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27 de junio de 2025

Perú: Soñar con cárceles

Juan Manuel Robles

"Bukele ha creado una estética del hacinamiento entre rejas"

Nayib Bukele ha resucitado el opio de las sociedades atemorizadas: la cárcel infinita. Hay que reconocerle el diseño de un producto de exportación tan rápidamente posicionado —el CECOT— y el hecho de que, bien visto, lo suyo no sea otra cosa que un reciclaje de la vieja prisión de máxima seguridad infranqueable, imponente, que promete confinar, retirar y aislar a las células enfermas del tejido social. Es alucinante, además, que Bukele lo haya logrado con unas cuantas sesiones de fotos de hombres tatuados y calatos, manos esposadas, y videos en 4k de esos presos caminando agachados cual orangutanes, todo con una fuerza gráfica que, más que la labor de autoridades penitenciarias, parece resultado del trabajo de coreógrafos, publicistas y hasta directores de arte.

Bukele ha creado una estética del hacinamiento entre rejas. Los tatuajes del enemigo, multiplicados, aportan textura.

La cárcel gigante de Bukele constituye una operación iconográfica no menor, notable en tiempos en que nada tiene espesor y las estampas se olvidan en cosa de meses. Es marca-país, un espacio que define y caracteriza, un atractivo turístico que no es la maravilla en ruinas de una civilización muerta, sino al contrario: la edificación fantástica del presente, en el esplendor del faraón. ¿Qué es El Salvador? El Salvador es una cárcel futurista y volcanes majestuosos. Hablando de faraones y pirámides, se anuncia la construcción del CECOT 2 resaltando que no se gastará en mano de obra porque la construirán los presos, gratis y voluntariamente.

Bukele ya es un líder histórico. Es Fujimori en 1995 con más poder y más escaños en el parlamento. Como Fujimori en ese entonces, su apoyo es tal que incluso hay víctimas de su régimen de excepción —militares en las calles—, personas que estuvieron encarceladas por error y hasta familiares de asesinados que han declarado, públicamente, que a pesar de todo apoyan al mandatario, porque después de él el país es otro. Por supuesto que nos suena familiar a los peruanos. Cuando una nación ha sido un infierno inviable, sus ciudadanos están dispuestos a asumir cualquier costo. En El Salvador pacificado de la era Bukele se han disparado los desaparecidos, el porcentaje de población encarcelada es el más alto del mundo, cada cuatro días muere un recluso, presos de los que no se sabe nada aparecen en morgues y recientemente se supo de un hombre que salió de prisión con las piernas amputadas.

Por supuesto, los derechos humanos son una cojudez para la derecha, mientras se vean “logros”, y las cárceles de Bukele se han vuelto su sueño húmedo. Ya se está usando el verbo “peregrinar” para definir lo que hacen autoridades y políticos que viajan a El Salvador, pues visitan la prisión como quien va a La Meca, arrobados como niños por la visita guiada a esa especie de parque temático: la consumación de la solución final.

La ministra de Seguridad Nacional de Javier Milei, Patricia Bullrich, visitó la cárcel para conocer “el método” y volvió a Buenos Aires fascinada. Lo mismo hizo el senador brasileño Eduardo Bolsonaro, quien comparte ideas con su ultraderechista padre (“es algo realmente sensacional”, dijo). Dos ministros, una embajadora y dos comandantes de Ecuador viajaron para ver in situ la prisión modelo. José Antonio Kast, el líder de la ultraderecha chilena que reivindica a Pinochet, fue a visitar la prisión y al salir no ocultó el júbilo: “Nosotros podríamos alcanzar lo mismo”, declaró.

En el Perú la proliferación de seguidores de Bukele, en el Congreso y otros ámbitos, es casi un lugar común. El alcalde de Lima y otros políticos de derecha hablaron de enviar a delincuentes a El Salvador; luego se planteó la construcción de un CECOT en Lima. Las elecciones presidenciales son el próximo año. Aún no se definen los candidatos pero Bukele y su megacárcel ya tienen presencia asegurada en la campaña. Lo mismo pasa en Colombia.

A mí me conmueve esa adoración de la cárcel, los ojos impávidos de las delegaciones visitantes al ver a los presos sentados y esposados, mirando a la pared y dándoles la espalda, mientras el guía comenta que los reclusos solo tienen luz artificial, como pollos. Es kafkiano y no solo por El proceso (hay presos en las cárceles de Bukele que años después no saben por qué están allí), sino también por La colonia penitenciaria, ese relato en que un operario muestra con serenidad didáctica y cierto orgullo social la máquina de tortura.

Me conmueve no porque no entienda que una cárcel así pueda ser un mal necesario en determinados contextos, sino porque me parece de un nivel de simplificación tremendo incluso para los estándares de esta gente. La mano dura es hoy una caricatura. La derecha ha bajado sus anhelos clásicos de seguridad, de orden como política general. Hoy no alaban un modelo de sociedad en que uno de los elementos es la cárcel. El sueño mismo es la cárcel, la utopía es la prisión perfecta que resuelve, y quieren vender ese entusiasmo como si fuera una receta (y, se los aseguro, en los planes están contratistas amigos que se frotan las manos).

Se llama populismo punitivo: creer que cuanto más severas las penas y más inhumanas las condiciones de reclusión, menos crimen habrá. Lo vemos en los políticos que, cada tanto, proponen la pena de muerte. Ahora esos señores tienen un ejemplo tangible, una franquicia exportable (soslayando que El Salvador tiene características muy distintas a los países que quieren emularlo). La pena de muerte y la supercárcel son dos expresiones de una misma demagogia. Y no hay nada nuevo en eso.

De hecho, al ver a estos fans de la prisión bukeleana recuerdo a Alan García, que en el debate presidencial del 2016 planteó como solución a la inseguridad reabrir el Sepa, la colonia penal inaugurada en medio de la selva de Ucayali en los años 50. Para mala suerte de García, su contrincante en el debate era Fernando Olivera —su perseguidor por años— que casi cantando le dijo en la cara todo su prontuario de corrupción, para finalmente rematar con una sonrisa: “a ese nuevo Sepa de la Amazonía va a ir usted, señor García”.

La historia, como todos sabemos, termina en tragedia (no sin cierta poesía). Alan García, charlatán de la supercárcel, se pegó un balazo para no ir a una.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 738 año 16, del 27/06/2025

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14 de junio de 2025

Perú: Vacar a Boluarte por higiene

César Hildebrandt

"Nos gobierna un congreso de reclusos futuros que amparan a una dama sin ninguna reputación que honrar"

El congreso del hampa finge que exige respuestas al presidente de la PCM.

El presidente de la PCM simula que tiene un plan de gobierno y se lanza con 32 páginas de palabreo: “El Gabinete que presido declara, con determinación y sin ambigüedades, una lucha frontal contra la delincuencia y la criminalidad”. Mientras, en la ciudad gótica que preside un cerdo amante de los trenes viejos, los buses siguen siendo abaleados y las extorsiones prosperan y los cadáveres atestan la morgue que no tiene tantos frigoríficos como debiera.

Los congresistas que obedecen a los mineros ilegales, a los criminales que exigieron el fin de la ley de extinción de dominio, a los responsables de crímenes de lesa humanidad, a los delincuentes que saltaron de alegría cuando se exigió que en los allanamientos estuvieran sus abogados con sus otrosíes, los congresistas, en fin, del hampa, fingen, por su parte, plantear preguntas incómodas, interrogantes que van al fondo de los asuntos y que suponen críticas al gobierno que, sin embargo, amparan.

Todo es una farsa. Al final, Keiko Fujimori decide que el gabinete se consagre y que Arana Ysa, su hombre, presida confianzudamente una PCM plagada de aduladores y canallas. La sigue en esa decisión César Acuña, el inventor de un método académico que lo hizo millonario: crear universidades a la altura de su inteligencia fronteriza y llenar el país de profesionales bajo sospecha.

¿Cómo llegamos a esto?

Esta es la obra maestra del fracaso de la democracia peruana. Y esta es la consecuencia de décadas de destrucción institucional, corrupción de la política y agonía de la inteligencia. Años de fujimorismo a la vena nos han convertido en este espectro de país.

El resumen es sencillo: nos gobierna un congreso de reclusos futuros que amparan a una dama sin ninguna reputación que honrar.

Y nos quedamos tranquilos. Nos resignamos, como siempre. Obedecemos. Agachamos la cabeza. Acatamos el mandato de nuestra debilidad. Como cuando tuvieron que venir del extranjero para sacarnos del confort colonial en el que dudábamos.

