20 de noviembre de 2024

Perú: Caso Jaime Ayala: una sentencia histórica en contra de la impunidad

Diego García Sayán

La correcta decisión judicial de la Cuarta Sala Penal reveló que sí puede existir una magistratura valiente e independiente del poder de turno.

Han pasado más de 40 años desde que en Ayacucho, Jaime Ayala, joven periodista de 22 años, fue visto por última vez. El 2 de agosto de 1984, se dirigió al comando de la Marina, ubicado en el Estadio de Huanta, para denunciar el allanamiento que había sufrido su madre el día anterior y los golpes que recibió su hermano a manos de los militares que allí habían irrumpido.

Eran tiempos duros y difíciles para el pueblo ayacuchano, afectado directamente por el accionar de Sendero Luminoso, que tenía a Ayacucho como su “centro”, y golpeado brutalmente por formas indiscriminadas de represión militar.

Como lo ha documentado sólidamente la Comisión de la Verdad, en una larga fase de la guerra antisubversiva, destacaba el accionar represivo proveniente de destacamentos de la Marina. Su comandancia, para estos efectos, se encontraba en un espacio físico de Huanta, el Estadio Municipal.

A los pocos días de instalada esa base militar en Huanta, los vecinos y la gente, en general, vieron que allí “pasaban cosas”. Personas que ingresaban y que nunca más salían, o patrullas militares violentas —con personal enmascarado— que emergían, periódicamente, del improvisado cuartel, dejando en la zona una secuela de terror y angustia.

Símbolo de atrocidades

Historias conocidas por cualquiera que no quiera meter su cabeza dentro de un hueco (como un avestruz). Hubo casos de personas que ingresaron a ese cuartel y no volvieron a ser vistas. Jaime Ayala Sulca fue uno de ellos.

Ayala tenía un programa periodístico radial en Huanta y era corresponsal del diario La República. Cubría noticias sobre el accionar senderista, pero también recogía denuncias por abusos contra la población civil en el marco del conflicto armado interno, como casos de tortura, desapariciones, ejecuciones o detenciones ilegales producidas por efectivos de la Marina en Huanta. Y Ayala acabó siendo víctima de ese accionar represivo a las pocas semanas.

El 2 de agosto de 1984, Jaime Ayala fue al Cuartel de la Infantería de Marina, ubicado en el Estadio, para denunciar el allanamiento que había sufrido su madre en su casa la noche anterior. Nunca volvió a ser visto. Varios testigos que hablaron con el Ministerio Público y con la Comisión de la Verdad señalaron que vieron entrar al periodista al estadio ese día, pero nunca lo vieron salir.

Durante el mismo fatídico año 1984, varios estudiantes de la Escuela Normal de Huanta y profesores de la zona fueron detenidos bajo sospecha de vínculos con Sendero Luminoso. Algunos fueron llevados a ese cuartel de la Marina. Nunca más fueron vistos.

El Estadio de Huanta quedó marcado como un símbolo de las atrocidades cometidas y de la memoria de las víctimas. Existen organizaciones de familiares de desaparecidos y víctimas que aún buscan justicia. Pero la justicia ha sido más bien esquiva, pues ha tendido a prevalecer la impunidad.

En ese difícil 1984, Julia Sulca, madre de Jaime, presentó denuncia ante el Fiscal de la Nación de ese entonces, doctor Álvaro Rey de Castro, destacado y recto jurista. Rey de Castro, en valiente afirmación de su autoridad, se trasladó a Huamanga y Huanta, y dispuso el accionar de la fiscalía. Sobre la base de las múltiples evidencias del ingreso de Jaime Ayala a la Base de Infantería de la Marina, y pese a que la detención era negada por las autoridades militares, en febrero de 1985 el fiscal provincial, Mario Gilberto Miranda Garay, formalizó denuncia penal contra el Capitán de Corbeta A.P. Álvaro Francisco Serapio Artaza Adrianzén y el Oficial de Mar Román Manuel Martínez Heredia, como presuntos autores del delito contra la libertad individual (secuestro) en agravio de Jaime Ayala Sulca.

