio Partido Comunista Chino de Mao ha evolucionado de propiciar “guerras populares” a desarrollar lo que pronto puede convertirse en la primera potencia capitalista global.

Si el actual gobierno hubiese permitido que Guzmán recibiera la visita o la atención de su esposa cuando estaba agonizando y ahora permitiese que se cumpla la ley y que ella disponga de su cuerpo se podrían amenguar muchas tensiones. Claro que existe el riesgo de que los senderistas quieran aprovechar el entierro o la tumba para crear un foco de atención. Sin embargo, el efecto de no permitir que se cumpla la constitución y las prácticas cristianas va a revertir ese proceso pudiendo generar una nueva espiral de violencia.

¿QUEREMOS MARTIRIZAR A GONZALO Y A MIRIAM?

Si uno se pone en los pies de un senderista que desea vengar el maltrato a su líder, ¿qué les sería más útil?

Si se le permite una tumba los senderistas saben que van a ser controlados, fichados y filmados cada vez que van a visitarla, que no mucha gente va a ir a su entierro (la única vez que el MOVADEF presentó un candidato a nivel nacional apenas obtuvo 7 mil votos) y que gradualmente su tumba podrá convertirse en una similar a la de otros insurgentes.

En cambio, al violarse la ley se justifica su desprecio por esta y por la democracia. Si se echan sus cenizas al mar, sería una forma de convertir a Guzmán en el Túpac Amaru del Tercer Milenio. Ya en sus redes ellos andan acusando a quienes quieren incinerar el cuerpo de su jefe en los nuevos Areches y que, pese a que los pedazos del cuerpo de Túpac Amaru fueron esparcidos por doquier y que sus familiares fueron castigados, hoy él es un símbolo internacional. También afirman que se trata de una práctica empleada por dictaduras del Cono Sur y similar a la que los nazis empleaban contra los judíos.  

De esta manera, van a querer construir la imagen de un nuevo mártir y presentar a su viuda (y nueva jefa partidaria) en víctima. A ella no le dejaron ver a su marido durante sus últimos dos años de vida y la han incomunicado para impedir que haga acciones legales para poder ver su cuerpo o disponer de él.

Todo esto, en vez de ayudarnos a pasar la página del horror que significó para la gente más humilde haber acabado en el fuego cruzado entre subversivos y contrasubversivos, va a generar nuevas semillas para que en algún momento aparezcan nuevos destacamentos o movimientos que quieran reeditar ese ciclo de violencia y vendettas.

Dentro de unos días el nuevo presidente Castillo va a hacer su primera gira internacional hablando ante Naciones Unidas y la CELAC. ¿Es justo empañar su imagen y la del Perú ante estas cumbres mostrándose como la única democracia que rechaza entregar el cuerpo de un terrorista preso a su familia y prefiere incinerarlo y tirarlo al mar? ¿Queremos que nuestros hijos y nietos vuelvan a conocer los horrores que nuestra generación vivió con tantos asesinatos, coches bombas, apagones y demás ajustes de cuentas?

Al presidente Castillo quisieron destruirlo e impedir que llegue a la Presidencia o que se mantenga en el poder bajo la calumnia de que él es un títere del senderismo o del terrorismo. Él ha demostrado que nada tiene que ver con el MOVADEF y por más que se evidencie ello a quienes apoyaron al fujimontesinismo nada les va a satisfacer.

Castillo y Bellido son los primeros hijos de madres campesinas pobres en llegar a la Presidencia y Premierato, respectivamente. Para los que antes avalaron una dictadura antiterrorista les es indispensable tener siempre a un monstruo subversivo contra el cual poder justificar negociados, corrupción y conculcación de derechos sociales y laborales. Si Castillo y Bellido quieren empezar a poner punto final a esa orgía de vendettas, deben ponerse firmes y hacer respetar la ley.


Isaac Bigio.  Politólogo, economista e historiador.

Fuente:
HILDEBRANDT EN SUS TRECE N°557, del 17/09/2021   p14

20 de septiembre de 2021

PERÚ: SOBRE EL CUERPO Y LA MEMORIA TRAUMÁTICA

Natalia Sobrevilla

Esta semana la discusión sobre qué hacer con el cuerpo de Abimael Guzmán ha dominado la conversación en el Perú. Esto a pesar de que su muerte, el sábado pasado, no debió tomar a nadie por sorpresa, ya que se trataba de un hombre de 86 años con una salud deteriorada, varios meses de huelga de hambre y casi 29 años de reclusión. Siete presidentes han pasado por el Poder Ejecutivo sin generar un debate sobre qué hacer con su cadáver cuando llegara la hora, lo que tarde o temprano iba a suceder.