La señora que va a Palacio a simular que preside este país deshecho está allí porque la gente votó por los congresistas que organizaron, tras la caída suicida de Pedro Castillo, este gobierno ilegítimo. Está allí porque la prensa, en general, aceptó esta anomalía. Está allí porque los líderes empresariales se sumaron a este sainete ensangrentado. Está allí porque los dirigentes sindicales volvieron a esconderse detrás de la niebla que les impuso, hace más de tres décadas, el fujimorismo. Está allí porque la izquierda dejó de ser una opción y porque la derecha, en su voracidad camaleónica, no le hace ascos a nada.

Y seguirá allí hasta que Keiko Fujimori y César Acuña lo decidan (consultando con Pepe Luna, los niños de AP, los ácaros de Somos Perú, los Tudela de Avanza País, la caballería de Renovación Popular, los marxistas de quincena de Perú Libre y la viruta del Bloque Magisterial).

Ese es el país en el que estamos. Ese es el lugar de la mancha donde inclinamos la cabeza y simulamos que somos casi ejemplares. Y donde decimos que la economía va bien a pesar de que el 70% de sus actividades se hacen en negro, que la pobreza llega al 27% en zonas urbanas y sobrepasa el 40% en regiones del campo y que hay un millón y medio de peruanos que abiertamente padecen hambre cotidiana.

Dina Boluarte debería ser vacada no sólo porque es una persona moralmente horrible y políticamente desastrosa sino porque es un pasivo demasiado pesado en un país que está al borde de una crisis económica surgida del desorden fiscal y del anarco-raterismo de la coalición gobernante. Dejarla en Palacio es garantizarle muchas más dificultades al próximo gobierno y sembrar la semilla de un resentimiento social añadido que polarizará aún más a un país ya desgarrado. Sacarla sería un gesto de higiene y previsión. Sería una muestra de que estamos vivos, que segregamos anticuerpos, que luchamos y aspiramos a la sanidad.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 737 año 16, del 13/06/2025

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24 de mayo de 2025

Perú: El feminismo y la señora Boluarte

César Hildebrandt

"La señora encarna, como caricatura, todo el mito machista en su versión chihuahuense"

Las mujeres siempre dominaron mi escena. Tuve tres hermanas, una madre protagónica, una familia anversa donde había tías matriarcas y se repetían leyendas de toda índole sobre el rol principal del hembraje ancestral.

Jamás subestimé a una mujer y en el trabajo, cuando la tele me chupaba la sangre, mis reporteras eran la sal y pimienta del menú. Nadie tuvo que enseñarme nada respecto de la importancia de lo femenino porque nunca, a la hora de medir cualidades, se me ocurrió hacer distingo de géneros. Así fue en todas las revistas que fundé y los programas que tuve. Así ha sido en mis gustos literarios y plásticos. En mis paredes están colgados cuadros de Elda di Malio y Luz Letts y cuando era un mocoso mi primer amor imposible fue la Sagan, a quien fue fácil traicionar después con De Beauvoir, Yourcenar, Duras, Sarraute, Mistral, Woolf, Laforet, Poniatowska.

En resumen, creo ser un feminista implícito y sin aspavientos. Y por eso creo, modestamente, que las feministas más encarnizadas deberían mostrar su pública vergüenza por la conducta de Dina Boluarte. Al fin y al cabo, aunque sea sólo un dato de la estadística, es la primera mujer sentada a la diestra del poder en ese palacio donde –estoy seguro– pena la sombra del general Benavides.

Y lo cierto es que la señora desacredita a las mujeres y embarra su reputación de luchadoras y exitosas (a pesar de las inequidades subsistentes).

¿Por qué no hacer un deslinde higiénico con una señora que parece inventada por el machismo?

En efecto, si el machismo más hirsuto concibiera un escenario perfecto para repetir sandeces y prejuicios, pensaría en darle un papel de importancia a alguien como Dina Boluarte.

La señora encarna, como caricatura, todo el mito machista en su versión chihuahuense. Es traidora, como en los valses con más tundete y llanto. Es tan oportunista que, a su lado, Porky parece un místico zen. Es frívola como un personaje de Televisa, canalla en plan de mandar matar y luego culpar a los muertos, mucho más mentirosa que Bernie Madoff, tan inescrupulosa como madame K, tan viajera como un chipe amarillo y tan inútil como creer que Netanyahu es aún un ser humano.

Pero hay más: la señora chapa relojes y alhajas porque se las regala un mentecato educado en el barril del Chavo, es ignorante de concurso, ridícula hasta la pena y mala como una obra de teatro gritada en andaluz.

Podría ser una dama magnífica, provinciana como Chabuca Granda y de buena fe como Susana Baca. Pero no. Eligió ser una bruja con la escoba que seguramente le cedió Oscorima. Y políticamente hablando, se ha prestado a ser la que firma las leyes del Congreso del hampa. El Congreso del hampa la deja simular que ella preside el país y ella paga firmando, a veces con ayuda de terceros cuyo paradero determinarán los peritajes del futuro, lo que Rospigliosi y su gavilla traman para eludir la justicia, favorecer el crimen y asegurarse las elecciones del 2026. La señora Boluarte es una creación de Steven Seagal.

¿Por qué no censurarla desde el feminismo? ¿No sería ese gesto una expresión elemental de legítima defensa y un modo de sacar la cara por los millones de mujeres peruanas que sostienen hogares y resisten la pobreza, la desigualdad y el maltrato de género?

No, no la censuran. La única explicación a la mano es que se ha impuesto la omertá del feminismo extremo, esa ley del silencio que, a nivel global, barre bajo la alfombra todo lo que puede ser incómodo, todo lo que puede contrariar la visión de quienes están convencidas de que, en la venganza mundial contra el patriarcado, vale cualquier cosa. Eso incluye admitir la mugre.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 734 año 16, del 23/05/2025

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23 de abril de 2025

Perú: Respaldar a los pequeños agricultores

Pedro Francke

"Sólo al 20% de ellos el Estado les ha otorgado un título de propiedad"

A la agroexportación peruana le va cada vez mejor. El año pasado aumentó en más de dos mil millones de dólares, un fuerte crecimiento del 22 por ciento que la llevó hasta los USD 12,400 millones. Es un negocio donde predominan grandes empresas terratenientes que tienen un lobby bien aceitado en busca de que les rebajen impuestos de manera especial y les den aún más facilidades para explotar a sus trabajadores. Pero no confundirse: el 95% de las unidades agropecuarias son de pequeño tamaño sumando 2 millones 200 mil familias. En ochocientos distritos de sierra y selva más de la mitad de trabajadores se dedica a la agricultura, muchos de ellos en pobreza.

Es este sector el que nos alimenta. Los pequeños agricultores, con menos de diez hectáreas, producen el 64% del choclo, el 56% de la quinua, el 55% de las frutas, el 59% de las hortalizas, y la lista sigue y sigue. Ellos mantienen una gran variedad de papas y productos que dan sustento y calidad a nuestra gastronomía. Resisten de esa manera a una creciente dependencia de importaciones en rubros como los cereales, de los que importamos el 54% de lo que consumimos (especialmente maíz, trigo y avena), productos que en varios cientos de millones de dólares vienen subsidiados de Estados Unidos, en una competencia desleal, y que en otra proporción importante proceden de países como Argentina y Brasil.

Mientras Estados Unidos aplica subsidios enormes a su agricultura, en el Perú el presupuesto que se dedica a apoyar a los pequeños agricultores peruanos es ínfimo. Sólo al 20% de ellos el Estado les ha otorgado un título de propiedad, menos de uno de cada tres tiene semillas mejoradas, ni siquiera la mitad usa alguna maquinaria o aplica fertilizantes y nueve de cada diez no recibe asistencia técnica alguna. Ese mismo porcentaje ni siquiera intenta sacar un crédito porque los intereses son muy altos o “sabe que no se lo darán”. La banca privada, altamente concentrada, no considera rentable apoyar el agro. Llevamos treinta años de una política neoliberal que maltrata a los pequeños agricultores. No es casualidad que se trate principalmente de familias con raíces indígenas, despreciadas por un Estado oligárquico y centralista. El resultado es baja productividad y pobreza.

Quienes sí han recibido enormes subsidios del Estado han sido los grandes agroexportadores. Hoy tienen grandes extensiones no porque hayan invertido en irrigaciones sino porque el Estado las ha construido y les ha entregado las tierras. El grupo Gloria, beneficiado además por los remates que hizo Fujimori de las antiguas cooperativas azucareras, se ha apropiado de más de 52 mil hectáreas y el grupo Romero de otras 19 mil. Tampoco es casualidad que las cabezas de estos grupos en los años noventa eran visitantes asiduos de Vladimiro Montesinos en la salita del SIN y luego hayan contribuido con varios millones a las campañas de Keiko Fujimori. Mientras, en la sierra, más de dos terceras partes de los campesinos tienen que cultivar sin un canal de riego que les asegure el agua, dependiendo de que la lluvia llegue a tiempo y bien, condiciones en las cuales es mucho más difícil avanzar con nuevas tecnologías.