Ninguno —Artaza ni Martínez— llegó a ser procesado ni condenado. El contexto político e institucional del momento no lo permitió, y Rey de Castro concluyó su gestión a los pocos meses (mayo de 1985). Como se sabe, después Artaza se “hizo humo”. Y actualmente, varios años después, es aún un muy sospechoso —¿y protegido?— no habido.

Pero este 2024, la correcta decisión judicial de la Cuarta Sala Penal reveló que sí puede existir una magistratura valiente e independiente del poder de turno.

Una “sentencia histórica”

Como ha destacado recientemente la periodista colombiana Silvia Higuera, del LatAm Journalism Review (LJR), a fines de septiembre, “un tribunal peruano condenó al exmilitar —marino— Alberto Rivero Valdeavellano a 18 años de prisión por la desaparición forzada del periodista Jaime Ayala Sulca, cometida por sus subordinados en Ayacucho hace 40 años”. La sentencia establece que la desaparición de Jaime Ayala fue parte de un patrón sistemático de represión y ataques contra periodistas, activistas y ciudadanos, bajo la política contrainsurgente del gobierno de la época.

Ordenó también que se indemnice con 100,000 soles y medidas de reparación integral, como atención psicológica y médica, a los familiares directos de la víctima. Finalmente, estableció que el Estado ofrezca disculpas públicas por “la equivocación grave a que sometieron a los agraviados y sus familiares al considerarlos injustamente elementos terroristas”, según la sentencia.

Esta importante decisión judicial fue adoptada por la Cuarta Sala Penal Nacional Liquidadora Transitoria, presidida por la jueza Miluska Cano. En su fallo, Cano destacó que "la desaparición de Jaime Ayala constituye un crimen de lesa humanidad, que no prescribe". Y subrayó la necesidad de reparar a los familiares de la víctima, quienes han luchado durante 40 años en busca de justicia y verdad.

Prevalece la imprescriptibilidad

Manda y prevalece la imprescriptibilidad en un caso de desaparición forzada como este. En el que la desaparición forzada no ha cesado. Así, de existir un plazo para la prescripción en la ley penal, este solo se podría empezar a contar “a partir del momento en que cesa la desaparición forzada, habida cuenta del carácter continuo de este delito” (art. 8).

Ello porque, al ser un delito continuado, éste se sigue cometiendo mientras no aparezca la persona desaparecida o secuestrada. Principio claramente establecido en el derecho internacional, de obligatorio cumplimiento, al estar de por medio tratados internacionales de los que es parte el Perú. Entre ellos, la Convención Internacional sobre la materia. Que no solo establece que la práctica de las desapariciones forzadas es un crimen de lesa humanidad (art. 5), sino que se debe sancionar a la(s) persona(s) responsable(s). Eso es lo que, correctamente, ha hecho la Cuarta Sala Penal Nacional.

El derecho internacional no le reconoce validez jurídica a las normas inconstitucionales que apuntan a la impunidad, como la perpetrada este año por el actual Congreso, la llamada “ley Rospigliosi”. El Congreso del pacto ha llegado a intentar, en contra del derecho internacional del que el Perú es parte, la prescripción de todos los crímenes de guerra y de lesa humanidad cometidos antes de 2002.

Este intento no buscaba más derechos o bienestar para la gente, sino, específicamente, impunidad de criminales que pertenecen a una institución del Estado. Como los condenados oficiales de la Marina —hoy prófugos— que tuvieron el mando en el cuartel de la Infantería de Marina (Estadio de Huanta) y que fueron procesados y condenados por cometer atrocidades.

Mancharon, así, con crímenes graves, el prístino uniforme de la Marina de dignos oficiales como Miguel Grau, Aurelio García y García o Carlos Ferreyros.