Se trata, sin duda, de un ejemplo más de la dificultad que aún tiene la sociedad peruana para enfrentar el espinoso tema de la posguerra. Como dijo Eduardo González Cueva en su entrevista en Wayka, uno de los grandes problemas del país es que no hemos logrado entablar una discusión seria sobre lo que pasó en los años del conflicto armado. Se ha querido ver todo como blanco o negro, negando la posibilidad de una amplia variedad de grises. El trauma personal, como nos recuerda González, se debe tratar con terapia, usualmente hablada. Lo mismo sucede con los traumas sociales, así que mientras no logremos conversar de manera sensata y respetuosa de lo que nos pasó, y por qué nos pasó, no podremos superarlo.

Este es un punto muy importante, ya que, si bien recorrimos el proceso de la Comisión de la Verdad y Reconciliación y tenemos varios museos y lugares de memoria a nivel nacional, todavía no logramos hablar del tema sin perder la ecuanimidad. El profundo trauma que cargamos aún no se ha resuelto. Por eso se ha esperado hasta el último momento para enfrentar lo que hacer con el cuerpo del cabecilla de Sendero Luminoso.

No se trata de un problema sencillo porque, al no haber habido una discusión sobre los motivos que nos llevaron a la violencia, han emergido grupos que reivindican la ideología de SL y quieren tener un lugar donde venerar los restos de su líder. Esto, por supuesto, no se puede permitir, y fue por ello que se dio una ley para eliminar el mausoleo construido para él de manera ilegal en un cementerio de la capital.

Los senderistas eran particularmente sanguinarios, y la manera como trataban los cuerpos de las personas a las que asesinaban muestra que no tenían respeto por los caídos y, menos aun, por sus deudos. A los que consideraban ‘soplones’ les cortaban la lengua y los dejaban en la calle con un cartel encima para que sirvieran de escarmiento a los demás; en muchos casos prohibían a las familias enterrar a sus muertos y los obligaban a dejarlos a la intemperie para que se los comieran los perros y las aves de carroña. En casos excepcionales como el de María Elena Moyano, no solamente la mataron frente a su familia, si no que dinamitaron su cuerpo en Villa El Salvador ante los ojos de todos los que pudieran verlo.

No tenían respeto alguno por los cuerpos, pero ¿eso da pie a que el Estado cobre venganza sobre el de su líder, muerto después de 29 años de prisión? El respeto por el cuerpo de quien ha muerto es una muestra de civilización. Una de las tragedias griegas más conocidas, la de Antígona, versa justamente sobre su deseo de tener un funeral apropiado para su hermano. El castigo divino cae sobre toda la familia de Creón al no permitirle que entierre a Polinices.

En el Perú de los años de la violencia hubo miles de Antígonas que han buscado darles sepultura a sus seres queridos. Tenemos casi 20.000 personas que todavía no han sido identificadas, algunas en fosas comunes, otras en los depósitos del Ministerio Público, y eso es una vergüenza. Es imperdonable que el Estado y la sociedad en su conjunto no se haya hecho cargo de estas injusticias. Pero el hacer lo mismo con los restos de Guzmán tampoco es una forma de alcanzar la justicia.

Hace unos días me entrevistaron sobre el tema y dije que no importa qué se decida, siempre habrá descontento. Al final el Congreso ha tomado la iniciativa y va a ser cremado, aunque no estoy segura de qué se hará con las cenizas.

Espero que esto permita comenzar a hablar más sobre nuestro trauma social, y que no lo dejemos debajo del tapete como venimos haciendo desde hace tres décadas.

16 de septiembre de 2021

¿Qué y quiénes pierden con la muerte de Abimael Guzmán en el Perú?

Ollantay Itzamná

El 11 de septiembre del 2021, en la Base Naval del Callao, Perú, falleció el fundador y cabecilla del grupo terrorista Sendero Luminoso (SL), Abimael Guzmán, a los 86 años de edad, y en vísperas de cumplir 29 años de su detención. Purgaba la pena de cadena perpetua.

¿Abimael Guzmán es el único responsable sanguinario del Perú?