Bajo estas circunstancias de enorme desigualdad es que los gobiernos de Toledo y García firmaron un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos que favorecía a la agroexportación pero golpeaba a los pequeños y medianos agricultores nacionales que venden en el mercado interno. A sabiendas de que la agricultura norteamericana es altamente tecnificada, tiene grandes planicies de buena tierra y goza de fuertes subsidios de su gobierno que establecen una competencia desleal, se permitió que entraran al Perú sin una protección justa de nuestro mercado. Así, el sector algodonero apreciado que existió alguna vez en el Perú terminó quebrando tras el TLC.  Hoy en día, la importación de miles de toneladas de trigo estadounidense subsidiado empuja a la baja el precio de la papa, camote y demás tubérculos, agravando la pobreza rural. Todo ese trigo se convierte en alimentos industrializados –galletas, fideos, etc.– producidos por el monopolio que tiene el grupo Romero mediante su empresa Alicorp y contribuyen a agravar el creciente problema de obesidad que tenemos en nuestro país.

Un cambio indispensable en el Perú es la necesidad de una política de apoyo a la agricultura familiar y de mediana producción. Esto debe incluir productos dedicados a la exportación como café, cacao, mango y paltas, entre otros, a los que se debe respaldar con créditos accesibles, promoción de nuevas tecnologías y mucha iniciativa comercial para colocar variedades ecológicas y orgánicas en diversos mercados del mundo. Algunos como los productores de cacao se han beneficiado de buenos programas, han logrado avances importantes y lentamente se va desarrollando la industria del chocolate nacional. Pero hay otros sectores como los alpaqueros, que son decenas de miles de familias campesinas, a quienes se les ha dado la espalda, no se ha invertido en mejorar sus pastos y ganado y se les ha dejado en manos de grandes monopolios comercializadores.

Ahora que los Estados Unidos ha roto unilateralmente un tratado firmado con el Perú imponiéndonos aranceles sin respetar el TLC, debemos por nuestra parte defender mejor el mercado interno y nuestra soberanía alimentaria. Debemos darle prioridad y respaldo a quienes ponen los alimentos peruanos en nuestra mesa, con un gran programa de mejora de la productividad de la agricultura familiar que multiplique los rendimientos por hectárea. Eso permitiría al mismo tiempo sacar de la pobreza a millones de peruanos en la sierra y selva y poner alimentos más baratos en la mesa popular. Es ahí adonde debe orientarse el presupuesto público y no a regalarles otros veinte mil millones de soles en exoneraciones tributarias a los grandes agroexportadores.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 729 año 15, del 18/04/2025

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19 de abril de 2025

Vargas Llosa: luces y sombras

César Hildebrandt

"Para ese momento me convencí de que su derrota había sido un gran suceso para quienes lo queríamos y admirábamos: nos exoneró del peligro que hubiese significado que Vargas Llosa gobernara al lado de tanta orca derechista y prebendaria"

Solicito, señor, en este viernes santo, que los sobones (y las sobonas) no sigan alabando a Mario Vargas Llosa. El difunto no se merecía tantas velitas misioneras y tantas lloronas de pacotilla escribiendo en el diario que lo maldijo en 1990 y que celebró su derrota como si fuera una fiesta de la izquierda.

A Vargas Llosa hay que recordarlo como lo que fue: un gran novelista –el mejor de este país y uno de los mayores de Latinoamérica– y, al mismo tiempo, un ser humano capaz de no percibir el lodo en el que llegó a moverse.

Veneraremos al autor de sus grandes obras –ocho de sus 20 novelas, me atrevo a decir– y haremos un deslinde con el político que pasó del castrismo juvenil (venganza filial respecto de ese padre casi yanqui que lo torturaba) al liberalismo ilustrado, primero, y al caciquismo de Altamira, después.

No es posible eludir el tema del descenso infernal de Vargas Llosa a los predios de la derecha más vulgar de estas comarcas. No es sano convertirlo en santo cívico con el argumento imbécil de que “era un escritor”. Los escritores de la importancia de Vargas Llosa tienen, por eso mismo, la enorme responsabilidad de emitir señales, indicar rumbos, ayudar a la gente común a identificar los valores que pueden mantenernos en civilización y convivencia. Y conste que Vargas Llosa no tenía que ser acosado para que lanzara juicios y proclamas: daba veredictos, despejaba incógnitas, declaraba la salud o la enfermedad de las opciones políticas que estuvieran en disputa y lo hacía muchas veces sin que nadie le pidiera intervenir.

Omitir ese aspecto de su vida por parte de sus aduladores póstumos es algo que el novelista mismo no hubiese solicitado. Por eso mismo es que fue tan severo juzgando retroactivamente a Sartre por su maoísmo crepuscular, a Grass por su juventud nazi, a Cortázar por su lealtad con ciertos procesos revolucionarios. Para no hablar de las crueldades que se permitió deslizar contra José María Arguedas, a quien trató de acotar en las lindes de la antropología y el folklore nativo, o de las diatribas privadas que lanzaba contra el García Márquez atado a Cuba y a Fidel.

Vargas Llosa fue el candidato del liberalismo en 1990 y me alegra haber cumplido un modesto papel en su campaña, tal como él mismo reconoce en su autobiografía “El pez en el agua”. Lo hice no porque creyera en el Fredemo, que era una junta de cadáveres políticos, sino porque creía en él. Y porque sabía quién era Fujimori: un ladrón de impredecibles consecuencias. Otros, en cambio, calumniaron al escritor todo lo que el Apra del corrupto Alan García demandaba. Perdimos, es cierto, pero quedamos al margen del oportunismo izquierdista que vio en el hombre del tractor una posibilidad de entrismo y usufructo.

Recuerdo que en Madrid, en una cena a la que Mario tuvo la generosidad de invitarme junto a algunos que también habían colaborado en su campaña, el escritor parecía liberado. Para ese momento me convencí de que su derrota había sido un gran suceso para quienes lo queríamos y admirábamos: nos exoneró del peligro que hubiese significado que Vargas Llosa gobernara al lado de tanta orca derechista y prebendaria.

Viajé a Boston en 1992 para entrevistarlo y estaba más radiante que nunca. El golpe del 5 de abril se había dado y el escritor había añadido el título de profeta a la lista de talentos que se le reconocía. Después vino el incidente pestífero con su hijo Álvaro y eso me separó para siempre de esa tribu unánime.

Pero seguí siendo, por supuesto, lector fanático de sus obras y peruano agradecido. ¿Cómo no darle gracias permanentes a quien había hecho del habla nuestra, de los paisajes de esta tierra rara, de la idiosincrasia de tanta identidad batida en licuadora, un hito de la literatura universal? El Perú contemporáneo empezó a existir, en muchos sentidos, gracias a Vargas Llosa. Vargas Llosa creó historias tan compactas y personajes tan vivos que fue, involuntariamente, un historiador. No hay mejor retrato del ochenio de Odría que el de “Conversación en La Catedral” y no hay mejor crónica sobre la lánguida abundancia de nuestra frontera en la selva que las imágenes de Santa María de Nieva en “La casa verde”. Y cuando leí “Historia de Mayta” no pude dejar de pensar en Ismael Frías y su prolongada historia de marginalidad. Si no fuera por las licencias que se permitió, casi podría decirse que Vargas Llosa fue un maravilloso escritor de no ficción.

Una de estas noches, pensando en él, cogí el ejemplar de “Los Cachorros” (alias “Pichula Cuéllar”) y recordé esos años de auténtica devoción de lector. Es un relato breve y mágico que hoy podría ser usado como imán para jóvenes lectores y como antídoto para los ya contaminados con la basura audiovisual. Es la fiesta de la oralidad limeña, la construcción genial de un coro que define una ciudad, un país, una vieja historia. Es la adolescencia de Zavalita con partitura de guitarra y golpe de cajón.

Admiré, quise y seré lector recurrente de Vargas Llosa. Pero eso no significa que en su velorio me sume a la lista de hagiógrafos (y hagiógrafas) que creen ganarse alguito de posteridad con sus póstumas cobas.