Vergüenza, pues, la conducta de quienes intentan que no comparezcan judicialmente individuos que delinquieron, manchando el sagrado uniforme de nuestros oficiales patriotas.

https://larepublica.pe/opinion/2024/11/14/sentencia-historica-en-contra-de-la-impunidad-por-diego-garciasayan-286416

19 de noviembre de 2024

China y Perú: un intercambio muy desigual

Pedro Francke

Xi Jinping, el presidente de China, está en Lima. Siendo ese el hecho de la semana, resulta indispensable repasar la política y estrategia de China respecto al Perú y los retos que nos plantea.

En este milenio China aumentó fuertemente su presencia comercial y como inversionista en América Latina y el Perú. Hoy es el principal destino de nuestras exportaciones, pero es clave entender qué y cómo. Nuestros primeros tres productos de exportaciones hacia China son concentrados de cobre (sin refinar), hierro (ídem) y harina de pescado. Es decir, recursos naturales muy poco procesados. Ni la milésima parte de lo que sale rumbo a China son productos industriales o con valor agregado significativo, menos aún de contenido tecnológico mediano o alto. El cobre y hierro que van hacia allá son en buena parte producidos por empresas chinas (estatales) en Perú, entre las que destacan Las Bambas y Toromocho en cobre y Shougang en hierro. Además, barcos chinos se aprovechan para pescar pota incluso entrando a nuestro territorio marítimo de manera ilegal, afectando a los pescadores artesanales peruanos y evadiendo impuestos mientras son bien atendidos en nuestros puertos. La principal diversificación exportadora reciente del Perú son las frutas (mangos, paltas, etc.), de las cuales China sólo nos compra el 5 por ciento, casi nada, así que ni en ese sentido han ayudado a nuestro desarrollo económico.

De China importamos 13 mil millones de dólares anuales de productos industriales: desde ropa y zapatos, lapiceros y cosas de plástico, hasta bienes tecnológicamente más avanzados como carros, celulares y computadoras. Nuestras importaciones de China son 5 mil millones más que lo que viene de Estados Unidos, el segundo país del que se traen más productos. La ropa y calzado chinos haciendo competencia desleal se han traído abajo la industria nacional ante la indolencia del gobierno, mientras países vecinos como Colombia (incluso bajo gobiernos de derecha) pusieron salvaguardas para proteger sus empleos en el sector textil.

Juntando las piezas, vemos que el comercio de China con el Perú es totalmente desigual en cuanto al valor agregado: se llevan materias primas sin procesar, extraídas por empresas chinas que se quedan con las ganancias del caso, y nos venden productos industrializados, con muchísimo más valor, de mayor contenido y dinamismo tecnológico y que les permiten una masiva generación de empleo. Lamentablemente este patrón se repite para el conjunto de nuestro comercio exterior, en especial con Estados Unidos y Europa, aunque con China es bastante extremo. Es un patrón que, desde hace más de setenta años, destacados economistas latinoamericanos entendieron que nos mantenía en el subdesarrollo, la pobreza y la desigualdad. La hiperglobalización neoliberal que se impuso en Perú desde Fujimori sólo agravó esta tendencia, que el desarrollismo de los años 1960 y 1970 había intentado transformar. Hoy es un serio problema para la economía nacional y regional.