Según el informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, realizado a petición del Estado peruano, luego de haber “derrotado militarmente” al terrorismo en el Perú, el 54% de las más de 69 mil muertes violentas durante el conflicto armado interno que vivió dicho país corresponde a SL. Cerca del 46% del total de muertes son de responsabilidad de las Fuerzas Armadas (FFAA).

Las acciones antisubversivas de las FFAA, fueron tan terroríficas como las de SL, porque aquellas tenían la misión atacar a los terroristas y proteger a la población peruana. Pero asesinaron cerca de 30 mil de peruanos inocentes en defensa de la “democracia y de la Patria”.

SL estuvo conformado por indígenas y campesinos provenientes desde los territorios socioeconómicamente más sumergidos del país. “El pensamiento Gonzalo” encontró un terreno fértil en bolsones territoriales y sociales altamente vulnerables ocasionados por la República criolla peruana que estaba y está diseñada para enriquecer a unos pocos con los bienes comunes y el trabajo de las grandes mayorías.

¿Qué motivó para que surgiera Sendero Luminoso en el Perú?

Una de las causas principales para que jóvenes estudiantes o no asumieran dicho camino como su único vehículo de emancipación individual y colectiva fue las condiciones paupérrimas en las que sobrevivían casi la totalidad de la población campesina en las serranías del Perú.

El centralismo político económico limeño, casi virreinal, había anulado casi por completo la condición de humanidad de los pueblos y sectores campesinos del Perú “profundo”. Incluso muy a pesar de los intentos de cambio de la “Reforma Agraria” de 1969. En estas condiciones, apologetas de SL se constituyeron en ovacionados mensajeros de la “revolución senderista” para instaurar la patria prometida.

En la década de los 70, el Producto Interno Bruto (PIB) del Perú bordeaba cerca de 7.5 mil millones de dólares. A la muerte de Abimael Guzmán, el PIB peruano asciende a más de 220 mil millones de dólares, pero controlado por el sector privado en más del 90%. En la actualidad, cerca de 12 millones de peruanos continúan en situación de pobreza.

Sendero Luminoso, en buena medida, fue prohijado por la opulenta oligarquía criolla peruana que le negó toda posibilidad de subsistencia digna a los pueblos originarios, campesinos y nativos del Perú. En ese contexto encendió socialmente la promesa mesiánica maoísta, leninista y mariateguista del “pensamiento Gonzalo”.

¿Qué y quiénes pierden con la muerte de Abimael Guzmán en el Perú?

En 1992, capturan a Abimael Guzmán y a la cúpula de SL. Desde entonces, el Estado y todo el aparato mediático de la oligarquía peruana, construyen una narrativa político militar triunfalista e intimidatoria frente a cualquier intento de insubordinación o sublevación política en el país.

Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos se mantendrán en el poder por una década (1990-2000), cometiendo atrocidades de corrupción y delitos de lesa humanidad, mostrando su trofeo de guerra: “Abimael Guzmán y la cúpula senderista vivos y enjaulados”.

Quienes hemos vivido en el Perú, durante la dictadura fujimotesinista, recordamos que Guzmán era un trofeo vivo que Fujimori mostraba a la peruanidad, cada cierto tiempo, no sólo para recordar su eficiente lucha antiterrorista, sino para escarmentar cualquier insubordinación contra el sistema neoliberal. Mantener a Guzmán con vida y encarcelado, fue una estrategia fructífera para la oligarquía peruana neoliberal.

Ahora que muere Abimael Guzmán, la oligarquía criolla, sus actores políticos y sus comunicadores no saben cómo actuar por que se les murió su fetiche con el que se protegían o espantaban cualquier intento de insubordinación social. ¡Por eso se resistieron a creer que haya ocurrido dicho deceso!

Pero, lo más aberrante y arcaico de la oligarquía y de sus analistas/periodistas es que al saber que Guzmán había muerto, comenzaron a debatir sobre qué hacer con el cuerpo para “evitar que Guzmán resucite en los empobrecidos pueblos del Perú y vuelva hecho millones”. La razón jurídica moderna presume que la pena termina con la muerte del condenado, y que la decisión sobre el destino de los restos mortuorios de éste corresponde a sus familiares.