Porque estuvo más o menos bien decir que su mayor admiración era la señora Thatcher, pero anduvo en las inmediaciones del exceso describir a Álvaro Uribe, el siniestro cómplice de los paramilitares, como un estadista. Y estuvo peor, lindando con la obscenidad, sugerirles a los brasileños que votaran por la reelección de Bolsonaro. Y fue estrictamente maligno decirle al candidato pinochetista José Antonio Kast: “Es muy importante que usted gane las elecciones”. Como fue repugnante que dijera que Keiko Fujimori se había convertido en opción válida porque competía con Castillo. Como había sido triste su reencuentro con Alan García y su silencio frente a la condecorante señora Boluarte.

Porque una cosa es ser libre y conservador, provocador y siempre heterodoxo, y otra es sumergirse en el pantano de la derecha bananera de este continente. Un novelista gigantesco se ha muerto. El político que vivía en ese mismo cuerpo había fallecido moralmente hace varios años. Decirlo es un deber en este país de medias voces.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 729 año 15, del 18/04/2025

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17 de enero de 2025

Perú: Delincuentes

César Hildebrandt

La derecha peruana no se anda con medias tintas, maldice a los dubitativos, reniega de quienes se dejan tentar por alguna incertidumbre. Por eso prefiere a los delincuentes. No hay nada mejor que un canalla para crear, a patadas, el imperio de la ley (del más fuerte).

Por eso es que la derecha de esta comarca sigue enamorada de Alberto Fujimori y de su estela. Por eso respalda a Dina Boluarte. Por eso mismo rinde tributos a la memoria de Alan García.

A la derecha le incomodan los modales democráticos, las decencias inútiles, las reglas iguales para todos. Opta siempre por la concentración de los poderes, la firmeza a la hora de reprimir el descontento, la sangre fría cuando de abolir derechos se trata. La derecha ama los atajos y odia las formalidades cuando de prevalecer se trata.

Ahora, la derecha y su prensa –la virtual unanimidad de televisiones y papel colgado– han encontrado en Dina Boluarte a la mujer perfecta.

Porque Boluarte es el sueño equívocamente lombrosiano del ser criminal. No hay en ella un solo rasgo de pulcritud y buenas maneras. La señora huye del recato como si de un leproso se tratara.

¿Quiere que le presente a alguien que traicionó al presidente que la llevó en su lista? Pues aquí está. ¿Quiere conocer a alguien que hizo de su hermano el operador de una maniobra para crear un partido con fondos públicos y reclutadores salidos del presupuesto? Pues ya sabe quién es. ¿Aspira a darle la mano a quien destroza a la mejor división de la policía por venganza, retuerce las estadísticas para poder mentir con respaldo oficial y se alía con el hampa del Congreso para evitar la vacancia? Mírela bien.  

Cada día la señora se parece más a los Fujimori, a Pepe Luna, a César Acuña, a la pandilla extrema que ha hecho del Congreso el antro que es hoy.

Cuando la justicia prevalezca y nos libremos de esta gentuza habrá que recordar al detalle quién fue Dina Boluarte.

Dina Boluarte ha sido un eslabón importante en la cadena de sucesos que, desde comienzos de los 90, nos pudrió como país y normalizó lo peor de nuestra identidad.

Con ella volvieron Rodríguez Medrano al poder judicial, Blanca Nélida Colán a la fiscalía, Acosta Sánchez al Tribunal Constitucional. Para no hablar del payaso que tiene el alias de “defensor del pueblo”.

Gracias a Boluarte una coalición derrotada en las urnas ha cambiado las leyes en favor del crimen y ha reorganizado el país como un sistema mafioso dirigido a producir benevolencia para el delito y crear dificultades a jueces y fiscales honestos (que son cada día menos).

La reducidora que escondió las joyas regaladas por un gobernador corrupto protege ahora a un ministro que se niega a entregar las claves y el chip de su celular cargado de basura comprometedora. La señora que se alió con lo más lumpen de la política invade los fueros del Tribunal Constitucional –hace rato infectado por Fuerza Popular– y se lanza con un discurso en el que justifica los asesinatos, ordenados por ella, de diciembre de 2022 y enero de 2023. Y, por supuesto, miente como respira: habla de aeropuertos tomados, turbas dementes con vocación de matar, de comunistas que conspiraban contra “el orden establecido”. Y miente en el recinto del TC, donde tiene demandas pendientes con las que pretende salir impune.

No, señora: los muertos que vos matasteis (no todos, porque murieron observadores, viandantes y hasta alguien que auxiliaba a heridos) lo que querían es que usted no hediera en Palacio. Y tenían razón: Palacio hiede.

La señora Boluarte está acusada de obstrucción a la justicia, encubrimiento personal, cohecho pasivo impropio, homicidio calificado, pertenencia a una organización criminal y conspiración para encubrir la fuga de Vladimir Cerrón.

Esta es la delincuente que nos habla, con cada vez más insolencia, de todo lo que le debe la patria a su gobierno.

Y mientras tanto, en las calles, la gente camina con miedo, se sube a los buses sabiendo que puede encontrarse con una bala perdida, que un celular puede costarle la vida. Hienas criollas y escoria importada han creado la industria más próspera: la de la extorsión a plomo limpio. Este es un país dominado por el crimen y gobernado por una firme candidata a pasar algunos años en la cárcel.  Suena de lo más coherente. Que la banda toque una marcha.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 716 año 15, del 17/012/2025

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20 de abril de 2024

Perú: Hace cinco años

César Hildebrandt

Hace cinco años, acorralado por las evidencias, Alan García se pegó un tiro en la sien.

Yo, que suelo admirar a los suicidas, no sentí aquella vez que García había sido un valiente, un fugitivo de la vida, un hombre que decide no seguir siendo porque está harto de que el sentimiento de lo absurdo lo persiga como una sombra.

Hay gente que se borra de este mundo porque no quiere hacerse más preguntas sin respuesta, porque no admite la depredación de la vejez, porque siente que el tiempo es esa noria que le chirría en la cabeza, porque está harta del goteo plagiario de los días, porque el placer se le fue de las manos.

Koestler, como Zweig, hizo un pacto con su mujer para irse al infierno después de envenenarse. Esos fueron dúos de amor triste cantados en alabanza al atajo. Están también los que, como José María Arguedas, no resisten el rechazo porque en la niñez fueron heridos para siempre. Alfonsina Storni dio el paso después de que le diagnosticaran un cáncer, pero Virginia Woolf entró a las aguas que la devoraron en pleno goce de su cuerpo. Sylvia Plath abrió la llave del gas no porque el notorio marido la abandonara sino porque la vida era para ella un desfile de pequeños agravios. Marilyn Monroe se embutió de barbitúricos cuando, después de la fama, sus lechos y sus bisuterías, volvió a ser Norma Jeane Mortenson, la pobre chica que nunca conoció a su padre.

Hay gente que se mata por aburrimiento y hay otros que desisten porque lo vivieron todo y se dieron cuenta de que el viaje, por más variado que fuera, los había traído de vuelta al mismo andén de la partida.

Pero hay quienes se matan para escapar de sus actos.

Fue el caso de Hitler, Goering o Goebbels. Fue el caso del presidente chileno José Manuel Balmaceda, que se pegó un tiro en el pecho estando asilado en la embajada argentina. Había provocado una guerra civil que la derecha congresal y militar ganó ensangrentando el país con más muertes que las sufridas en la guerra contra el Perú.

También están los que asaltan los dineros públicos y se matan para no ser humillados en una cárcel.

Ese fue el caso architelegénico de Robert Dwyer, el tesorero del estado de Pensilvania que se mató un día antes de que fuera sentenciado por aceptar un soborno de la empresa californiana Computer Technology Associates. Dwyer alcanzó a decir estas últimas palabras: “Las personas que me han llamado y escrito están molestas y se sienten impotentes. Ellos saben que soy inocente y desean ayudar. Pero en esta nación, la más grande democracia del mundo, no hay nada que puedan hacer para prevenir que me castiguen por un crimen que no he cometido”.

Por supuesto que lo había cometido. Y fueron tan contundentes las pruebas que, tras su suicidio, los cargos se confirmaron y la sentencia por soborno se ratificó. La muerte no lo salvó del oprobio. El suicidio no cerró el expediente ni impidió la vigencia de la ley.

En el caso de García, la documentación abunda. Y tiene que ver con sus dos gobiernos. Hay testimonios claves de quienes confesaron haber sido sus testaferros, signos exteriores inequívocos, informes fiscales de los 80 y de este siglo. Y siempre hay un tren que cruza la biografía del personaje: ayer el de Sergio Siragusa, hace poco el de Jorge Barata. Es el tren de carga de una vida que pudo ser extraordinaria. Las voluntarias admisiones de Nava y Atala, amigos de su entorno, confirman la corrupción del personaje.