ESTRATEGIA CHINA EN PERÚ

Esta evolución del comercio China-Perú no ha sido producido por “las fuerzas libres del mercado”. Ha sido resultado de una consistente estrategia china, aplicada mientras en el Perú había una pérdida de soberanía nacional con la política neoliberal que dejó la economía nacional al garete. Los chinos buscaron en nuestro país un mercado donde vender sus productos industriales, que a medida que avanzaban tecnológicamente se iban complejizando: primero eran plásticos baratos y ropa simple, destruyendo industrias nacionales. Ahora llegan carros, computadoras y celulares. Luego, cuando ya China había crecido bastante, fuimos un lugar donde asegurarse el suministro de materias primas claves como cobre, hierro y otros metales. En esa línea las empresas estatales chinas han sido muy poco respetuosas de derechos fundamentales, por decir lo menos. Shougang, productora de hierro, es de todo el Perú la compañía que ha tenido más conflictos laborales con 34 paralizaciones las últimas dos décadas. Este año hubo un accidente laboral al cual, según el sindicato, la empresa respondió de manera negligente (felizmente, no fue como el del 2014, donde falleció un obrero). Las Bambas, la gran mina de cobre de Apurímac en manos de otra empresa estatal china, ha tenido decenas de conflictos con las comunidades, buena parte causados porque en vez de trasladar los concentrados por un mineroducto, como era el proyecto inicial, decidieron hacerlo con centenas de camiones atravesando más de 300 kilómetros de camino sin asfaltar, llenando de polvo y contaminando a más de 27 comunidades en el trayecto.

Conociendo esa estrategia económica de China, ¿cómo podemos entender el puerto de Chancay en el que han invertido 1,300 millones de dólares? Nada hay que presagie un cambio. Lo más probable es que ese puerto sirva para reforzar ese patrón de comercio que les ha permitido desarrollarse (a ellos, no a nosotros), facilitar su acceso a materias primas y seguir inundándonos de sus textiles y productos industriales. Hasta el momento, no se tiene conocimiento de ni una sola industria china, sea productora de lapiceros, bolsas, alicates, ropa o carros, que esté pensando establecerse en Chancay. Por su parte, el gobierno peruano no tiene propuesta alguna al respecto. La política neoliberal, bajo el mantra del “libre mercado”, acepta pasivamente que una potencia extranjera con visión estratégica haga todo lo que a ella le conviene y no negocia ventaja alguna para nuestro país. Dada la fuerza industrial de China, ¿por qué no pensar en que establezcan algunas plantas productivas en el ‘norte chico’, generando empleo y transfiriendo conocimiento tecnológico a nuestro país? Dada la importancia que tienen para ellos nuestras materias primas, ¿por qué no ponernos firmes en que cuiden el ambiente, respeten los derechos laborales y las comunidades donde operan?

Hay otro tema interesante con China: los últimos años se han dedicado en nuestro país al negocio de la electricidad. Primero compraron a los rateros de Odebrecht una gran hidroeléctrica llamada Chaglla y ahora se han hecho de toda la distribución de luz en Lima. Enel ha sido comprada por una empresa estatal china y le han cambiado de nombre a Pluz, mientras Luz del Sur es de ellos hace varios años. ¿No es esto un riesgo a la seguridad nacional, que las fuerzas armadas y el gobierno debieran analizar en vez de amenazarnos a quienes criticamos con fundamentos el actual modelo económico? Este dominio de la luz de Lima por parte de empresas del Estado chino ya constituye un monopolio, integrado además a las hidroeléctricas que generan la electricidad, lo que estaba restringido por ley. Pero hay otro aspecto a considerar de esta situación: China es ahora, de lejos, el mayor productor de paneles solares y vehículos eléctricos del mundo, y los norteamericanos y europeos no pueden competir con el país asiático. En Perú casi no hay carros eléctricos, que ayudarían mucho a que Lima reduzca sus elevados niveles de contaminación, causante de enfermedades respiratorias y cánceres que en la última década han sido responsables de 20 mil muertes. Otros países han avanzado bastante más en este terreno, lo que requiere promover ese tipo de vehículos junto con facilitar su recarga con electricidad, dos medidas que podrían formar un paquete a negociar con China.