No sabemos cuál será el camino que tomarán quienes con su opulencia prohijaron a Guzmán y a SL, ahora que se les murió su fetiche para mantener su hegemonía política y económica neoliberal. Lo único cierto es que, ahora, las estructurales causas socio históricas que motivaron la adhesión de miles de peruanos al “pensamiento Gonzalo” continúan vigentes, y aún más recargadas que hace 50 años atrás. Y, éste es uno de los nudos centrales que la peruanidad debe de debatir y resolver, y no tanto el qué hacer con el cuerpo de Guzmán.

Ollantay Itzamná. Defensor de Derechos de la Madre Tierra y Derechos Humanos desde Abya Yala.

14 de septiembre de 2021

Perú: La muerte de ‘Gonzalo’

Gustavo Gorriti

La muerte de Abimael Guzmán no cambiará en el corto plazo –y probablemente tampoco en el mediano– el discurso dominante sobre el impacto de la insurrección senderista en este país. Antes que análisis anclado en conocimiento, ese discurso fue y es exorcismo basado en la maldición y el desprecio.

Ese divorcio del conocimiento abarcó todo el espectro político, desde la izquierda hasta la derecha. Hace pocas semanas, el excanciller Héctor Béjar recicló un argumento que fue casi lugar común en la izquierda en la primera parte de la década de los 80: que la insurrección senderista era una operación dirigida por la CIA para justificar la represión de la izquierda legal.

En la derecha de ese tiempo, Celso Sotomarino afirmaba que el senderismo era dirigido desde un portaaviones soviético anclado en el Caribe. El propio presidente Fernando Belaunde, exasperado ante lo que no podía entender, sostuvo que se trataba de una conspiración extranjera. ¿Qué otra cosa podía explicar el sabotaje a torres de transmisión eléctrica, a puentes, a fundos experimentales que tanto significaban en este país de recio territorio?

La ceguera cognitiva permeó también a las fuerzas de seguridad, salvo contadas excepciones, durante largos años. No se necesita releer a Sun Tzú para saber que en asuntos de vida y muerte, el precio del desconocimiento se paga con sangre.

En la mayoría de naciones ilustradas, el fin de un conflicto provoca una eclosión de historias, reseñas, monografías y memorias que termina de disipar la niebla intelectual de la guerra y permiten describir la verdad de sus hechos. En el Perú, en cambio, el empeño de los exorcistas por impedir el conocimiento ha sido inaudito e intenso.

En su muerte, Abimael Guzmán permanece tan desconocido como lo fue durante los años de la violencia y también luego de su prisión y condena. Si solo fue el “cabecilla sanguinario de la vesania terrorista”, ¿cómo explicar lo dura que fue la lucha contra el senderismo y la intrepidez, esfuerzo y talento que tomó vencerlo?

¿Qué hizo que estudiantes y profesores sin historial previo de violencia, asumieran como una necesidad de la Historia el perpetrar acciones de horrenda crueldad que supuestamente conducirían hacia un futuro justo a la humanidad? ¿Y qué llevó a gente materialista y atea a describir la prevista muerte propia como “el instante supremo de la entrega total al fuego purificador” frente a la mística presencia de “la jefatura”?

La rígida ortodoxia


Fue por la ideología extrema y su demostrada capacidad de alterar la conducta humana, especialmente cuando se trata de sistemas cerrados bajo el control vertical de un déspota filosófico. El poder del dogma supremo no se expresaba en la dictadura del proletariado sino en la dictadura de quien fue venerado por sus seguidores (y por él mismo también) como el primer filósofo de este mundo.

Abimael Guzmán fue un comunista de rígida ortodoxia; de la línea que, a partir de la obra fundacional de Marx y Engels, fue desarrollada por Lenin, por Stalin después y luego por Mao. Fue una línea que, pese a presentarse como continuación lógica y creativa de lo precedente, se realizó en cada caso mediante purgas enormes y masivas eliminaciones, sostenida en dos factores conjugados: un disciplinado partido comunista y el culto a la personalidad del líder máximo.

La ortodoxia leninista-stalinista afirmó que el materialismo histórico y el materialismo dialéctico eran los saberes que permitían una interpretación y comprensión plena de las leyes de la historia, de las sociedades, del universo. Leyes que, bien entendidas, permitían encauzar la evolución necesaria de las sociedades hacia las etapas superiores del “socialismo científico”, antesala del comunismo. Pero la interpretación certera de esas leyes precisaba de líderes absolutos con la capacidad de sincronizar la acción de su partido con el cumplimiento de las leyes de la historia.