García se hizo millonario en el poder.

Y es una vergüenza que el Apra, el partido que fundara un hombre honrado y genial como Haya de la Torre, trate de presentar como víctima a quien se enlodó y contribuyó al desprestigio de los partidos y la política. ¿Cree el Apra que cambiará la historia presentando a compinches de García en Willax?

¡Si Haya viviera!

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 682 año 14, del 19/04/2024

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23 de marzo de 2024

Perú: Lumpenpaís

César Hildebrandt

El congreso del hampa y el emputecimiento de la política es el que gobierna el país.

La señora Fujimori perdió las elecciones por tercera vez en el 2021 pero ahora, aliada con lo peor de las sobras de nuestra política, ha erigido un gobierno clandestino que es el que orienta las leyes, señala el curso de la política y propicia el dominio del crimen.

El golpe de estado discursivo del triste Pedro Castillo ha sido reemplazado por el golpe de estado exitoso del congreso-madriguera dominado por el fujimorismo.

La señora Boluarte ha aceptado su papel secundario. Ella es una farsa, su régimen es un simulacro, su gabinete es la mesa de partes del congreso imperativo. Cuando se es pobre diabla, no hay remedio: lo que más importa es qué se luce en la muñeca, qué tintinea en el cuello, con qué abalorios se construye una imagen.

Todo esto ha conducido al Perú a ser un lumpenpaís en el que la heredera política de un hombre pútrido, que aspiró a ser senador japonés para adquirir inmunidad internacional, gobierna sin tomarse la molestia de ganar las elecciones.

¿Gobierna? Sí: gobierna a su manera para la minería ilegal, para el fraude del 2026, para el negocio de las farmacias y los laboratorios, para las universidades basura, para los banqueros y empresarios que le dieron plata sucia, para erradicar todo vestigio de democracia interna en los partidos, para que el congreso se duplique con una cámara de senadores, para rehabilitar la reelección parlamentaria, para someter el Jurado Nacional de Elecciones, para percolar en el RENIEC y en la ONPE, para hacer del Tribunal Constitucional un lupanar y de la Defensoría del Pueblo un circo perejil y del país, en general, este pantano en el que estamos acostumbrándonos a respirar dificultosamente.

En este lumpenpaís que aspira a llegar a la OCDE y acoger todos los juegos panamericanos que le quieran conceder, el hampa nativa, auxiliada por el ejército delictivo salido de Venezuela, tiene secuestrada a la población. Y el ministro del Interior, que tiene un decidor parecido con el burro Igor, dice que la situación está bajo control. Eso sólo puede creérselo Winnie Pooh.

Pero las ciudades sometidas al delito son asunto menor si comprobamos que el país está en manos de un congreso de forajidos que ha borrado al Ejecutivo convirtiendo a su representante en mucama. La señora Boluarte, además de su debilidad neurológica, está sometida al miedo de que los 49 muertos baleados por sus órdenes vuelvan con un juez condena en ristre.

Gobiernan los que perdieron y lo hacen como si el Perú fuese Nueva Jersey y ellos Tony Soprano y su banda. Y pretenden que el edificio que están armando sea la arquitectura del futuro, el estilo brutalizado de una república construida por quienes la saquean. Es como si las garrapatas hubiesen criado un perro condenado a servirlas.

Los estertores del Apra saludan esta mascarada porque aman a quien fue su líder venal. Lo aman tanto que aspiran a seguir sus pasos suicidándose. Y del cementerio de la política salen aplausos esqueléticos: la izquierda “expropiadora” del cerronismo, la derecha matacholos de Renovación Popular, la caverna angloparlante de Avanza País, las moscas cojoneras de Somos Perú, los imprenteros de títulos académicos de Podemos, los cazafortunas de Alianza para el Progreso y los subastavotos de todas las camadas restantes.

Alguna vez fuimos el último bastión del dominio español en Sudamérica. Entonces vinieron San Martín y Bolívar y, con mucha suspicacia, nos refundaron. Pero ahora de Argentina sólo puede venir Milei, que es la Thatcher trans y aún más brava. Y de Venezuela sólo podemos esperar a Maduro, que es el Tren de Aragua del chavismo.

De modo que estamos solos. Miserablemente solos. Porque las grandes empresas, la prensa convencional, la tele descerebrante, están felices.

¿O es que tenemos a un pueblo que sabrá liberarnos de esta infamia?

¿O es que el fujimorismo y la señora de los relojes son lo que merecemos?

Dígame usted.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 678 año 14, del 22/03/2024

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5 de febrero de 2023

Perú: La madre del otorongo

César Hildebrandt

Hemos tenido seis presidentes en cinco años.

Primero fue Kuczynski, ciudadano estadounidense, lobista de sí mismo, que prefirió los negocios, como había hecho siempre (desde el día en que le mandó pagar a la IPC expropiada por los militares). Claro que no le habría pasado lo que le pasó si Keiko Fujimori, heredera del herpes político que el Perú padece hace más de tres décadas, no le hubiese bajado el pulgar.

Después fue Vizcarra, que tenía aspecto de tecnócrata regional pero que escondía las más variadas mañas subalternas. Pobre. Se vacunó a escondidas contra el covid pero contrajo la viruela. Es un borradito más del elenco.

Le siguió un espejismo del desierto de Sechura. Se llamaba Merino de Lama y fingió estar en Palacio, vestido de sábana, durante tres días. Su primer ministro fue el gato con botas (militares). Dos muertes lo extrajeron de aquella ilusión. Alguien dijo una vez que Merino de Lama fue nuestro Pipino el Breve. Gran error: el rey franco tuvo un reinado de 17 años y fue el padre de Carlomagno. Merino de Lama fue el papi de “los niños” y su gobierno duró lo que un documental pesado de Netflix.

Después de tan pintoresco personaje llegó Sagasti, que se tapaba el cogote de vejete con un pañuelo y que recitó a Vallejo el día de su investidura. No lo hizo mal, pero quiso, al final, atribuirse más méritos de los logrados. Ahora está en un buen puesto internacional, que eso es lo suyo.

Hasta que llegamos al 2021. La derecha se empecinó en una nueva fragmentación y de resultas de ello volvió el fujimorismo a ofrecer su menú de orden, progreso y cutra a la Yakuza. De eso se aprovechó un hombre ralo que había estado cerca del toledismo, cerquísima del Conare-Movadef y aún más cerca, sucesivamente, de Vladimir Cerrón. Como Cerrón no podía postular a la presidencia por su condición de judiciable crónico, vio en Castillo al testaferro perfecto. Resultó después, sin embargo, que la marioneta rompió las cuerdas y se independizó. ¡Pinocho se fue a Sicilia-Sarratea y allí aprendió cosas remalas! ¡Geppetto se quedó sin hijo!

Algún día vendrá la calma y alguien podrá valorar en su cabal dimensión el hecho de que un país que se jacta de haber sido culto haya tenido que escoger, en el año de su bicentenario, entre la hija de un ladrón y asesino y un señor que, viniendo de la izquierda, tenía vocación por lo ajeno y amor por las comisiones del gasto público. La señora perdía por tercera vez, para despecho de la derecha que la bancó, y el señor obtuvo un poder que jamás soñó tener. La guerra se libró entre un Congreso otra vez erizado y un gobierno que aun antes de los robos había sido declarado maldito por la gran prensa y la guardia republicana del statu quo.

Finalmente, alucinado por alguna ayahuasca, Castillo dio un golpe de estado macondiano mientras las mariposas amarillas inundaban el palacio donde a Pizarro le rasgaron el gaznate. Fue dictador omnipotente por hora y treinta minutos y terminó en una covacha policial después de que se le impidiera asilarse en la embajada de México. Castillo empezó como un personaje de Rulfo y terminó en los cuadernos de marcas mundiales de Ripley.

De modo que llegó al poder su segunda, la señora que se había declarado marxista y sumisa a la idea de una revolución. Para llegar a ser consagrada por el congreso, claro, se había deshecho de todo el equipaje doctrinario y se había presentado con su mandil, su plumero y su cofia. ¡María del Carmen Alva casi la contrata!

Ahora, después de sesenta y pico de muertes, la señora se siente irrenunciable y habla victorianamente. Y mientras escribo estas líneas, el congreso discute no sé qué proyecto de adelanto de elecciones. No es un debate ideológico ni principista sino un intercambio de abogadeces, de naderías notariales, de heces forenses. No sé qué saldrá de esta tarde ya vista y oída. Lo que sí sé es que lo que salga no calmará al país.