XI JINPING Y TRUMP

A China las condiciones internacionales se le ponen más difíciles con Trump, quien ha dicho que pondrá una fuerte barrera a sus productos con una tarifa arancelaria de 60 por ciento. Estas condiciones internacionales son favorables para que el Perú deje de regalar el acceso a nuestro mercado y la salida de recursos naturales que hoy son estratégicos en el mundo y pase a negociar con China en favor de nuestro desarrollo industrial y transición energética. Lástima que a Dina no le interesa nada más que una foto.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 709 año 15, del 15/11/2024

https://www.hildebrandtensustrece.com/

16 de noviembre de 2024

Estados Unidos en la encrucijada

Ziyad Motala

La victoria de Trump se ve ensombrecida por una crisis moral aún más profunda: la complicidad bipartidista en el apoyo a las tropelías de Israel en Gaza, una postura que ha alienado a los progresistas y dañado gravemente la posición moral de Estados Unidos en todo el mundo

Los resultados de la reciente elección presidencial –marcados por la victoria de Donald Trump sobre Kamala Harris– suponen algo más que un contratiempo para el Partido Demócrata: revelan un fracaso profundamente arraigado en la cultura política estadounidense y echan por tierra el persistente mito de Estados Unidos como «la ciudad que brilla sobre una colina». Este resultado electoral subraya el arraigado racismo de Estados Unidos, la miopía de su élite política y una ceguera moral bipartidista que tolera injusticias abominables en el extranjero, en particular el genocidio en curso en Gaza. Cualquier pretensión de valores democráticos ilustrados queda emborronada, sofocada por la hipocresía y la decadencia.

La incapacidad del Partido Demócrata para presentar una alternativa creíble a Trump es poco menos que catastrófica. Durante demasiado tiempo confió en Joe Biden, cuyo visible deterioro cognitivo y avanzada edad crearon malestar, incluso entre sus partidarios. Ante un expresidente cuyo mandato estuvo marcado por la división y los impulsos autoritarios, cabría haber esperado presentar un contrincante formidable. En lugar de ello, el partido se aferró a un plan de sucesión poco inspirado, encumbrando a Kamala Harris por defecto y no por atractivo popular o genuino impulso. Este fracaso pone de relieve la creciente influencia de los intereses económicos en el partido, donde la innovación política y el liderazgo moral se sacrifican con demasiada frecuencia por el dinero de las campañas y los apoyos corporativos. ¿Cuál es el resultado? Un partido que considera la lealtad de los votantes como un hecho en lugar de algo que se gana a través de un liderazgo audaz y significativo.

Para muchos estadounidenses, la campaña de Harris carecía de consistencia, ofreciendo poco más que una continuación de la Administración Biden y una dependencia de la política de identidad más que una visión transformadora. Su condición histórica de mujer de color en una candidatura importante fue significativa, pero nunca suficiente para inspirar confianza por sí sola. Sin el carisma ni la profundidad política necesarios para atraer a un electorado desilusionado por una economía que no satisface sus necesidades, Harris se convirtió en el emblema del creciente distanciamiento del Partido Demócrata de la opinión pública estadounidense. ¿Dónde estaba el liderazgo decisivo necesario para contrarrestar el impulso populista de Trump? En lugar de dinamizar a los votantes con nuevas ideas, el partido presentó una plataforma predecible y cauta que no logró conectar con un electorado agobiado por la ansiedad económica y la desilusión cultural.

A esta desilusión se suma la aceptación tácita del Partido Demócrata de un gasto militar sin freno, que muchos estadounidenses consideran emblemático de un sistema que da prioridad a los conflictos mundiales sobre las necesidades nacionales. Cada vez son más los estadounidenses desilusionados por los billones de dólares gastados en guerras interminables –ya sea en Ucrania, Palestina o el mantenimiento de bases militares en todo el mundo– que enriquecen al complejo militar-industrial mientras millones de personas sufren la pobreza, la falta de vivienda, la inflación, la deuda estudiantil y el colapso de las infraestructuras. No hay problema para encontrar dinero para financiar la guerra en Ucrania y auxiliar a Israel, pero conseguir fondos para ayudar a los pobres o reparar la decadente infraestructura de Estados Unidos sigue siendo casi imposible. Esta desconexión entre las prioridades de gasto y las necesidades apremiantes de los ciudadanos estadounidenses no ha hecho sino agravar la desconfianza y la alienación, a pesar de que Trump no ha ofrecido ninguna solución a estos problemas acuciantes.

