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15 de abril de 2025

Los medios contra la democracia

Atilio Borón

Mi reflexión sobre un tema cada vez más decisivo: el papel de los medios en la destrucción de la democracia

Desde los tiempos en que se discutía la “transición democrática” en una Latinoamérica liberada ya de las dictaduras militares que asolaron la región -es decir, en la década de los ochenta-, siempre hubo quienes sosteníamos que sin una auténtica democracia en el sistema de medios de comunicación de masas (recordar que aún estábamos a dos décadas de la aparición de las “redes sociales”) la democracia como sistema político estaría seriamente menoscabada. En otras palabras, si en el universo de los medios predomina una oligarquía: es decir, la “antidemocracia”, en el terreno de la gran política no podrá haber sino una “democracia de baja intensidad” o, en el peor de los casos, una “democradura.”

Y esto es lo que hoy tenemos en la Argentina: medios al servicio del bloque en el poder y sus esperpénticos representantes en el aparato estatal, que no sólo llegaron al Gobierno para destruir desde dentro al Estado -según la estúpida confesión del presidente, propia de un ignorante- sino que en el ejercicio de su gestión practican un constante atropello a la institucionalidad republicana, la división de poderes y al imperio de la Constitución y las leyes. En su desenfreno han convertido al Congreso y los poderes provinciales en un hediondo mercado de compraventa de votos y favores, todo realizado con el mayor descaro y sin que los severos custodios de la democracia y la República, tan activos en épocas del kirchnerismo, emitan sonido alguno. Al contrario, se hacen los distraídos y los medios y sus publicistas repiten las mentiras del Gobierno con total impunidad. Por ejemplo, hablando maravillas del “equilibrio fiscal” logrado por el Gobierno nacional y haciendo caso omiso de que esa ficción se logró gracias al despotismo de un Gobierno que deshonró sus compromisos, incumple con pagos y transferencias acordadas, se maneja con un presupuesto absolutamente anacrónico pues fue elaborado en el 2023, paraliza obras públicas imprescindibles para el bienestar y la seguridad de los habitantes, se niega a ajustar los haberes jubilatorios, se solaza en anunciar despidos en el sector público y privado y, fiel a su servilismo colonial, pone bandera de remate en todo el país al paso que alimenta sin pausa las fenomenales ganancias que la “bicicleta financiera” genera para los especuladores, re-editando una política que en el pasado condujo a este país a unas crisis de fenomenales dimensiones. Para los medios hegemónicos, representantes de la minoría que se enriquece con las políticas de Milei, está todo bien; solo les molesta, un poquitín, los malos modales y las groserías del Presidente. Pero en lo que hace a sus políticas de fondo: expropiar a los pobres y “agrandar el bolsillo de los ricos”, como dijo el Presidente, el acuerdo y el respaldo al régimen mileísta es total.

Medios que no solo mienten; también ocultan, o minimizan noticias que deberían recibir mucha más atención. Por ejemplo, el tremendo fiasco de esta décima -sí, tal cual se lee, décima- visita del presidente Milei a Estados Unidos, en su desesperada búsqueda de la foto con Donald Trump, fue ninguneada por Clarín, que no la puso en portada y se limitó a asignarle poco más de media plana, en la página 10, a la noticia. La Nación le dedicó un minúsculo espacio en el ángulo inferior derecho de su portada, remitiendo al lector a una pequeña nota en la página 17. Infobae, el periódico online, simplemente ignoró la noticia.  Página/12, en cambio, la puso en su tapa y le dedicó una nota editorial a cargo de Luis Bruschtein y un breve informe en la página 4 con el sugestivo título “Volver de Miami sin foto ni reunión.”

Este es tan solo un ejemplo de una obra que podría titularse “Los medios hegemónicos contra la democracia” porque mienten, ocultan y difaman no solo en la Argentina sino en casi todo el mundo. Se han convertido en poderes inmensos, fortalecidos con sus ejércitos de trolls y bots, y han perfeccionado las (malas) artes que les permiten, vía los algoritmos, manipular las conciencias y los corazones de la población. Compilar las mentiras que han dicho los medios en la Argentina sería una tarea de años, y sus resultados ocuparían tantos volúmenes como la Enciclopedia Británica.

Harold Pinter, dramaturgo, poeta, actor y activista político inglés, ganador del Premio Nobel de Literatura en 2005, dijo poco después de ser laureado que “la política exterior de Estados Unidos se define mejor de la siguiente manera: bésame el trasero o te patearé la cabeza.” Ya sabemos cuál es la opción preferida por los Milei, Noboa, Boluarte y otros políticos de su misma ralea. Y logra imponerse -sigue Pinter- porque el imperio “posee estructuras de desinformación, uso de la retórica, distorsión del lenguaje, que son muy persuasivas, pero en realidad son una sarta de mentiras. Es una propaganda muy exitosa. Tienen el dinero, tienen la tecnología, tienen todos los medios para salirse con la suya, y lo hacen”.