Seis presidentes en cinco años. ¿Y los anteriores?

El presidente que mandó a redactar la Constitución que hoy es motivo de confrontación social está condenado a 25 años de prisión. El señor Toledo es un extraditable en regla. El señor García huyó radicalmente para no caer preso. El señor Humala, el inolvidable Cosito, está enjuiciado por recibir dinero sucio para dos campañas eleccionarias.

La derecha nos decía que íbamos bien, que la OCDE nos esperaba con los brazos abiertos, que gracias al neoliberalismo la pobreza había prometido desaparecer, con sus chancletas y sus uñas sucias, en los próximos años.

Pero llegó la pandemia y nos calateó. Lo que éramos era un país donde la muerte, siempre oportunista, puso su pezuña e izó bandera negra. No teníamos hospitales, camas de urgencias, oxígeno, ambulancias. Eso éramos. La pandemia nos puso en nuestro sitio. El viejo cuento de la derecha volvió a caerse. Igual que la era del guano, la prosperidad del salitre, el sueño del caucho, el paraíso del oro y el cobre. Igual que “la república aristocrática”, “el siglo de Leguía”, “los diez años del milagro fujimorista”. Éramos unos pobres diablos con un Mercedes prestado.

Tenemos un país sin congreso legítimo, sin Ejecutivo aceptable, sin partidos políticos, sin prensa independiente, con calles rugientes y violentos que han visto la oportunidad de cobrarse algunas de las revanchas guardadas por treinta años. Ni fútbol tenemos por ahora.

¿No es esta una crisis sistémica? Claro que lo es. Y en esta tormenta perfecta lo único que se les ocurre a los tories de cartón de nuestra aldea es amenazar a quien se le ocurra cambiar la constitución. Pero no se crea que les preocupa el marco jurídico de la civilización occidental que pueda estar en riesgo. Lo único que los hace sudar es el capítulo económico de aquel engendro salido de una dictadura corrompida hasta el tuétano. Porque gracias a esas páginas sacralizadas por el vocerío reaccionario, lo privado es divino y el Estado no existe, excepto para poner guardias o soldados cuando la cholería se empodere. Con esas páginas ningún país europeo podría haber soñado con construir ni siquiera un remedo del estado del bienestar. Esa es la constitución que rigió, como salida de una zarza ardiente, cuando vino el covid y nos devolvió la imagen de país subsahariano que nos negábamos a ver. Esa es la madre del otorongo.

La calle ya no cree en la santidad de la constitución fujimorista. La calle cree, más bien, que esa constitución está vieja y tiene malos hábitos de vientre.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 621 año 13, del 03/02/2023, p16

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16 de octubre de 2022

Perú: No era ese el camino

César Hildebrandt

En este semanario, como les consta, le hemos pedido varias veces al presidente de la república que renuncie.

Lo he escrito más de una vez, hasta la náusea: Castillo tuvo la oportunidad de su vida y decidió portarse como un truhancillo.

García sustrajo recursos aduanales, Fujimori abrió bóvedas de la reserva monetaria, Castillo se quedó con los vueltos y fue el foraja del cajón sin llave. Igualito es: más allá de los montos y ambiciones, el maestro que encarnaba la esperanza ha terminado en su breve muladar. Le dieron un gobierno y él creyó que estaba administrando la bodeguita del medio (pelo).

Pero esto ya lo sabemos desde hace meses y los lectores de este semanario se han enterado en sus páginas de todas las pillerías tramadas con el consentimiento o gracias a la inspiración del señor Castillo Terrones. Eso está claro.

Pero también está claro que lo perpetrado por la Fiscal de la Nación y sus incondicionales no es la Acusación Constitucional que prometieron entregar. El documento ofrecido era una pieza argumental que demostraría de modo suficiente que Castillo había incurrido en encubrimiento y obstrucción de la justicia, lo que habría hecho posible que se le atribuyera una infracción constitucional digna de un juicio político y –eso dependía del Congreso– de una consiguiente destitución.

Ese era el camino limpio, claro, constitucional, democrático, civilizado. La Fiscal Benavides, sin embargo, ha optado por la oscuridad y ha construido un alegato digno del jirón Azángaro.

He leído algunas de sus páginas más significativas y lo que encuentro es una sucesión de decires que provienen de gente sometida a prisión y ansiosa por obtener indulgencias procesales. La Fiscalía ha ensuciado el juicio constitucional que merece el señor Castillo con una retahíla de delaciones zurcidas que en muchos casos plantean escenarios inverosímiles y contradictorios. ¿Es creíble, por ejemplo, que Nicolás Maduro le dijera a Castillo, por teléfono, que contaba con todo su respaldo para asilar a Bruno Pacheco y a dos de sus sobrinos, tal como lo sostiene el colaborador eficaz de Código CE03-2022? ¿Quién pudo asistir a ese diálogo espinoso? Y si eso fue cierto, ¿por qué no se dio, al final, el tal asilo? ¿Es razonable aceptar, tal como lo dice otro delator premiado, que el prófugo Pacheco, acosado y furioso, admitió como compensación a su silencio la oferta de Castillo de nombrar al jefe de la Autoridad Nacional del Agua? Y si eso fue así, ¿por qué, a los pocos días, salió Pacheco a decir que estaba dispuesto a colaborar con la justicia? El dueño de la clínica La Luz ha dicho que le entregó 50,000 soles a Bruno Pacheco y Yober Sánchez, sobrino de Juan Silva, afirma que fue testigo de esa dádiva mugrienta. Hasta allí, todo bien. Entonces aparece, de la manga de la Fiscal Benavides, un añadido colaborador eficaz que dice: “Yo sé que 30,000 de esos 50,000 eran para el presidente Castillo”. ¿Cómo? ¿Así se levanta el edificio de una acusación en contra del presidente de la república? ¿A falta de váucheres e investigación efectiva, la magia de los testimonios, los eslabones forzados?

Esto no es serio. No es digno. Da vergüenza. Lo que hubiera podido ser una gran misión higiénica, a partir de hechos públicos que tenían peso específico y resultaban devastadores para Castillo, se convierte en un texto chiflado y odioso redactado por abogados de tercera y fiscales vicarios.

El país necesita una salida honorable. Nos urge abandonar el callejón asfixiante en el que nos han metido. Pero como estamos marcados por alguna maldición, resulta que quien nos viene a salvar es la doctora Benavides, la que protege a su hermana acusada de favorecer a grandes narcos por dinero, la que paporretea discursos ciceronianos con ademanes de velada escolar.

O sea que al presidente lumpen lo persigue ahora una Fiscal de los arrabales de la magistratura. Y su segunda de a bordo, la doctora Barreto, disfrazada de amante de Atila, sale a decir que los inocentes tienen que probar su inocencia. Un grito de huno la celebra.

Y va el señor Vela, que funge de comedido, y felicita a la doctora Benavides. Como si estuviéramos en el Brasil de Moro y Lula.

A mí no me cabe duda de que la Fiscalía de la doctora Benavides actúa ahora concertadamente con la oposición más dura. Los que amaron a Blanca Nélida Colán, coautora al lado de Fujimori de algunas hazañas de la indecencia, deben estar felices. Los que apañaron a Peláez Bardales, el que sacramentó a Alan García, deben estar percibiendo las diferencias que hay entre un político profesional de grandes atracos y un infeliz que se roba las propinas de la misa.

No creo, en suma, que la corporación de “El Comercio” esté preocupada por la salud moral de este país que es el nuestro. No creo que el canal del mafioso González, el que fue y es de los Schütz maletineros, los canales de los Miró Quesada, el que viene de los Winter, no creo, digo, que esas firmas representen la indignación ciudadana.
No me sumaré jamás a la “campaña ética” de quienes, a lo largo de muchos años, demostraron optar por la indiferencia o la complicidad.

Los que negaron las elecciones por “fraudulentas” y fracasaron dos veces en organizar la vacancia eligieron ahora el camino sórdido de artillar el Ministerio Público y festejar escombros e inminencias.  El país que requería un gran gesto de defensa propia se encuentra con la señora Benavides, esa Pasionaria de la poquedad. No era ese el camino para librarnos del picabolsos que tenemos en Palacio. Ya no es ira lo que podemos sentir: es tristeza.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 607 año 13, del 14/10/2022, p16

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9 de octubre de 2022

Perú: Cuentas de Andorra

César Hildebrandt

La jueza andorrana Stephanie García ordenó el jueves pasado el embargo de cuentas mafiosas surgidas de la trama corrupta de Odebrecht. Las treinta cuentas inscritas en dos bancos del principado de Andorra, que conservó su malévolo derecho al secreto bancario hasta el 2017, pertenecen a exfuncionarios y amiguetes de los ex presidentes Ricardo Martinelli, de Panamá, Rafael Correa, de Ecuador, y Alan García, de nuestro amado Perú.