La reelección de Trump no es un caso atípico, sino una condena mordaz del electorado estadounidense. Su vuelta al poder demuestra que Estados Unidos está dispuesto a respaldar los aspectos más feos de su carácter: un nativismo resurgente, una xenofobia natural y un llamamiento al autoritarismo que desprecia los principios democráticos. La victoria de Trump no es sólo una declaración política, sino también cultural, que afirma los impulsos más oscuros de la sociedad estadounidense, arraigados en una larga podredumbre cultural y racial que se ha enconado sin control.

Esta decadencia está alimentada en parte por un sistema educativo y una socialización que ensalzan la falsa conciencia del excepcionalismo estadounidense. A generaciones de estadounidenses se les ha enseñado a ver a Estados Unidos como una democracia modélica, al tiempo que permanecen aislados de la verdad de sus injusticias históricas y actuales. Este mito ha generado una forma de ignorancia voluntaria que ciega a los votantes ante los problemas más profundos que asolan la nación y los prepara para apoyar a líderes como Trump, figuras que no ofrecen soluciones reales a los problemas acuciantes, pero que explotan hábilmente este patriotismo distorsionado.

La victoria de Trump se ve ensombrecida por una crisis moral aún más profunda: la complicidad bipartidista en el apoyo a las tropelías de Israel en Gaza, una postura que ha alienado a los progresistas y dañado gravemente la posición moral de Estados Unidos en todo el mundo. Durante décadas, los líderes de los dos principales partidos han perpetuado el mito de Israel como aliado democrático, incluso cuando aplica políticas que expolian y oprimen sistemáticamente a los palestinos. Aquí radica una flagrante contradicción: Estados Unidos, autoproclamado defensor mundial de los derechos humanos, sigue siendo cómplice de acciones que violan flagrantemente estos mismos principios, encubriendo su apoyo con el disfraz de la «solidaridad democrática».

Esta hipocresía es tan descarada como corrosiva y muestra la podredumbre que subyace en el núcleo de la política exterior estadounidense. Al defender una retórica de libertad al tiempo que permite que se subyugue a todo un pueblo, los dirigentes estadounidenses han optado por la conveniencia política en vez de por la integridad moral. Las pocas voces que en el seno del Partido Demócrata que se han atrevido a oponerse a esta postura han sido marginadas, dejando desilusionados y descorazonados tanto a los progresistas como a los ciudadanos de a pie.

La reelección de Trump expone la vacuidad del mito estadounidense como «la ciudad que brilla sobre una colina». Esta imagen, apreciada en la retórica estadounidense, siempre ha sido más una ilusión que una realidad, y ahora está destrozada por las injusticias históricas, la profundización de las divisiones raciales y una política exterior empañada por la contradicción. ¿Cómo puede pretender el liderazgo moral en la escena mundial un país que elige a un dirigente que desprecia las normas democráticas y se inclina por los aliados autocráticos?

El segundo mandato de Trump debería obligar a la clase dirigente liberal a enfrentarse a su propia hipocresía: una nación que profesa ideales democráticos pero los descarta cuando resultan inconvenientes, tanto en casa como en el extranjero. La retórica de la libertad suena hueca ante el telón de fondo de desigualdades flagrantes, prejuicios raciales profundamente arraigados y un desprecio bipartidista por el derecho internacional. La ilusión de la superioridad moral estadounidense ya no resiste el escrutinio mundial. Estados Unidos debe enfrentarse a una verdad incómoda: ha incumplido repetidamente sus supuestos principios, alimentando impulsos autoritarios en el interior y apoyando la opresión en el exterior.