Los tentáculos de esas estructuras de desinformación cubren todo el planeta. Por eso, una de las tareas más urgentes, en Latinoamérica y el Caribe tanto como en Estados Unidos y en Europa, es aprobar una legislación que ponga fin a las oligarquías mediáticas, incompatibles con la promesa esencial de la democracia que no es otra que la de crear sociedades más justas y garantizar una vida plena, en lo espiritual y en lo material, para toda la población.

Fuente: https://atilioboron.com.ar/los-medios-contra-la-democracia/

Se publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

22 de enero de 2025

El control de la información: un nuevo imperialismo

Antonio Maíllo, Francisco Sierra Caballero

Mediante el control de la narrativa, la capacidad de definir lo verosímil, los marcos de comprensión y debate, y una suerte de privatización del espacio público digital, las plataformas de origen estadounidense redefinen las reglas del juego y deliberación democrática

En el paisaje digital contemporáneo, los nombres de Donald Trump, Elon Musk y la empresa Meta (anteriormente conocida como Facebook) se han convertido en sinónimos de una nueva forma de imperialismo, una que no se basa en las conquistas territoriales sino en el control de la información, en la modulación del discurso y el control oligopólico de la tecnología: una amenaza ya no velada, sino directa y explícita, a nuestra democracia, que empezó con las injerencias en el Brexit, continuó con golpes de Estado en Brasil, Bolivia y Venezuela y hoy anticipa una campaña de restauración ultraderechista en el propio seno de la UE.

La era de los GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft) y otras grandes tecnológicas de Silicon Valley plantean en este sentido un reto político y un cambio en el paradigma del poder, donde el imperialismo se ha digitalizado y el Príncipe de Maquiavelo actúa como empresario de sí mismo fuera de las estructuras democráticas del Estado nación. La capacidad de moldear la realidad social, política y económica a través de la tecnología concentrada en el complejo industrial-militar del Pentágono es el principal peligro que corren nuestros sistemas de representación. El mismo Biden lo ha reconocido en su último discurso. Mediante el control de la narrativa, la capacidad de definir lo verosímil, los marcos de comprensión y debate, y una suerte de privatización del espacio público digital, las plataformas de origen estadounidense redefinen las reglas del juego y deliberación democrática, despliegan un poder nada sutil que afecta a la política interna y el sistema internacional de Naciones Unidas, tal y como vemos en la guerra de Gaza donde operadores como Facebook o Twitter actúan como cómplices activos y necesarios del sionismo en la guerra de exterminio contra el pueblo palestino.

Los recientes movimientos de X y Meta, eliminando toda forma de control y regulación, incluso interna, del sesgo del algoritmo y la manipulación de informaciones e imágenes, representa una vuelta de tuerca a la lógica disruptiva de la comunicación de la era Trump o Fox News, marcada por el aceleracionismo y la producción de imágenes falseadas de la realidad sin los filtros tradicionales de los medios de comunicación. Este fenómeno no es nuevo, pero ahora se reivindica como legítima la conformación de un ecosistema informativo y un modelo de mediación social y política donde la verdad se disputa en un terreno de “hechos alternativos” y noticias falsas. Este cambio de escalada y visión de los principales actores de la comunicación-mundo tiene consecuencias no solo en la convivencia de culturas y corrientes de opinión, tal y como se está observando en Estados Unidos, sino que afecta sobremanera a la sostenibilidad de la información comprometida por la velocidad y a la viralidad del contenido digital y que además requiere ingentes recursos naturales que incidirán en el expolio de países como Argentina o Brasil que contienen recursos estratégicos para sostener la carrera sin futuro de la innovación tecnológica.

En el contexto de la presidencia de Donald Trump, la ecología de la comunicación va a experimentar cambios significativos, afectando la manera en que se gestionan los recursos naturales y cómo se aborda la transición digital en un escenario geopolítico internacional que trata, desde la Casa Blanca, de retornar al unilateralismo y los tambores de guerra. De algún modo el Pentágono y Silicon Valley nacen, viven y permanecerán alimentando la espiral de la barbarie y la muerte. El fenómeno de la infodemia, término acuñado para describir la sobrecarga de información, especialmente la falsa o engañosa, ha sido un rasgo distintivo de lo que algunos denominan tecnofeudalismo y en cierto modo es verdad, pues como explica Naomi Klein, la doctrina del shock y la aplicación de las medidas de acumulación por desposesión del capitalismo financiero que acompaña la transición digital de estas compañías requiere el aislamiento psicológico y social de los actores sociales. Este ambiente informativo tóxico no solo favorece las ínfulas imperiales de figuras como Elon Musk, sino que impone un “yugo invisible” que además de acumular riqueza logra moldear eficazmente la realidad social y política percibida, imponiendo agendas de terror y desinformación sembrando divisiones y distracciones varias, alejando al público de los asuntos esenciales y de los intereses en juego de Wall Street. Así, al tiempo que nos entretienen con la dialéctica de la inmediatez y la confrontación, se oculta a la opinión pública la malversación de los recursos naturales que la IA y los servidores de estos gigantes tecnológicos requieren para su mantenimiento cuasi monopólico que favorece la desregulación absoluta, que la UE y algún que otro gobierno como el de Lula intentaban frenar para garantizar el normal desarrollo de la actividad de estas corporaciones desde el punto de vista del derecho.