Esa ortodoxia fue producto de la involución desde el marxismo original, heredero de la Ilustración, al despotismo de Stalin a partir de los años veinte del siglo pasado. Despotismo que, pese a las obvias contradicciones en su desarrollo, se convirtió en la corriente dominante del marxismo gracias a la creación de la Unión Soviética, la victoria contra los nazis en la segunda guerra mundial, el triunfo de Mao en China – junto con otras revoluciones también victoriosas, desde Tito en Yugoslavia, Ho chi Minh en Vietnam, Kim Il Sung en Corea, entre otros –. Esas realidades llevaron incluso a algunos de los más notables intelectuales del siglo pasado, a aceptar que el curso inevitable de la humanidad era el triunfo de la ideología comunista.

Eso puede sonar hoy a caricatura, pero hacia mediados del siglo pasado representaba para muchos el epítome de la eficacia puesta al servicio de la humanidad. ¿Las purgas, las muertes, las persecuciones? ¿De qué otra forma, respondían, se defendió a la Unión Soviética, se derrotó al fascismo y se logró (hasta el fin de la Guerra Fría) que más de un tercio del planeta estuviera gobernado por partidos comunistas?

Tal fue la formación que tuvo Abimael Guzmán. A diferencia de otros, que mantuvieron flexibilidad y tolerancia, él fue disciplinado, literal, ultraortodoxo y plenamente dedicado a imponer la revolución comunista en el país a través de la violencia.

En la Arequipa de mediados del siglo pasado, el entonces estudiante Abimael Guzmán fue influenciado por dos fuertes personalidades: el filósofo y catedrático Miguel Ángel Rodríguez Rivas; y el pintor Carlos de la Riva. Rodríguez Rivas inició su vida laboral como obrero de construcción civil y se educó a sí mismo con gran disciplina y ascética intensidad. Su grupo de devotos discípulos se llamaba “Hombre y Mundo”. Kantiano literal, Rodríguez Rivas inspiró el tema de la tesis de filosofía de Guzmán, sobre la teoría kantiana del espacio. Luego de varios años, Rodríguez Rivas fue catedrático del CAEM y tuvo, entre otros muchos alumnos, al general Clemente Noel, el primer jefe militar cuando entró la Fuerza Armada en Ayacucho, en diciembre de 1982.

Carlos de la Riva era un stalinista radical que, luego de la escisión en el movimiento comunista internacional entre la Unión Soviética y China, se alineó decididamente con el maoísmo.

Guzmán siguió el mismo curso poco después, ya desde Ayacucho, donde tuvo protagonismo en la escisión local entre maoístas y pro-soviéticos.

A mediados de los 60, su viaje a China, en pleno fermento de la Revolución Cultural, tuvo un efecto decisivo en Guzmán. Esa etapa de purgas desenfrenadas, perpetradas por jóvenes fanatizados en el culto a Mao, fue percibida por Guzmán nada menos que como un momento estelar en la historia de la humanidad. Regresó al Perú plenamente convencido de que la estricta corrección ideológica era indispensable para triunfar en la insurrección.

Pero no bastaba con tomar el poder. El camino al comunismo, en el Perú y el resto del mundo, sería jalonado por sucesivas “revoluciones culturales” algunas de cuyas purgas tempranas fueron padecidas poco después por otros dirigentes senderistas, como Luis Kawata.

Radical excepción

Desde la segunda parte de la década del sesenta, Abimael Guzmán se dedicó a preparar una insurrección maoísta en el Perú. En un continente que sufrió en casi cada nación alzamientos guerrilleros de inspiración cubana, la insurrección senderista fue una radical excepción. No solo no se parecía ni en métodos ni en forma a las otras organizaciones revolucionarias sino las despreciaba. Y las otras reciprocaban el sentimiento hacia Sendero.

Una organización que daba toda la importancia a la ideología y poca al armamento no parecía tener mayor futuro insurrecto. Esa fue una de las razones por las que pudo crecer por debajo del radar de las fuerzas de seguridad.

En 1976 murió Mao y la “revolución cultural” fue derrocada en China. Para Guzmán, eso no fue solo una traición sino la derrota del último bastión del socialismo. Con ello, Sendero se convertía en la nueva vanguardia de la revolución mundial y su jefe en “la cuarta espada” (luego de Marx, Lenin y Mao) gracias a su “pensamiento-guía” que eventualmente, siguiendo el escalafón de conceptos, se convertiría en “Pensamiento Gonzalo”.