Los fracasos del Partido Demócrata no son meramente tácticos, sino que revelan una profunda desconexión con el electorado. Recluidos en los pasillos de Washington D.C., los líderes demócratas suponían que el postureo moral y la retórica progresista serían suficientes. Fueron incapaces de comprender que una gran parte de los estadounidenses se sentían abandonados por un partido más volcado en los clichés que en abordar las quejas reales.

Aunque el programa del partido abordaba superficialmente cuestiones de justicia social, omitía hacer frente a la ansiedad económica y la inestabilidad social, dejando un vacío que Trump aprovechó fácilmente. La política de identidad, aunque valiosa, no puede sustituir a una visión de cambio estructural, especialmente en una nación tan dividida como Estados Unidos. Pero aún más atroz es el apoyo implícito del partido a los abusos de Israel, una postura que ha alienado a los progresistas y ha profundizado la crisis moral del Partido Demócrata.

Los votantes progresistas quedaron políticamente a la deriva, sintiéndose abandonados por un Partido Demócrata que dejó de lado las políticas transformadoras en favor de un enfoque tibio y centrista bajo la candidatura de Harris, una estrategia que resultó desastrosamente ineficaz. Ante un programa carente de compromisos audaces en materia de sanidad, cambio climático y justicia económica, muchos progresistas se desilusionaron. La ausencia de una visión genuina llevó a algunos a abstenerse en las elecciones o a decantarse por terceras alternativas, subrayando el abismo entre el establishment del partido y las prioridades de sus bases.

La ausencia de coraje moral del aparato del partido para abordar las incesantes violaciones de derechos humanos de Israel distanció aún más a la izquierda, impidiendo que muchos progresistas apoyaran una agenda que consideraban moralmente en entredicho. Al aferrarse al statu quo, el partido socavó la propia coalición que podría haber asegurado su victoria.

La victoria de Trump representa algo más que un retorno político: es una advertencia aleccionadora. Estados Unidos ha elegido a un líder que encarna algunos de sus rasgos más preocupantes: la animadversión racial, el desprecio por las normas democráticas y el antintelectualismo populista. Sin embargo, más allá del atractivo personal de Trump, esta elección revela una nación que lucha contra sus propios defectos no abordados y una élite peligrosamente desconectada del creciente abismo entre su retórica y las realidades vividas por los ciudadanos de a pie. Tanto en el ámbito nacional como en el internacional, esta desconexión señala la urgente necesidad de reconciliar los ideales estadounidenses con sus acciones, especialmente en política exterior, donde la imagen de Estados Unidos como líder moral ha terminado de erosionarse.

La influencia desaforada del dinero en la política, unida a un sistema educativo deficiente que perpetúa los mitos del excepcionalismo estadounidense, ha obstaculizado el compromiso crítico con estas cuestiones profundamente arraigadas. Las élites políticas parecen incapaces de enfrentarse a estas hipocresías, tanto a nivel nacional como internacional. Reconocer y rectificar la complicidad en el trato que Israel dispensa a los palestinos sería un comienzo. Sólo alineando sus acciones con los valores que profesa puede Estados Unidos esperar alcanzar cierta apariencia de integridad. Hasta entonces, el mito de «la ciudad que brilla sobre una colina» seguirá erosionándose, dejando tras de sí una imagen más precisa: una nación atrapada en contradicciones morales, en busca de su verdadero papel en la escena mundial.

Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo

Fuente: https://mondoweiss.net/2024/11/the-u-s-at-a-crossroads-after-trumps-return/?ml_recipient=137347161497011227&ml_link=137347132508079843&utm_source=newsletter&utm_medium=email&utm_term=2024-11-07&utm_campaign=Daily+Headlines+RSS+Automation