Bien es cierto que la IA se aplica y puede contribuir a optimizar la explotación de recursos naturales, y analizar y predecir patrones climáticos y de uso de la tierra. Sin embargo, la falta de regulación puede conducir a un uso y abuso insostenible de estos recursos. Por lo que además de un problema político de amenaza a la democracia tenemos un problema de ecología política, de ecología de la comunicación, en términos de cómo la política energética y medioambiental puede afectar el desarrollo de tecnologías informacionales y la gestión de recursos naturales a largo plazo.

La transición digital ha sido un campo de batalla geopolítico desde la irrupción de Trump en la escena pública. La visión de Trump sobre la ciberseguridad, la infraestructura de 5G, y la privacidad de datos han marcado un nuevo capítulo en la competencia global, donde la tecnología se convierte en un medio para imponer agendas políticas y económicas directamente conectadas con el rearme de la industria militar estadounidense y la expansión de la OTAN. Este enfoque ha tensionado las relaciones internacionales, especialmente con potencias tecnológicas como China, poniendo de relieve cómo la tecnología afecta la geopolítica en la era digital mientras personajes como Musk actúan de ariete central en el debate sobre el imperialismo digital a través de empresas como Tesla y SpaceX. La visión del nuevo estratega de Trump de una internet satelital con Starlink deja en evidencia que tenemos un problema grave en la UE de soberanía digital y acceso a la información, áreas que antes eran dominio exclusivo de los estados. De ahí que debamos plantear en el debate público nacional quién controla la infraestructura digital, los servidores, la red de satélites, la Unión Internacional de Telecomunicación y el gobierno de Internet, en términos de seguridad nacional y de democracia de las relaciones internacionales. En otras palabras, la respuesta a esta dinámica imperial, destituyente y oligárquica de los GAFAM y Estados Unidos pasa por mayor regulación, la defensa de la privacidad y la soberanía digital, y la promoción de un espacio digital que sea verdaderamente público y democrático. La vigilancia y la crítica de estas dinámicas son esenciales para salvaguardar la democracia en el siglo XXI.

La adaptación de la cultura digital para la creación de lo común con garantías normativas e institucionales es la única forma de no retornar a tiempos oscuros en forma de era tecnofeudal. Es tiempo para la acción y no para mimetizarnos y responder a golpe de tuit. La política por otros medios es el remedio a esta hipermediatización de los señores del aire. Nos va la vida. Literalmente.

Antonio Maíllo.  @MailloAntonio

Francisco Sierra.  @fsierracb

Fuente: https://www.eldiario.es/opinion/tribuna-abierta/control-informacion-nuevo-imperialismo_129_11975176.html

24 de agosto de 2023

Perú: Tu ignorancia es mi progreso

Jorge Bruce

“La descomposición es regional, pero eso no nos exime del deber de seguir denunciando este retroceso a todo nivel de los derechos adquiridos tras años de lucha”.

El fantasma que circula por nuestra región no es el del comunismo, tal como lo anunciara Marx para Europa en 1848. En nuestro caso es una combinación de corrupción, ignorancia y deterioro de la salud mental. El candidato que lidera las encuestas en Argentina, Javier Milei, asegura que se comunica con su perro muerto (no es un juego de palabras), a través de su hermana médium. A su vez, el can occiso –no pude resistir a la tentación de usar este cliché periodístico–, lo pone en contacto con Dios, faltaba más.

Muchos han recordado este encuentro del tercer tipo con el que mencionó Maduro, quien se comunicaba con el difunto Hugo Chávez mediante un pajarito. Acabo de escuchar a la candidata presidencial Sandra Torres en Guatemala afirmar con voz enronquecida por la emoción durante un mitin que “la ignorancia es la riqueza de la cultura de nuestro pueblo”.

Aunque es evidente que la ignorante es ella, no es menos cierto que a estos políticos demagogos y farsantes les conviene tener masas de gente sin herramientas para el pensamiento crítico. En este abyecto círculo vicioso nos vamos llenando de representantes cada vez más obtusos y desvergonzados. La República editorializa acerca de las personas que han sido nombradas para las comisiones de Educación y Mujer en el Congreso. Son las menos idóneas, como se puede imaginar. O acaso las más idóneas para el proyecto de embrutecimiento colectivo.