La suma del dinero sucio congelado en cuentas de peruanos llega a los 2’900,000 dólares, de los cuales un millón estaba en manos de Jorge Horacio Cánepa Torre, árbitro sesgado que le cobró 1’200,000 dólares a Odebrecht para fallar a su favor en cuanto arbitraje cayera en su despacho. Como lo recordó IDL: Odebrecht le ganó al Estado peruano 35 de los 42 arbitrajes que se libraron y obtuvo gracias a esa goleada 254 millones de dólares adicionales a sus ganancias “legítimas”. Los siete arbitrajes que ganó el Perú no implicaron ninguna suma de dinero. Cánepa Torre, abogado frecuente en el papel cuché y exdiputado del PPC, fingía ser neutral y pedía que la coima se la pusieran en Banca Privada d’Andorra o en el Credit Andorra. Su alias, notorio en los codinomes, era Almohadinha y, según testigos, recibió por su “trabajo” de dirimente trucho unos tres millones de dólares. La bonanza de este abogado se dio, cómo no, en el quinquenio segundo de Alan García.

La otra cuenta gorda materia de congelamiento pertenece a Edwin Luyo Barrientos, que fue presidente del Comité de Licitación de los tramos 1 y 2 del Metro de Lima, obra que se adjudicó derechamente a Odebrecht con un presupuesto original de 336 millones de dólares.

Como dice la nota de “El País”, el diario que ayer dio cuenta de esta buena nueva, el tercer involucrado es Santiago Chau Novoa, miembro del mismo comité licitador y que tenía 442,280 dólares en Banca Privada d’Andorra.

Otro ladrón del alanismo más íntimo, Miguel Atala Herrera, fue más rápido que cualquier decisión judicial: sacó lo que tenía del millón de dólares cobrados a Odebrecht y lo embargado se ha reducido apenas a 17,929 dólares. Atala ha dicho en instancia judicial que el dinero sacado de esa cuenta fue para Alan García y el suicidio del que reclamaba ser sucesor de Haya quizá se debió a lo que podía revelar este impensado colaborador eficaz. Recordemos: Atala fue vicepresidente de Petroperú entre los años 2008 y 2011 y era miembro de Democracia Social, una fachada académica del alanismo. Tan pomposa institución era presidida por García. La vicepresidencia la ejercía Luis Nava. Sólo faltaba Tirifilo.

En la redada bancaria de esta semana también cayó Gabriel Prado Ramos, presidente que fuera de la Empresa Municipal de Peajes. Pero el hallazgo es simbólico: ¡sólo le encontraron 168 dólares! Al que fue director de Ositran, Juan Carlos Zevallos, le han enfriado la suma de 113,737 dólares cuando su cuenta original llegó a los 591,360 verdes, como producto de lo que le cobró a Odebrecht por la dación de la Interoceánica del Sur, un megaproyecto que no sirvió de mucho y que fue presupuestado en 1,166 millones de dólares.

El último de los nombrados por la nota de “El País” es Jorge Peñaranda Castañeda, presidente de la consultora Alpha Consult. Tenía casi 200,000 dólares en una cuenta discretamente inmovilizada.

La derecha quisiera que no recordáramos estas cosas. Le disgusta que “El País” recoja la información sobre asaltantes de dineros públicos que salieron del país formal y encopetado que nos gobernó casi siempre. Porque a esa misma panaca de saqueadores que leen la prensa habitual y se hartan de la tele podrida pertenecieron Fujimori y los suyos, Toledo y los demás, García y los otros, Humala y los de siempre, Kuczynski y la flauta que atrae a los ratones, Vizcarra y el cemento manchado de toda la vida.  

¿Y si retrocedemos? ¿Qué tal si viajamos en la máquina del tiempo y examinamos a los traidores ancestrales que no querían independiente de España al Perú? ¿Y si nos remontamos al guano, a Echenique, al civilismo, al arreglo con los Dreyfus, al contrato Grace, a Piérola, a Benavides, a los Prado que vienen de una fuga? Cuando la rancia derecha del Perú corrompió a Cáceres, el héroe de la resistencia, e hizo de su gobierno uno más del montón abombado de nuestra historia, quizá sintió que su obra alcanzaba la unanimidad. Y cuando empujó al Apra a los brazos del general burdelero y a las fauces del rey de los rones, no pudo sentirse más realizada. La derecha tiene ínfulas de metástasis.

Pedro Castillo es una calamidad principalmente porque no ha hecho sino repetir, desde la izquierda más folclórica e hirsuta, los vicios de la derecha. De él se dirá que imitó, con algún éxito, a sus amos. Pobre diablo.


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22 de julio de 2022

Perú: Resurrección

Carlos León Moya

Sabemos ya que en el Perú nadie muere, políticamente.

Los más ambiciosos se dedican a penar, mientras esperan que el paso de los años haga que la gente se olvide de sus nombres y aparezca una designación, una elección nacional o hasta local o al menos una resolución ministerial que los devuelva al mundo de los vivos.

Los casos de éxito vienen desde el siglo XIX, pero vayamos solamente a los recientes.

El más exitoso es, sin duda, Alan García: destruyó el país a punta de corrupción e incompetencia hasta 1990, pero solo once años después obtuvo el 47 % de los votos. El 2006 fue elegido presidente.

Keiko Fujimori fue la primera dama de un presidente que huyó del país estando en el cargo para evadir a la justicia. Fue la cara de un gobierno autoritario incluso más corrupto que el de García, y con graves violaciones a los derechos humanos. Un gran estigma. Insalvable, pero no en el Perú. Cinco años después, fue elegida congresista. Diez años después, tras reconstruir el aparato partidario fujimorista y pedir perdón porque mentir le es fácil, obtuvo el 49,5 % de los votos. Luego perdió indefinidamente.

Toledo casi resucita en las elecciones presidenciales del 2011, pero no tenía casos de corrupción entonces y al final quedó cuarto. Su resurrección es altamente improbable: no tanto por sus coimas, sino por sus problemas líquidos.

Humala aún no resucita, pero poco a poco lo vamos invocando: te extrañamos, Cosito; regresa, Cosito; no eras tan malo, Cosito.

Pedro Pablo Kuczynski no parece capaz de resucitar. No por un tema político, sino por uno biológico: ya es muy mayor y su salud está deteriorada.

Quien ha resucitado, y a velocidad extraordinaria, es Martín Vizcarra. Y lo hicieron los que quisieron hundirlo.

Vizcarra ha sido un político bastante inusual para el Perú, pero por exitoso. Ha sido el único presidente, desde la transición, en mantener una aprobación mucho mayor a su desaprobación, y mantenerla así a lo largo del tiempo. A diferencia de Toledo, García, Humala, PPK y Castillo, que empezaron con una aprobación alta y luego esta se desplomó de golpe, Vizcarra la mantuvo y la llevó a niveles extraordinarios para el Perú. Medidas como el cierre del Congreso, por ejemplo, lo catapultaron.

Por otra parte, tenía una conexión distinta con el público, especialmente cuando se dirigía a ellos: mucho más horizontal y afectiva que sus antecesores, mucho más articulada que el presidente actual. Sencilla, pero también paternal, con su máximo pico de éxito en las conferencias que daba en las primeras semanas de la cuarentena (y sí, hay peruanos que buscan en el presidente una figura paterna, especialmente en tiempo de incertidumbre).

Pero Vizcarra se fue al traste no con su vacancia. Tampoco con una denuncia de corrupción. Fue algo peor: una denuncia de carácter. Se aplicó una vacuna a espaldas del país, cuando estas no eran accesibles para ningún otro peruano, y lo ocultó durante meses. Casi una traición.

Aun así, vacunado y todo, Vizcarra fue el candidato más votado al Congreso en abril del 2021. Si no asumió el cargo fue porque el Congreso lo inhabilitó para ejercer función pública por cinco años.

Allí empieza el Vizcarra que pena. Sin hemiciclo, sin partido, sin exposición, empieza a hacer transmisiones en línea donde habla con postura de estadista, como si no se hubiese vacunado nunca. Habla y no se inmuta, a pesar de la gravedad de sus actos: lo que se diría, coloquialmente, un conchudo.

Y ser conchudo, a pesar de todo, puede ser políticamente rentable. Miren a Alan García, a Keiko Fujimori, a Alejandro Toledo, quienes sobrevivieron casi a punta de conchudez.