Injerto forzado

En 1980, con ese “pensamiento” como arma principal, Sendero inició la insurrección violenta, justo cuando el Perú comenzaba una nueva etapa democrática luego de 12 años de gobierno militar. Fue la única insurrección maoísta en América Latina, injertada además a la fuerza sobre una realidad renuente. Aunque varias acciones iniciales (como los perros colgados con insultos a Deng Hsiaoping) parecían antes psiquiátricas que políticas, ocultaban una cuidadosa preparación, articulada en precisos esquemas estratégicos que encontraron a la sociedad peruana completamente desprevenida y sin defensas.

Los doce años siguientes fueron terribles, trágicos. Pueblos, comarcas, regiones enteras fueron asoladas por la violencia. Pese a sufrir tremendas bajas, Sendero creció en forma continua y aunque perdió territorios, ganó otros más. En la parte final de la guerra, luego de haber declarado la “paridad estratégica”, Sendero concentró esfuerzos en Lima. Desde la clandestinidad, con serios problemas de comando y control, Guzmán dirigía la insurrección convertido en un mito virtualmente religioso para los seguidores que lo consideraban invencible no por ser general sino filósofo. Aunque uno sospecha que para ellos, filosofía y magia resultaban indistinguibles.

Abimael Guzmán era la principal fuerza de Sendero y, a la vez, su mayor vulnerabilidad. Los senderistas sostenían que ni las acciones contrainsurgentes más sangrientas los habían debilitado. ¿Qué podía amenazarlo?

Respetos y desprecios

La respuesta llegó de un grupo pequeño de policías mal equipados pero extraordinariamente preparados en el conocimiento del enemigo senderista, que se organizaron para enfrentarlo en su terreno y vencerlo.

El entonces mayor de la policía, Benedicto Jiménez, no surgió de la nada. La Dircote (Dirección contra el Terrorismo) había cultivado un número limitado pero eficaz de policías que descubrieron temprano que para intentar vencer a Sendero había que conocerlo y para conocerlo había que leer y estudiar mucho. El coronel Javier Palacios fue uno de los principales pioneros en la estrategia del conocimiento en profundidad del enemigo.

Fue Jiménez, bajo la protección del general Fernando Reyes Roca y del entonces ministro del Interior, Agustín Mantilla, quien logró crear la pequeña y precaria unidad basada en la experiencia y la reflexión de años. El GEIN, dijo Jiménez a los policías que logró reclutar, como escribí en una serial publicada en La Prensa de Panamá en 1997 “…debía ser más astuto, más sutil, más rápido que el enemigo terrorista. Si Sendero Luminoso había logrado crecer camuflándose dentro de la población, utilizando la sorpresa y la astucia, el GEIN debería usar también el disfraz y la sorpresa contra Sendero”.

“Como ustedes saben”, prosiguió Jiménez, “los senderistas dicen despreciarnos estratégicamente y respetarnos tácticamente. Bueno, nosotros respetamos estratégicamente a los senderistas, porque son un gran peligro para nuestro país, pero los despreciamos tácticamente, porque estamos mucho mejor entrenados y somos más capaces que ellos. Nuestro objetivo es lograr un conjunto de victorias tácticas que nos puedan llevar a la victoria estratégica”.

Pero lo fundamental era combatir dogmas con principios, como escribí en esa serie. Dado “que su trabajo iba a ser duro y difícil, ante un enemigo que presumía habitar en un nivel moral superior, los detectives del GEIN debían estar convencidos de su propia superioridad moral y espiritual sobre el senderismo. “Nosotros defendemos” dijo Jiménez, “la vida, la libertad y la democracia”, contra quienes intentaban imponer una dictadura brutal. Cada acción del GEIN debía reflejar esa superioridad. Mientras que Sendero Luminoso dejaba una estela de miedo, destrucción y muerte tras de sí; los operativos del GEIN deberían emplear el mínimo de violencia, o ninguna, al actuar. Por eso, recalcó Jiménez, la disciplina interna del GEIN sería estricta. Quienes no estuvieran a la altura de sus exigencias, deberían abandonar la unidad de inmediato”.

La cadena de proezas investigativas que empezó en junio de 1990, con la intervención a la residencia en Monterrico y terminó con la captura de Guzmán, el 12 de septiembre de 1992, no fue resultado del azar sino de un trabajo talentoso y tenaz que consiguió con inteligencia y conocimiento lo que nadie se había acercado a lograr hasta entonces.