Milagros Jáuregui, del partido medieval del alcalde López Aliaga, asegura que “Dios creó al hombre para ser el rey, el profeta y sacerdote de tu casa, esa es la posición que Dios le dio al hombre y ninguna mujer tiene el derecho de quitarle el lugar que Dios le dio”. Palabras que le deben haber llegado al corazón del padrastro prófugo de la niña Mila, quien la violó durante cinco años, hasta que la embarazó. Una junta de médicos en Iquitos se negó a firmar el aborto terapéutico. Uno de estos profesionales del medioevo era un psiquiatra, quien le diagnosticó un trastorno ansioso depresivo leve, pues la ley exige que sea grave para autorizar el aborto.

Todo esto debe ser música para los oídos no solo del alcalde de Lima, sino de José María Balcázar, quien preside la comisión de Educación y está a favor de los matrimonios infantiles, en donde se entrega a niñas de la edad de Mila (11) a hombres que las seguirán violando.

La descomposición es regional, pero eso no nos exime del deber de seguir denunciando este retroceso a todo nivel de los derechos adquiridos tras años de lucha.

https://larepublica.pe/opinion/2023/08/21/tu-ignorancia-es-mi-progreso-por-jorge-bruce-845061

12 de agosto de 2023

EL MUNDO POLÍTICO DE BARBIE

Natalia Sobrevilla

Opinar y protestar también es jugar

El viernes pasado, la crítica feminista Andi Zeisler escribió en The New York Times que si bien Barbie nunca había sido un gran símbolo, siempre ha servido como un excelente espejo.

Esta semana en que el mundo ha sido invadido de rosado, hemos visto una vez más que Barbie logra capturar la imaginación de millones y nos demuestra su capacidad para servir de recipiente para que nosotros lo llenemos de contenido, algo que ha permitido su uso en la protesta peruana  del jueves 19 pasado, colándose incluso en la campaña electoral el España.

Desde que apareció en el mercado en 1959,  Barbie nunca ha dejado de ser objeto de análisis y crítica. Al principio, porque fue una de las primeras muñecas que le permitían a las niñas imaginarse de adultas como algo más que como madres. Estaba lejos de las muñecas en forma de bebés que promovían la idea de la feminidad ligada al cuidado.

Con curvas que las feministas llevan décadas criticando por ser imposibles de alcanzar, los labios sensuales, los ojos inmensos y la pelambre rubia platinada, Barbie aparecía en el momento en que empezaba a cuajar la revolución sexual que, de manos de la píldora anticonceptiva, sacudió el mundo en la década de los 60. La primera Barbie llevaba una ropa de baño ceñida, negra con blanco, pero poco tiempo después el rosado se convirtió en su color, y ahora asociamos gran parte de esa estética color chicle globo con la muñeca: su casa, su carro y todos sus accesorios de plástico son de ese color.

De niña fui fanática de Barbie. Coleccioné varias muñecas con sus accesorios, incluyendo a la “Hispanic Barbie”, que salió en los tempranos 80 y que con su piel canela, ojos pardos y pelo negro se acercaba un poco más a cómo me podría ver el incierto día en que dejara de ser una niña flaquísima vestida con overol y zapatillas. Sin duda, uno de mis accesorios favoritos era una minimaleta de cuero —qué aún conservo— donde empacaba toda la ropa que llevaba a los miles de viajes que emprendía usando el Atlas, aprendiendo de paso las rutas para viajar de Tetuán a Oran en aventuras dignas de Indiana Jones.

Estoy segura de que gran parte del éxito de la muñeca ha sido que le ha permitido a muchas niñas imaginarse un futuro, una posible vida y eso es lo que Mattel, la compañía que la produce, ha intentado hacer, otorgándole todo tipo de profesiones y ocupaciones, fabricándola con diferentes colores de pelo y de piel y vistiéndola incluso como general del Ejército y de la Marina estadounidense (busquen Army Barbie). La han hecho de todas las nacionalidades y se dice que por un tiempo la más pedida fue la que tenía forma de sirena.

Una de las mayores críticas a la Barbie es que hipersexualiza a las mujeres y las limita a su aspecto físico. Pero, a pesar de todo, ha seguido perdurando en nuestra imaginación porque, como dice Zeisler, nos sirve de espejo. Algo de esto ha quedado demostrado con la película de Barbie, ya que en todas partes su marketing se ha convertido en parte de una conversación más extensa sobre la sociedad, llegándose a convertir en un espacio desde donde ejercer la crítica de lo que está sucediendo en la política.

En el Perú, en la marcha del 19 de julio, se vieron dos representaciones de Barbie que hacían referencia a la presidenta Dina Boluarte: la Barbie dictadora y la Barbie genocida.