Y así Vizcarra penaba y penaba hasta que “Panorama” publica unos chats privados suyos que probarían una supuesta infidelidad. No había tanta relevancia pública, pero era Vizcarra y estaba en el piso: había que golpearlo más. Luego, Willax emite un antiguo recital de poesía de la supuesta amante de Vizcarra, Zully Pinchi, con unos versos tan malos que son involuntariamente graciosos.

Con esto, el músico Tito Silva hace una canción, “Bebito fiu fiu”, inspirada en el poema y los chats de Pinchi (el “fiu fiu” es la onomatopeya del silbido a la belleza, y Pinchi le escribió uno a Vizcarra en lugar de mandarle un audio).

La canción, sabemos ya, dio la vuelta al mundo y se hizo viral. La cantaron desde Ibai Llanos hasta Bad Bunny, la usaron en sus cuentas desde Netflix hasta HBO.

¿Pero y qué con Vizcarra? Se hizo viral, ¿y qué con él?

Quizá la mejor respuesta es un video de este miércoles en la cebichería Mi Barrunto. Vizcarra aparece y la gente se acerca a abrazarlo como antes, cuando era un presidente querido. Mientras eso pasa, casi todos empiezan a murmurar “Mi Bebito fiu fiu, Mi Bebito fiu fiu” entre risas. Al rato, alguien lo grita y se anima a cantarle la canción. Todos empiezan a corear “caramelo de chocolate” mientras Vizcarra sigue sonriendo de manera incómoda, se sigue tomando fotos mientras la gente corea “empápame así”.

En efecto, si escribí “como antes, cuando era un presidente querido”, es que Vizcarra ha resucitado.

Aunque con un añadido más: ahora, al igual que con la vacuna, Vizcarra tiene cierta inmunidad política. El escándalo Zully Pinchi cancela el escándalo de su vacunación. Entonces, ¿qué escándalo podría hacerle daño? ¿Qué más grave que su vacunación a ocultas?

Casi nada. Además, no tiene hasta ahora un caso de corrupción claramente probado, pero tendría que ser muy escandaloso –y muy diáfano– para hacerle daño. Finalmente, si hubiese uno, la primera reacción de un ciudadano normal, luego de estos años de avatares políticos, sería “los otros también hicieron lo mismo” o “los otros son incluso peor”.

Así, Vizcarra parece haber caído de pie, nuevamente. Como los gatos, aunque su figura se asemeje más a la de la pantera rosa.


Fuente: HILDEBRANDT EN SUS TRECE N°595, del 15/07/2022   p18

28 de abril de 2019

Lo que queda del Apra

César Hildebrandt

Muchos se pregun­tan qué queda del Apra después de la fulminante de­cisión de Alan García.

No queda nada. Queda un atarantador de la oratoria de plazuela que ame­naza a medio mundo. Queda un viejo aspirante que balbucea naderías y que parece ahora arrepentirse de haber sido tan ingenuo. Quedan las viejas turbas dadas al grito y a la épica del bividí en exhibición y la calumnia en ristre.

Seamos justos: García terminó de destruir lo que Haya de la Torre había derribado desde su violenta derechización, expresada en el libro “Treinta años de aprismo”.

El partido de estirpe marxista que propuso originalmente el antiimpe­rialismo continental se avenía ahora a concebir el “interamericanismo demo­crático sin imperio”. Y lo hacía el mis­mo año en que Estados Unidos, con la CIA de por medio, deshacía el gobier­no guatemalteco de Jacobo Arbenz y ponía en su lugar a un títere uniforma­do llamado Carlos Castillo Armas. La farsa aprista había empezado.

Conversar era pactar. Y dos años después, en 1956, empezaba la convi­vencia con Manuel Prado, el más cursi representante que hubiese podido in­ventar, el civilismo sin bibliotecas del siglo XX.

Y siete años después, en 1963, Haya llevó al Apra a pactar parlamenta­riamente con las huestes de Manuel Odría, que era la versión gamonal y con olores de melaza de la derecha podrida del Perú. Esa coalición, que ahuyen­tó a un puñado de apristas decentes, impidió que el tibiamente reformista Fernando Belaunde Terry ejecutara la reforma agraria que se había propues­to. Ver a la cúpula aprista gozando de la vida con Julio de la Piedra, el rey de los rones Pomalca, era como asistir a una película de terror hecha por un mal comediante. El Apra había muer­to doblemente. La socialdemocracia, el socialismo democrático, era ahora una mortaja. El Apra había llegado a ser lo que la derecha siempre quiso que fue­ra: la proveedora de masas del proyec­to inmovilista de toda la vida.

Lo que quedó, al morir físicamen­te Haya, fue una guerra de caudillos. Ganó Villanueva y perdió Townsend, pero Villanueva pensaba como Town­send y Townsend, más allá de su ho­nestidad personal, pensaba como el último Haya. Al final, como se sabe, perdieron los dos.

Y entonces vino García, fue un fenómeno de carisma precoz, populari­dad sin cercos, esperanza de un futuro diferente. El Apra lo puso en su sitio. Ni la cámara de senadores, dominada por el partido, lo siguió en el tema de la estatización de la banca. Fue el caos. Las cucarachas, más hambrientas que nunca, prosperaron. El presidente, que ya había conocido la codicia en la campaña electoral, per­dió los pocos escrúpulos que le quedaban. Fue un gobierno que empezó en la izquierda hemisférica terminó en la comisaría de Cotabambas. Fue el anarcolatrocinio. Toto Riina podría haber sido ministro de ese régimen, del mismo modo que Sergio Siragusa, su paisano, pagaba coimas presidenciales por un tren que no llegó a hacerse. Tatán podría haber sido primer ministro y su mujer, La Rayo, lo hubiese hecho requetebién en el Ministerio de la Mu­jer aún por descubrirse.

Pero todo eso sucedió porque el Apra que dejó Haya era una maquina­ria de avideces, una construcción electoral. Ya no había ideas purificadoras ni metas que ennoblecieran ni utopías que soñar. García quiso quebrar esa inercia que conducía al delito masivo, pero fue derrotado. Lo vencieron el viejo partido sectario, donde el narco Langberg acampaba, y su propia debi­lidad por el dinero fácil.

Ahora se preguntan qué queda del Apra.

El Apra de hoy, viuda de García, se reduce al doctor Erasmo Reyna chan­tajeando sentimentalmente a Jorge Barata para que no mencione a Alan García (“muerto en un charco de sangre, yo lo vi”) en sus confesiones sobre coimas, tercerías y encubrimientos. El hampa abogadil al servicio, como siempre, del silencio. La respuesta de Barata, pasada la impresión del abordaje extorsivo y grabado, ha sido, sin embargo, contundente:
1) “Nava y Atala eran los Maiman de García”.
2)  “García sabía de los sobornos recibidos por Alejandro Toledo y conocía de dónde procedían. Me lo contó Nava en su casa de playa”.
3)  “Se pagó 4 millones de dólares a Luis Nava Guibert, secretario de García, para agilizar los proyectos. Y los proyectos se agilizaron”.
4) “El dinero remitido a Andorra para Miguel Atala (1’300,000 dólares) era parte del arreglo con Luis Nava”.
5)  “Nava era el hombre que abría las puertas de Palacio”.
6)  “Nava exigía rapidez en los cobros. Por eso se creó Ammarin Investment”.
7)  “Nava no estaba en capacidad de influir en la marcha de ningún proyec­to si es que no usaba el nombre de Alan García”.
8)  “Le sugerí a García, en un viaje aéreo, que las obras del Metro de Lima se contrataran por licitación pública con fondos del Estado. García emitió decre­tos de urgencia que permitieron eso”.

Y hay 4,000 folios que habrá que estudiar.

Eso es lo que queda del Apra.

Por más que griten, insulten o ame­nacen: lo que queda del Apra son va­rios expedientes judiciales, un aboga­do mañoso, un grupo de congresistas aliados con el fujimorismo. García había edificado su leyenda. El partido no tenía la suya. Lo único que puede hacer ahora el Apra es aferrarse al mito de un García que ignoraba la podre­dumbre de sus funcionarios, allegados y testaferros. Lo que quiere decir que, aun muerto, García los sigue manipu­lando. Esto significa también que para salvar la farsa de la inocencia alanista el Apra tendrá que usar los mismos argumentos que sus seguidores izaron para limpiar a Alberto Fujimori: que no sabía nada de lo que hacían sus entenados y secuaces. Por eso el Apra y el fujimorismo parecen más hermanos que nunca. Esta será, probablemente, la última de sus convivencias.

Fuente: HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 442, 26/04/2019  p.