Al día siguiente escribí un artículo para Los Angeles Times, que intentaba explicar lo que esa captura significó. El arresto del rey-filósofo de Sendero, dije, (me traduzco del inglés) “tiene múltiples y profundas resonancias conceptuales. ¿Puede una estocada fulgurante implosionar el largo trabajo de hormiga mediante el que Sendero construyó su insurrección (a través de doce años de insurgencia armada y quince años previo de trabajo preparatorio)? […] Los contrapuntos conceptuales no terminan ahí. Si el segundo derrota a los años y la audacia a la deliberada planificación, el drama adicional fue dado por el hecho de que Sendero Luminoso era considerado un movimiento que remó contra la corriente de la Historia, y logró progresar contra la corriente. Un anacronismo militante que subyugó a la realidad; un desafiante stalinismo reencarnado que logró avanzar en un país herido. ¿Pudo todo esto desaparecer en un pestañeo? Mientras el profeta de Sendero –el que reclamaba interpretar las supuestamente inexorables leyes de la Historia– era observado en su estatura humana, abruptamente disminuida por la derrota, resultaba difícil no pensar si acaso este grupo de policías no solo había efectuado un arresto sino planteado una proposición filosófica: que el accidente es central en la Historia y que eventos singulares pueden desafiar e incluso alterar poderosas tendencias de progreso o regresión en los asuntos humanos”.

Adversidad definitiva

En esa hora y lugar, Sendero perdió la guerra. Guzmán, todo indica, lo supo de inmediato, aunque quizá tardó más en percatarse de que la adversidad era definitiva.

Antes, desde la oscuridad, Sendero proyectó letalidad y fuerza, que causaron no solo miedo sino un sentimiento de impotencia frente al peligro impredecible. De pronto una breve acción, con un solo disparo accidental, terminó con la amenaza. El temor se trocó en una furiosa demanda punitiva, sobre todo desde la ultraderecha.

Sin embargo, esa ultraderecha no protestó cuando Abimael Guzmán, persuadido por Vladimiro Montesinos, buscó negociar con el entonces recientemente golpista Alberto Fujimori un “acuerdo de paz”.

Guzmán escribió a Fujimori en junio y luego en septiembre de 1993, un año después de su captura, para conversar sobre “un acuerdo de paz cuya aplicación lleve a concluir la guerra que vive el país”. Con esa carta, Guzmán renunciaba posiciones defendidas agresivamente a lo largo de los años. Fujimori, recuerden, presentó esa carta como un trofeo en la Asamblea de las Naciones Unidas, a principios de octubre de ese año.

Días después, el 6 de octubre, Guzmán remitió una tercera carta a Fujimori, en la que elogió el golpe de Estado del 5 de abril de 1992 y, a pedido de Montesinos, alabó la supuesta “estrategia sistemática y coherente” que habría sido desarrollada a partir del golpe, “alcanzando reales éxitos, principalmente en la captura de cuadros y dirigentes, entre ellos nosotros, los firmantes”.

Al margen del intento de Montesinos de expropiar la hazaña del GEIN, la negociación rindió frutos y pudo haber logrado mucho más (rendición de quienes no habían abandonado las armas; y, sobre todo, rendición formal de Sendero Luminoso, petición de perdón al país por el inmenso daño ocasionado y juramento de no intentar volver jamás a la vía de las armas).

Pero una vez conseguido el efecto de propaganda que Montesinos y Fujimori buscaron, todo lo que quedó por un tiempo fueron algunos beneficios penitenciarios, recortados por los gobiernos democráticos a partir del dos mil. Por miedo a la gritería de la ultraderecha (antes ultracallada con Montesinos), ninguno de esos gobiernos terminó de negociar la rendición formal que, salvo el caso del VRAE, hubiera sellado el término definitivo de la insurrección senderista.

Con la muerte de Abimael Guzmán, ese paso ya no sucederá.

Por las razones básicas de humanidad que ellos no tuvieron; debe permitirse a su esposa, Elena Iparraguirre, velar su  cadáver y despedir con él las cenizas de aquella supuesta guerra prolongada, que luego de matar lo que mató y herir lo que hirió, terminó en una real derrota prolongada que duró hasta que se acabaron los tiempos de la vida, sin poder cambiar los de la Historia.

Publicado el domingo 12 de septiembre, 2021 a las 9:44 | RSS 2.0.

Última actualización el domingo 12 de septiembre, 2021 a las 10:55